Jornada Semanal, 10 de junio del 2001

 

Para buscar el paraíso (II)

En “Lo público y lo privado”, Elytis se convierte en “un pequeño Pausanias”, el geógrafo e infatigable viajero que escribió, hacia el 150 d.C., su Itinerariode Grecia. Su definición de paisaje es uno de los momentos esenciales del humanismo moderno. Al decir que es “la proyección del alma de un pueblo sobre la materia” nos remite a la configuración física y humana de la tierra y el agua de Grecia, y nos hace pensar en una isla sitiada por el invierno. El viento iracundo la rodea, las sillas de los cafés se quedan vacías y el poeta se sitúa entre “una vieja puerta de madera despintada por el sol y una temblorosa ramita de jazmín”. Su vida depende en gran medida de esos puntos de referencia que lo ubican tanto en su espacio como en su tiempo. Por eso está seguro de que, si algún día llegan a faltarle, la humanidad entera le parecerá inútil. La vida verdadera consiste en esas cosas aparentemente pequeñas que van formando, a través del camino de la historia, los rostros de los pueblos y de sus gentes. Estas observaciones hechas con toda el alma, la inteligencia y la emoción hacen que la llamada “identidad nacional” se convierta en un recurso retórico de los demagogos, en un juego ideológico o, para ser más exacto, ideologizado, carente de contenido humano y de verdadero amor por la naturaleza y por las obras de los hombres y mujeres que han sido y son en la Tierra.

Hay en estas prosas el tono propio de los deslumbramientos mezclado con un pesimismo que sabe alejarse del melodrama. En la aceptación del destino, sus glorias y flagelos, hay un acento clásico y una actitud personalísima que a lo irremediable de nuestra condición opone la poderosamente imperceptible presencia de una margarita y, sobre todo, la incandescencia o la suavidad de los cuerpos femeninos y los momentos del amor. Al igual que Wordsworth, halla fuerzas en lo que aún queda, no se entristece y lleva en la memoria y en los sentidos “las horas de esplendor en la hierba”. Elytis nos lo dice de una manera insular cuando habla de las prendas interiores de las “muchachas cortadas como la cereza, mitad realidad, mitad fantasía”. Esas leves y ardientes ropas “se disuelven para dejar en tu brazo quemado por el sol dos o tres gotas de frescura”.

En “Las pequeñas épsilon”, Elytis reflexiona sobre el Amor considerado como el verdadero eje de la vida. En esta idea se mezcla lo físico con lo metafísico, pues el Amor está hecho para medir “nuestro alejamiento de la Tierra, nuestra vocación y capacidad para buscar el Paraíso”. Resultaría ocioso intentar la separación entre lo físico y lo metafísico, entre el cielo y la tierra. “Soy por igual infierno y cielo”, dice, sin ánimo peyorativo, el alma enviada por Omar Kayyam a los espacios siderales para que, a su regreso, le revelara el secreto de la condición humana.

En las arduas empresas del Amor, Elytis tiene como inspiración principal a la poeta de Lesbos, Safo, y contempla como una bella utopía la organización social de Mitilene, producto, en buena medida, de la sensibilidad, la inteligencia y la fuerza de las mujeres. La ve como “una amalgama de costumbres libres y normas basadas en modelos de culto donde la naturaleza y el amor ocupaban un lugar prominente”. Por esta razón, “las mujeres de Mitilene podían hablar como habló Safo” y desarrollar todas sus potencias para dedicarse al cultivo de las artes y a la búsqueda de la paz, la libertad y la armonía social. Sobre este reino de milagrería esplende la sonrisa de la “Divina Afrodita de trono adornado”, la Señora de los amores surgiendo “de la amarga espuma”, naciendo todos los días entre las olas del mar que rodea a la isla de Chipre. La diosa contempla los poderes femeninos de la “morena profunda, pequeña y frágil”, Anactoria, cantada y anhelada por Safo, pues este ser diminuto (“criatura pequeñita e insigne, apoderada de la cumbre del corazón”, dice López Velarde) mostró “que es capaz de someter una rosa, de interpretar una ola o un ruiseñor y de decir te amo para que el orbe se conmueva”.

El profundo conocimiento del griego demótico, el amor por las palabras del poeta y una notable capacidad para trasladar ideas universales, y absolutamente personales, de la cosmovisión de una lengua a la de otra, son los rasgos principales de la selección y la traducción realizadas por Francisco Torres Córdova. Con la autoridad que dan el amor y el conocimiento nos invita a recorrer los caminos de la prosa de Elytis, a deslumbrarnos con la variedad de sus temas y con la profundidad de sus amores. No refrenemos la emoción al leer estas precisas construcciones de ideas y de palabras, pero sigamos el consejo de Elytis: “Cuidado con la emoción. Si es hechicera, no deja de ser embustera.” En estas prosas hay un hechizo conmovedor, pero nunca se presenta el peligro de caer en el embuste, pues una sinceridad sin límites nos permite hundirnos en ellas para salir un poco mejores. No olvidemos que el poema se sustrae a la acción del tiempo. Por eso, Elytis se llenó de arrugas “para permanecer terso ahí donde nadie me recordará”. Quedan flotando en el aire de las islas un jazmín, una margarita, un ángel bizantino con un dedo en los labios, algunos dioses, nuestra madre Afrodita, los pintores amados, las muchachas de sueño y realidad, el barroco jónico de Salzburgo y la perfecta gracia de una serenata de Mozart.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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