Jornada Semanal,  12 de agosto del 2001 
 Tadeusz Pióro

La gran historia de la vida cotidiana

 
El crítico Tadeusz Pióro hace un análisis de algunos aspectos de la poesía polaca contemporánea y formula las hipótesis de que ha estado ligada al desarrollo histórico del país y mucho ha tenido que ver en la formación y defensa de un rostro nacional, sin que esto signifique el menoscabo de las búsquedas vanguardistas o de la renovación de las formas literarias. Los poetas actuales han incrementado los contactos con la poesía de otras latitudes y han reafirmado los valores de la libertad de creación. Pióro nos habla de Sommer y de Zadura, traductores de Ashbery y de Frank O’Hara, de Swietlicki, de Jaworski, Sosnowski, Dycki y Ursula Koziol, y establece sus relaciones, admiraciones y rupturas con la poesía de sus mayores, aquélla que sabía hacer la básica distinción entre el bien y el mal

La poesía polaca del siglo xx ha sido privilegiada de manera singular por la historia. El devenir de la nación en el siglo que acaba de finalizar ha constituido una fuente inagotable de experiencia nacional, social e individual, que asegura una permanente y fidedigna cimentación de la producción literaria en el sustrato histórico. En nuestro caso, tal carácter concierne más a la lírica que a la propia narrativa, debido a que en la cultura polaca permanece todavía la convicción romántica del papel insustituible de la poesía en la conformación de la identidad nacional.

Entre las consecuencias literarias de esta especificidad cultural encontramos tanto la temática abordada –común a un gran número de autores de distintas orientaciones estéticas–, como la subordinación de los nuevos lenguajes poéticos a las tareas de índole política. Eso no significa en modo alguno que la toma de una postura ideológica por parte de los autores haya impedido la aparición y funcionamiento de distintas vanguardias poéticas. Debemos recordar las circunstancias en las cuales se ha llevado a cabo la renovación del lenguaje: en el periodo de dominación del discurso público por la propaganda comunista, el poeta se manifestaba como un defensor de la palabra, custodio de su significado y destinación verdaderos. Contemplado desde esta perspectiva, el cultivo de la tradición podía considerarse la actitud estética y política más adecuada. Entre los poetas polacos que llegaron a gozar de fama mundial, la mayoría orientó su creación literaria precisamente de acuerdo con esta convicción. Es por eso que el autor de estas palabras ha optado por tomar como criterio de valoración y clasificación de la nueva poesía polaca la actitud del poeta con relación a las posibilidades que le ofrece el lenguaje poético ya establecido, así como la manera en que este lenguaje –un bien común de todos los hablantes– ha sufrido cambios ante su creación literaria.

El periodo que nos ocupa inicia después de la segunda guerra mundial, cuando Polonia pasa de la ocupación nazi a la virtual ocupación soviética, en lo que constituye un tiempo de represión mortal para la cultura nacional. Después de la muerte de Stalin surgen algunos importantes debuts poéticos que se habían visto retrasados por motivos políticos –entre ellos, los de Zbigniew Herbert y Miron Bialoszewski, así como las subsecuentes publicaciones de la obra de Tadeusz Rózewicz. En la atmósfera del "deshielo" político y la reanimación cultural que la caracterizara, imperantes en la segunda mitad de los años cincuenta, solamente Rózewicz se refiere de manera directa y enfática al veredicto negativo de Theodor W. Adorno sobre la posibilidad de la existencia de la poesía después del Holocausto. El poder publicar versos diferentes a los real-socialistas constituye un asunto de gran importancia, si bien tiene una resonancia más bien local. Entretanto, la cultura de Occidente apenas empieza a referirse al Holocausto, que tuvo lugar principalmente en territorio polaco. La tradición de la cultura nobiliaria, de la cual abrevaba la mayoría de la élite intelectual polaca, no serviría de mucho en el proceso de la revalorización moral y estética a que obligaba su experiencia. La poesía de Rózewicz constituye un intento de tal replanteamiento, a través de la creación de un lenguaje que no permite ilusión alguna –diferenciándose con decisión de la poesía de Herbert y Milosz. Además, Rózewicz reacciona consecuentemente a los fenómenos más importantes de la vanguardia europea, inscribiendo su propia obra en dicho ámbito: Kafka, Celan, Rimbaud, Pound, Francis Bacon –todos ellos aparecen en sus poemas como interlocutores, compartiendo preocupaciones y obsesiones, fuertemente unidos mediante una evidente visión artística. El amplio alcance cultural y temático de la poesía de Rózewicz nunca cede a la tentación de una estetización de la historia, y el clamor ético de sus versos resuena cada vez con más sonoridad. Al respecto, el poema "Recycling" nos muestra la ininterrumpida presencia en la cultura europea tanto de las consecuencias como de las causas del Holocausto.

