Jornada Semanal,  21 de octubre del 2001                               nùm. 346
Collage de Arturo Fuerte
  Enrico Mario Santí

Respuesta y reconciliación de Octavio Paz

Enrico Mario Santí habla en este texto sobre el tomo 14 de las Obras completas de Octavio Paz y, en particular, sobre el largo poema “Respuesta y reconciliación” que, como nos recuerda Santí, es “uno de dos (el otro, como se sabe, es ‘Piedra de sol’) al que dedica, de todos los poemas en su vasta obra, una crónica de su composición”. Santí también echa luz sobre las razones de la importancia que el propio Nobel mexicano concedió siempre a ese poema, en el que se asoman Quevedo, Sor Juana, la ontología y muchas otras preocupaciones que el poeta compartió –y sigue compartiendo– con todos sus lectores.

Las noventa y siete piezas que recoge el nuevo tomo 14 de las Obras Completas de Octavio Paz reúne textos que por diversas razones no se habían recopilado en los anteriores tomos de la colección y nos ayudan a completar el retrato de la obra del Premio Nobel mexicano. El texto más antiguo es de 1937, el más actual de 1997 (7 de julio), un arco de sesenta años que el escritor ostentaba como medalla. Pero la gran mayoría, setenta y uno del total, data de los últimos diez años de producción del escritor. Si originalmente el tomo 13, Miscelánea I, fue concebido para Primeros escritos, el 14, Miscelánea II, lo fue para los últimos. El plan original no se cumplió a carta cabal, pero el contenido del segundo todavía lo resiente. Es un tomo de textos de despedida a amigos y escritores que por esos años se iban –de Neruda y Cioran a María Zambrano y Cardoza y Aragón. También un libro de recuerdos –el sobrecogedor ensayo en torno a Torres Bodet, la terrible memoria sobre Usigli, los conmovedores recuerdos de Mixcoac, su padre y su abuelo, Ireneo Paz. (Por cierto, es el único de sus libros donde aparecen juntos estos tres testimonios familiares). Por último, es el tomo que recoge el testimonio de Paz sobre las batallas políticas que libró en México durante sus últimos años de vida, aún después de la consagración del Premio Nobel. "Durante años y años", dice en uno de los momentos más notorios de la última década, "me rodeó la indiferencia, después la suspicacia. Fui excluido, ninguneado, negado. Tarde ya, logré que me escuchasen; apenas comprendieron lo que decía, me apedrearon... En los últimos años alcancé notoriedad. Fue peor: mi nombre, antes rodeado de silencio, ahora provoca denuestos e improperios." Los textos del tomo 14 conforman, entre otras cosas, una insólita crónica de la batalla de Octavio Paz contra la indiferencia, el ninguneo y el improperio.

Se divide el tomo de cuatrocientas páginas en diez secciones, distribuidas según el tomo a que corresponde, cual versión reducida o microcosmo de toda la colección. Las secciones menores son la primera y la última, con un texto cada una; las mayores, la segunda y la octava, con doce y veintisiete, respectivamente. No es un azar que los textos que más abundan sean los dedicados a la cultura hispánica, incluida la mexicana, su arte y su política. Los años más representados son el ’92 (con catorce) y el ’94 (con dieciséis). Esos dos años son clave: a la zaga del Premio Nobel, Paz retoma la pelea por la cultura mexicana en el debate sobre el llamado Coloquio de invierno; y siete años después, vuelve a salir a la palestra con motivo de la crisis del neozapatismo. Ambos incidentes provocaron algunos de los textos más candentes del tomo. La estructura del libro todo es reveladora: el único tomo no representado es el 11, que en las Obras completas es el que recoge los poemas de Paz.

Sin embargo, la poesía es lo que abre y cierra el tomo, tanto en el primer texto, que introduce sus poemas extensos (Delta de cinco brazos) como en el último, la tercera remesa del Pacto verbal. La poesía está presente, igualmente, en los distintos textos dedicados a poetas, de Sor Juana a González Esteva, y en todos los aspectos de la prosa del escritor. Además, seis de las diez secciones contienen lo que el libro llama Instantáneas: pequeños elogios de figuras a quienes Paz conoció personalmente y cuya obra estimaba –Jakobson y Howe, Peret y Victoria Ocampo, Rossi y Xirau, Matta y Rivera. No es exagerado decir que las Instantáneas funcionan como fogonazos, relámpagos de intuición dentro del discurso del tomo, un poco como aquellas "Intermitencias del oeste" que rompen el ritmo acompasado de los poemas de Ladera este. Entre todos los elogios del libro tal vez el más conmovedor sea el dedicado a María Félix –"María no es bonita, es bella"–, sin duda el piropo más inspirado de toda la historia de la humanidad. Todo ello demuestra la presencia de la poesía en el tomo 14, no sólo por la calidad de la prosa de un poeta, sino por la generosidad que permea a todo el libro. Como el Aleph de Borges, la poesía está en todas partes por no tener un lugar asignado. Dice el último texto: "[La poesía] es el arte más antiguo y universal; nació con el lenguaje mismo y ha acompañado a los hombres en todas sus aventuras terrestres. Hay pueblos sin filosofía o sin novelas; no hay pueblos sin poesía."

