Jornada Semanal, 1 de julio del 2001 
Ana García Bergua


Instantáneas de viaje

Hace quince años, mi hermana y yo volábamos a España. Recuerdo que durante el vuelo, hablábamos de la sensación de no estar viajando en el sentido antiguo, es decir, el de recorrer un espacio, comer leguas, devorar kilómetros e ir lejos de donde uno está. Y ahora, quince años después, volando hacia el mismo sitio, tengo la misma impresión: uno no viaja, no parece que recorriera nada más que tiempo; uno entra al avión y al cabo de tantas horas aparece en otro sitio. Es difícil creer, realmente, que uno está cruzando el Atlántico, y la conciencia de la lejanía o la cercanía se traduce simplemente en más o menos horas adentro de aquella especie de fábrica, con sus multitudes apiñadas e incómodas, con la sensación de estar habitando el mínimo espacio posible, de estar comiendo en la mínima charola posible, en una mesa de tamaño inverosímil que sale y entra ?como si fuera la invención de un mago más que de un ingeniero o un diseñador industrial? del descansabrazos del asiento. Lo raro es que después de tanta prestidigitación no llegue uno a su destino convertido en otra persona, con el sexo, el nombre y la edad cambiados.

La ciudad de Madrid tiene algo muy teatral. Sobre todo el centro, los edificios grandes, la calle de Alcalá, la Puerta del Sol. Estando ahí tiene uno la impresión de que lo único que falta es un telón al frente, rojo, de terciopelo, y un proscenio donde cante o baile un coro. Es bella y majestuosa, pero no solemne; hay algo burlón en sus grandes avenidas que se bifurcan coronadas de ángeles y estatuas, algo que le exige a uno pasear con gracia ?con garbo, sería?, cosa que los visitantes no logramos. Me dirán que ése es un pensamiento de zarzuela, y tienen razón, pero si se fijan, hay algo en esa ciudad que impele a cantar en coro (no se preocupen, no lo hice). Una vieja tienda de mantillas y abanicos con sus florituras y sus fondos negros, frente a la Puerta del Sol, me confirma esa sensación de teatralidad que se mantiene aún, entre los pobres junkies, los ludópatas que se aferran a las maquinitas, las putas y los visitantes boquiabiertos y sin gracia como nosotros. 

Los cafés en Madrid poseen una cualidad antigua que no está prefabricada ?hay que aceptar que ahora lo antiguo se fabrica?, sino que se conserva por quienes los atienden y quienes consumen en ellos como una necesidad vital. Muchos tenemos ahora grandes aspiraciones que quién sabe quién nos dicta: llevar una determinada ropa, manejar cierto coche, fastidiar a nuestros semejantes desde un puesto laboral alto o vivir en una casa así o asá. Sentada en un bar de Madrid, tomando un vino que no sé si me sentará bien, y un bocadillo verdaderamente fuerte que tampoco sé si me engordará o elevará el colesterol ?lo más seguro es que sí?, tengo una sensación de alivio de sólo pensar que habrá gente que viva, entre otras cosas, para estar tras la barra de un café, o para acudir a él todos los días a cierta hora, y no sólo a ese café sino a otros también. Es curioso que la costumbre de los cafés no es en todos lados bien vista, e incluso se ha acuñado la expresión de “intelectual de café” para fustigar a quien no hace nada útil, a quien pontifica sentado a una mesa ?aunque viéndolo bien, es más difícil pontificar haciendo jogging o bailando?; quien inventó esa frase, vivía seguramente encerrado en una oficina y no visitó nunca el café de Gijón con sus ventanas a la calle, que es un espléndido microcosmos, un lugar aireado, libre y a la vez significativo, y resume una buena parte de la vida de esta ciudad: la vida, que es algo más que trabajar para tener coches y casas y ropas, y que también se puede detener en un café durante largas horas sin que se pierda nada. Es más, probablemente ocurra que, al igual que el café express, nuestra existencia se vuelva más sabrosa y concentrada. 

