Jornada Semanal,  30 de septiembre del 2001 
 Francisco Cervantes

Howard Campbell y Kurt Vonnegut

Ludwig Meidner, Ciudad apocalíptica, 1913 
En este breve y encendido ensayo, Francisco Cervantes aprovecha una relectura de Madre noche no sólo para revisar “las cualidades del libro de Vonnegut” sino, sobre todo, para recordarnos que “toda la actividad desarrollada para evitar el triunfo de los seguidores del aniquilamiento humano, es así, cruel también, pero indispensable”. Y aunque Cervantes se refiere, vía Vonnegut, al régimen nazi, es imposible no pensar en estos tiempos que, en materia de rudimentaria irracionalidad, no tienen nada de nuevos ni de modernos.

Hasta ahora nunca quise ocuparme del cabo austriaco. Evité de todas las maneras tocar el asunto. Pero ante una especie de celebración trágica, que se da en mi entorno –revistas, artículos, etcétera– no me queda más remedio que dejar muy claro mi rechazo a este personaje y los sucesos que envolvieron tanto su aparición como su presencia universal. Pretender minimizar el inmenso daño que hizo a la humanidad resulta comodino y quizás hasta favorecedor del atroz crimen que representó, por la gran irresponsabilidad y disimulo que tuvo el mundo, en la persecución y ejecución del mundo judío.

Leyendo últimamente Madre noche de Kurt Vonnegut, me di cuenta de que todo olvido o ninguneo de la existencia del régimen nazi está colaborando a su resurgimiento. Ciertamente, alabar al escritor norteamericano me parece que es un buen punto de partida para recordar el sacrificio innoble que esta infame bestia escenificó. La aparición de grupos que pretenden glorificarlo en Europa, Canadá, Estados Unidos y en la América de habla española o portuguesa me inclinan a ello.

Para avanzar de menos a más, empiezo por recordar el invierno de 1977. En un viaje a través de renfe de Madrid a la Coruña, compré, en la estación, algún libro para ocupar mi mente durante el trayecto a ese puerto gallego. La ilusión de disfrutar toda clase de suculencias de frutos del mar me hubiera bastado. Y ése hubiera sido el caso, salvo que el libro que compré fue Madre noche precisamente. La editorial española le puso una solapa en la que se citaba a otro escritor norteamericano que decía que, entre otras cualidades, la obra de Vonnegut era posiblemente la única novela en la que se trataba al nazismo de un modo afortunadamente humorístico.

Definitivamente, y aunque el humor sardónico de este ficcionista de origen alemán no intenta ver de una forma divertida el asunto de la bajeza increíble que significó la intervención alemana y que algunos quieren olvidar que estuvo a punto de dominar el mundo, consigue aun con ligereza estremecernos. Resulta vergonzoso creer que cualquiera de nosotros –que no somos arios– pudiera siquiera haber sobrevivido al exterminio de la pretendida pureza racial. Además de iluso, resulta más que sucio, por decirlo con el adjetivo más volátil.

Quizás conviene, antes de pasar a mayores, ver las cualidades del libro de Vonnegut, que abunda en ellas. La ligereza y el tono burlón del espía norteamericano infiltrado en Alemania (al menos en la ficción), nos hacen tolerable la memoria de esos días. Howard Campbell representa de alguna manera la actitud irresponsable de Estados Unidos, Francia y todos los países que vieron con simpatía la destrucción casi total de Rusia y las naciones europeas invadidas. Pero Campbell representa la contaminación, peor que cualquier peste provocada por el hecho o la cercanía con lo nazi.

A más de medio siglo de distancia, y aun con la apariencia –totalmente probada en la historia– de la necesidad de rechazo absoluto, para aniquilar al monstruo nazi, no es suficiente Madre noche con sus falsas moralejas, así llamadas por su autor, que nos deja muy en claro que cualquier acercamiento con esa miseria debe ser evitado. Que aún en la lucha heroica contra ellos mucho veneno y huella del crimen nos queda. El autor dice que quizá la única moraleja válida sea: "Ciudad con lo que fingimos ser porque eso es lo que somos." La vida de Howard Campbell, así como su reincorporación a Estados Unidos, está rodeada de una ironía macabra, como inevitablemente lo es cualquier referencia a esa época. Necesario sin embargo es enfrentarla, y creo que el escritor norteamericano la afronta de la única manera en que lo permite la mancha de oprobio que significó. Tanto el oficial del ejército norteamericano, defensor de Campbell, como sus perseguidores, resultan grotescos, pero vista desde nuestro tiempo, toda la actividad desarrollada en el mundo para evitar el triunfo de los seguidores del aniquilamiento humano, es así, cruel también, pero indispensable. Su recuerdo tiene que invitarnos a volver el estómago, cuando menos. El libro de Vonnegut cumple todas estas exigencias, y diría que su falta de estilo permite una calidad ética fundamental.

Ahora que está tan de moda la glorificación negra de los miserables hechos, y que se le dan valores épicos a este ser que no sabemos cómo llamar para no ofender a ningún animal, obras como la del novelista norteamericano se presentan como recomendables, con fines de salud pública y de higiene tanto emotiva como humana.

Ante el descuido que cometen muchas publicaciones intelectuales y puramente amarillistas, al celebrar la asquerosa memoria del cabo austriaco y sus carniceros, sería necesario, después de leer Madre noche recordar libros como el Apocalipsis y repasar imágenes, por repulsivas que sean, de los campos de exterminio y de las ciudades alemanas después de la guerra.