La Jornada Semanal, 29 de abril del 2001

(h)ojeadas

Cuentos de honrada lujuria
 

Enrique Serna

 

 

Marco Tulio Aguilera Garramuño,
Los juegos de la imaginación,

Universidad Autónoma de Puebla,
Puebla, México, 2000.
Según la teoría de la recepción, toda obra literaria configura el tipo de lector al que va dirigida y establece con él una relación que puede ser informal o distanciada, según el temperamento y la ideología de cada escritor. En el siglo XIX se consideraba de buen tono hablarle de usted al lector, no tanto por respeto sino por higiene intelectual, pues la autonombrada “aristocracia del talento” condescendía a publicar sus obras, pero no a entablar con la masa una comunicación entre iguales. Aunque siempre se mantuvo a prudente distancia del vulgo, Baudelaire era un dandy dinamitero y configuró a sus lectores con brutal descortesía en el célebre comienzo de Las flores del mal: “Hipócrita, hermano mío, mi semejante...” Se había abierto una grieta en el marmóreo templo de la alta literatura, pero como la poesía derivó hacia el hermetismo a partir de Mallarmé, quienes heredaron la insolencia de Baudelaire fueron los narradores antisolemnes de la vanguardia contracultural de entreguerras, que por haber llevado una vida crapulosa compartían sin pudores intelectuales las fobias y los deseos del hombre común. Con las obras de Henry Miller y Ferdinand Céline se inaugura un agresivo y desenfadado tuteo literario que dejó una huella muy honda en la juventud de los años sesenta y setenta. A esa generación y a esa genealogía literaria pertenece el mexicano-colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, autor de Los juegos de la imaginación, un delicioso libro de cuentos eróticos donde el narrador establece una inmediata y desfachatada intimidad con sus lectores, como si cada relato fuera una confidencia susurrada al oído de un cómplice.

Descubrí a Marco Tulio Aguilera Garramuño a mediados de los ochenta, cuando trataba de ponerme al día en las novedades de la narrativa mexicana, después de terminar la carrera de letras. Como los reseñistas empleaban las revistas y suplementos para hacer relaciones públicas, la única manera de cernir el trigo era leer a cerca de cuarenta autores que habían publicado regularmente en los últimos años. Fue una experiencia muy aleccionadora, pues me di cuenta de que el medio literario había caído en una autocomplacencia patética. Por fortuna, en medio de la bazofia encontré un diamante: los Cuentos para después de hacer el amor de Aguilera Garramuño, un extraordinario libro de relatos que va por la octava edición, y sin embargo ha tenido en México muy pocos comentadores. Me sorprendió, sobre todo, el ritmo y la desenvoltura de su prosa, una prosa pulida y trabajada al extremo de no parecerlo, que daba una sensación de naturalidad sin caer en el registro magnetofónico del habla coloquial. Junto a él, la mayoría de los autores que acababa de leer parecían dislálicos. Devoré entonces las dos novelas que Aguilera Garramuño había publicado en México: Paraísos hostiles y Mujeres amadas, y descubrí que el conjunto de su obra era una autobiografía picaresca. Pero más que un reflejo mimético de la realidad, la narrativa de Aguilera Garramuño es un recuento imaginario de experiencias vividas o soñadas, en que el autor utiliza distintos disfraces y máscaras para cumplir el anhelo borgiano de ser al mismo tiempo el mismo y otro.

En Los juegos de la imaginación, como en el resto de la obra de Aguilera Garramuño, el protagonista de casi todas las narraciones es un escritor o profesor universitario, sentimental y erotómano a la vez, con un sentido del humor demasiado feroz para tomarse en serio como seductor. El único personaje que se aparta de este modelo es el protagonista de “El llamado de la bestia”, un mojigato con el instinto atrofiado por las lecturas piadosas, que después de varios años de matrimonio descubre los órganos sexuales femeninos en un burlesque, cuando la vedette Norma Lee complace a la multitud excitada que le pide “oso”. En el díptico formado por “La mulata de La Habana” y “El masajiyo bayamés”, el protagonista no es exactamente un intelectual, sino un burócrata de medio pelo que se hace pasar por alto funcionario de una editorial universitaria para ser invitado a un encuentro de escritores en Cuba, donde lo acosa sexualmente una multitud de literatas dispuestas a acostarse con cualquier que pueda sacarlas de la isla, o cuando menos publicarlas en el extranjero.