Lo opuesto a los aviones son los trenes, ese gran invento. Ahí no sólo se recorre el espacio, sino que su marcha es rítmica, musical. La música de los trenes acompaña su recorrido midiendo el tiempo y la distancia; constante siempre, no nos apresura ni nos amenaza: sólo nos dice dónde estamos, como una brújula, un mapa. Los trenes son abiertos, se camina en ellos; la gente come en sus asientos, en grupos alegres, bromea, los recorre de cabo a rabo o se aísla en los rellanos entre vagón y vagón para soñar tras las ventanillas. Poseen, como los cafés, sitio para pensar y aislarse sin estar forzosamente solo y el tamaño de las cosas adentro de ellos es más grande, más humano: los trenes tienen espacio para recorrer el espacio y en su interior el tiempo ?nuestra gran calamidad, la gran tortura contemporánea? deja de contar como una amenaza para volverse un rítmico y musical metrónomo. 
 

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Ilustración de Alejandro Magallanes

Naief Yehya


Las vacaciones europeas de mister bush

Sordo pero encantador

Al leer la prensa estadunidense “mainstream” uno queda con la impresión de que el presidente Bush, el chico, quizás no es el hombre más brillante del planeta pero sí es el más encantador. En su reciente gira europea, mientras era repudiado por miles de manifestantes por donde pasaba, los diarios (desde la “izquierda” del New York Times, hasta la derecha del Wall Street Journal) y los noticieros estadunidenses, no cesaban de maravillarse ante el carisma y aplomo del “líder del mundo libre”, como se le conoce por ahí. La táctica, como apunta Christopher Caldwell en el New York Press, recuerda el sistema de control de la información que aplicó el Pentágono durante la presidencia de Bush padre a la información de la invasión de Panamá en 1989 y posteriormente a la Guerra del Golfo. Los periodistas que lo acompañaban simplemente fueron disciplinados y obedecieron la línea dictada por la Casa Blanca. Pero, independientemente de la cascada de éxitos que supuestamente cosechó Bush, el mandatario fracasó en los dos objetivos de su mini gira europea. El primero era convencer a la Unión Europea para que desechara el tratado de Kioto y se alineara con la perspectiva estadunidense de que, en efecto, hay un problema de calentamiento de la Tierra, pero como no se sabe a qué se debe lo mejor es seguir estudiando y no hacer nada al respecto. Y el segundo era convencer a los europeos de que es una buena idea tirar a la basura el tratado antimisiles balísticos de 1972, que ha limitado la carrera armamentista en las últimas décadas. Bush fue a Europa a promover su nueva versión de “la guerra de las galaxias”, un escudo o sistema de defensa que en realidad no es otra cosa que un pretexto para instalar nuevos misiles nucleares. Además, tenía la misión de expandir la otan (Bush parece no entender que otan y la Unión Europea no son la misma cosa, lo cual no extraña tanto pues se refiere a África como una nación), algo que los rusos consideran de entrada una agresión. Por si esto fuera poco, el mandatario visitó Europa tras la ejecución de Timothy McVeigh, lo cual dio motivo a muchos para manifestarse en contra de la pena de muerte. Bush regresó a Washington sin haberse retractado o modificado en lo más mínimo sus posiciones.

La sucia historia del clima

No hay duda de que la oposición de Bush a respetar el Tratado de Kioto es en esencia una decisión política y no científica y que se debe a su necesidad de respetar compromisos con la industria (especialmente la petrolera). No obstante, también es necesario señalar que los golpes de pecho que se dan los europeos son difícilmente creíbles dado que, hasta ahora, sólo Rumania ha suscrito el tratado. Pero la realidad es que la teoría de que la Tierra se está calentando debido a la actividad humana aún no ha sido demostrada de manera definitiva. Tendemos a pensar que la contaminación es un problema reciente. Y si bien ahora vivimos el problema con una intensidad sin precedentes, el hombre ha sufrido las consecuencias de la contaminación desde hace siglos. En el siglo XII, la industria del vidrio y del hierro arrasó con los bosques europeos de manera vertiginosa; se usaban veinticinco metros cúbicos de madera para producir cincuenta kilos de hierro. En cuarenta días un horno consumía un área de bosque de un kilómetro de radio. Por aquel entonces, los curtidores de pieles ya habían contaminado prácticamente todos los ríos de Europa con ácidos, cal y demás productos químicos. Asimismo, los mataderos tiraban en los ríos restos de cientos de miles de animales. En 1388 el parlamento inglés aprobó la primera ley anticontaminación del agua y el aire. Europa, en los siglos XII y XIII tenía una temperatura promedio entre uno y dos grados más alta que la actual. De acuerdo con Jean Gimpel, entonces había viñedos en Yorkshire, al norte de Inglaterra. En esa época, nadie pensó que hay una conexión entre la actividad humana y el clima. En cambio, la década de los noventa fue la más cálida de los últimos 140 años y la hipótesis es que esto se debe al efecto invernadero, el cual consiste en que durante el día la Tierra absorbe una inmensa cantidad de calor del sol en forma de rayos infrarrojos de onda corta. Durante la noche, este calor es liberado por la atmósfera en forma de rayos de onda larga. Pero los gases de efecto invernadero (básicamente dióxido de carbono y metano) no permiten que la radiación escape y de ahí el calentamiento. En enero de este año el Panel Intergubernamental de la Naciones Unidas para el cambio del Clima, publicó el documento que se considera como la evidencia más poderosa de la relación entre las actividades del hombre y el cambio del clima. Según el documento, en los últimos cincuenta años, la mayor parte del calentamiento (que rebasa por mucho las expectativas de hace seis años), se debe al hombre, y se prevé que la temperatura aumentará hasta 10.4 grados Fahrenheit en los próximos cien años. No obstante, los estudios de este panel y de otros, como el del London Imperial College, han sido seriamente cuestionados por sus limitaciones y deficiencias, como por ejemplo la incapacidad de los modelos de computadora para reproducir el comportamiento del agua (el elemento más importante para el calentamiento y enfriamiento de la Tierra), así como predecir lluvias, nubes, humedad, corrientes marinas, nieve, etcétera.

