DOMINGO Ť 21 Ť OCTUBRE Ť 2001

El cura-monasterio

ALEJANDRO JODOROWSKY

La expresión "paso de ganso" se refiere a esa forma ostentosa y hasta ridícula en que marchan los ejércitos fascistas. Alejandro Jodorowsky titula así, El paso del ganso, su nuevo libro, en el cual reúne fábulas y relatos de diversas etapas escriturales, y muestra su preocupación por las tendencias totalitaristas en el mundo contemporáneo. La editorial Mondadori pondrá en circulación este volumen. Aquí, un adelanto

jodorowsky-alejandro.3.jpgNo tengo sotana. Vivo dentro de un tarro en el patio del convento. Los monjes me lanzan un pedazo de pan. A veces dentro del pan hay queso. El domingo, antes de que lleguen las visitas, me hacen salir del tarro para que vaya a esconderme al bosque. No me alejo mucho. Me subo a un cerro y vigilo. Sé que el monasterio tiene los cimientos podridos. Por eso no debo cejar. Si detengo mis esfuerzos y dejo de contraer los músculos del vientre, comenzaré a desplomarme por el campanario. Tic-tac, son las dos.

Cuando llegué era un simple cura. Un día comenzó a trizárseme un ladrillo. Salí del tarro, medio sonámbulo, me dirigí a uno de los muros, enyesé la quebradura y se me alivió el dolor.

Luego empecé a sentir las murallas. Una plaga de ratones cavando galerías me hizo sufrir con sus mordiscos antes de que llegara a acostumbrarme. Aún toso. También me molestó el peso de tanto crucifijo y los clavos de aquellos cuadros con ángeles, enterrándose en mi estuco cual alfileres en la médula de los dientes. No podía comer el pan: me acostumbré.

La torre y los cimientos vinieron después. Sentir las campanas agitándose dentro del hígado fue una felicidad que pudo únicamente ser destruida por la carcoma que devoraba mis cimientos. Comprendí mi labor: día y noche debería velar para no desmoronarme. Que mi campanario, que mis paredes, que mis pisos no se sumerjan en el abismo depende de mi resistencia. Contraigo el vientre. Yo soy el cura-monasterio. Debo luchar.

Los monjes dicen que no soy cura. Cuando les digo que me duele un vitral, se ríen. Cómo explicarles que sé exactamente el número de pasos que dan sobre mis baldosas. Explicarles que siento debajo de mis costillas sus vueltas y revueltas bajo las sábanas. No me creen. Ayer bebí cuatro litros de vino. Salieron al patio dándose golpes en el pecho y gritando: "¡Temblor de tierra!". Al que se ríe más, le dejé caer una cornisa en la tonsura.

Ellos piensan que el monasterio es eterno. Yo sé que voy a morir. No estoy loco: yo no digo que soy el monasterio. (Me refiero a su materia). Soy la conciencia de él. Al mismo tiempo existo como hombre. No es complicado. No tiene nada de raro. Si me embriago, el monasterio tiembla. Si el viento atraviesa las ventanas, me dan escalofríos. Mis colegas tratan de salvar sus almas. Yo lucho para que los cimientos podridos no se derrumben.

El ruido de sus plegarias me produce grietas. Les he propuesto que recen pensando. Han cantado más fuerte. Justo debajo, hay una trizadura que hará hundirse el altar. El dolor lo tengo en un riñón. Son ellos los que me están destruyendo con tanto moscardoneo, tanto crucifijo, tantos cuadros, tanta agitación bajo las sábanas. Son ellos los que me alimentan mal. Son ellos los que mañana me derrumbarán.

Es domingo. Ha venido con su hermoso uniforme militar el Presidente de la República, seguido por veinte caballeros de la aristocracia y muchos soldados. Estoy más enfermo que nunca. Se han puesto trajes de gala. Parecen vestidos como para un baile. Ya no doy más. ¿Por qué no me tocó ser cura-volantín o cura-hierba? Haría sido delicioso sentir el aire puro de la altura agitando mi simple papel de color o la tierra dulce apretando, tibia, mis raíces.

No tengo dudas sobre lo que soy. No obstante, experimento el deseo de probar, a ellos y a mí, tangiblemente, que soy el monasterio. Aquí hay algo que está mal. Uno: si no me decido a relajar el vientre, jamás caerán las murallas y nunca podré tener la prueba. Dos: si me decido a dar el mortífero paso, a costa de la destrucción tendré esa prueba. (Soy hermoso; bajo la lluvia mis tejas brillan como escamas de salmón). ¿Pero si las murallas, a pesar de mi acto, no cayeran?

No dejaría de ser lo que soy. Probablemente no sea aquel monasterio sino otro idéntico que puede estar en cualquier parte. Además, ¿es necesario que exista un monasterio "real"? Me basta saber que si dejo de contraer los músculos del vientre, yo, yo mismo me elimino.