Jornada Semanal,  28 de octubre del 2001                  núm. 347
 Manuel Durán

El impacto de Cervantes en la obra de Mark Twain

Mark Twain
Alonso Quijano el Bueno, Aldonza-Dulcinea, Teresa y Sancho Panza, el Cura, el Barbero, Sansón Carrasco, Rocinante, el Rucio, Tom Sawyer, Huck Finn, la Tía y Becky Thatcher… son gente de pueblo pequeño, de aldeas difíciles de encontrar en los mapas, situadas al borde de un río caudaloso o en el centro de un mar extinto. Todos ellos fueron llevados por sus autores, nos dice Manuel Durán, “paso a paso, a la universalidad y la fama eterna”. El maestro Durán elabora en este hermoso ensayo una serie de teorías sobre “el impacto de Cervantes en la obra de Mark Twain que asegura para siempre la presencia vivificante de la cultura hispánica en el seno creativo de la cultura norteamericana”. Cabalga Don Quijote por esa llanura que es la metáfora del Mundo, mientras canta el gran viejo río.

Ilustración de José HernándezEn los contactos entre culturas ocurre lo mismo que en los matrimonios mal avenidos: una serie de prejuicios, estereotipos e irritaciones producidas por recuerdos desagradables impide una comunicación auténtica. La palabra clave es el malentendido. Siempre valdrá la pena celebrar los pocos momentos en que una cultura lanza un rayo de luz que atraviesa la bruma y llega a iluminar a otra cultura vecina. La hispánica y la anglosajona, vecinas desde hace muchos años, han gozado de unos pocos momentos de comprensión mutua. Uno de ellos es el impacto de Cervantes en Mark Twain.

En el panorama general de las culturas occidentales sería imposible encontrar para la hispánica un portavoz mejor que Miguel de Cervantes. Y, también, la cultura norteamericana se ha enorgullecido durante todo el siglo xx de la obra de Mark Twain, relegado al principio por algunos críticos por dudosas razones, entre otras, por ser un autor de libros para jóvenes, y también porque sus escritos eran en general humorísticos. (Lo cual, evidentemente, se aplicaría de igual manera a la novela central de Cervantes.)

No debemos olvidar que en ambos casos la justa y duradera fama de que han gozado ambos escritores ha sido conquistada casi totalmente gracias a un éxito inicial frente al público mayoritario. Ni Cervantes ni Mark Twain convencieron a sus críticos contemporáneos más ilustres del verdadero valor de sus obras, y ello por motivos muy similares. La novela, como género literario, no era tan apreciada como la poesía lírica y el teatro en tiempos de Cervantes. El máximo autor, poeta, creador, de aquellos años, Lope de Vega, despreciaba el Quijote y su opinión fue compartida por otros críticos de aquella época.

Igualmente: la obra de un humorista sureño, como Mark Twain, casi más famoso como conferenciante histriónico que como autor literario, y cuyos libros, artículos, cuentos y ensayos resultaban divertidos, pero quizá, según algunos críticos y lectores, eran un tanto superficiales, también fue, en conjunto, poco apreciada por la crítica seria de fines del siglo xix y principios del xx.

A Cervantes y Mark Twain los une, desde el principio, el aplauso inmediato de sus lectores, la injustificada reserva de la crítica oficial de su época, y la gloria indudable en el presente y el futuro. Cada uno de estos autores es, en cierto modo, símbolo icónico de su época, y también de su cultura, y por ello los lazos que unen las obras de estos dos escritores son de gran valor cuando tratamos de apreciar el impacto de la cultura hispánica en la cultura estadunidense. En la inmensa pantalla de la literatura universal Cervantes es España y todo el mundo hispánico, y también, en gran medida, Mark Twain es Estados Unidos.

Cuando Mark Twain empieza a publicar (su primer cuento, "The Celebrated Jumping Frog of Calaveras Country", aparece en 1865), el Quijote de Cervantes ha alcanzado un nivel de atención crítica y apreciación entre lectores cultos difícil de superar, traducido a numerosos idiomas, continuamente reeditado, y continuamente examinado a profundidad por críticos y eruditos españoles, ingleses, franceses, alemanes (sobre todo) y norteamericanos. Mark Twain leyó y admiró la novela de Cervantes. No es seguro, por otra parte; es, incluso, muy dudoso, que haya conocido otros aspectos de la obra de Cervantes. El Quijote era, sin duda, una de las estrellas de primera magnitud en el cielo literario que contemplaba Mark Twain. Y la novela de Mark Twain que mayor impacto recibió de esta visión, contemplación, lectura, o como deseemos llamarla, es también la novela de Mark Twain que la crítica contemporánea considera decisiva dentro de su obra total: The Adventures of Huckleberry Finn. Como señala el crítico Steward Ross:

En 1913, H. L. Mencken afirmaba que Huckleberry Finn era "una de las mayores obras maestras de la literatura universal". Y Ernest Hemingway declararía que "toda la literaura moderna sale de un libro de Mark Twain titulado Huckleberry Finn. Es el mejor libro que hemos producido. Toda la literatura norteamericana emerge de esta novela. Antes no había nada. Y nada mejor se ha publicado después".
Leamos ahora el texto de Huckleberry Finn. En el capítulo iii, titulado "Emboscada a los Á-rabes", Twain describe un heroico y fantástico proyecto ideado por Tom Sawyer, el asalto, organizado por una banda de niños y adolescentes, capitaneados, naturalmente, por Tom Sawyer, contra una caravana compuesta por ricos árabes y españoles, con camellos y elefantes, transportando diamantes y piedras preciosas. Huck Finn duda de que la empresa sea viable, pero tiene ganas de ver camellos y elefantes,
[...] así, pues, allí me fui al día siguiente, el sábado, para la emboscada... Pero no vi ni españoles ni árabes, y nada de camellos o de elefantes... No había nada más que unos chamacos de la escuela del domingo en un picnic... Les dimos un buen susto, y echaron a correr, pero no pescamos más que unas donas y algo de mermelada... No vi ni un diamante, y se lo dije a Tom Sawyer. Me dijo que había montones, y también había árabes y quién sabe qué, y yo le dije, oye, pues ¿por qué no los vimos? Me dijo que yo era un menso ignorante, y que si hubiera leído un libro llamado Don Quijote ya tendría la respuesta. Dijo que allí había cientos de soldados, y elefantes, y un gran tesoro, y más cosas, pero que nuestros enemigos los malvados magos y encantadores lo habían convertido todo en una bola de niños de escuela del domingo, de pura envidia que nos tenían.
Es fácil observar que en este pasaje la quijotización de Tom Sawyer es completa, y ello relega en cierto modo a Huck Finn al papel de Sancho, que sigue a su amigo y jefe en sus locas aventuras sin estar del todo convencido de lo que se supone ha ocurrido. Para reforzar el paralelo entre los dos personajes de Mark Twain y los dos personajes de Cervantes recordaremos que Tom Sawyer es relativamente rico y culto; su familia debió poseer una buena biblioteca, en la cual leyó no solamente libros de aventuras, historias de piratas, bandidos nobles (como Robin Hood) y exploradores, sino también, y muy especialmente, el Quijote. Huck Finn, en cambio, es pobrísimo, casi nunca va a la escuela, es sumamente ignorante y humilde. Su único tesoro es su sentido común, igual que Sancho Panza, y de este tesoro saldrán algunos de los mejores capítulos tanto del Quijote como de The Adventures of Huckleberry Finn.

La quijotización de Tom Sawyer se ha iniciado ya en la novela precedente, The Adventures of Tom Sawyer, que aparece en 1876. Tom Sawyer, insatisfecho con la vida mediocre de su familia, sus vecinos, su pequeña comunidad, encuentra modelos de vida heroica en libros y leyendas, en este caso, como es natural, de procedencia anglosajona, y muy especialmente en la leyenda del épico bandido y benefactor de los pobres, Robin Hood, y como Alonso Quijano en los primeros capítulos de la novela cervantina, se transforma en héroe legendario. Más afortunado que Don Quijote, ha conseguido ya seducir a un amigo para que su transformación encuentre eco y respuesta en la de otro adolescente. Están ambos a la orilla de un gran bosque:

En aquel instante se oyó el débil sonido de una trompeta de juguete a través de las verdes veredas del bosque. Tom se despojó de su chaqueta y sus pantalones, transformó sus tirantes en cinturón, buscó entre los arbustos junto a un tronco podrido, descubriendo un tosco arco y una flecha, una espada de madera y una trompeta de estaño; en un instante recogió todos aquellos tesoros y corrió a saltos, con las piernas desnudas y la camisa flotando al viento. De pronto apareció Joe Harper, tan sumariamente vestido y con el mismo tipo de armas que Tom. Y Tom exclamó:

"¡Alto! ¿Quién trata de entrar en el bosque de Sherwood sin mi permiso?"

"Guillermo de Guisborne no necesita permiso de nadie. ¿Quién sois vos que... que..."

"Se atreve a pronunciar tales palabras", le sopló Tom, ya que los dos estaban citando, de memoria, textos de viejos autores, que no recordaban bien.

