DOMINGO 9 DE SEPTIEMBRE DE 2001


La moda de los tatoos

"La existencia duele"

Francisco Concha es filósofo por casualidad y tatuador por oficio. Es un hombre libre, pero "socialmente incorrecto", que por decisión propia decidió convertirse en una especie de "Frankenstein" chilango. En una charla con Masiosare, repasa la línea que une al tatuaje con la vida y el dolor

Daniela Pastrana

La frase sale suavecita, monótona, como si el tema de la charla fuera el reporte del clima: "El dolor que tienes adentro es tan grande, que para no hacerle daño a los otros te lo haces a ti".

Parece broma, pero no es. Hace media hora que este hombre de voz rasposa y mirada directa, que aparenta menos años de los 36 que dice tener, se atravesó la parte más sensible del cuerpo de los hombres: el pene. El solo. Dicen sus ayudantes que las piernas le temblaban cuando se introdujo el catéter. Que entró "en un trance"...

mas-mugro.jpg"Es un dolor físico, neutraliza el otro (del alma)", asegura ahora Francisco Concha, tatuador y perforador desde hace 10 años. Y si no fuera por ese delator gesto al acomodarse en la silla, parecería que el cuerpo tampoco le duele. Más bien se ve divertido.

-Puedes calmar tu dolor, pero no lo curas...

-Sí, se te cura -insiste, muy serio.

Concha, para más señas, sabe de dolores. Las 21 marcas que tiene en el rostro lo atestiguan. Son cicatrices de perforaciones que se hizo por cada dolor muy fuerte. Y que igual se quitó de un jalón en otro doloroso momento. Así ha construido su cuerpo. Más de 50 tatuajes, rastas, expansiones en las orejas, argollas en cada uno de los pezones. Y lo que a muchos puede aterrorizar: cuatro incrustaciones (bolas de metal dentro de la piel) y tres perforaciones en el pene, grecado a colores con un tatuaje que él mismo se hizo.

-¿Qué es lo que más te duele, Concha?

-La existencia.

***
De los 55 tatuajes que tiene en el cuerpo, el que más le gusta es el primero: una lengua de los Rolling Stones que se hizo hace 16 años en Tepito, con los BUK (Banda Unida Kiss), enemigos de los legendarios Panchitos. El último se lo hizo la semana pasada. Es el nombre de Joanna, su chica hasta hace unos días, que ahora trae grabado en la pantorrilla derecha.

Concha ha ido coleccionando tatuajes de lo que le gusta y lo que le disgusta. Así, la Virgen de Guadalupe, que tanto le molesta, comparte espacio con Zapata y el escudo nacional. En la espalda tiene la imagen del subcomandante Marcos y en el pecho la "S" de Superman. En el cuello usa algo que parece araña, pero es "un ojo de largas pestañas". El ojo de su padre.

Más bien flaco, aunque no le gusta que se lo digan, Concha es un hombre muy peculiar. "Difícil -admite-, muy estricto conmigo y con los demás". Hace seis años estudia filosofía en la UAM Iztapalapa y no va a salir, jura, "hasta cumplir los cuatro que me faltan". No porque no estudie, sino porque nunca entrega trabajos. No quiere, punto.

-¿Por qué filosofía?

-Escogí la carrera "de tin marín" -dice con amplia sonrisa-, pero me gusta. Me hace pensar.

Y pese a lo que pudiera creerse, también vota. No dice por quién ("el voto es secreto"), pero aclara que no votó por Vicente Fox. "No me cae bien, ni él ni su política".

-Así que crees en la democracia...

-¿Por qué no? Soy un ente político.

Sí, pues. Este ente político tiene que soportar muy seguido el costo de provocar miedo por su apariencia. Hace dos semanas, para no ir más lejos, le impidieron entrar al Aniway, un bar lésbico-gay de fama en la colonia Roma. Todavía traía los metales en la cara. Y no hubo argumentos: "Nos reservamos el derecho de admisión".

Concha jura que ya se acostumbró. "Es natural. Si a veces me veo en el espejo y pienso: 'soy un monstruo'".

Lo curioso, según él, es que justo por eso le gusta a algunas mujeres. "Cuando empecé a perforarme era para que nadie me volteara a ver y para mi sorpresa, a muchas mujeres les resulta erótico", dice sonriente.

***

Ay, las mujeres. Son mucho más valientes que los hombres, jura Concha, esmerado en el tatuaje de Lorena, una chica de 18 años que quiere una R, la inicial de su ex novio, que se fue a Estados Unidos. Ella (¿quién no a los 18?) quiere traerlo marcado toda la vida.

Lorena escogió un lugar doloroso, justo arriba de la cadera. A la mitad del trabajo hay que darle un refresco y dejarla descansar. Y de nuevo a darle. La chica se muerde los labios, crespa las manos, aprieta fuerte los ojos. Pero no emite una queja. Después de una hora, sale sonriente con la R "de Raúl" adentro de la piel.

"Las mujeres son mucho más valientes", repite Concha. Luego explica: "Hay quienes se desmayan. He tenido militares que no soportan el tatuaje". Sobre todo, en algunas partes difíciles: las muñecas, el vientre, el ombligo... Perforar un clítoris, por ejemplo, "es muy delicado". Y los tatuajes en los labios exteriores del aparato femenino "son muy dolorosos".

-¿Cuál ha sido el tatuaje más difícil que has hecho?

-El pene de un güey- dice, tras unos minutos-, se me resbalaba. Me tardé como seis horas.

 Hace 10 años hace tatuajes. Antes como trabajador en el corredor comercial Zapata y ahora como jefe, de regreso a su barrio, Tacubaya. Su local, que después de cruzar las callejuelas del barrio parece increíblemente aséptico, está en la segunda cerrada de Vigil. Es la "estética corporal" Balam Quitze (jaguar de dulce sonrisa, en maya), que en la entrada tiene la leyenda: "la historia da a su lugar su importancia".

Será que a Concha todos en el barrio lo conocen (incluso, cuenta, ya le han puesto precio a su cabeza: "500 mil, qué poca madre"). Y aunque él asegura que "dentro de los grandes (tatuadores)" está en último, no le va mal. Quizá porque "hay una auge" de los tatoos.

Pero el tatuaje es un ritual. "Nunca lo hagas si tienes miedo, si no estás preparado mentalmente. La gente busca todo fácil, sin dolor, en esa concepción cristiana de buenos y malos, del bien y el mal.... Eso no es. Somos una dualidad, el dolor parte de lo mismo, de la vida".

Ya más terrenal, acepta que cada quién le da su propio significado. Por ejemplo, muchos le piden dragones, que "para los chinos tienen un significado, pero para los mexicanos no". Eso sí, las primeras en la lista de popularidad son la Guadalupana y la Santa Muerte.

***

Casi de despedida, Concha presume su miembro adolorido. "Lo que me da miedo es orinar, sientes que se te abre la piel".

Pero fuera de eso no tiene ningún prejuicio en enseñar lo que en su visión es "un culto al falo". Visto así, hasta artístico parece. Concha es un hombre políticamente incorrecto. Libre. Hace años que dejó, por pura voluntad, las drogas que le hacen más daño y ahora reconoce que quisiera tener hijos. Una familia. Pero, qué caray, la existencia duele. Y la herida que lleva bajo el vientre es una prueba.*