Jornada Semanal, 22 de julio del 2001

 

CERVANTES POETA (II)

Valbuena Prat nos habla de la “breve corriente lírica de Cervantes”, presente en su teatro, en La Galatea, en algunos poemas de ocasión y en los poemas intercalados en las obras de prosa narrativa. Letras para cantar, letrillas, romances, octavas y octavillas, son algunos de los metros que utilizaba. El itálico modo le dio, por otra parte, sonetos y tercetos inspirados, en buena medida, en las formas poéticas de Garcilaso. Sus influencias mayores fueron Laínez y Figueroa. Rudolf Shewill piensa que en la novela pastoril de La Galatea, el personaje de Tirsi se inspira en Figueroa, mientras que Damón es, muy posiblemente, Laínez. Esto puede ser objeto de polémica, pero lo indiscutible es que en el cuerpo de la obra aparecen algunos poemas escritos por los admirados maestros de Cervantes. Así lo consigna José Antonio Pellicer, que estudió sus obras tanto en la Biblioteca General de París como en la recopilación titulada El Parnaso español, hecha por López de Sedano. Boscan, Garcilaso, Laínez y Figueroa abandonaron las formas populares españolas y, bajo el signo italiano, escribieron sonetos, elegías, églogas y canciones. Su influencia principal venía de Petrarca, Cavalcanti y otros poetas del dolce stil nuovo que Andrea de Navaggiero dio a conocer en España. Todas estas presencias son muy poderosas en La Galatea, mientras que en el teatro siguieron predominando las redondillas, quintillas, octavas y algunas formas del romance tradicional. Las coplas de “Pedro de Urdemalas”, el “Romance de la Gitanilla” y muchos poemas que aparecen en Don Quijote, son buenos ejemplos del apego de Cervantes a las formas populares. Otras, igualmente tradicionales, están presentes en el Persiles y en varias novelas ejemplares. Mención especial merecen los majestuosos tercetos del “Viaje del Parnaso”, en mi opinión los mejores ejemplos de esa poesía de Cervantes calificada de poseedora de una “honesta habilidad” por Valbuena Prat y juzgada como menor y muy correcta por otros críticos. En lo personal, me gustan mucho los tercetos del Viaje del Parnaso y encuentro grandes aciertos en la versificación de algunas de las comedias y en la compleja estructura pastoril de La Galatea. Lugar especial merecen sus canciones sobre la Armada Invencible y su derrota perpetrada por los elementos naturales, así como el soneto dedicado al túmulo de Felipe II en Sevilla. Celebra, además, a Lope de Vega por su “Dragontea”, a Fernando de Herrera, Diego de Mendoza, a San Francisco, San Jacinto y Santa Teresa de Jesús. Así lamenta la pérdida de la Armada Invencible:

Triunfe el pirata, pues, ahora y haga
júbilo y fiestas, porque el mar y el viento
han respondido al justo de su intento,
sin acordarse si el que debe, paga
que al sumar de la cuenta, en el remate
se hará un alcance que lo alcance y mate.
El soneto dedicado al túmulo de Felipe II en Sevilla es indicativo de la pericia poética de Cervantes, así como de su estremecedora sinceridad:
Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?


Otro ejemplo notable es el verso “Ven, muerte, tan escondida”, intercalado en la segunda parte de Don Quijote. En el auto (“danza de artificio de las que llaman habladas”, dice Cervantes) que solemnizó las bodas de Camacho, así habla uno de los personajes alegóricos, el Interés:

Soy quien puede más que Amor,
y es Amor el que me guía;
soy de la estirpe mejor
que el Cielo en la Tierra cría,
más conocida y mayor.
Soy el Interés en quien
pocos suelen obrar bien,
y obrar sin mí es gran milagro;
y cual soy te me consagro,
por siempre jamás, amén.
La aparición de la Poesía es uno de los momentos principales de la danza y demuestra el Amor porfiado que Cervantes le profesaba:
En dulcísimos concetos,
la dulcísima Poesía,
altos, graves y discretos,
señora, el alma te envía
envuelta entre mil sonetos.
Si acaso no te importuna
mi porfía, tu fortuna
de otras muchas envidiada,
será por mí levantada
sobre el cerco de la luna.
Un amor porfiado y no siempre correspondido. Por eso en el “Viaje del Parnaso” así se queja con una sinceridad conmovedora: “Yo, que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo.”

Avaro el cielo con esa gracia, mientras lo colmó a manos llenas de otras también bellísimas. A él y a nosotros, pues en su prosa la lengua castellana adquirió su brillo mayor, su mejor fuerza expresiva. Lope de Vega así lo entendió y siempre mostró su aprecio, su admiración y su respeto por la obra cervantina en una época en la que el respeto del “monstruo de la naturaleza” por la obra de los otros no era muy frecuente y, por lo mismo, significaba mucho.

(Continuará.)

 


Hugo Gutiérrez Vega
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