"¡Yo soy el que se atreve! Soy Robin Hood, y vuestros tristes despojos vencidos por mí pronto lo proclamarán."

"Ah, sois vos, en verdad, el famoso bandido... Pues en verdad tendré sumo placer en disputaros la entrada a este alegre bosque. ¡En guardia!." Levantaron las espadas de madera, dejaron en el suelo sus otros armamentos, y frente a frente iniciaron un cuidadoso, lento combate.

Los paralelos con los primeros capítulos de la novela cervantina son muy claros, e incluyen la transformación heroica y mítica del protagonista (en este caso de dos protagonistas), las armas improvisadas, el lenguaje arcaico, y un desafío ritual, si bien en el caso del texto de Mark Twain la conciencia de estar imitando un texto literario antiguo es más clara, ya que Tom le ayuda a su amigo Joe a terminar una frase sacada de un texto que Joe ha olvidado a medias.

Ilustración de José HernándezVale la pena señalar también que ya desde el principio de la novela el joven Tom Sawyer ha encontrado a su Dulcinea. Es Becky Thatcher, que tendrá unos diez u once años. Y ha trabado amistad con Huck Finn, que habrá de desempeñar un papel esencial en la segunda novela, The Adventures of Huckleberry Finn. Si comparamos estas dos novelas de Mark Twain con la primera y la segunda parte de la novela cervantina veremos que la crítica moderna encuentra mucho más interesantes las segundas partes, es decir, la segunda parte del Quijote y la novela de Twain centrada en Huck Finn. En ambas el personaje antes subordinado, es decir, Sancho en un caso, Huck Finn en el otro, encuentra su voz propia, domina el centro del escenario y toma plena conciencia de sí mismo.

El paralelo entre la novela Huckleberry Finn y el Quijote es decisivo. La novela de Cervantes es, entre otras muchas cosas, la historia de una amistad, la amistad que une a Don Quijote y Sancho, y la historia de un viaje, interrumpido unos días y reanudado en la segunda parte de la novela. Durante este viaje florece la amistad de dos protagonistas, el autor privilegia el diálogo entre ambos personajes, y convierte el paso del tiempo en el resorte esencial: únicamente el fluir del tiempo y de las experiencias que el tiempo acarrea permite ahondar en los personajes, verlos por dentro, apreciar la forma en que van cambiando. Don Quijote no es ya el mismo después de ver encantada a su Dulcinea; aparece abatido, cansado, melancólico. Sancho no es, no puede ser el mismo después de sus aventuras en el palacio de los Duques y su éxito (y también su fracaso como Gobernador de la Ínsula Barataria. Es el paso del tiempo el que hace y deshace a los personajes, hasta que al final de la novela el caballero manchego comprende que en los nidos de hogaño ya no hay pájaros de antaño, recobra la conciencia de ser Alonso Quijano el Bueno y se prepara para ese gran viaje que es la muerte.

Y la novela de Mark Twain es también la historia de una naciente amistad y un largo viaje. Mark Twain nos permite en su segunda novela asistir al cambio, a la transformación interna de Huck Finn, que en la primera novela es presentado como un adolescente marginado y despreciado por casi todos, el hijo de un borracho, y poco a poco va tomando conciencia de que la sociedad es injusta y cruel en su manera de tratar a los esclavos. (Mark Twain conocía bien la situación: su padre poseía tres esclavos.) Huck Finn siente que tiene que salvar y proteger a Jim, el esclavo fugitivo. En su conciencia luchan dos sistemas de valores, el de la sociedad, que le obligaría a delatar a Jim, y su amistad y solidaridad con el esclavo que lucha por su libertad.

(Creo que en este momento culminante de la novela habría que añadir a la influencia de Cervantes el influjo de Rousseau, influjo directo o bien indirecto, ya que Huck Finn se acerca mucho a lo que pudiéramos llamar el niño que nace bueno y está a punto de ser pervertido por la sociedad. Por suerte, Huck Finn ha crecido como una planta silvestre, como un ser naturalmente bueno, a pesar de su aspecto y sus modales deplorables. Subrayemos también que Sancho, hombre ignorante y sin educación libresca o de alguna otra clase, da pruebas como Gobernador de poseer una sagacidad y un sentido común excepcionales. Sancho prefigura, en cierto modo, las teorías de Rousseau sobre el individuo y la sociedad.)