Una estrategia totalmente diferente para representar la realidad es la que elige Miron Bialoszewski, quien se concentra en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana (a veces incluso en la ausencia de ellos), fijando su atención en la permanencia misma, en el transcurrir del tiempo, en la reacción de la lengua a la inercia histórica. Bialoszewski escribe sobre lo que indudablemente se encuentra presente en su propia vida, y no en torno a lo que siente o debiera sentir la colectividad –ya entendida como humanidad, nación o la élite intelectual de ésta. Esto no significa que sea acrítico respecto de las circunstancias políticas de su tiempo. Muy por el contrario, manifiesta su rechazo de una manera sumamente refinada, apartándose del lenguaje literario establecido a favor del uso de un fraseo cotidiano, aparentemente pobre y limitado. La plenitud y la perfección aparecen ante sus ojos tanto imposibles como impropias –grotescas en su relación con el mundo presentado por el poeta.

El apartamiento de las grandes narraciones históricas fue, sin embargo, un fenómeno más bien inusual en la poesía polaca. Aquéllas reaparecieron de una manera especialmente acusada en la obra de los jóvenes "rebeldes" de los años sesenta –especialmente en la de Rafal Wojaczek, así como en la poesía de Stanislaw Barañczak, Julian Kornhauser, Ryszard Krynicki y Adam Zagajewski–, si bien frecuentemente desde la perspectiva de la cotidianidad, de los problemas concretos de la vida en el periodo presentado por la propaganda partidista como el tiempo de la estabilización política y el bienestar material. Los acontecimientos políticos a favor de la "estabilización" eran la invasión a Checoslovaquia –que disolvió la esperanza de una reforma al sistema comunista–, así como el reconocimiento por parte de la República Federal Alemana de la frontera con Polonia en los ríos Oder y Nise. El discurso gubernamental se concentraba en la construcción de una economía moderna, el desarrollo del consumo y la celebración de la "unidad ideológica" del bloque oriental. Entretanto, la cada vez peor situación económica, así como la represión de los obreros en protesta, provocó el surgimiento de un movimiento civil de resistencia y la aparición de editoriales literarias independientes del Estado (y, por ende, ilegales). A tal giro en los acontecimientos seguiría el florecimiento de una nueva poesía, políticamente comprometida.

¿Podemos llamar "poesía" a aquélla que no busca salvar a los pueblos y naciones? Esta pregunta, hecha originalmente por Czeslaw Milosz, regresa en la obra de los poetas de la Generación del ’68, y es planteada de la manera más esencial y sistemática por Ryszard Krynicki. Éste responde sosteniendo que la poesía puede constituir la voz de la conciencia, y que si algo redime es precisamente la básica distinción moral entre el bien y el mal. La obra de los poetas de la llamada Nueva Ola se refiere muchas veces a la posibilidad misma de decir o escribir la verdad, y se opone a las mentiras de la propaganda mostrando a la vez la susceptibilidad de la lengua a ser manipulada. Los nuevos poetas lo hacen volviendo "agradables" los giros gastados por el uso, así como los clichés del lenguaje de los medios y de la retórica partidista. La "poesía de la Nueva Ola" se caracteriza por ser muy directa, dirigida a un grupo lo más amplio posible de receptores, quienes comparten con los autores la experiencia de vivir en la Polonia de los años setenta. Los conflictos sociales reflejados en estos poemas condujeron a la aparición del movimiento "Solidaridad", y el estado marcial, entonces recientemente impuesto, otorgó a la poesía de la Nueva Ola un estatus semejante al que tuvieron los versos patrióticos escritos durante los años de la ocupación de los territorios polacos por Austria, Prusia y Rusia. Los poetas Piotr Sommer y Bohdan Zadura, quienes se mantuvieron al margen de esta corriente, crearon durante la década de los ochenta un tipo de poesía totalmente diferente, desprendida, sin embargo –tal como en el caso de Krynicki o Barañczak– de una actitud semejante hacia la historia, la política y el lenguaje poético. En los tiempos en que la literatura de corte oficial se ocupaba –tal como lo observa Urszula Koziol en su poema "Impas" ("Punto muerto")– de "eliminar los puntos de las íes", Bohdan Zadura escribió un poema titulado "Cisza" ("El silencio"), probablemente la mejor de las representaciones poéticas de Polonia durante el periodo de estado marcial ("El silencio" fue publicado apenas en 1994). Zadura y Sommer introdujeron a la poesía polaca nuevas tonalidades y un nuevo fraseo, trayendo con ello alivio al idioma, cansado ya del mismo tipo de tensión emocional, de la prácticamente automática solemnidad expresiva de una poesía demasiado preocupada por su función moral e histórica.

