Jornada Semanal,  8 de julio del 2001 

Tres poemas

Enrique Gómez López

           Euclides

Quizás sea trivial,
una tarde, hace años
descendiste del tren de la vida.
Quizás tenías una excusa
y sólo fuiste por ahí, a curiosear.
Pero no, estabas harto.

Y ahora todo es igual
caminas como un fantasma.
Las heladas vías
se extienden hasta el infinito.

Y ciertamente, nunca volverán a reunirse.

          Extraños silogismos

Los ojos son el espejo del alma
el alma el espejo del mundo
el mundo el espejo de Dios
y Dios es...

La insana consecuencia
de jugar con las palabras
de no mirar a las cosas como son
y no tocar al mundo con ambas manos.

A solas con Odín
Yo escuché la leyenda
del antiguo dios
que prestó uno de sus ojos
roto su cuello por una soga.

Yo vi su sombra
nueve días balanceándose
entre el abismo y la tierra.
Yo corté la arteria del cordero
y bajé su cadáver a la hora precisa.

Yo até sus cabellos con el agua de la fuente
y con la sangre del dragón lo volví a la vida.
Pero no recobré su ojo,
bajo el antifaz,
allí, quedaron las tinieblas.

Y yo vi más tarde
al dios taciturno.
Lo vi apretando sus oídos
para acallar el tumulto de voces
con las dudas de todos los héroes
que le preguntan acerca del más allá.

Yo vi su rostro sombrío
al encontrar un halo en los que morirán.
Huir cuando le insinúan
cómo fue creado realmente el mundo.

Y más tarde, solitario,
cuando levantó su antifaz a la luz de la luna
y acercó un espejo al abismo de su ojo,
yo escuché los interminables sollozos del dios...