Los demás cuentos del libro son variaciones sobre un tema que parece obsesionar al autor: la dificultad de conciliar la búsqueda de placer con la búsqueda de estabilidad. Para los personajes de Aguilera Garramuño la satisfacción sexual es inconcebible sin entrega amorosa. No se trata, pues, de libertinos sin escrúpulos, sino de hombres y mujeres comprometidos con sus parejas que no pueden sucumbir impunemente a la fuerza del deseo. Su conflicto es el de toda una generación educada en una cultura hedonista y libertaria que al llegar a la madurez debe preguntarse cuánto está dispuesta a sacrificar en aras de la plenitud erótica.

Cada cuento propone una alternativa distinta para resolver este dilema (o para complicarlo más), ya sea el erotismo virtual de Aquiles, protagonista de “La noche de Aquiles y Virgen”, resignado a ver películas porno para escapar del tedio conyugal, o la verbalización de la cópula en el cuento que da título al libro, donde se narra el encuentro de un escritor maduro y una joven investigadora en un congreso literario de una universidad norteamericana, donde ambos ponen en práctica sus estrategias de seducción, coquetean con la posibilidad de hacer el amor y sin embargo, por fidelidad a sus respectivos cónyuges, cuando llegan a la alcoba prefieren hablar de sus fantasías sexuales en lugar de cumplirlas. A mi juicio, este cuento es el más logrado del libro, y el más complejo estructuralmente, pues hay una correspondencia de fondo y forma entre la reticencia de los personajes a cometer una infidelidad y la imprecisión de la voz narrativa (nunca se sabe si narra el cuento la mujer, el hombre o un tercero en discordia) que describe la aventura imaginaria como una ficción dentro de la ficción.

El erotismo sublimado que aceptan con estoica renunciación algunos personajes del libro quizá pueda resultar decepcionante para un aficionado a las orgías literarias y, de hecho, el propio Aguilera Garramuño reproduce en “La historia de Sally Random”, la crítica de un reseñista jalapeño que lo llama “fundador del erotismo mandilón”. Sin tomar partido por la fidelidad o la infidelidad conyugal, me parece que en el fondo de esta polémica hay un desacuerdo sobre la función de la literatura erótica. El reseñista piensa que un cuento erótico vale en la medida en que transgrede todas las reglas morales y sociales, mientras Aguilera Garramuño cree que la literatura erótica se enriquece al explorar la tensión entre el impulso transgresor del deseo y los límites que el amor le impone. Si juzgamos el potencial literario de ambas posturas, creo que Aguilera Garramuño ha encontrado una veta fértil: probablemente sea más difícil explorar con humor los conflictos de la honrada lujuria que describir el desenfreno sexual con una actitud provocadora y cínica. La generación X ha popularizado el estereotipo del chavo nihilista y promiscuo, que a los veinte años ya viene de regreso de todo. Si en otras épocas los autores de literatura piadosa se presentaba ante sus lectores como un espejo de virtudes, ahora es más redituable adoptar la falsa personalidad de un obseso sexual con el alma vacía. Cuando leo novelas juveniles en las que los protagonistas practican el sadomasoquismo, se acuestan por dinero o cometen incesto sin ninguna consecuencia emocional, pienso en la madre de familia de Vidas cruzadas (la película de Robert Altman basada en los cuentos de Raymond Carver) que atiende al cliente de una hot line mientras da el biberón a su hija. Muchos escritores fascinados por la crudeza del realismo sucio han caído en la misma impostura, escamoteando la verdad literaria –es decir, el biberón– en favor de un estridentismo indolente.

