LETRA S
Julio 5 de 2001

Sólo aspiro a dejar de aspirar

Por Antonio Contreras

Alcohólico, drogadicto, homosexual y seropositivo, ¿qué más me podía ofrecer la vida? Mi adicción a la cocaína vino de la mano del abuso del alcohol, pues comencé a consumirla para contrarrestar los efectos de éste y aguantar más para seguir indefinidamente la fiesta. El bar, el antro, el ligue, las fiestas, el sexo, todo mi reven se mezcló con la droga. En 1995, por un malestar en una pierna, un amigo, que es médico, me sugirió que me hiciera la prueba de ELISA. En tres ocasiones anteriores ya me la había practicado, y el resultado siempre había sido negativo, por lo que no tuve objeción en volvérmela a hacer. Y, ¡oh sorpresa!, esta vez sí salí premiado: Positivo, decía el resultado.

Mi primera reacción no fue de negación ni de coraje; quizás un poco de descontrol. Nunca busqué ni me importó saber cómo me había infectado. Además, ¿cómo iba a saberlo? Fácilmente, durante el año anterior inmediato, tuve más de 300 encuentros sexuales, muchas veces sin protección. Seguramente alguno de estos encuentros tuvo que ser el ¿fatal?

Inicié un tratamiento contra el VIH, pero no le di demasiada importancia. Dejé de tomar los medicamentos, a la par mi consumo de alcohol y droga --esencialmente cocaína-- iba en aumento. Sorprendentemente, porque no era mi estilo, me empezó a valer gorro todo, incluido el sexo. Ya no buscaba ni a mis amigos, ni al galán, ni al mayate para pasar la noche; todo giraba alrededor de la coca. Me hice de dos o tres buenos (proveedores "prestigiados") para que no me faltara material.

Mi desempeño laboral también se vio afectado. Cambié de chambas frecuentemente. De ocupar puestos "importantes" pasé a ser un pinche gato, ya que debido a mis "vicios" había dejado de ser el profesional más óptimo. Mi familia notó los cambios. Sabían de mi gaycidad, pero no de mi, ahora lo sé, enfermedad, o sea, mi adicción a la coca y al alcohol. Tampoco sabían de mi seropositividad, pues yo aportaba una buena cantidad para el gasto doméstico, de tal manera que no me acosaron nunca con preguntas. Hace casi dos años, después de una encerrona completamente solo, pues así eran ya mis reven, la paranoia o el bajón después de consumir equis cantidad de coca me hizo buscar el apoyo de mi familia, de quienes recibí apoyo inmediato. Acordamos que me internaría en un centro de desintoxicación. Al mes de estar adentro empecé con fiebres recurrentes. Salí del centro y me diagnosticaron neumonía. Hasta ahí mi familia no sabía de mi seropositividad, pero no habiendo de otra se los comuniqué. Lejos de rechazarme o censurarme, vivieron conmigo mi penosa etapa de hospital. Estuve internando en el Seguro Social durante 26 días, de los cuales varios fueron de gravedad.

Al salir del hospital, y gracias a maravillosos amigos, todos del gremio y solidarios, reinicié el tratamiento contra el VIH. Ahora me tomo puntualmente todos los medicamentos que para combatir el virus me proporciona el Seguro Social, al que le debo la vida.

No he recaído y mantengo, cuando puedo, mis citas con un grupo de autoayuda para poder controlar mi enfermedad, la de la drogadicción. Si alguna lección pude sacar de esto, es la convicción de que nada vale más que un gramo de amistad y afecto. Ni siquiera una tonelada de coca.