El fracaso de Kioto

Para contrarrestar el fenómeno cien naciones firmaron en 1997 el Tratado de Kioto que pretende que las naciones (especialmente las industrializadas) reduzcan para 2010 sus tasas de emisiones de gases de efecto invernadero en un 5.2 por ciento por debajo de sus niveles de 1990. Estados Unidos trató de negociar los mecanismos para “comprar” las cuotas de emisiones de las naciones que no las utilizan y obtener créditos a cambio de los bosques existentes, los cuales pueden contrarrestar al dióxido de carbono. Tras arduas negociaciones los europeos estaban tan frustrados con la presión y las exigencias estadunidenses que no hubo posibilidad de llegar a un acuerdo. Dado que Estados Unidos genera una cuarta parte de todos los gases de efecto invernadero del planeta, la idea de proseguir sin ellos con un tratado parece un poco absurda.
 
 

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LAS ARTES SIN  MUSA
The Afro Celt Sound Sistem: Nostalgia del futuro 

Alonso Arreola

We write with the live show in mind...
Simon Emmerson


Las partes

Nacido en 1992 bajo la tutela del productor Simon Emmerson, The Afro Celt Sound Sistem (acss) no es sino una variopinta y acertada reunión de músicos y programadores interesados en la mezcla de las culturas nórdicas de Europa y África.

Exploradores en la diversidad, los integrantes de este combo tienen la consigna de erigir un templo sonoro en el que puedan convivir todos los pueblos de la tierra. Definiciones no han faltado alrededor de esta construcción: “Tribal electrónica” o “cyber-folk” son términos con que se intenta distinguir el hacer del acss, acoplado esencialmente irlandés que hermana su obra a la de otros grupos y DJ’s crecidos en Inglaterra, allende la frontera: Transglobal Underground, Shri o Talvin Singh.

Así las cosas, los elementos que a lo largo de nueve años han dado vida al acss son: la voz irlandesa de Iarla O’Lionard, las gaitas y flautas de Davy Spillane (Moving Hearts) y Ronan Browne, el trabajo del multiinstrumentista James McNally (The Pogues), el nyatiti del keniano Ayub Ogada, el teclado de Jo Bruce (el prematuramente muerto hijo de Jack Bruce, ex Cream), las trepidantes programaciones rítmicas de Martin Russel y las colaboraciones de algunos miembros de Baaba Maal y Shoonglenifty (mandolina, bongos, banjo y voces), elementos que dan brío a uno de los más oníricos y ecuménicos proyectos musicales de que se tenga memoria.

La obra

Con tres discos editados a la fecha (el último saldrá al mercado el próximo 19 de Junio, Volume 3: Further In Time), y todos bajo el auspicio de la casa disquera fundada y dirigida por Peter Gabriel, Real World, acss ha superado la juventud dirigiéndose con paso decidido hacia un territorio más experimental que no sólo mezcla géneros y culturas, sino que además cuenta con la visión de dos personalidades igualmente interesadas en exponer el lado positivo de la globalización musical: el mismo Peter Gabriel, por un lado, y por el otro Robert Plant; ambos cantantes y líderes de bandas memorables que, ya en solitario, han encontrado en las raíces de las culturas africana e hindú un mejor pretexto para el desarrollo de su espíritu.

