martes Ť 24 Ť abril Ť 2001

Marco Rascón

Morir en el sexto congreso

Sólo un vago recuerdo ha quedado de aquel movimiento que dio origen al Partido de la Revolución Democrática (PRD). De los sombreros campesinos que se vieron en su asamblea fundacional, no queda ninguno ante el desprecio por las luchas agrarias. Los obreros desaparecieron; los militantes, los cuadros organizadores y la fuerza social de los movimientos populares fueron desgarrados y hoy sólo quedan los andrajos: muestras clientelares para dirimir candidaturas y posiciones internas, porque la lucha por la democracia fue vulgarizada.

Toda la historia anterior que formó al PRD se desprestigió, fue desaparecida, ocultada, para dar lugar a pequeños grupos de políticos profesionales que viven de la interlocución y las prerrogativas.

El objetivo de derrotar al partido de Estado y terminar con el viejo régimen se convirtió desde el tercer congreso en coexistencia pacífica, negociación cupular y al servicio de la gobernabilidad. Ya desde entonces la idea de una revolución democrática fue sustituida por una "transición pactada", que ahora sólo es aplicable internamente para resolver conflictos de los intereses entre grupos y corrientes.

El tiempo caminó en contra del PRD y el aumento de sus recursos y prerrogativas, lejos de fortalecerlo, lo debilitaron; la dirección optó por administrar y se fue alejando de los propósitos que le dieron vida: luchar por el cambio. Dejó de ser una opción frente a las crisis económicas y políticas, el priísmo y la derecha, las tendencias cruentas hacia el neoliberalismo y la globalización, y se convirtió en una máquina reactiva, torpe, sin imaginación, sin base social, oportunista y sectaria.

Cada vez más, sobre todo en los últimos tiempos, asumió el papel que alguna vez tuvo el PARM como partido adjunto del PRI. La cultura priísta se refugió en el PRD para mal, y gracias a eso se gobierna sin programa y al margen de sus principios en Zacatecas, Baja California Sur, Nayarit, Tlaxcala y el Distrito Federal.

El supuesto avance de cuatro gubernaturas en estados aislados y sin influencia regional, con candidatos no perredistas, a la distancia pareciera ser resultado de una negociación cupular a cambio de Guerrero y el estado de México, cuyos triunfos hubiesen sido claves en la elección del 2000.

La gran mayoría de los dirigentes no es nada en política sin los aparatos partidarios y los subsidios estatales. La dirigencia del nuevo PRD, que llega unificada a Zacatecas, sólo pudo mantenerse violando todas las reglas y todos los estatutos; disciplinando instancias, llenando de ineptitud los procesos electorales internos y externos. Al PRD no lo matan hoy sus pugnas, sino la unidad en torno a los errores y las traiciones; sólo la ruptura podría refundar los principios levantados en 1988, que aun estarían vigentes para reconstruir una identidad progresista y de izquierda para luchar por México.

Esa unidad actual sólo se mantiene por el cálculo de las prerrogativas. Cada grupo tiene ya su propio partido y sus propias alianzas para hacerlo; cada vez es más grande el flujo de intereses con facciones externas de otros partidos que dentro del mismo PRD; el congreso de Zacatecas es únicamente una simulación para refundar una tregua entre corrientes mientras ven llegar la liana e irse en pos de un porcentaje seguro de votos y nuevas prerrogativas. Ese pacto se refleja en las reformas estatutarias que reducen las instancias del partido al tamaño de la nueva realidad de las prerrogativas del IFE y se asegura que el reparto no sea ventilado públicamente, sino en un Consejo Político integrado "por los principales".

De la revolución democrática sólo quedan vivos los muertos perredistas y su sacrificio por un país que cambió de manera confusa. Las banderas del sol, llenas de tierra, de pobreza, de la ilusión por un México de cambios sociales y democráticos se quedaron en los caminos de las rancherías, las escuelas, los centros de trabajo, las universidades y las luchas populares, en espera de otro momento. La unidad congresista de Zacatecas deja un gran vacío, porque es la muerte de la credibilidad en un proyecto.

De este congreso no hay que esperar nada, pues sólo es una tregua previa a la ruptura. Ahí no sonará el cañón de Felipe Angeles ni la memoria del villismo, sino el viento que acompaña a los muertos en vida. Ese congreso tiene las manos atadas y no tendrá lugar para nadie que no haya pactado antes sus propuestas. Es un congreso para perdonarse las ineptitudes mutuas, dirimir mezquindades, golpes bajos y la política sucia que se ha extendido entre ellos. Sin embargo, es el congreso perfecto, porque ya nadie los molestara: en el presídium estará toda la dirección que condujo a la derrota, sonriente y con el puño en alto, combativa por haber llegado unida a Zacatecas, donde nació la traición y se incubó la transición pactada. Su objetivo a mediano plazo es una lucha heroica: defender el registro.