Otro aspecto de la relación Cervantes-Mark Twain bien podría ser la presencia en la obra de ambos escritores de ambientes picarescos. La relación entre Cervantes y el género, o subgénero, de la literatura picaresca es ambigua y difícil de analizar. Por una parte es innegable que hay aspectos, maticses, situaciones en la obra de Cervantes que nos recuerdan claramente la literatura picaresca. Podríamos poner como ejemplo una de las Novelas ejemplares: "El casamiento engañoso". Incluso algunas escenas del Quijote (la venta, el ventero, Maritornes) ofrecen cierto aspecto picaresco. En cuanto a las dos novelas de Mark Twain, sobre todo la segunda, ofrecen contactos con la picaresca. "Todos mienten", es la cínica conclusión a la que llega Huck Finn. Los dos personajes embaucadores, el supuesto Rey de Francia y el otro estafador histriónico que le acompaña, ocupan varios de los capítulos centrales de la novela. Incluso la forma en que estafan y engañan al público atraído por sus pretendidos espectáculos teatrales bien podría recordarnos un entremés cervantino, "El retablo de las maravillas".

No quisiera descartar del todo una posible influencia cervantina en este caso. Sin embargo, me parece dudosa por varias razones. Por una parte, la picaresca ocupa en la obra total de Cervantes un lugar relativamente modesto, y en conjunto está equilibrada e incluso superada por un idealismo renacentista platonizante que se encuentra en el polo opuesto de la picaresca. Y por otra parte las experiencias juveniles de Mark Twain, tanto en los buques de vapor que viajaban por el Mississippi, como en los parajes visitados por el escritor norteamericano en el Lejano Oeste y en San Francisco, deben haber comportado docenas, quizá centenares, de situaciones picarescas.

En otras palabras, la picaresca fue vivida por Mark Twain, y por ello no necesitaba ningún modelo literario para acercarse a ella. Y en cuanto a las llamadas a veces "obras menores" (con indudable injusticia, desde luego), como las Novelas ejemplares y los Entremeses, no creo que fueran leídas por Mark Twain, ya que en aquellos años, y posiblemente hoy todavía, eran muy poco conocidas por los lectores norteamericanos en general, y únicamente unos pocos especialistas universitarios tenían idea cabal de su valor.

Es difícil adivinar qué otras obras de la literatura española leyó Mark Twain, hombre de vastas lecturas, esencialmente autodidacta, e interesado sobre todo por el campo de la historia. No creo que haya leído La Celestina, que tanto admiraba Cervantes, que observó, en el Quijote, que se trataba de un "libro a mi parecer divi(no) –si ocultara más lo huma(no)", obra maestra al borde del cinismo y de la desesperación existencial. El cinismo de origen renacentista italiano, tal como lo encontramos en Boccaccio, era parte de la visión total cervantina, y sin este ingrediente es difícil explicar algunos aspectos de su obra. En cambio, la amargura total que nos revela el final de La Celestina, con el desesperado soliloquio de Pleberio, es actitud no compartida por Cervantes, cuya despedida del mundo, en el sereno prólogo al Persiles, es muy diversa, y combina la resignación estoica con una confianza y una fe esperanzada, inspiradas probablemente en el cristianismo.

Por otra parte, Mark Twain desconfiaba del cristianismo y de cualquier otra religión, y al final de su vida la muerte de su esposa y de su hija predilecta originó una depresión física y espiritual que le inspira sus páginas más negativas y amargas, que bien podrían compararse con el final de La Celestina. Tan negativa fue esta etapa de su producción, que hijas, amigos, parientes y editores se conjuraron para que aquellos comentarios no fueran publicados, y así sucedió, hasta que hace muy pocos años fueron redescubiertos y vieron la luz por primera vez.

Otro paralelo de gran importancia entre la novela de Cervantes y Huckleberry Finn es la forma en que la realidad cotidiana que rodea a los personajes, en otras palabras, la descripción realista de la sociedad que pudiéramos llamar normal, es presentada en ambos casos. La novela de Cervantes nos ofrece dos enfoques; uno, en la primera parte, el que describe al Caballero del Verde Gabán, su morada y su familia; otro, en la segunda parte, se desarrolla en los varios capítulos en torno a los Duques, su palacio y sus diversos moradores. La reacción de Don Quijote frente a la vida, tranquila pero mediocre, del Caballero del Verde Gabán, es, sin duda, negativa. El horizonte que ve, y que vemos, es restringido. Falta profundidad, falta una meta clara, en una palabra, el Caballero del Verde Gabán vive una vida limitada, de corto alcance, por falta de ideales. Don Quijote no puede pasar demasiado tiempo bajo el techo de aquella morada. En cuanto al palacio de los Duques y los aristócratas que allí viven, Cervantes nos muestra unas vidas superficiales, sin amor y sin ideales, en las que predomina el ocio, y en las que todo parece artificial, especialmente las burlas con que acogen a Don Quijote y Sancho. Vidas huecas, tan anquilosadas y mecánicas como el caballo de madera, Clavileño, con el que tratan de impresionar a Don Quijote y Sancho. Cervantes nos pinta una sociedad cruel, con rasgos sombríos inspirados en la picaresca en los diversos capítulos en que aparece, en la primera parte, el ventero y los varios personajes en torno a la venta, y también, en el episodio del capítulo iv de la primera parte en que el joven Andrés es azotado cruelmente por su amo, que se niega a pagarle por su trabajo, y a pesar de los esfuerzos de Don Quijote para conseguir un trato más justo, será azotado de nuevo. Injusticia social, explotación de los pobres, aparecen claramente en este incidente.