“When you’re Falling” es la canción de este Further In Time en que participa Gabriel. En ella, un ritmo a cuatro cuartos encuentra su pulso en los tambores batá y en el glissando borracho del bajo eléctrico. Los coros se abren al cielo sorteando todo tipo de instrumentos de cuerda, al tiempo que los acordes mayores del teclado se vuelven playa y selva intermitentemente. Una canción que bien pudo pertenecer al nuevo disco del ex Genesis, pero que muestra su originalidad en el tipo de producción y desarrollo instrumental del Afro Celt. Porque hay que decirlo: la mezcla y la masterización de este disco hacen efectivo su goce. Los sampleos viajan en círculo, las percusiones flotan caprichosamente abandonando su punto de equilibrio... Todo en él es orgánico; todo vive y se mueve en forma impredecible.

Por su parte, el ex Zeppelin Robert Plant participa en “Life Begin Again”, una pieza que rescata la base percusiva de sus últimos discos al lado de Page, pero que tiene la premisa fundamental de mantenerse en el minimalismo. Así, los violines hindúes se mueven de medio tono en medio tono sacándole chispa al pedal del chelo, coloreando de azul y grana la impasible voz fondeada de Iarla, al tiempo que los sintetizadores se sumergen en un paisaje de madrugada, caliginoso, al borde de un desierto. Una letra inspirada en un cuento tradicional irlandés y que en voz de Plant gana sangre, vitalidad.

El viaje

Con igual fuerza se suceden las demás canciones de Volume 3: Further In Time, una placa que por su variedad, nos impide abstraer de golpe la esencia de este grupo que ahora cuenta más de veinte invitados a lo largo de doce tracks, un grupo que se ha convertido ?como bien dice Simon Emmerson? “en el maestro del viaje épico de ocho minutos, del baile global... por lo que podemos decir que estamos haciendo música pop realmente mundial”.

Verbigracia, baste decir que, oscilando entre el pop y el ambient, entre el world beat y el irish, entre el Punjab y Europa del Este, la música del Afro Celt se ganó el apoyo del gobierno irlandés para representarlo en las festividades del milenio, además de que se ha vuelto parte indispensable en las giras womad organizadas por Real World. A ello hay que sumar sus múltiples presentaciones en la televisión europea y una presencia que va en aumento en auditorios norteamericanos de culto, como el House of Blues.

La definición

Finalmente, si nos pidieran definir la música del Afro Celt Sound Sistem únicamente con diez adjetivos, probablemente diríamos: profunda, equilibrada, sabia, henchida, experimental, pacífica, trepidante, locuaz, viva... trascendental.

Volume 3: Further In Time, un disco para los seguidores de Peter Gabriel, Deep Forest, The Corrs, Talvin Singh, U2, Robert Plant... Un disco para los enamorados del horizonte.

Javier Sicilia


Dios en la tierra baldía

Desde que el racionalismo ilustrado, luego el positivismo, las ideologías históricas y, por último, la posmodernidad y el neoliberalismo destruyeron la cristiandad, ha sido casi imposible mirar a Dios en la experiencia poética. Dante y San Juan de la Cruz no sólo están lejos de nosotros, sino que producen una profunda envidia. El magnífico rostro de Dios revelado en Cristo ha sido sustituido en la poesía por la experiencia primaria y fragmentada de lo sagrado.

Hay, sin embargo, un poeta que en medio de la desolación del mundo contemporáneo logró redescubrirlo: Thomas Stearns Eliot. Lo que asombra de este poeta ?que, al decir de Seferis, “nació viejo” en un continente nuevo, que se trasplantó a Inglaterra y cambió el puritanismo protestante norteamericano por el anglicanismo católico inglés? no es sólo su verso libre, la incorporación que hizo del espacio narrativo al poema, el espléndido manejo de la intertextualidad, de la simultaneidad y de la paráfrasis poética y el gran conocimiento que tenía de la tradición y de la cultura, sino la manera en que utiliza toda esa parafernalia moderna del verso para hacernos descubrir a Cristo en el centro de una tierra yerma. 