Pero si bien Aguilera Garramuño se sitúa a contrapelo de esta tendencia, sus cuentos eróticos contienen la suficiente dosis de subversión para incomodar por igual a los impostores del libertinaje y a los impostores de la decencia. Así ocurre, por ejemplo, en “Sueños de buen cristiano”, la historia de un marido ejemplar y devoto que emplea las artimañas más sucias para seducir a una sirvienta de trece años. Aunque la conducta del personaje sea condenable desde diversos ángulos ideológicos (católico, feminista, marxista), el autor no sólo se abstiene de juzgar a su personaje, sino que procura entenderlo y hacernos simpatizar con él, contraviniendo todos los mandamientos de la corrección política. Ser sincero es ser potente, dijo Rubén Darío. Se refería, por supuesto, al poder expresivo, no a la potencia sexual. Tal vez la sinceridad de Aguilera Garramuño sea un artificio literario, pero se trata de un artificio hábilmente escondido en el subtexto de sus narraciones. Cualquiera puede tutearse con sus posibles lectores; lo difícil es que ellos acepten ese abuso de confianza sin abandonar la lectura. Aguilera Garramuño lo consigue con admirable maestría y por ello sus Juegos de la imaginación son un placer literario de primer orden •
 
 

e n s a y o 

La encantadora de serpientes

Roxana Elvridge-Thomas


 
 

Claudia Adriana Ramos,
La noción del mal en Segundo sueño
de Sergio Fernández,
UNAM,
México, 2000.

Fascinación es lo que siente el lector al entrar en contacto con la literatura de Sergio Fernández, al involucrarse en la trama que conforma el lenguaje de sus novelas, al dejarse atraer por sus personajes, al entrar en el juego –de perverso lo calificaría la autora del libro que nos ocupa– de significados y su laberinto de reflejos, al dejarse atrapar por el ritmo, las imágenes, los múltiples sentidos.

Claudia Ramos fue una víctima que sucumbió ante la fascinación de la narrativa de Sergio Fernández. Y ese embeleso la llevó a querer poseer el objeto que la sedujo, penetrar en la carne de esa escritura, entreabrir sus pliegues, descifrar –para apoderarse de sus artificios– ese enigma que la tentó.

Así adquirió el oficio de encantadora de serpientes, y el libro La noción de mal en Segundo sueño de Sergio Fernández es la bitácora de su acercamiento a esa voluptuosa serpiente que es la escritura de Sergio Fernández.

La autora comenzó como algunos encantadores medievales: tendiendo a su presa-adversario la trampa del espejo. Y a falta de azogue, ella misma se transformó en uno. Es así como, mediante la observación e imitación de las costumbres de su objeto del deseo, comenzó el acecho, que fue al mismo tiempo compenetración.

Se nos presenta, en su estudio sobre Segundo sueño, como una alcahueta, al más puro estilo celestinesco, como el mismo Sergio Fernández. Prepara para nosotros el cuerpo de la escritura que la fascina y comienza a desvestirlo lentamente ante nuestros ojos. Nos descubre sus afeites sección a sección, atizando nuestro deseo de encontrarnos, por fin, con su propia interpretación de la novela, con especial énfasis en el lado oscuro del mundo, ése que completa la totalidad: el andrógino.

Forma para los lectores la estructura que descubre en las novelas de Sergio Fernández como armazón del deseo: el triángulo. Y en este triángulo vehemente nos encontramos el lector, el cuerpo de la escritura de Sergio Fernández y Claudia Ramos. El lector, como el amante que quiere aprehender para sí cada trozo de escritura; el texto que se ofrece, fascina, atrae hacia sus pliegues; y Claudia, la cómplice que prepara el más disfrutable y sorprendente acercamiento: la llegada al vértice donde los tres nos encontramos, y el lanzarnos de nuevo a la búsqueda, esa que el deseo espolea, la de Sergio Fernández por el tramado de su escritura, el reencuentro con sus obsesiones; la de Claudia Ramos, por penetrar cada vez más a fondo en ese cuerpo deslumbrante e imbricado; y finalmente la del lector, que después del primer momento de gozo desea, como Claudia, y gracias a ella, ir más allá, filtrarse por cada poro de esa turbadora escritura, develar nuevos encuentros, nuevas transformaciones, nuevos viajes.

