Jornada Semanal,  29 de abril del 2001 

 

Daniel Rivera

El estado del arte

"El individuo ha tenido que reformular su condición de ser en función de los resultados arrojados por la ciencia", dice Daniel Rivera en este sólido ensayo en el cual revisa el estado del arte después de la Tercera Revolución Industrial, "caracterizada por el descubrimiento de la electrónica y de la invención del microchip, que nos instaló definitivamente en la era de la información y las telecomunicaciones". El tema de las relaciones que se dan entre el arte y la ciencia y la tecnología ocupa el centro de las preocupaciones de Rivera y nos entrega un rico repertorio de ideas sobre lo permanente, lo moderno y lo que Einstein soñaba dándole el nombre de "reino del arte y la ciencia"

 
Si hacemos un recorrido por la historia nos daremos cuenta de que los avances de la ciencia y la tecnología cambiaron vertiginosamente nuestra forma de ver, entender y sentir el mundo desde hace más de un siglo. La segunda Revolución Industrial del siglo xix produjo la mecanización, la motorización y la aceleración en los medios de transporte –barco, tren o automóvil–, la comunicación telegráfica, la eléctrica y el teléfono.

Al entrar el siglo XX, las concepciones que se tenían del espacio y el tiempo cambiaron radicalmente. Durante la primera mitad de siglo surgió lo que algunos analistas denominan la Tercera Revolución Industrial, caracterizada por el descubrimiento de la electrónica y la invención del microchip, que nos instaló definitivamente en la era de la informática y las telecomunicaciones.

Poco a poco, la sociedad se ha ido acostumbrando a la idea de que ya no son las distancias las que marcan el tiempo, sino el tiempo el que marca las distancias. Desplazarse en un medio de transporte significa todavía utilizar el reloj, mientras que hacer una visita virtual significa sólo unas décimas de segundo, por no decir que tiene lugar instantáneamente.

Nos hemos familiarizado con las prótesis oculares, como los satélites espaciales, los telescopios infrarrojos y las naves espaciales, para visualizar el espacio exterior con mayor precisión que en otras épocas. Para el mundo microscópico se ha postulado la nanotecnología –un nanómetro equivale a la milmillonésima parte de un metro–, algo imperceptible para el ojo humano, pero que nos transportará a otra dimensión de la mecánica del cuerpo y de la materia. A su vez, la biotecnología se perfila como un mundo al cual no pertenece solamente la agricultura transgénica, sino también el genoma humano, paradigma que permitirá la transformación biológica de nuestra propia especie.

En un panorama como éste, el individuo ha tenido que reformular su condición de ser en función de los resultados arrojados por la ciencia. Desde la teoría de la relatividad, por ejemplo, además de plantear otra dimensión del espacio, tiempo y materia, la posición del observador sería el punto clave para el entendimiento de los fenómenos que suceden. La mecánica cuántica potencia esa posición hasta desbordarla, sosteniendo que el lugar donde se encuentra una partícula es de naturaleza incierta, y que los átomos que conforman la materia corresponden a un estado desarreglado de la energía.

Durante el siglo XX la matemática, que constituye una de las regiones más estrictas del pensamiento científico, se enfrentó a los esquemas rígidos de la lógica. En 1931 se demostró que la aritmética es un sistema incompleto y que no existe alguna posibilidad lógica para sostenerla. Años más tarde, en 1976, la matemática discreta o aplicada dio a conocer un modelo discontinuo denominado teoría del caos, al mismo tiempo que surgió la geometría fractal, una herramienta que nos acerca de manera atinada a las formas de la naturaleza.

La teoría del caos sostiene que existe una imposibilidad cuando se intenta predecir el comportamiento del fenómeno que se estudia. Es decir que cuando uno cree que conoce muy bien un sistema, surgen comportamientos inesperados que se tornan imposibles de controlar, y que responden a una ley natural compleja, que nos impide predecir algo. Gracias a esta teoría, hemos empezado a descubrir comportamientos cualitativamente distintos, y estamos empezando a comprender la diversidad como un fenómeno natural muy complejo, y de la cual, científicamente hablando, sabemos demasiado poco.

Por su parte, además de haber descubierto el código genético, la biología ha recurrido a los resultados de la matemática para explicar no sólo la diversidad de comportamientos de los seres vivos, sino también para formular otras formas de vida. Gracias a la inclusión de los llamados sistemas complejos –un conjunto de herramientas matemáticas que analiza el comportamiento dinámico complejo–, los biólogos han llegado a establecer que el proceso de las especies está sujeto a comportamientos como la emergencia espontánea del orden, y a sistemas que manejan información, compuestos de muchas unidades interactuantes. De acuerdo con esto, los principios que caracterizan a los seres vivos, como autoorganización, autorreplicación, emergencia y evolución, permitieron el surgimiento de la biología sintética, una disciplina que se encarga de estudiar la vida simulada, de la que se pueden sacar diversas conclusiones sin que se tenga que recurrir al sacrificio de animales, por ejemplo. En resumidas cuentas, y parafraseando a Stuart Kauffman, pionero de esta disciplina, la vida es condición de la materia.

Pero este ambiente no es del todo nuevo para el arte. Los artistas de principios del siglo XX desarrollaron una producción que tomaba en cuenta el pensamiento científico y tecnológico, tanto en el aspecto estético y formal, como en el planteamiento conceptual de la obra. El cubismo y el futurismo son algunos ejemplos que muestran el interés de los artistas por comprender mejor la complejidad del pensamiento humano.