Desde Prufrock y otras observaciones, hasta su más alta joya poética, Los cuatro cuartetos, hay en Eliot la misma mirada desencantada de los hombres de hoy, pero trabajada por la fe, como si desde el principio, desde el momento en que se dio cuenta del baldío en el que convertimos el mundo (hablo de los años veinte, cuando salidos de la primera guerra mundial los hombres se volcaban a lo que los victimaría década tras década: la fe en la técnica y el progreso), el poeta hubiera seguido un seguro y tenaz ascenso, buscando, dice Seferis, “la vida en medio de la carroña que lo rodea; ese camino que comienza en el jardín de la figlia che piange y termina con la rosa de ‘Little Gidding’”.

Eliot mira entre las ruinas del mundo, entre su lodazal, el eje crístico de la rueda, el punto inmóvil donde se encuentran el principio y el fin; devela el horror baldío en el que hemos convertido la tierra y al mismo tiempo descubre en ella el misterio de la esperanza redentora. Si Prufrock es un largo paseo, puntuado de ironía, por el dantesco infierno de Londres, y La tierra baldía una epopeya de la decadencia del mundo en que vivimos, el estado presente entre el infierno y el purgatorio, bajo el cual el Dios hombre ?evocado por antiguos mitos de la fertilidad y por el dios muerto que resucita: Adonis, Atis, Osiris, Tamuz y Cristo? aguarda la resurrección que transfigurará el mundo, los Cuatro cuartetos son la afirmación de la presencia de Cristo en el centro de su aparente ausencia, una metafísica espiritual del amor perdido y encontrado en donde parecía perdido. En esos poemas ?desgarrados por el lenguaje desecado e impreciso que nuestro mundo le proporcionó a Eliot, un lenguaje que lo conduce a expresarse de manera apofática? están reunidos el Antiguo y el Nuevo testamentos, la visión beatífica del Dante, la noche oscura de San Juan de la Cruz y la experiencia interior del propio Eliot que, a través de un profundo viaje espiritual y poético, lo condujeron al silencio del místico. Después de los Cuatro cuartetos, el poeta no volvió a escribir poesía.

Hay así, en la obra de Eliot, no sólo una enorme esperanza ?como alguna vez escribí? en la regeneración del mundo por el misterio redentor de Cristo, sino ?ahora me corrijo? una afirmación absoluta de ese acontecimiento. Porque esa redención que es eterna ?parece decirnos Eliot en esa espléndida obra que coronó su quehacer poético? ocurrió en un tiempo y en un espacio determinados, vuelve a acontecer en cualquier tiempo, aun en los más miserables y yermos como el nuestro. Para captarla se necesita la sabiduría de la humildad que sólo llega cuando se ha aprendido a profundizar una tradición y a vivir, como lo enseñaron los místicos, en la esperanza de la gracia. O “¿acaso ?escribía Seferis a un amigo? no es extraño que en la era de la soberbia un poeta tan importante como Eliot sea el poeta de la humildad?”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés y liberar a todos los zapatistas presos.


Luis Tovar


Cuatro contra el mundo

Cuando esta columna fue escrita, la cartelera cinematográfica ofrecía cuatro opciones de cine mexicano. En la banqueta de enfrente hacía lo suyo por meter público a las salas una galería de personajes e historias tan típicos de Hollywood que no es fácil pensar en un mejor muestrario: momias redivivas, y por si fuera poco ¡en segunda parte!; veterinarios que se llevan de a cuartos y platican, de nuevo, con animales, esta vez con osos, castores y otros bichos no domésticos ?armados, claro, con el infantiloide y chocante doblaje?; perros policías que le evitan el trabajo de pensar y de actuar al protagonista humano ?digamos que Spot es la enésima versión de K-nino, así como de todas las películas que llevan el “concepto rintintín-lassie” hasta el límite de la ignominia?; y, como cereza del empalagoso pastel, Pearl Harbor, entre el fuego y la pasión ?subtítulo por cortesía del talento local de los “creativos” publicitarios?, ese panegírico fílmico autocomplaciente, maniqueo, ideologizante y efectista con el que Jerry Bruckheimer y Michael Bay se suman a la interminable lista de cineastas estadunidenses que no tienen ningún empacho en manipular la Historia a su antojo para volver a decirle al mundo, como si hiciera falta, que ellos siempre han sido los buenos de la película ?dicho sea de paso, este bodrio de tres horas no ha generado ni siquiera en su país las ganancias esperadas; ojalá pase lo mismo acá, para que se lo piensen mejor los realizadores, distribuidores y exhibidores del próximo blockbuster que de seguro nos venderán como la nueva película in-sus-ti-tui-ble.

