Ť Música, pocas posibilidades de embriagarse y torsos desnudos en el Cervantino
En La Yerbabuena las autoridades pudieron ver a los ojos al monstruo del fin de semana
RENATO RAVELO ENVIADO
Guanajuato, Gto., 21 de octubre. En La Yerbabuena se logró, por primera vez, que los jóvenes que acuden a reventarse los fines de semana al Festival Internacional Cervantino se encontraran con una alternativa estética fuera del amparo de los callejones y los gritos regionales. La noche los cobijó con música, pocas posibilidades de embriagarse por el alto costo de las bebidas y una moderada sensación de estancia.
La noche del sábado mantuvo en vilo desde el viernes a los organizadores, por la expectativa de escasa asistencia en la jornada que duró de las nueve del viernes a las primeras seis horas del día siguiente. "Tenemos 9 mil boletos vendidos", aseguraban con una sonrisa que reconocía la posibilidad que quien les pasó el dato estuviera maquillando las cifras.
Incluso
sonaron los primeros acordes del grupo español Estopa, y el diablo
nunca llegó a soplar para encender el escenario, retirado por un
viaje de al menos veinte minutos de la ciudad, y para colmo de males la
agrupación decidió suspender su tocada antes de que terminara
su turno.
Mientras tanto, en Silao, Andrea Echeverri y sus Aterciopelados se encontraban a la salida de su hotel, porque iban en los tiempos programados, y la peor pesadilla podría esperarse en esa terrible sentencia que dice que a veces cuando pasa lo que uno quiere, uno desearía que no fuera así: muchos jóvenes comenzaban a llegar, y como dicen en los hogares decentes, "no había qué ofrecerles".
Una decena de policías montados eran observados por jóvenes que se apretujaban en la entrada; incluso, una malla no resistió, pero ya adentro los amplios espacios alrededor del escenario rompían ese vértigo de precipitarse a un espacio limitado que había precedido.
Alrededor de 350 tribus de dos o tres miembros habían decidido armarse de valor y aceptar quedarse en las tiendas de campaña que se les ofrecieron. Eran quizá los más preparados, porque llevaban sus bebidas y no tenían que amontonarse a pagar 25 pesos por un cerveza o igual cantidad por un tequila con toronja.
Casi no olía a mota, raro pero cierto. Y fue el grupo colombiano el que vino a "colaborarle" a Osorio, paisano suyo aunque mitad guanajuatense, para que prendiera lo que ya no tenía regreso, porque incluso la noche había decidido ser serena y poco fría.
Cuando la florecita roquera terminó de cantar, con esa sensualidad negada y por lo tanto ratificada de Echeverri, ya era auténticamente una gran tribu pacífica, ajena a las medidas de seguridad que se concentraban en torno al escenario, sobre todo.
Algunos jóvenes, principalmente los que llegaron primero, ya esperaban en semiestado de embriaguez a Enrique Bunbury, que con su ronca voz y sus ademanes afectados terminó la labor que iniciaron los colombianos.
Injusta la palabra "terminar", porque en realidad Bunbury puso a la gente a empezar procesos, digamos de socialización, de alcoholización, de valeroso reto a la frescura de la noche, mediante la exposición sin camisa de torsos casi todos flacos, por esa moda que se da en los últimos tiempos, o bien procesos de integración en pirámides de dos, porque a muchas y muchos les dio por dejarse cargar.
Anuladas quedaban en la pupila las imágenes del día anterior, de un escenario desolado, de alrededor de 2 mil jóvenes inventándose un entusiasmo poco creíble, si no fuera por los buenos oficios lo mismo del grupo Legen, de Croacia, que Los de Abajo, de México, o la actuación por venir de los dj.
Escenas de amor, de amistad, pocas de exceso. Una especie de certidumbre recorría la arcilla: se había hecho una buena decisión, quizás no la mejor, por lo de las bebidas, al aceptar la invitación a salir de la ciudad.
Dicen los organizadores que fueron 20 mil, ya convencidos que lograron si no vencer al monstruo de los fines de semana, si por lo menos verle a los ojos y mantener la vista fija. Quizás no tantos y fueron menos los que se quedaron a la actuación de Salón Victoria, mientras una nube provocada por los pasos sobre arcilla de quienes regresaban cansados a Guanajuato, ya un poco vencidos, le ponía al momento su toque de leyenda.