DOMINGO 4 DE NOVIEMBRE DE 2001


La capital colombiana cambia de rostro

¿Y si Tepito fuera un parque nacional?

 
En 1992 Bogotá parecía condenada a la quiebra. Las principales empresas públicas iban al colapso, los servicios eran atrapados por la corrupción, los índices delictivos superaban los de ciudades como Nueva York o Río de Janeiro... Hoy, con 7 millones de habitantes, tiene un rostro muy distinto:  finanzas sanas, una desarrollada cultura urbana y una fisonomía propia de las urbes del primer mundo. El peculiar estilo de los últimos gobernantes ha logrado lo que se creía imposible en las grandes ciudades de América Latina: ordenar el caos

Daniela PASTRANA

Bogotá, Colombia. El Faraón, como le decían al alcalde Enrique Peñalosa, no se detuvo en su afán de transformar la ciudad: sacó los carros de las banquetas y casi le revocan el mandato. Cerró calles al tránsito vehicular. Amplió las aceras. Construyó kilómetros de ciclorrutas. Acabó con los comerciantes ambulantes y se enfrentó a las mafias del transporte público para crear el Transmilenio, un novedoso sistema de autobuses expresos.

mas-tepito1.jpgIgual sacó a los muertos de una parte del Cementerio Central, para hacer un parque, que compró sus casas a los habitantes de El Cartucho (el símil bogotano de Tepito) para construir un ambicioso complejo urbano.

Esta especie de Rey Midas ecológico sabía bien lo que quería: recuperar la ciudad para la gente.

También, hay que decirlo, tenía dinero. Los recursos heredados de dos administraciones destacadamente honestas: la primera del polémico Antanas Mockus (ahora en su segunda gestión) y la de su antecesor, Jaime Castro, el arquitecto del sistema administrativo y financiero que ha permitido cambiar el rostro de Bogotá.

En menos de 10 años, y con tres gobernantes muy peculiares, por decirlo de alguna forma, la capital de la violencia urbana transformó su fisonomía, saneó sus finanzas y desarrolló una cultura urbana propia de las ciudades del primer mundo.

Hoy, por ejemplo, 4% de la gente se transporta en bicicleta (contra 5% que utiliza taxis) y un día al año -instituido en consulta pública- nadie usa el automóvil.

"El cambio es cualitativo", dice Peñalosa, desde su cubículo en la Universidad de Nueva York, donde elabora un modelo de desarrollo para las ciudades del Tercer Mundo. "No es que hubiera más inversión, sino que se invirtió en cosas distintas, cambiamos los paradigmas y tuvimos otras prioridades".

Juan Carlos Florez, concejal de Bogotá y catedrático de la Universidad de Los Andes, apunta otra clave: "administraciones transparentes y alcaldes que han tomado decisiones muy audaces".

Crecimiento acelerado

Vista desde el avión, Bogotá se extiende como una gigantesca mancha urbana que, sin tener las dimensiones de la ciudad de México, justifica sus 7 millones de habitantes. No tiene municipios conurbados. Sus 19 alcaldías locales (equivalentes a las jefaturas delegacionales) se inscriben en una estructura administrativa que ha seguido un proceso muy parecido al del Distrito Federal.

Vaya, hasta en la distribución de los dineros. Los bogotanos se quejan de que a pesar de que aportan 25% del PIB nacional y pagan 55% de los impuestos, sólo reciben, por ejemplo, 6.6% de los recursos destinados por el gobierno nacional a educación y salud.

Hasta finales de los ochenta -cuando se inició un proceso de descentralización que derivó en la elección popular del alcalde (el primero, por cierto, fue el actual presidente, Andrés Pastrana)- los gobernantes de la ciudad eran más bien gerentes administrativos que el presidente en turno nombraba y removía.

mas-tepito2.jpgLa descentralización política, empero, no llegó acompañada de la económica y las primeras administraciones fueron sólo por dos años (actualmente tienen una vigencia de tres años y está en debate la ampliación a cuatro). El Concejo de Bogotá -equivalente a la primera etapa de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal- sólo tiene facultades reglamentarias.

Eso, en cuanto a lo administrativo. En términos de convivencia urbana, Bogotá padecía los mismos cánceres del DF: ambulantaje, contaminación, delincuencia, corrupción, crimen organizado, niños de la calle, drogadicción, caos vial, mafias que controlaban el transporte público... hasta que comenzó a cambiar.

En Bogotá es común que la gente sonría ante la sorpresa que provoca la vista de la ciudad. "Es que no la conoció hace 10 años", dicen los bogotanos, a modo de explicación.