En cuanto a Mark Twain, su novela en torno a Huck Finn nos describe claramente la crueldad de una sociedad en la que los esclavos que huían eran perseguidos ferozmente y cuando eran capturados sufrían las penas más severas, una sociedad en la que el pretendido Duque de Bridgewater y el pretendido Rey de Francia pasan horas planeando engañar y explotar a sus víctimas, y en la que los miembros de la familia Grangeford, después de escuchar atentamente un sermón loando las virtudes del amor al prójimo y la fraternidad de todos los seres humanos, se abalanzan contra la familia enemiga, los Sheperdsons, en una serie de emboscadas y peleas en las que mueren por docenas los jóvenes de los dos bandos. La hipocresía, la mentira, la crueldad, son rasgos que aparecen a lo largo de la novela como típicos de la sociedad norteamericana sureña. (Y no olvidemos que Twain había ya fustigado la venalidad, la corrupción y la hipocresía de otras partes y capas sociales del país, sobre todo los banqueros, jefes de empresa, y políticos, en su libro de 1873, The Gilded Age, en el que afirmaba que la única clase totalmente criminal del país eran los miembros del Congreso.)

Claro está que, dadas las circunstancias históricas, culturales, y políticas, los escritores del Renacimiento no podían muchas veces expresar sus ideas en forma directa. Rabelais, por ejemplo, rodea sus críticas de detalles grotescos y absurdos que las hacen menos conspicuas; a los bufones y payasos siempre se les ha permitido mayor libertad de expresión.

Como era previsible, Cervantes tuvo que ser mucho más cauto en sus críticas que Mark Twain. La persona del rey era intocable, tanto física como figuradamente. Y tal cosa no ocurre en España solamente. No encontraremos en las obras de Shakespeare ninguna crítica directa o indirecta a la reina Isabel i. Lo mismo ocurre en el teatro de Molière con respecto a Luis xvi. Mark Twain, en cambio, escribe en un clima en que la libertad de prensa está protegida por la Constitución.

Tanto Cervantes como Mark Twain se dieron plena cuenta del alto valor literario y moral que puede alcanzar el humorismo. La risa nace del absurdo, de la sorpresa, del choque que nos produce lo inesperado, lo mecánico en el seno de la vida (como quiere Henri Bergson), nace también del subconsciente, y del deseo oculto que tenemos de ver que alguien se equivoca, y que por tanto nosotros, que no nos equivocamos, somos superiores. Con frecuencia el humor, igual que los dioses aztecas, exige víctimas. Lo más difícil para todos nosotros, incluso para un humorista profesional, es ser capaces de reírnos de nosotros mismos: al hacerlo nos desdoblamos, nos vemos al mismo tiempo por dentro y por fuera, y ello aumenta la conciencia de uno mismo sin la cual no hay verdadera sabiduría. Y, en efecto, la risa es fuente de conocimiento y de sabiduría. Si el humorismo nos muestra un mundo desordenado y caótico, en el que abundan la tontería, la estupidez, y la locura, sentimos después, casi enseguida, o quizá algo más tarde, la necesidad de ponernos al abrigo del error y, si tal cosa es posible, de corregirlo allí donde se encuentre, en los individuos, en la sociedad, en nosotros mismos.

