Jornada Semanal,  22 de abril del 2001 

El dedo en la herida
Nueva poesía colombiana


En 1985 Fernando Charry Lara publicó una breve antología comentada de la poesía colombiana, que incluía a poetas modernistas de finales del siglo XIX y principios del XX, y a otros bardos que conformaron en las seis primeras décadas del siglo grupos como "Los nuevos", "Piedra y cielo", y "Mito", que dejaron honda huella en la poesía colombiana contemporánea. Poetas como el propio Charry Lara, Rogelio Echavarría, Héctor Rojas Herazo y Álvaro Mutis son, en la actualidad, los últimos representantes de un entorno poético que se ha ido desfigurando en múltiples rupturas e insólitas propuestas, como reflejo de un país desesperado que nunca acaba por encontrarse a sí mismo.

La poesía colombiana, aunque ha tenido ciertos planetas fulgurantes y nítidos como José Asunción Silva, León de Greiff, Porfirio Barba Jacob y Aurelio Arturo, ha sido en general de modesta tradición, comparada con la de países como Argentina, México o Cuba. Sin embargo, ha contado con una constelación brillante de inmensos poetas menores, que son los que en definitiva han constituido el cuerpo de la poesía colombiana, desde que el cronista de la conquista Juan de Castellanos vertió su testimonio en más de ciento cincuenta mil endecasílabos. En los últimos cuarenta años, a partir de la frenética irrupción de los nadaístas comandados por el ingenioso, ocurrente y corrosivo Gonzalo Arango, hasta los poetas de la generación sin nombre y del estado de sitio y de las generaciones desencantadas más recientes, en la poesía colombiana ha sucedido de todo y no ha sucedido nada: quedan sólo unos cuantos nombres con algunos poemas excelentes, a veces con sólo unos cuantos versos, como testimonio irrebatible de que la poesía colombiana de las últimas décadas es tan desigual como el país que encarna. Me atrevería a mencionar algunos de esos nombres que son, al fin y al cabo, el hilo conductor hacia los planetas que mencioné antes: Jaime Jaramillo Escobar, José Manuel Arango, Giovanni Quessep, Nicolás Suescún, Mario Rivero, Darío Jaramillo Agudelo, Harold Alvarado Tenorio, Juan Manuel Roca, Ricardo Cuéllar Valencia, Juan Gustavo Cobo Borda, Raúl Gómez Jattin, Álvaro Rodríguez, Santiago Mutis, Piedad Bonet, William Ospina...

Herederos de esta tradición en un país herido por una historia canibalesca, son los jóvenes poetas que hoy incluimos en esta brevísima y, por supuesto, incompleta y arbitraria muestra de la nueva poesía colombiana. Ellos ponen el dedo en la herida y cantan, sin otro oficio –como dice el excelente Federico Díaz Granados– que el de otorgar el canto a los pájaros muertos. Hablan de ángeles ebrios y de la aurora, de encuentros y oficios de sobrevivientes, de guerreros heridos y nocturnos, de ciudades cautelosas y transfiguradas, de epitafios, pesadillas y aves de alivio. La nueva poesía colombiana es como el país vibrante: se mira en un espejo, se reconoce y canta.

Jorge Bustamante García
Jazz del poeta
Federico Díaz Granados (1974)

El poeta transita el tiempo
En medio de las negras tempestades
A las que concurren a deshoras los ausentes
Para contar las estaciones que tiene el horizonte.
Se acribillan a las flores en las calles
Evitándoles morir de muerte natural.
Sólo el poeta sabe que el tiempo
Es una cuerda de equilibrio entre la muerte y la
   memoria
Entre alaridos embalsamados de fantasmas
Y aleteos de lunas mutiladas.
El poeta, ángel de hielo
Que hace guardia junto al horno
En la entrada del infierno
Sin otro oficio que el de otorgar el canto
A los pájaros muertos.

La balada del ángel ebrio
Giovanny Enrique Gómez (1979)

Las veo que danzan, dormidas,
Las siento rodearme imbatibles, certeras,
Alistándome al fuego, ofreciendo sus pieles
Y sus caballos sin crines.

No estoy dormido y sueño,
Sobre la cumbre de una montaña,
Que el mar se arrastra hasta mí.

¿Cómo puedo sostenerme en pie
sobre estas piedras,
sin guiarme por las estrellas
que caen sobre mis ojos?

Sombras que danzan como olas tranquilas,
Sombras sin duelo,
Palabras convertidas en arena
Al vuelo de los pájaros.

Oficio de sobrevivientes
Jorge Chaputo (1964)

La noche caería al amparo del desvelo,
por mera disposición terrena.
Sólo quedaría la exuberancia del desborde
tras el desborde del deseo,
tras la quimera que nació en la mirada
vistiendo su anatomía con sonrisas desplegadas y
ocupando bosques de verde memoria.
Recordarás cuánto significó la tierra tras estos
  haberes,
Recordarás la voz de la sentencia.
El alba será oficio de sobrevivientes.

Guerrero herido
Juan Felipe Robledo (1968)

El árbol sobre la colina quiere detener el tiempo
  con  sus ramas,

toma las horas por el cuello y pretende 
  estrangularlas.
El árbol sin simiente, el que habita la colina,
todo lleno de esperanzas y conciertos,
luminoso corazón que es hoy lucero.
Rincones piadosos hay bajo su corteza de soldado
  de batallas
Sin fin,
En este día que no se detiene en la marcha,
Tiempo cruel bajo las hojas, gusano de las frutas
  de  su dicha.

Escrito de noche
Lauren Mendinueta (1977)

La impresión está llena de errores.
Las palabras cojean sin llegar al final.
Algunas frases se desmoronan
Arruinándolo todo.
Las manos manchadas de tinta
Disecan recuerdos.
El escritor busca aquello no escrito
Que complete
La página no iniciada del hombre.

Inéditos
Liana Mejía (1961)

Amo esta ciudad
que late al ritmo
de mi sangre.

Esta ciudad con sus fronteras
alzadas por la peste,
y que atravieso a medianoche
cantando en tono bajo
cautelosa y ebria.

Ave de alivio
Ramón Cote (1963)

Mírame de frente a los sueños
fijamente y memoriza
esta soledad que te pronuncia:
si en vez de piedra tuviera mano
y en vez de mano tuviera aire
con ese aire te haría un pájaro.
Recibe esta equivocada
cartografía, esta tristeza distante
afilada meta a metal con el otoño,
mi voz que ha de ser fuego
y ser sílaba en tu lengua
y después palabra para siempre.
Bienvenida tú de vuelo en vuelo,
ave de alivio.

Poema
Gonzalo Márquez Cristo (1963)

La pesadilla es blanca
y nuestros lugares persisten:
su curso ha sido paralelo a la mirada.

Todos avanzamos de espaldas:
asistimos al llamado del silencio
mutilamos las hojas-alas del árbol
porque mayor condena será dejarlo ir.

Y al suspendernos en el ojo de la noche
para modelar con Tu sombra
la ocupación de un rostro

¡Perpetuaremos el relámpago!

Epitafio
Julio Daniel Chaparro (1962-1991)

Si el sol sigue dorando las estrellas
si el viento aúlla y restaña otro rostro en el espejo
si baila el aire en tu cabello y te retiene,

da el paso que debieras
ese instante de la muerte que aún no tienes:
                                                                        vuela.