Ramos actúa como un Virgilio cómplice en el viaje que nos fuerza a seguir por la aventura hacia el mal que tanto Sergio Fernández como ella han emprendido a través de la palabra del primero. Nos interna en el ritmo de la novela, en sus dos registros a la vez opuestos y complementarios: la poesía y la narrativa, el sueño y la vigilia. La guía, que es a la vez la más gozosa vagabunda por esos laberintos, realiza en el lector una transformación, como las que sufre el narrador en la novela, como la que ella misma efectúa: todos somos pervertidos, con la diferencia de que en este giro, de entre los muchos que encontramos reverberando en nuestro triángulo, la encantadora es Claudia, quien ha domado, por un momento, a la serpiente, se ha puesto sus múltiples máscaras y se ha transformado en su espejo: ella también andrógina, poseedora del poder que dan los contrarios, erigiéndose en uno más de los reflejos: Lucius Altner, el profesor mexicano, Sergio Fernández, Claudia Ramos, el lector, en un movimiento incesante de oscuridades y recovecos, de pliegues que de pronto se nos abren para obtener algo más: conocimiento, placer, deseo de búsqueda •
 
 
 

 

e n s a y o 

Todos los españoles

Ana Pi i Murugó


 


 
 
 

José G. Moreno de Alba,
El español en América,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2000.     

Al utilizar la habitual computadora tenemos el ejemplo más sencillo: ¿Qué idioma vamos a utilizar? Las posibilidades son múltiples, y también el carácter del idioma español que deseamos emplear. ¿El que se habla y escribe en la Península Ibérica, el que se habla en México, en Cuba, en Colombia...?

Por este motivo, Moreno de Alba, ya en las primeras líneas de su texto, apunta la necesidad de especificar y definir al español en América, no al español de América, ya que con esta preposición no consideramos las distintas particularidades idiomáticas de los países americanos.

El autor también reconoce que se ha generalizado una amplia producción escrita sobre la historia del español en América marcadamente eurocentrista y con este libro intenta, en la medida de lo posible, combatir esta tradición.

Obviamente, una parte importante del texto la constituyen las referencias observables entre el español en América y el español en España. En este sentido, el autor explica cómo y por qué el español en América, sin perder su unidad esencial con el europeo, va adquiriendo, en diversos niveles –fonológico, fonético, gramatical y léxico–, su propia fisonomía, que debe contrastarse necesariamente con la del español peninsular, fruto de una evolución incesante, como la de toda lengua viva.

Las peculiaridades lingüísticas de las diversas regiones hispanohablantes americanas tienen, comenta Moreno de Alba, su explicación, entre otros factores, en el inicio de su colonización.

Otro aspecto importante es el tan mencionado andalucismo del español americano –especialmente el de México– y el debate entre andalucistas –Wagner, Lapesa, Menéndez Pidal, etcétera– y antiandalucistas –Henríquez Ureña, Amado Alonso y otros. Pero, como argumenta el autor, no existe una evidencia tangible que relacione al español del Nuevo Mundo con Andalucía, sólo la semejanza fonética –el ceceo. Otros rasgos fonéticos y gramaticales no permiten llegar con absoluta seguridad a una conclusión andalucista.

Una influencia importante en el español de América son las lenguas africanas, especialmente en el aspecto léxico. Y también, pero según Moreno de Alba no tan destacada, la de las propias lenguas americanas que existían antes de la colonización española.

Es importante señalar también las estrategias que los descubridores, conquistadores y colonizadores utilizaron para comunicarse con los habitantes del Continente Americano: desde la figura de intermediarios o intérpretes hasta la inmersión completa de los españoles en la vida indígena, o el uso obligado y extendido de lenguas francas indígenas fuera de sus límites habituales –en el caso de México esta lingua franca fue el náhuatl.