No es necesario reafirmar ahora que ni Cervantes ni Mark Twain fueron mera y exclusivamente humoristas. La gran novela de Cervantes encontró pronto la fama y el éxito internacional posiblemente por un malentendido: se trataba, al parecer, de un libro sumamente cómico, lo cual es cierto, y de muy poco más. Esto explica, por lo menos en parte, que algunos críticos y literatos en España, y en la época de Cervantes, no prestaran a la obra cervantina la atención y el crédito que se merecía. Hay que tener en cuenta un factor cultural que hoy nos puede parecer un poco absurdo: la gran tradición literaria, a partir de Homero, había sido siempre la poesía, épica o lírica, y también el teatro; la novela, en la época de Cervantes, era un género relativamente nuevo, dirigido generalmente a un público poco culto, y por tanto merecedor de menos respeto y admiración que el teatro, que era también entonces teatro poético (al autor de una obra teatral se le llamaba "el poeta") y la poesía lírica. Deslumbrados por Lope de Vega, no supieron apreciar a Cervantes ni comprender que el mensaje de Cervantes era más universal y coincidía mucho más con una visión del mundo moderna en la que no es fácil doblegar a las fuerzas de la naturaleza, del mundo exterior, del mundo físico, a nuestro capricho poético. Los personajes del Quijote obedecen las normas del mundo físico, material, de la nuova scienza, como decían los italianos, que es la física; Sancho, manteado, disparado hacia arriba, vuelve a caer una y otra vez; a cada acción corresponde una reacción en sentido opuesto, como descubrirá Newton varias generaciones más tarde. Y nuestras ilusiones, tanto las de Don Quijote como las de cada uno de nosotros, están expuestas a erosionarse, gastarse, debilitarse, y desaparecer, a medida que los acontecimientos las contradicen y el mundo sigue cambiando. Todo ello es fuente de sabiduría, y también de regocijo para algún espectador, si bien puede ser igualmente una tragedia íntima para el que va perdiendo, o pierde bruscamente, sus ilusiones, como le ocurre a Don Quijote en la segunda parte a partir del encantamiento de Dulcinea y sobre todo al final mismo de la novela, cuando es derrotado por el bachiller Sansón Carrasco en el capítulo 64 de la segunda parte.

La grandeza de una obra literaria se hace más y más visible a medida que nos damos cuenta de que la obra da origen a diversas interpretaciones, a lecturas divergentes, lo mismo que un diamante, con sus muchas facetas, lanza su brillo en diferentes direcciones. Al lado de un Quijote cómico encontramos un Quijote trágico, descubierto y valorado especialmente por los críticos románticos alemanes en el siglo xix, y después exaltado y casi venerado por Unamuno, que lo convierte en héroe y casi en santo, llegando incluso a afirmar que Cervantes no alcanzó a entender del todo al personaje por él creado. El caballero manchego se convierte en símbolo de las más altas esperanzas y los más encumbrados valores morales, y de la frustración humana al no poder alcanzar todas las metas perseguidas ("España ha querido demasiado", diría Nietzsche). Lanzar la Armada Invencible contra una Inglaterra defendida por barcos y tempestades, tan lejos de España, y transportando un ejército insuficiente para alcanzar la victoria, fue una empresa que podríamos calificar de quijotesca y que tuvo lugar antes, incluso, de que apareciera Don Quijote.

Igualmente cabe decir que hay todo un aspecto de la obra de Mark Twain, y muy especialmente su novela Huckleberry Finn, que escapa a los límites estrictos de una novela humorística, o una novela para adolescentes, y se transforma en obra de arte universal. Cervantes había abierto de par en par las puertas de la novela moderna, y desde los novelistas ingleses del siglo xviii y algunos franceses (pienso ahora en el Candide de Voltaire, en que algunos aspectos del héroe francés nos recuerdan al caballero manchego) hasta los grandes novelistas del siglo xix, como Galdós, Dostoievski, Flaubert, es mucho lo que los grandes escritores le deben a Cervantes. Recordemos, por ejemplo, que las lecturas románticas de Madame Bovary son elemento esencial en su deseo de vivir una vida amorosa más plena, más satisfactoria, todo lo cual la lleva al desengaño final y a la muerte. Madame Bovary es hasta cierto punto un Don Quijote con faldas, plenamente erotizado en una sociedad estrecha, provinciana, que no puede ni quiere comprender sus aspiraciones, igualmente insensible y restrictiva, igualmente falta de imaginación y de sentido poético, que la sociedad que rodeaba al caballero manchego.

Y si pensamos ahora en una de las más hermosas e intensas novelas del siglo xix, La guerra y la paz, de Tolstoi, encontraremos, sin duda, ecos del Quijote en los personajes centrales, en Pierre Bezukhoi, en Natasha, incluso en el humilde Platón Karatayev, parecido a Sancho Panza. Lo mismo cabe decir de diversos personajes de Dostoyevski, como El príncipe idiota.