En un artículo que cuestiona la falta de ofertas culturales, el periodista Mario Jusrich definió hace unos días lo que muchos colombianos comentan: "Bogotá sorprende a sus visitantes. La ciudad ha crecido desmesuradamente en los últimos 25 años y lo ha hecho de un modo anfetamínico. Hoy en día produce una impresión equívoca y sin duda no es un buen mirador desde el cual obtener una visión panorámica de Colombia... Antanas Mockus y Enrique Peñalosa -clown pedagógico el primero y yuppie déspota el segundo- lograron sacar a la ciudad de su marasmo y embarcarla en algo que sólo puede calificarse como de ambiciosa aventura".

El "superalcalde"

La "ambiciosa aventura" de Bogotá, empero, no puede entenderse sin la administración de un político de larga trayectoria en el partido liberal que responde al nombre de Jaime Castro.

En 1992, cuando Castro tomó las riendas de la Alcaldía Mayor de Bogotá, la ciudad estaba, literalmente, arruinada: el acueducto y la compañía estatal de energía tenían deudas en dólares y otras empresas públicas, como el servicio de limpia y la Empresa Distribuidora de Transporte -convertidos en cotos de poder-, estaban a punto del colapso.

El Concejo, que es el órgano cogobernante de la Alcaldía Mayor, estaba permeado por la corrupción y varios de sus integrantes formaban parte de las juntas directivas de las empresas públicas que más facturaban: el acueducto, energía y teléfonos. Era, dicen, "un hoyo negro para la ciudad".

Un año antes, la nueva Constitución del país había derivado en un nuevo ordenamiento rector para Bogotá: el Decreto 14-21, con el que pasaba de ser Distrito Especial a Distrito Capital.

Pero lo más relevante del decreto (una especie de Constitu-ción local) es que redujo dramáticamente las funciones del Concejo y sacó a los concejales de las juntas de administración.

"Erigió un superalcalde", resume Juan Carlos Florez.

Artífice de ese estatuto, Jaime Castro, quien había sido ministro de Gobierno (secretario de Gobernación) durante la descentralización, lo ejerció a fondo.

"En esos momentos fue positivo porque sacó la administración de un círculo vicioso", evalúa el concejal.

El "golpe desde arriba al Concejo" llegó acompañado de una profunda transformación de la ingeniería financiera. Mediante un novedoso sistema de autoavalúo, Castro emprendió una reforma tributaria y modernizó la recaudación del predial (el impuesto más importante del gobierno local).

Los resultados son impresionantes: en 1992, los ingresos propios de Bogotá no superaban los 300 millones de dólares anuales. Al año siguiente, la ciudad recaudó 900 millones (actualmente los ingresos se mantienen en mil 200 millones de dólares).

El costo político para Castro fue muy alto. Los bogotanos, que no vieron obras sino impuestos, lo tacharon de "pésimo" alcalde y lo mandaron al sótano del ostracismo político. El primero de enero de 1995, empero, Antanas Mockus recibió una herencia que hubieran deseado los jefes de gobierno del Distrito Federal: una alcaldía con las finanzas sanas y las arcas llenas.

El "síndrome del orangután"  y la cultura ciudadana

Ciclo Ruta 2En 1994, Antanas Mockus era rector de la Universidad Nacional. En una conferencia se enfureció tanto por la falta de atención de los estudiantes que se bajó los pantalones y les mostró las nalgas.

Ese es Antanas. "Filósofo, matemático y loco", que en su momento fue comparado con el ex presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram.

El arrebato de la conferencia le costó la rectoría, pero le dio fama mundial y lo catapultó a la vida política de Bogotá.

Mockus ya era conocido entre la opinión pública por su particular estilo de dirigir la universidad: igual se presentaba en las oficinas de la hacienda pública con una espada de plástico rosa para demandar más recursos en periodos de ajuste fiscal que se orinaba sobre maestros manifestantes en el plantel de una localidad.

El ex guerrillero Gustavo Petro, uno de los críticos más fuertes de Castro, decidió postularlo. Y, paradojas de la política, Mockus le ganó nada menos que a Enrique Peñalosa.

"Con Mockus ocurrió el síndrome del orangután (en realidad era chimpancé) de Río -dice Florez-. La gente no votó por un proyecto, sino en contra de los políticos".