No se debe olvidar que la lengua es compañera del imperio y que el fin último de la Conquista fue religioso: la conversión de los indios al cristianismo. Afirma Moreno de Alba:

Conquista y cristianización eran una sola y misma empresa. Fueron precisamente los misioneros quienes se percataron de que no era posible enseñar con violencia el español a los indios, ni tampoco de que fuera conveniente esperar con paciencia que esto sucediera con el transcurso de los siglos. Para cristianizarlos había que hacerlo en sus propias lenguas, era necesario por ende aprenderlas para poder predicarles el Evangelio, pues la conversión de los indios se ofrecía
a sus ojos como una tarea cuya importancia era comparable con la que afrontaron los primeros apóstoles.

Las lenguas aborígenes de América también han influido en el español, pero únicamente en el nivel léxico. Ningún fenómeno fonológico o fonético, morfológico o sintáctico del español peninsular puede atribuirse a las lenguas amerindias y sí, en cambio, cierta cantidad de voces que lo enriquecen. Es importante señalar en este punto que los diccionarios actuales de americanismos rivalizan por incluir el mayor número posible de variantes, sin considerar que se usen o no en el español americano, lo que, evidentemente, distorsiona la realidad lingüística.

Hay sin embargo un tipo de voces, una clase de vocabulario que está produciendo cotidianamente serias diversificaciones en muchos países: el léxico de nueva creación y los extranjerismos, así como la influencia lingüística que ejercen las ciudades capitales. Como ejemplo existen numerosas investigaciones fonéticas, morfosintácticas y léxicas que han dado lugar a un interesante proyecto que pretende describir la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica, la Península Ibérica y sus zonas de influencia. Siguiendo la descripción de Marcos A. Morínigo, de 1966, se pueden describir como americanismos léxicos actuales:

a) Las voces indígenas que se han incorporado con firmeza al español general o regional: tabaco, cigarro, maíz, chocolate...; b) Las palabras que se han creado o inventado o derivado de otras españolas en América como: churrasco, chumbera, hornero...; c) Los vocablos españoles que tienen en América acepciones diferentes de las peninsulares: león, laurel, lagarto, jabalí, estancia...; d) Los arcaísmos, marinerismos y regionalismos de origen hispánico que hoy se desconocen en la lengua peninsular general: durazno, pollera, recordar (despertar)...; e) Los cultismos (latinismos y helenismos) anglicismos, africanismos que hoy forman parte del léxico americano común.

También es importante mencionar que una de las peculiaridades distintivas del español americano, quizá la única que efectivamente comprenda a todos los hablantes de cualquier región, es la ausencia del pronombre “vosotros”, que se ve sustituido, en toda situación, por “ustedes”. Y otra, que el verbo aparece siempre con desinencia de tercera persona de plural –por ejemplo, “ustedes cantan”.

Aparte de estas consideraciones y de la importante bibliografía que se recoge en este libro, y que posibilita al lector interesado profundizar en ciertos aspectos concretos mediante la consulta de otros textos o la búsqueda particular a partir del índice onomástico, el futuro del español es otro tema que plantea pertinentemente Moreno de Alba. Y así se expresa:

El futuro del español: evidentemente resulta imposible predecir con ciertos márgenes de seguridad o certeza qué pueda suceder con la lengua española en general y americana en particular en el futuro. Es, empero, conveniente reflexionar sobre el futuro de la lengua si para ello nos apoyamos tanto en la historia misma de los pueblos y de sus idiomas cuanto en las direcciones que en el presente se vislumbran para lo venidero.

Apunta como certezas que el noventa y nueve por ciento del léxico se ha conservado invariable y la estructura gramatical permanece sin grandes cambios. Pero agrega que a pesar de la alta calidad de la literatura clásica y contemporánea, peninsular o americana, que son garantía de su fortalecimiento, extensión y reconocimiento, no puede negarse que hoy, como escribe Ángel Rosenblat, hay un tema que no es asimilado o aprendido por el idioma español: la evolución de la ciencia. Y en este sentido hay un evidente déficit de incorporación de términos nuevos relacionados con ésta, que sean propiamente de origen o formación española.