Ilustración de José HernándezEstos nombres gloriosos de grandes novelistas en el siglo xviii y xix han ido prestigiando la novela, colocándola en la cima de los géneros literarios. Es cierto que las grandes novelas del siglo xix son serias, no cómicas. Pero el mismo Twain sabía muy bien que el alcance y la profundidad de alguna de sus obras sobrepasaba con mucho el nivel de lo puramente cómico, y en su autobiografía niega haber sido pura y simplemente un humorista, señalando que a lo largo de su vida muchos otros humoristas –y nos da una larga lista, cerca de setenta y ocho– han conquistado la atención del público por algún tiempo, pero muy pronto han sido olvidados, simplemente porque eran humoristas y nada más; el humorismo desnudo no es más que un perfume, una decoración; pero si tras este humorismo se oculta un mensaje, vivirá eternamente. Y el mensaje de Mark Twain es que hay que luchar diariamente contra la hipocresía, la estupidez, y la maldad. La obra de Twain en donde este mensaje aparece más claramente es The Adventures of Huckleberry Finn.

En esta novela la parte central es el largo y lento viaje de Huck y Jim embarcados en una balsa que baja por el Mississippi, y este viaje es al mismo tiempo una educación intensiva para Huck y un rito de paso a la madurez; es una serie de lecciones acerca del verdadero carácter de los individuos y la sociedad; el transcurso nos da a conocer a estafadores, tramposos, mentirosos, racistas crueles y criminales empedernidos, frente a todos los cuales Huck mantiene su integridad y se afirma como joven –pero casi ya hombre– capaz de arriesgar su vida para proteger la libertad del esclavo Jim que viaja con él y que está en constante peligro de ser delatado y devuelto a su dueño, y que en efecto será reconocido y capturado, pero finalmente será salvado y puesto en libertad gracias a los esfuerzos de Huck y de su compañero y amigo Tom Sawyer.

Toda novela contiene capítulos más significativos y dramáticos que otros, que pudiéramos calificar de centros de gravedad del relato. El Quijote es mucho más largo que Huckleberry Finn, y la inagotable imaginación de Cervantes nos ofrece numerosos capítulos cada uno de los cuales puede parecernos en cierto momento como el capítulo central, esencial. Los capítulos iniciales son decisivos, ya que en ellos vemos la transformación de Alonso Quijano en Don Quijote de la Mancha. La aventura de los molinos de viento, la de león, la de los pellejos de vino en la venta, el retablo de Maese Pedro, Dulcinea encantada, la Cueva de Montesinos... la lista puede alargarse, y cada lector puede hacer su propia lista. Para mí, en Huckleberry Finn el capítulo decisivo, el centro y eje de la novela, es el xvi, en que Huck miente por primera vez (y habrá de mentir más adelante muchas otras veces) para que no se descubra que Jim es un esclavo negro que huye buscando su libertad. Le preguntan a Huck si alguien lo acompaña (Jim está escondido) y dice que sí, que un blanco lo acompaña. Antes y después de la mentira hay en la mente y el corazón de Huck una lucha digna de un héroe en el teatro de Corneille, entre el corazón y la mente; todo lo que ha oído y aprendido de su sociedad y su cultura, una sociedad esclavista y una cultura en gran parte hipócrita, le exige que delate al esclavo; pero todo lo que le dicta su corazón es que salve a Jim. Sin embargo, después de este acto heroico sigue el remordimiento. Es difícil oponerse a las normas de una sociedad como la sociedad sureña en Estados Unidos en aquellos años, en la que la ley, la costumbre y la opinión pública apoyan decididamente, con todas sus fuerzas y todos los razonamientos posibles, la institución de la esclavitud, y el castigo inexorable a los que tratan de buscar su libertad. La novela se convierte así en símbolo y cifra de las dudas, los remordimientos, las pasiones y los actos de rebeldía que habrían de culminar en la Guerra Civil, con Lincoln, Lee, Grant y la emancipación de los esclavos. Es, pues, al mismo tiempo novela e historia, o, mejor dicho, novela que contiene en su seno elementos que han de dar forma a la historia.

Igualmente, la novela de Cervantes contiene elementos de heroísmo, locura, mezquindad, platonismo renacentista y degradación picaresca, que no solamente dieron forma a la sociedad española de la época de Cervantes sino que fueron la clave de los mayores triunfos y las más tristes derrotas de la España del Siglo de Oro. Y debemos agregar que en un plano más concreto, a escala más reducida, las dos novelas se organizan en torno a dos viajes, el viaje por la España del centro y el sur, de La Mancha a la alta Andalucía, con una larga excursión a Barcelona, que Cervantes alaba profusamente como cuna de la cortesía y la cultura, y en la novela de Mark Twain el viaje descendiendo un caudaloso Mississippi que es casi como un mar, con sus pintorescos poblados en las orillas, sus buques de vapor con altas chimeneas y grandes ruedas impulsoras a cada lado, y en el horizonte las tierras cultivadas por esclavos como Jim que sueñan con la libertad.