La referencia es forzosa: en 1988 los habitantes de Río de Janeiro estaban hartos de los políticos. Por eso, cuando un periódico y una revista de chistes postularon a Macaco Tião, el chimpancé preferido de los niños en el zoológico, muchos se lo tomaron en serio. El mono ?cuya muerte, en 1996, mereció el luto oficial de la alcaldía? logró 400 mil votos y obtuvo el cuarto lugar en las elecciones.

Quizá Mockus llegó a la alcaldía sin saber cómo administrar una ciudad, pero no hay duda de que tenía claro lo que haría y supo aprovechar su enorme capital político.

Un dato dimensiona el problema que tenía en las manos: cuando tomó la administración, en Bogotá se cometían 80 homicidios por cada 100 mil habitantes; en esos mismos días, la proporción en Río de Janeiro era de 26 por cada 100 mil, 17 en Nueva York y tres en Santiago de Chile.

El ex rector concentró todas sus acciones en algo que al principio nadie entendía bien y que llamó "cultura ciudadana". Usó el marketing mediático y todo su carisma para promover la vida. Convirtió el desarme en un asunto de medios. Organizó happenings de niños que entregaban sus armas de juguete o se ponían vacunas contra la violencia. Instalado en la idea de acercar la cultura cívica a la ley puso en la calle a cientos de mimos para promover una nueva cultura vial. Señalizó los cruces de peatones en los cruceros, lo que no existía antes de su administración.

"El valor de Mockus fue haberle abierto un espacio a una cultura urbana que estaba ahí y no tenía representación -dice Florez-. La ciudad debe estar agradecida con el señor Mockus por haber colocado la vida en el primer lugar de la agenda de los alcaldes".

Sobre todo, Mockus dejó un mensaje de honestidad fundamental para los bogotanos, tan habituados a la corrupción. "A Mockus -sigue el concejal- se le puede atacar por cualquier cosa, pero no se puede decir que es un ratero".

***

En Colombia zanahoria es un aguafiestas. Una combinación entre fresa, ñoño y nerd. Por eso, el controvertido decreto que Mockus emitió a finales de 1995 se conoció popularmente como la ley zanahoria.

El decreto suspendía la vida nocturna -excepto en los clubes sociales privados- a la una de la mañana.

Según los análisis de los homicidios (curiosamente es el mismo criterio del Gobierno del Distrito Federal en el debate de la ley de establecimientos mercantiles), los bogotanos se mataban en las madrugadas, más que a ninguna otra hora.

Mockus se salió con la suya: desde hace seis años la ciudad se duerme temprano... y se mata menos.

Estudios de la Universidad de Los Andes han demostrado, empero, que la disminución de los homicidios fue general y se debe a distintos factores. A la distancia, las investigaciones concluyen que el impacto de la ley zanahoria en la reducción de delitos es apenas de 8%.

Por eso el tema está de nuevo a debate. "Tuvo su utilidad en un momento en que era necesario cambiar la conciencia de la gente -admite Florez, uno de sus defensores-, pero llegó a su fin. En una ciudad tan grande como Bogotá es inconcebible una vida nocturna tan limitada".

La ciudad humana

Ciclo Ruta 3Si a Castro los bogotanos deben agradecerle el saneamiento de las finanzas y a Mokcus el cambio cultural, a Enrique Peñalosa le deben la transformación urbana que maravilla a los visitantes.

Este "yuppie déspota", o Faraón, economista por la Univer-sidad de Duke y doctorado en administración pública por la de París, había sido diputado, concejal de Bogotá y secretario de Eco-nomía de Colombia. Su padre, Enrique Peñalosa Camargo, fue diplomático y secretario general de Hábitat (organismo de la ONU).

Así que Peñalosa tenía clarísimo lo que quería hacer en Bogotá. Su definición del uso de las banquetas es un buen ejemplo: "Algunos comerciantes y constructores dicen que en el andén (banqueta) hay 'suficiente' espacio para hacer bahías de estacionamiento y 'además' para que 'pase la gente'. Resulta que el andén no es para 'pasar'. Es para vivir. Los andenes son para que la gente converse, los niños jueguen, las parejas se seduzcan, los viejos lean el periódico en alguna banca o miren pasar gente..."

Peñalosa llegó a la alcaldía con las finanzas sanas (el endeudamiento de la ciudad no superaba el 10%) y en la bolsa 700 millones de dólares extras del proceso de privatización parcial de las empresas de energía. Pero ni tenía el carisma mediático de Mockus, ni los bogotanos estaban tan dispuestos a cambiar su ciudad.

Cada obra se convirtió en una guerra.