Con El español en América, quienes no somos especialistas, lingüistas ni filólogos tenemos la oportunidad de introducirnos en la problemática lingüística, que posiblemente consideramos lejana y ajena a nosotros mismos pero que, a través 
de este ameno y documentado libro, se nos hará más cercana y nos hará considerar muchos aspectos de nuestra dicción y nuestra expresión escrita, y compararlas con las de nuestros más cercanos interlocutores cotidianos o las de nuestros más alejados interlocutores hispanohablantes –de la prensa, los libros, la radio, la televisión, etcétera • 

 FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION

antología

• Hipnerotomaquia, Editorial Aldus, México, 2001, 226 pp.

• Mujeres poetas en el país de las nubes. Antología, selección de Emilio Fuego y Leticia Luna, Ediciones La Cuadrilla de la Langosta/Centro de Estudios de Cultura Mixteca, A.C., México, 2000, 156 pp.

antropología

• Cosmovisión, ritual e identidad de los pueblos indígenas de México, Johanna Broda y Féliz Báez-Jorge (coordinadores), Col. Biblioteca mexicana, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 539 pp.

artes plásticas

• Rufino Tamayo. Aproximaciones, Ingrid Suckaer, Col. El Horcón, Editorial Praxis, México, 2000, 492 pp.

cine

• Doctor Zhivago, David Lean, estudio crítico de Ramón Moreno Cantero, Col. Paidós películas, Ediciones Paidós, Barcelona, España, 2000, 172 pp.

ensayo (histórico)

• Apología para la historia o el oficio de historiador, edición anotada por Étienne Bloch, Marc Bloch, traducción de María Jiménez y Danielle Zaslavsky, traducción del prefacio de María Antonia Neira B., Sección de Obras de historia, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 181 pp.

ensayo (literario)

• Las voces del espejo. Reflexiones literarias jaliscienses del siglo XIX, estudio preliminar, selección y notas de Carlos Guzmán Moncada, Col. De artes y de letras, El Colegio de Jalisco, México, 2000, 307 pp.

• Los hijos del desastre. Migrantes, pachucos y chicanos en la literatura mexicana, Javier Perucho (compilador) Conaculta/Fonca, México, 2000, 314 pp.
 
 
 
 

ensayo (político)

• El pensamiento del EZLN, Iván Molina, Plaza y Valdés Editores, México, 2000, 414 pp.

• La reforma política del Distrito Federal, Oziel Serrano Salazar, Centro de Asesoría Multidisciplinaria/Plaza y Valdés Editores, México, 2001, 309 pp.

ensayo (sociológico)

• Entre la magia y la historia, José Manuel Valenzuela (coordinador), Col. México-Norte, El Colegio de la Frontera Norte/Plaza y Valdés Editores, México, 372 pp.

narrativa

• Bares vacíos, Martín Cristal, Editorial Colibrí, México, 2001, 282 pp.

• Cándido Habanero, Jorge Ángel Pérez, Editorial Colibrí, México, 2001, 209 pp.

• El arma en el hombre, Horacio Castellanos Mora, Col. Andanzas, Tusquets Editores, México, 2001, 132 pp.

• El otoño siempre hiere, Raúl Guerra Garrido, Col. Modernos y clásicos de Muchnik Editores, Muchnik Editores, Barcelona, España, 2000, 257 pp.

• Paraíso clausurado, Pedro Ángel Palou, Col. Modernos y clásicos de Muchnik Editores, Muchnik Editores, Barcelona, España, 2000, 293 pp.

• La caída y la noche, Vladimiro Rivas Iturralde, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Verdehalago, México, 2000, 63 pp.

poesía

• Cuerpos poemármoles, Mario Islasáinz, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 70 pp.

• Jaula de versos, presentación de Efrén Rodríguez, Col. ¿Águila o Centella?, Nerfe Ediciones, 69 pp.

• Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua”, introducción y traducción de Miguel León-Portilla, Sección de Obras de antropología, El Colegio Nacional/Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 202 pp.

revistas

• Textos, núm. 3, octubre-diciembre de 2000, textos de Mónica Lavín, Natalia Toledo, Lorena Fuentes Momberg, entre otros, Suntuas Académicos, México, 148 pp.