Señalemos también que en ambas novelas asistimos al desarrollo de una amistad entre personajes que al principio parecen tener poco en común. Hay gran disparidad social, cultural, física e intelectual entre Don Quijote y Sancho. Huck Finn, muchacho blanco, no se parece al negro Jim, hombre maduro y jefe de familia, más que en su ignorancia, y ésta resalta más cuando está con Tom Sawyer, que parece haber leído todos los libros del mundo, por lo menos los libros de aventuras. Y en las dos novelas los personajes que más claramente encarnan el sentido común son los ignorantes, Sancho y Huckleberry Finn.

Quisiera anotar también que hay otro matiz, otro aspecto de la expresión literaria, que proyecta la influencia de Cervantes en la obra de Mark Twain. En el Siglo de Oro algunos escritores experimentan y crean una situación paradójica en la que el lenguaje se contempla a sí mismo. Lope de Vega escribe un soneto que, al leerlo, vemos cómo el poema va creciendo y se convierte en soneto:

Un soneto me manda hacer Violante,

Y en mi vida me he visto en tal aprieto:

Catorce versos dicen que es soneto,

Burla, burlando, ya van tres delante.

Cervantes, en la segunda parte de su novela, presenta a un Don Quijote ávido de noticias de sus hazañas, ya publicadas en la primera parte de la novela, es decir, un personaje de novela que quiere leer acerca de sí mismo, en su propia novela. La literatura se convierte en un laberinto de espejos. Este experimento es audaz, y sin embargo la idea de que el lenguaje bruscamente se muerda la cola como una extraña serpiente, nos remite a una antigua y ambigua frase de la Grecia clásica, que dice así: "Todos los cretenses mienten en todo lo que dicen. Puedo asegurarlo, porque soy cretense." Mark Twain nos ofrece una frase similar: "Todas las generalizaciones son falsas, incluyendo esta generalización." Cervantes juega con este laberinto de espejos en la segunda parte de su novela, en los capítulos ii, iv, y v, cuando Sancho le anuncia a Don Quijote que sus aventuras han sido registradas e impresas. Don Quijote se alarma, pero, curioso, desea leer sus propias aventuras, su propia vida de personaje de novela convertido en novela. Mark Twain nos ofrece un experimento muy parecido. En The Adventures of Tom Sawyer, Tom Sawyer y sus amigos Joe y Huck han huido de sus casas para correr aventuras; todo el pueblo los considera muertos, probablemente ahogados. Reunidos en la iglesia mientras doblan las campanas, vestidos de luto, los feligreses escuchan la oración funeraria en que el pastor protestante pasa revista a las vida de los tres muchachos, subrayando los aspectos positivos y olvidando los negativos, entre los sollozos de la congregación, mientras los tres muchachos escuchan sus propias vidas desde un escondido rincón de la galería superior, hasta aparecer dramática, triunfalmente, al final del sermón fúnebre. Literatura dentro de la literatura, ya que la oración fúnebre, desde los grandes oradores sagrados del Siglo de Oro en España, y Bossuet en Francia, es un género literario, y dos clases de vidas frente a frente, la vida "real" de los muchachos frente a la vida virtual, corregida y ennoblecida, del discurso del sacerdote.

Vemos, así, que el parecido entre Cervantes y Mark Twain; mejor dicho, el impacto de Cervantes en Mark Twain, aumenta a medida que penetramos en la experiencia vital de sus personajes principales y analizamos los recursos estilísticos de ambos escritores.

Los une también el hecho de que ambos fueron escritores profesionales y se ganaron la vida con la pluma, cosa rara en el Siglo de Oro y difícil hoy todavía. Los dos conocieron a fondo sus sociedades y las pintaron sin olvidar los aspectos negativos y criticables; el humorismo fue para ellos un arma de dos filos, un filo luminoso que nos brinda la alegría de la risa y un acerado y trágico filo que revela la mezquindad y la crueldad de la vida humana.

Los dos parten en sus obras centrales de lugares provincianos, difíciles de encontrar en el mapa: una aldea al borde de un gran río, y La Mancha, la parte más pobre, menos interesante y menos pintoresca de la seca meseta española, para llevar a sus personajes, paso a paso, a la universalidad y la fama eterna.

Finalmente, el impacto de Cervantes en Mark Twain asegura para siempre la presencia vivificante de la cultura hispánica en el seno creativo de la cultura norteamericana.