sabado Ť 29 Ť septiembre Ť 2001

 Miguel Concha

Maniqueísmo político

Desde el 11 de septiembre no se observan sino muestras de indignación, de dolor, pero también de profunda preocupación. De indignación, por los trágicos acontecimientos terroristas de Nueva York, Washington y Pennsylvania; de dolor, por los miles de víctimas inocentes que allí perdieron inútilmente la vida, y de profunda preocupación por el rumbo que puedan seguir el orden jurídico internacional y la paz mundial.

Por ello, el llamado al que convocó después el presidente estadunidense requiere de análisis históricos, económicos, sociales, políticos y jurídicos serios, en los que no pueden faltar también los argumentos éticos e incluso teológicos. Los mismos hechos, en su realización, sus causas, sus motivaciones y sus efectos así lo demandan.

Felizmente tales análisis ya se han venido haciendo de manera empírica por parte de hombres y mujeres de buena voluntad en ambos lados de la frontera, y en forma crítica por intelectuales independientes de los dos países. Hemos de escucharlos y ponderarlos con atención. No podemos en efecto dejar decisiones políticas, de las que quizás depende el futuro de la humanidad, y de nuestro propio país, a la ignorancia, la superficialidad, el pragmatismo, el oportunismo, la cólera y el vedetismo. Como ciudadanos del mundo, no podemos tampoco permitir que el reconocimiento y el respeto de los derechos humanos y de las libertades públicas, así como la construcción y salvaguardia de la democracia y de la convivencia pacífica de la humanidad sigan sometidos por la fuerza a los intereses económicos y políticos estratégicos de un gobierno imperialista. Esa sería otra forma de terrorismo, igualmente repudiable, que todos lamentaríamos.

Como mexicanos, no hemos por ello de tolerar que los principios históricos en los que se basa nuestra política exterior, sobre todo en casos de conflicto, se vean sacrificados sin consulta a los intereses hegemónicos no del mundo, sino de una gran potencia. Sería lo último que nos faltaba. Como latinoamericanos, no podemos aceptar que con un lenguaje mítico, y por demás maniqueo, se nos pretenda ocultar la verdad de hechos que no relevan de ese tipo de conocimiento.

No hace mucho que el premio Nobel de la Paz 1958 explicaba que muchos, sobre todo si son poderosos, o están sumidos en la desesperación y el desencanto, están tentados a aplicar en su provecho una división vertical entre el bien y el mal: yo soy quien posee la verdad, por tanto el otro está en el error. "Hay que sustituirle -recomendaba- una división horizontal y tomar la fórmula del profesor Etiénne Cornelis, de la Universidad de Nimega: 'la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada hombre'" (Construir la paz, Editorial Fontanella, Barcelona, 1969, p.83).

El P. Dominique Pire, quien recibió el premio por haber consagrado su vida a los desechos de la segunda Guerra Mundial, los ancianos, lisiados y enfermos por los que nunca pasó ningún tren en la estación, por no constituir mano de obra útil para la reconstrucción de Europa, lo aplicaba como obstáculo a la realización del diálogo en las épocas más duras de polarización de la guerra fría. "No se trata de que un humano posea la verdad. Se trata solamente -decía- de ser poseído por ella. Y no hay nadie que esté totalmente poseído por la verdad, ni nadie que esté totalmente desposeído de ella", lo que para el caso del conflicto que nos ocupa ha venido de nueva cuenta siendo esclarecido, en los albores tramposos de una aparente nueva polarización, por los mismos intelectuales estadunidenses independientes.

A ello se debe que el pasado jueves por la mañana muchos mexicanos hayamos comenzado a firmar desde la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM un documento elaborado por la Asociación por la Unidad de nuestra América, que con sabiduría establece en una de sus partes centrales lo siguiente: "En este momento hay el peligro de caer en una u otra forma de maniqueísmo, que convencionalmente sugiera que el bien está de nuestro lado y el mal es propio de los demás; que en vez de encarar los hechos serenamente y con objetividad, se proceda a partir de prejuicios en actitud vengativa, se lance una cacería de brujas y reprima a quienes no habiendo participado en las acciones terroristas, se les vea como sospechosos y aun culpables por profesar cierta religión, o por su origen étnico o nacional". Ť