martes Ť 21 Ť agosto Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

Un gobierno en dificultades

La vida política en las democracias, incluso en las incipientes y primerizas como la de México, se desarrolla mediante diversos ingredientes que van desde el acuerdo sobre las reglas, hasta la valoración que hacen los ciudadanos sobre la vida pública. El fenómeno de la opinión pública está impregnado de valores, opiniones y mediciones. Uno de los puntos centrales de la valoración política es, sin duda, la percepción sobre el desempeño del gobierno, sobre el cual, como en todos las actividades, mientras más información se tiene, más ponderadas son las opiniones.

Las actividades gubernamentales se miden sobre la base de sus resultados y no de sus intenciones. Existen diversos periodos de tiempo para medir, por ejemplo, el ya clásico de los 100 días; los trimestres económicos; los balances e informes anuales. El actual gobierno que encabeza Vicente Fox se inició con grandes expectativas de cambio, tuvo sus primeros 100 días y varios meses en los que pudo disfrutar de una amplia confianza de los ciudadanos, pero luego empezaron a acumularse las malas noticias y los resultados adversos. Dentro de unos días, el primero de septiembre, el presidente Fox presentará al Congreso de la Unión su primer Informe de Gobierno, aunque en realidad sólo hayan transcurrido nueve meses.

Cuando la competencia y la alternancia dominan el juego de la vida pública, la dinámica política se intensifica; cada día hay uno o varios acontecimientos relevantes, frecuentemente existen semanas llenas de noticias importantes y en cada mes un tema domina la atención pública. Sin embargo, a pesar de la diversidad de sucesos, existen grandes acontecimientos que van marcando el desempeño de los gobiernos. Tal vez por eso, la medición y la valoración tienen que ver directamente con los temas de la agenda pública que interesan a una parte importante de la ciudadanía. En una alternancia -como la que se gestó el 2 de julio- las expectativas del cambio son enormes, pero los ciclos de la democracia llevan a que los tiempos del gobierno sean diferentes a los deseos del cambio, entre otras cosas porque las resistencias a la transformación son muy poderosas y se imponen. Hoy en día el gobierno ha dejado atrás el bono de confianza, que toleraba errores y aprendizajes, y camina sólo sobre sus resultados. Los cambios prometidos no logran verse con claridad y las expectativas sobre las reformas se han complicado. Un gobierno dividido, sin mayoría parlamentaria y con diferencias con el PAN, es a todas luces un gobierno en dificultades para generar buenos resultados y cumplir promesas.

Un gobierno es tan grande y administra tantos recursos que fácilmente puede informar de resultados, números y estadísticas que crecen, como posiblemente escuchemos el primero de septiembre; pero, al mismo tiempo, hay marcas con las cuales se hacen las valoraciones globales: por ejemplo, la caída económica y la tasa cero de crecimiento del segundo semestre de 2001 afecta todas las perspectivas económicas, a pesar de que ya se sabe que esas variables no se controlan internamente; la ley sobre derechos y cultura indígenas, recientemente aprobada, es una reforma que tiene la animadversión del sector indígena organizado del país y está en una controversia constitucional; la reforma fiscal todavía no logra los consensos suficientes para ser aprobada; la comisión de la verdad se ha desvanecido en las intenciones políticas del gobierno, y así sucesivamente.

Quizá por lo anterior, la valoración del gobierno ha caído de forma importante, de acuerdo con una encuesta telefónica, publicada en el diario Reforma (2/7/00): el porcentaje de mexicanos que en diciembre de 2000 pensaba que el país andaba por buen rumbo era de 77 por ciento, y a fines de junio bajó a 38 por ciento; México se encuentra dividido por mitades en la percepción sobre el cambio: 45 por ciento considera que todo sigue igual y 43 por ciento dice que ha habido cambio; y otro indicador importante es que, a pesar de todo, 72 por ciento no está de acuerdo en que las cosas eran mejor antes, cuando gobernaba el PRI. Estas fotografías de la opinión pública, con las que se puede estar o no de acuerdo, expresan que las expectativas han bajado y hay desencanto, que la visión del cambio se ha complicado, pero que la solución no es el regreso al pasado.

A pesar de que los cambios y las reformas tarden y sea difícil cumplir con muchas de las promesas ofrecidas, porque no existen condiciones para hacerlas, este gobierno está obligado a ser de transición y a poner los cimientos de los cambios. El próximo primero de septiembre esperamos una definición política del proyecto y una agenda real, y no cientos de cifras y triunfalismo.