Pero una silenciosa evolución empezó a acercar más a la ciencia y al arte en los años cincuenta. Entre 1950 y 1956, un matemático radicado en los Estados Unidos, llamado Ben Laposky, realizó la primera obra artística visual utilizando una computadora analógica y un tubo de rayos catódicos. Le llamó Abstracciones electrónicas. Esta pieza marcaría el rumbo del arte y la ciencia bajo una misma herramienta de trabajo: las computadoras. Hasta la fecha, nadie sabe qué fue lo que ocasionó la incursión de la ciencia en el arte, ni tampoco sabemos por qué el arte continúa dependiendo de aquélla para su desarrollo. Pero, también en los cincuenta y en Estados Unidos, el arte ofreció la propuesta de la realidad virtual a través de Morton Heilig, un cineasta y artista visual.

La realidad virtual fue, por así decirlo, el enganche entre científicos y artistas, y se ha convertido en un paradigma para toda la sociedad. Mediante esta tecnología es posible efectuar simulaciones que explican diversos comportamientos de la naturaleza, con lo que las teorías que se quieren demostrar son rápidamente asimiladas por el público. Mediante la realidad virtual se abaratan costos de entrenamientos en aviación, astronáutica y muchas aplicaciones de la industria, de la misma manera en que podemos acceder a mundos distintos construidos por el artista.

A este fenómeno tecnológico hay que agregar el arte transgénico, una propuesta hecha por el fotógrafo Edward Steichen en 1949, y que se refiere a la transformación del mundo biológico manipulando el adn. En pocas palabras, la realidad virtual y la biotecnología son las tecnologías que están sintetizando la convergencia del arte y ciencia, ubicando el mundo visual virtual y real como el lugar donde suceden la posibilidad y el placer estético.

El artista y su medio

Como se ha dicho, hace cincuenta años que el arte entró a formar parte del desarrollo interdisciplinario. Hoy trabajan ingenieros, científicos y artistas en la elaboración de costosas obras artísticas que son el termómetro que mide el avance tecnológico. Es probable que la historia del arte no haya registrado nunca una elitización como la que se vive ahora.

Antiguamente se creía que el arte se encargaba de convertir los actos estéticos en obras de arte; que era un sistema que convertía la idea estética en un objeto a través de la mano del artista. Roy Ascott, artista virtual y teórico, define esa época como un sistema cultural "que por siglos representó al mundo como un lugar compuesto de objetos y cosas materiales dispuestos en un espacio euclidiano confiable". Se trataba de generar clichés para un público consumidor con pretensiones intelectuales.

Actualmente, la obra artística es una experiencia, un producto conceptual multidisciplinario cuyo soporte es generado por el conocimiento científico aplicado. Esto puede hacer más difícil el consumo intelectual de la obra, aunque la computación gráfica permite ya la construcción de ambientes interactivos sin que el artista tenga que esperar el resultado de la investigación de la ciencia o de la ingeniería. Pero la extraña dependencia del arte hacia la ciencia parece estar ligada a la destrucción de la hegemonía del sistema llamado cultura, que consiste en las tradiciones populares, los mitos y cosas por el estilo. El arte actual cree en un mundo basado en la posibilidad real de la transformación. Es decir, la obra tecnológica es un adelanto a un futuro potenciado por la ciencia.

La narración es casi siempre la estructura que acompaña este tipo de obras. Esto hace que el trabajo artístico se presente por sí solo, desplazando en gran medida al crítico de arte, pero abriendo paso al teórico o al historiador que interpreta el mundo a partir de la filosofía de la ciencia y de la tecnología.

La otra parte de la elitización es el elevado costo de producción de la obra tecnológica, que desplaza automáticamente a muchos artistas. El verdadero problema es el financiamiento, que por supuesto no implica solamente comprar programas y computadoras potentes, sino también pagar la investigación científica y los servicios de ingeniería, además de los materiales, dependiendo de cada obra.

Solamente las grandes compañías con visión de largo plazo tienen artistas en sus laboratorios como parte del staff. Un artista debe contar con la posibilidad de asistir a congresos en cualquier lugar del mundo; la empresa debe contar con un equipo que entienda perfectamente los intrincados mecanismos de la ciencia, la ciencia misma y, por supuesto, la teoría estética, para proyectar el trabajo en su conjunto. Este darwinismo desplaza a casi todo el planeta. El obsoleto sistema del arte, junto al sistema económico basado en la ideología del abarrotero con internet, ha generado una nueva marginación social, de la cual la sociología debe dar cuenta. Por lo pronto, sólo unos cuantos países desarrollan el arte digital en el completo sentido del término.

Es claro que la sociedad entró en un estado de transición, que al parecer le resulta difícil digerir. Se ha empezado la huida de las tradiciones culturales, de la misma manera en que el arte empezó a huir de la "obra de arte" en los años cincuenta; de la misma manera en que se ha iniciado la migración fuera del cuerpo hacia los mundos virtuales, inclusive a la potenciación biotecnológica. El dramatismo o la tragedia, la religión o los rituales, la superstición del "yo" y otros algoritmos de la cultura, desaparecen de la escena artística. La catarsis que todavía nos puede generar el arte tecnológico depende del grado de acercamiento real a la transformación del mundo.

En resumen, el papel del arte es el de mediar entre el pensamiento lógico y el pensamiento estético, y demostrar que no existe diferencia entre uno y otro –un síntoma de la sociedad que predijera Einstein, y que se refiere al "reino del arte y de la ciencia". Construir la taxonomía imaginaria de un mundo con especies nuevas en realidades nuevas, junto a un rol de decisiones, parece ser la tarea del artista de nuestro tiempo.