Sería injusto, por tanto, llamar a esta recopilación un mero tomo de notas periodísticas. El "periodismo" de Paz es la máscara de la intuición poética. En un texto sobre "Poesía y periodismo" que recoge el tomo, agradeciendo el Premio Mariano de Cavia, Paz afirmaba que el poeta moderno, como el periodista, "se ha vuelto el explorador de los subsuelos psíquicos y sociales, el reporter de los movimientos de la conciencia al internarse en sí misma, el cronista de las aglomeraciones urbanas y de esos islotes que son, en el mar de la ciudad, las parejas de los enamorados". Este es, me parece, el tema, o mejor dicho, el impulso secreto del texto más notable de todo el tomo: "Reflejos: réplicas. Diálogos con Francisco de Quevedo." Miscelánea él mismo de prosa y poema, en ese texto Paz ofrece una crónica de sus encuentros y desencuentros con el poeta barroco, y cómo durante sesenta años de relectura y escritura, osciló entre la fascinación y el repudio de la obra y figura de este gran poeta. (En medio de la polémica con Monsiváis, en la página 314, no olvidemos, denuncia la manera en que Quevedo favorecía las razones de Estado por encima de la conciencia moral). Si en su juventud Quevedo llega a obsesionarle y escribe sonetos neobarrocos inspirados en su obra –a cuyo estudio, por cierto, Anthony Stanton le ha dedicado luminosas páginas– en 1960, justo al principio de su segundo periodo parisino, se compenetra aún más con el Quevedo erótico a través de la desconstrucción de "Homenaje y profanaciones", la suite de poemas a la manera en que Picasso había desconstruido Las meninas de Velázquez.

El tomo 14 incluye el poema "Respuesta y reconciliación", que Paz publica en 1996, pero que en realidad empieza a escribir a fines de 1995. Ese texto tiene una peculiaridad: se trata, a un tiempo, del último poema extenso que escribió Paz y uno de dos (el otro, como se sabe, es "Piedra de sol") al que dedica, de todos los poemas en su vasta obra, una crónica de su composición. Eso demuestra la importancia que su autor le concedía. Originado en su lectura de libros de cosmología, que tratan el origen y finalidad del universo, el poema es una respuesta a la terrible pregunta de Quevedo: ¿qué respuesta nos debe la vida? La respuesta de Paz: ninguna. Su poema responde "a una antiquísima pregunta y una reconciliación con nuestro destino terrestre". La reconciliación es con el orden del mundo, incluyendo la muerte: "todos y todas, todo/ es hechura del tiempo que comienza y se acaba". La reconciliación de Paz, que proféticamente incluye a su propia muerte, ocurrida apenas dos años después, abarca, en primer lugar, la capacidad espontánea del ser humano de crear con el lenguaje: "Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece/ y da frutos insólitos, palabras./ Se enlazan lo sentido y lo pensado,/ –tocamos las ideas: son cuerpos y son números." Y, en segundo lugar, se reconcilia con lo opuesto, el silencio, vale decir, el agotamiento del tiempo, suyo y del universo: "El hombre y la galaxia regresan al silencio. ¿Importa? Sí –pero no importa:/ sabemos que ya es música el silencio/ y somos un acorde del concierto." 

¿Habrá notado alguien que el estoicismo final de Paz en estos versos encierra, a su vez, un juego conceptual con su propio apellido? La misma "paz de los sepulcros" que Quevedo asociaba con la lectura de los clásicos, Paz la identifica con la música de las esferas que tanto había fascinado a Sor Juana, su otro yo, en Primero sueño. Ese último poema extenso es, por tanto, un testamento poético. La reconciliación con el mundo, que atraviesa las obras de Quevedo y Sor Juana, lo reconcilia con otro poeta: consigo mismo. 

Mucho hay que agradecerle al Círculo de Lectores, y en especial al Fondo de Cultura Económica, por darnos esta Miscelánea que nos ayuda a completar el retrato de uno de los más grandes espíritus de nuestros tiempos.