¿Cuál quieres ir a ver?

Desde luego, hay más opciones para meterse al cine y no salir con dolor de bolsillo, pensando en los cuarenta o más pesos invertidos en corroborar lo mal actor que siempre ha sido Brendan Fraser; en ejercitar, porque no nos queda más remedio, nuestros poderes de adivinación con la trama de Dr. Dolittle 2, por aquello de que no puede ser más predecible; o en ser testigos y sorprendernos, también sin demasiadas ganas, de la antimaravilla consistente en cómo sí se puede filmar una película sin argumento ?y ponga aquí el ejemplo que mejor le parezca.

Las cuatro producciones mexicanas que se enfrentan a esa parafernalia de bombas, perros, momias, osos y demás, son El segundo aire, de Fernando Sariñana; Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón; Perfume de violetas, de Maryse Sistach, y Su alteza serenísima, de Felipe Cazals. Como se sabe, no es frecuente tal convivencia de cine mexicano en cartelera, y no falta quien piense que, cuando esto sucede, una película le está quitando a otra una potencial ?yo diría más bien hipotética? audiencia. Pareciera que quienes opinan así consideran al cine mexicano como un género en sí mismo, y que por eso, “si ya fui a ver una película mexicana, ¿para qué ver las otras?” Lo cierto es que esta coincidencia, como en otros casos, se debe a una serie de factores que nada tienen que ver con el imaginario, irreal propósito de poner nuestro cine a “competir” contra sí mismo. Además, no hay que perder de vista que ese fenómeno, en otras circunstancias, debería ser lo más normal. Pero estamos tan acostumbrados al apabullamiento estadunidense que ya nos resulta difícil elucidar si a nuestras películas “les conviene” aparecer una por una, puesto que son tan poquitas, o, por el contrario, cuentan con lo que hace falta ?es decir, solidez fílmica, promoción adecuada, distribución siquiera decente y ninguna marrullería disfrazada de criterios mercadotécnicos que las saque de circulación a los tres o cuatro días de estrenadas? para dejar que cada una corra su propia suerte sin importar en qué país fue filmada. Imagínese una cartelera de Jauja, en donde las mexicanas fueran casi todas y las gringadas sólo una o dos: esa utopía, exactamente al revés, puede vivirse en cualquier multisala de Estados Unidos.

La serenidad de su alteza

Estrenado el pasado 11 de mayo, el tercer largometraje del director de Todo el poder está entrando a su quinta semana de exhibición. Con toda seguridad, la cinta que marca el regreso a México ?quién sabe si fugaz? del autor de Sólo con tu pareja, alcanzará por lo menos un mes. La que a juicio de este aporreador de teclas es la mejor obra de Maryse Sistach, está disponible desde el pasado viernes 15 de junio, aunque publicitariamente se dijo que su estreno tuvo lugar hasta el día 22. Además de compartir la cartelera, El segundo aire, Y tu mamá también y Perfume de violetas presentan otras coincidencias: las tres fueron arropadas por una campaña publicitaria, fueron lanzadas con un número considerable de copias, fueron distribuidas por las majors y, en otro orden, las tres cuentan historias del México urbano contemporáneo, eso sí, cada una haciéndose eco de propósitos muy diferentes y con resultados igualmente desiguales entre sí.

No sería extraño que Su alteza serenísima, cinta que marca el regreso de Felipe Cazals tras una ausencia de varios años, ya no sea asequible cuando usted lea estas líneas. Buena parte de las causas de que pueda ser así tienen que ver con lo que no está en la pantalla, es decir, la promoción, la distribución, etcétera. Para una película del imcine no es nada rara esta situación, sin contar el vacío que de seguro le habrían hecho los grandes distribuidores por no tratarse de una película “vendible”.

En cuanto a lo que sí está en la pantalla, debe destacarse el estupendo trabajo de Alejandro Parodi personificando, en “su versión definitiva”, de acuerdo con Carlos Monsiváis, a Antonio López de Santa Anna; lo mismo vale para Ana Bertha Espín como la esposa del once veces presidente. Aunque no el de todos, el desempeño actoral es, a mi juicio, el principal valor de Su alteza serenísima: Parodi y Espín logran que no naufraguen la tensión dramática ni el interés de esta ficción de los últimos tres días en la vida de “nuestro mejor vendedor”. El tratamiento formal dado a la cinta, de un perfil más que mesurado, no hubiera resistido un trabajo histriónico mediocre y habría acabado por derribar un argumento rico, desplegado en una atmósfera que se buscó opresiva pero que se acerca mucho a la monotonía; un argumento que parecía digno de una ejecución más redonda.
 

