Hace poco más de un año, el 29 de marzo de 1999, cuatro
mujeres, Rohry Benítez, Adriana Candía, Guadalupe de la
Mora y Josefina Martínez, vinieron a verme enviadas por Carol
Byrd porque habían escrito un libro colectivo sobre los asesinatos
de mujeres y niñas en Juárez. Se reunían en un
taller literario; las cuatro querían ser escritoras, poetas,
pero la realidad de Juárez se impuso y salieron a la calle y
se convirtieron en reporteras de los crímenes, la tortura, el
desprecio a otras mujeres tratadas como basura, 187 mujeres y niñas
apuñaladas cuyos cadáveres fueron encontrados en el desierto,
en los arenales, en los baldíos de las colonias más pobres
como la Nueva Hermila, el Lote Bravo, el Puente Libre que une a Juárez
con El Paso. Semidesnudas, sus calzones atorados en los tobillos, su
boca en un grito, sus ojos desorbitados; el lenguaje corporal de las
muchachas refleja el atroz sufrimiento al que las sometieron.
Siete mujeres defienden a 187 muertas
Nos veíamos cada sábado dice Adriana Candía.
Somos siete mujeres, todas más o menos de 30 a 37 años.
Queríamos prepararnos para escribir ficción, leíamos
teoría, crítica, escribíamos cuentos, novela. Llegábamos
al taller a conversar, a leer en voz alta nuestros cuentos y analizarlos
entre todas.
¿Y tenían maestro?
No, la idea del taller fue mía, porque hice una maestría
en literatura en la Universidad Estatal de Nuevo México y desde
ese tiempo estaba tratando de escribir. Pensé que quizá
otras mujeres en Ciudad Juárez tuvieran la misma inquietud; a
algunas de ellas las conocía, a otras no y nos integramos como
taller siete mujeres, entre ellas Isabel Velázquez, periodista
que nació en Ensenada, Baja California, y que tiene más
de diez años viviendo en Ciudad Juárez y ha sido editora
de periódicos. Ramona Ortiz, también periodista que está
terminando su maestría en literatura en la Universidad Estatal
de Nuevo México, y la última, Patricia Cabrera, editora
de una sección cultural en el periódico El Diario. Casi
todas tenemos diez años de experiencia en periódicos,
pero el problema de las muertas de Juárez nos rebasó,
esos asesinatos en serie nos fueron envenenando el alma y decidimos
hacer este libro porque los sábados que llegábamos al
taller, les preguntábamos ávidamente a las compañeras
que todavía trabajaban en diarios: ''¿Qué está
pasando? ¿Qué sucedió con esta mujer?". Ante
la magnitud de los asesinatos y la indiferencia y el desprecio de las
autoridades y de los medios de comunicación, decidimos hacer
un libro por razones humanitarias (pero desde luego, no filantrópicas).
Lo hicimos, de entrada, porque somos mujeres y porque veíamos
que no era posible que no se publicara algo más fiel a lo que
pasaba.
La nota roja
Básicamente dos periódicos dice Adriana Candía,
El Diario y El Norte de Juárez, se limitaron al manejo de la
nota roja: cómo fue encontrada la muchacha, en qué estado
estaba el cadáver. Se publicaron, en primera plana, fotografías
muy agresivas, muy amarillistas.
¿Nunca se entrevistó a los familiares, a los dueños
de las maquiladoras?
Hubo algunos intentos de reportaje, creo que en los dos, pero ninguno
en profundidad, todos muy parciales. Hay un manejo machista de los editores
porque para identificar, por ejemplo, la sección en la que venía
la crónica, ponían de portada un tacón rojo, lo
cual equivale a decir: ''Eso puede suceder en Juárez porque estas
mujeres eran prostitutas". Esto hace que la misma comunidad de
Juárez no se sensibilice frente a algo tan terrible, porque los
diarios denigran a esas mujeres, insisten en que llevaban una ''doble
vida" eran prostitutas y, por tanto, estaban expuestas a que
las mataran.
¿No hay quién las defienda?
Las mamás se han encargado de decir que sus hijas eran trabajadoras
y que algunas también estudiaban, pero incluso a las mamás
se les ha tratado de convencer de que no, que aparte de estudiar y trabajar
llevaban otra vida y en la calle: que se prostituían, que no
les decían la verdad y que en la noche se iban por ahí.
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