Desde acciones simples, como el retiro de los carros de las banquetas (la costumbre de estacionarse arriba de las aceras era tan fuerte en Bogotá como en México la de estacionarse en doble fila). La decisión -acompañada de la colocación de barreras de concreto- provocó una revuelta de la clase media que estuvo a punto de revocarle el mandato.

"Parecía que yo era el enemigo público número uno -recuerda-. No había prácticamente un medio de comunicación que no me insultara todos los días".

Peñalosa cerró las principales calles del centro histórico y amplió las aceras; construyó kilómetros de ciclorrutas (200 en su administración y 100 más que quedaron proyectadas) por toda la ciudad. Estableció el "Pico y placa", un programa para que los carros dejen de circular dos días a la semana durante las horas pico (la diferencia con "Hoy no circula", explica Oscar Díaz, asesor de Peñalosa, es que no orilla a la gente a comprar otro carro, sólo tiene que ajustar sus horarios).

En su afán de "sacar los automóviles privados y los buses desordenados que circulan maltratando a la gente", Peñalosa no dudó en enfrentarse a los líderes del pulpo camionero bogotano para crear el Transmilenio, un sistema expreso de autobuses que corren por carriles exclusivos en vías troncales de la ciudad (tomado del ejemplo de Curitiba, una ciudad en el sur de Brasil, que está totalmente planificada). Algo así como un metro, pero con autobuses.

Y bastante más barato.

Un botón: el metro de Medellín -que tiene la tercera parte de la población de Bogotá- costó 2 mil 500 millones de dólares al gobierno nacional. El Transmilenio de Bogotá, que transporta 550 mil pasajeros al día, costó 350 millones de pesos (175 mil dólares).

"Transmilenio -presume Peñalosa- es rentable, no requiere subsidios (el boleto cuesta 38 centavos de dólar), permite transferencias, es posible cubrir toda la demanda, y viaja a una velocidad similar a la del metro". Sobre todo, desestimula el uso del carro y "es mucho más agradable ir en superficie viendo la ciudad que ir enterrado como un ratón".

Algo de razón tendrá. En tres años, el uso de la bicicleta pasó de 0.5 a 4% del total de viajes que se hacen en la ciudad. Y casi de salida, en octubre de 2000 ganó su última batalla: mediante consulta pública se estableció un "día sin auto" (el segundo jueves de febrero), y a partir del 2015 sólo circularán taxis en las horas pico.

El Cartucho antesLa obsesión que Peñalosa tuvo por sacar vehículos de las calles sólo fue superada por la de construir parques. En su gestión, Bogotá conoció mil 200 parques públicos nuevos, con un controvertido esquema de dar la administración a empresas privadas a cambio de una reducción de impuestos (20 de cada 100 pesos invertidos).

Ejemplos sobran: el Parque Simón Bolívar, que cada fin de semana recibe 150 mil visitantes, era un potrero abandonado junto a 30 hectáreas de canchas llaneras que estaban controladas por ligas privadas de fútbol (algunas, incluso, se usaban para recolectar escombros); el Parque Renacimiento, que presenta en la entrada una estatua de Botero, era la parte occidental del Cementerio Central; el Eje Ambiental de la avenida Juárez, un kilómetro de espejo de agua, era un río cubierto y pestilente...

Quizá los casos emblemáticos de la gestión de Peñalosa son la Plaza de San Victorino y El Cartucho.

La primera era, en palabras del ex alcalde, "un foco de desorden e inseguridad y un símbolo del caos, de la impotencia del gobierno". Una plaza pública que se había convertido en propiedad de los ambulantes.

La historia podría ser la misma del programa de reordenamiento que intentó en el DF Manuel Camacho Solís. Entonces, las nuevas plazas comerciales no tuvieron el éxito que se esperaba y los ambulantes terminaron por regresar a las calles. Pero no. Peñalosa (quien reconoce que "seguro hubo gente afectada") los esperó con una cerca custodiada por policías.

El Cartucho es otra historia.

***

TransMilenio 2¿Se imagina el lector que el jefe de gobierno comprara Tepito a sus habitantes y lo convirtiera en un gran parque nacional?

Eso es, en pocas palabras, lo que hizo Peñalosa.

Enclavado en el barrio Santa Inés, a dos cuadras del Palacio de Nariño y la Alcaldía Mayor de Bogotá (es decir, vecino de los poderes federales, el ejército y la policía), El Cartucho era tierra de nadie. Centro de comercio de drogas, armas, objetos robados, donde las imágenes de niños y jóvenes pegados al bote de crack o bazuco son todavía cotidianas.