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Michelle Solano
Michelle Solano

Alicia en el país de las maravillas

De los dos libros de Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo, sin duda el primero es el que más adaptaciones, versiones e interpretaciones ha inspirado en el teatro, el cine, la historieta y la pintura, desde el delicioso dibujo animado de Walt Disney (1951) hasta la brillante relectura que hizo el cineasta checo Jaromil Jires en 1969: Valeria y la semana de las maravillas (filme para adultos acerca de la chica que tiene su primera menstruación). Una de las más sorprendentes es quizás la del Teatro Negro de Praga, con guión, coreografía y dirección de Jiri Srnec y música de Jiri Koptik. El espectáculo se presentó en el Teatro Metropolitan de la Ciudad de México del 14 al 17 de junio.

Esta compañía teatral checoslovaca está considerada, desde su fundación en 1961, como una de las más destacadas representantes del teatro checo en el mundo. La característica más sobresaliente de dicho teatro es la aplicación de un simple truco: la llamada cámara negra. La técnica del Teatro Negro de Praga no implica solamente que los actores vestidos de negro, al igual que los accesorios, no sean vistos por el espectador, ya que todo lo que aparece en escena adquiere movimiento y vida particular. El empleo de este truco no es un fin en sí mismo, sino un instrumento para lograr una metáfora escénica y mímica realizada a través del discurso musical y del movimiento de los objetos y los actores.

La supuesta dificultad de traducir la poesía y los juegos de palabras de Carroll a otros idiomas se resolvió aquí traduciendo no del inglés al checo, sino al lenguaje de las imágenes. Con toda seguridad Srnec se identificó plenamente con Carroll, lo tuvo en mente al hacer la adaptación y así pudo llevar con tino este pasaje a otra forma expresiva. Vale recordar que el teatro le interesaba mucho al escritor inglés, en especial el de títeres. Así, el director recrea el País de las Maravillas descrito por Carroll e ilustrado por tantos artistas a partir de John Tenniel, a través de una interpretación, de una nueva lectura. Durante mucho tiempo se creyó que los libros de Alicia eran relatos específicamente destinados a los niños, hasta que a mediados del siglo pasado fueron leídos con mayor detenimiento y se advirtieron, entre otros elementos, la complejidad y la carga de angustia de ese universo onírico que ?junto con obras de otros autores victorianos, como Edward Lear, George MacDonald y Charles Kingsley? fue una avanzada del surrealismo, del absurdo. Alicia... no es una obra literaria infantil, aunque los niños puedan conectarse con el humor y ciertos episodios; hay mucha agresividad en la narración, una amenaza permanente, situaciones de gran arbitrariedad y es aquí donde esta versión del Teatro Negro vuelve accesible la complejidad del subtexto; es importante destacarlo, ya que posiblemente sea éste el punto central de la propuesta. Los jóvenes se identifican con algunas facetas de Alicia relacionadas con la identidad y el crecimiento; los adultos pueden advertir otras sutilezas aplicables a la educación e incluso la política, y los niños disfrutan de la zona más lúdica y fantasiosa, de las aventuras y el riesgo. El espectáculo se plantea en distintos planos y el elenco hace de esta Alicia... un conjunto de claves que nunca terminan de ser descifradas. Si bien el Teatro Negro se ha especializado en circular por mundos fantásticos, también es verdad que Alicia... plantea una exigencia muy alta porque llega más lejos que los tradicionales cuentos de hadas. En esta puesta no se trabaja con los recursos habituales del teatro dramático o de comedia; Jeri Srnec apela a otras artes, como el cine, donde todo es posible gracias al manejo de efectos, para diluir fronteras entre el mundo real y el de los sueños. Ambos mundos se rigen según sus propios términos y Alicia los cruza todo el tiempo, pasando, por así decirlo, de la realidad cotidiana a la realidad irracional (pero muy organizada aunque parezca lo contrario) de los sueños. De la vida común y previsible de la vigilia se salta a un mundo de colores y delirio, de ilimitadas posibilidades que no existen en el universo tangible, pero que no por eso son menos verdaderas.