Traduciendo a poetas como John Ashbery y Frank O’Hara, Sommer y Zadura mostraron, en especial a los poetas jóvenes, otras posibilidades de expresión de las que hasta ese entonces se permitía la lengua literaria polaca. Su propia obra se distingue por una construcción muy cuidadosa de la situación emocional, en cuyo fondo se perfila una gran historia, pero sólo como uno más de los elementos de la conciencia del poeta (y que no descalifica de ningún modo a los otros componentes debido al peso de su "objetividad"). Al mismo tiempo, el habla coloquial –de la que se deriva directamente el lenguaje poético usado por Zadura y Sommer– es sometida a una disciplina muy rigurosa, develando así connotaciones y significados que habían permanecido ocultos, ignorados u olvidados.

El cambio en la situación política fue acompañado por numerosos y muy importantes debuts poéticos, cuyos autores tomaron a lo largo de aproximadamente una década posturas estéticas e ideológicas claramente definidas y heterogéneas entre sí. El continuador de la poética de la rebelión y la provocación cultural –llevada a cabo en su acepción más radical por Rafal Wojaczek veinte años atrás– fue Marcin Swietlicki. Sus poemas unen de manera sorprendente el carácter directo, incluso incisivo de los songs de Brecht, con un lirismo conciso (y por ende sumamente efectivo), derivado del uso de un mínimo de recursos posibles. En tanto que Swietlicki evita burlarse de los temas más caros a la lírica –el amor y la muerte–, Krzysztof Jaworski emplea la hipérbole al estilo de Rabelais, haciendo sorna de todo y de todos, incluyéndose a sí mismo.

Entretanto, encontramos otras problemáticas (con planteamientos distintos en cada caso) en la poesía de dos creadores muy diferentes el uno del otro, y que han logrado conformar a plenitud originales y seductores discursos poéticos. Al escribir sobre la vida cotidiana, Andrzej Sosnowski lleva cada situación lírica a su propio límite, en el cual finalizan las posibilidades tanto de la lengua como de la imaginación, mientras la noción de la cotidianidad pierde su sentido. En sus poemas, una tensión emocional inusual es acompañada por un irónico distanciamiento de las cosas. La desorientación en la que Sosnowski sume a los críticos constituye una prueba del carácter revolucionario de su poesía. Por su parte, Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki se sirve de una sola forma poética: el verso dodecasílabo. Empero, este límite formal incrementa el efecto que alcanza mediante la combinación de varios registros del idioma, reconocibles en la meditación –que se prolonga de volumen en volumen de su producción poética– sobre la muerte, la locura, el amor, el luto y el deseo. En los poemas de Dycki se entreteje una retórica bíblica con imágenes que bien nos podrían remitir a las visiones macabras del Barroco; junto a influencias ucranianas y un idioma polaco marcadamente contemporáneo, sus versos forman una envolvente y obsesiva visión de la vida y la muerte.

En este panorama –ciertamente muy esquemático– de la poesía polaca contemporánea se encuentran ausentes varias figuras importantes que se mantienen fuera de las escuelas, tendencias o agrupaciones actualmente existentes, y que son fundamentales para la permanencia y desarrollo de nuestra lírica. Si estas breves observaciones logran interesar al lector a un grado tal que lo mueva a desear consultar estudios más elaborados al respecto o revisar las traducciones existentes, son especialmente recomendables las obras de Jerzy Fickowski, Tymoteusz Karpowicz, Urszula Koziol, Marcin Sendecki y, por supuesto, la de todos los demás creadores que conforman el panorama de nuestra lírica contemporánea.

Traducción de Joanna Zeromska