El último caso que estremeció a la sociedad bogotana fue el descubrimiento de un niño de cuatro años violado y castrado. Sí, en El Cartucho.

Peñalosa había soñado durante años el proyecto de renovación. Incluso cuenta que lo planteó sin éxito a varios presidentes. "En cualquier país serio, ese debía haber sido un proyecto del gobierno nacional", lamenta.

Lo cierto es que El Faraón emprendió un complicado y ambicioso proceso que incluyó la incrustación de trabajadores sociales en la zona para convencer a los habitantes de vender sus propiedades. En mancuerna con el sacerdote Javier de Nicoló, inició al mismo tiempo un programa de recuperación de mil 500 jóvenes que se incorporaron a trabajos de la alcaldía: "Misión Bogotá". Muchos de ellos forman brigadas de seguridad o de información vial.

Poco a poco, el gobierno fue adquiriendo propiedades y comenzó a demolerlas. Una tras otra. Todavía quedan tres manzanas en pie, pero el resto ya fue demolido y en su lugar se proyecta un parque nacional y un complejo urbano que ya hasta nombre tiene: Tercer Milenio.

La otra cara

El "modelo Bogotá", empero, no está exento de fallas.

En un espacio de su campaña al Senado, el ex actor y ex concejal Bruno Díaz machaca el lado flaco de la transformación bogotana: "Es una transformación física, para la clase media. En términos de desarrollo humano y de recomposición del tejido social estamos igual, como cualquier ciudad del Tercer Mundo".

Los números le dan la razón: según datos de la Contraloría de Bogotá, citados por la revista Foro en octubre de 2000, los indicadores de pobreza e inequidad aumentaron más en Bogotá que en el resto de Colombia. Por ejemplo, el índice de Gini (que mide la inequidad social) aumentó de 0.41 en 1994 a 0.56 en 1999 en la capital, mientras que en todo Colombia bajó de 0.57 a 0.56 en los mismos años. Las cifras, que pueden decir muy poco a los que no son expertos, significan en términos llanos que mientras en el resto del país todos siguieron igual de pobres, en Bogotá más gente se empobreció.

Bruno Díaz, uno de los más duros opositores de Peñalosa, lo pone así:

"Hay un principio básico: el desarrollo o es humano o no es... Si no va ligado a una gestión prioritariamente social, de recomposición de un tejido social roto, no tiene sentido. Es un cambio cosmético. Porque de nada sirve que desaparezca El Cartucho si hay otros cartuchos que mandó a la periferia".

Peñalosa, en cambio, no acepta que su gobierno haya producido inequidad. "Las inversiones se hicieron en los sectores más pobres de la ciudad", dice. Y expone una larga lista: la red de agua se extendió a toda la ciudad; se creó Metrovivienda (un programa de desarrollo urbano en los alrededores de la ciudad); aumentó 36% el cupo en la educación pública y se instalaron 13 mil computadoras con Internet, en todas las escuelas.

sentadoEl último proyecto -que sacaría chispas a más de uno en México? fue la construcción de 60 nuevos colegios (de primaria a bachillerato) en las colonias populares, cuya administración estará a cargo de los mejores colegios privados. Sí, el gobierno pagará a las escuelas privadas ?director, maestros y equipo incluidos- un millón de pesos (unos 500 dólares) por alumno.

¿Qué diría de esto, por ejemplo, el SNTE?

A saber, pero en Bogotá hasta los más críticos están entusiasmados con el proyecto que dejó en marcha Peñalosa y ha continuado Mockus.

En su segunda gestión -que arrancó en enero de este año- Antanas no ha tenido la misma audacia que en la primera. Además, los bogotanos no olvidan que en 1997 dejó abandonada la alcaldía para buscar la presidencia. A eso se agrega la mala situación económica general de Colombia. Pero en esta capital la gente habla de una ciudad distinta.

"Mientras el resto del país languidece o se asfixia en la trama guerra-narco-pobreza Bogotá cambia de rostro y le ofrece a sus habitantes algo parecido a la esperanza", escribió Mario Jusrich.

Florez, quien da cátedra de historia, lo dice de otro modo: "Quizá ha faltado sensibilidad social, pero este es un proceso que sigue. Ya tuvimos una transformación institucional, cultural y urbana que ha mejorado nuestra calidad de vida".

¿Será? Por lo pronto, Bogotá parece un buen ejemplo para las grandes ciudades latinoamericanas, que parecen condenadas al caos.*