El relato histórico acuñado
por el Estado posrevolucionario

cam_zapatistas2DEL ESTADO QUE SURGIO DE LA REVOLUCION DE 1910-1917 PROVIENE LA IDEA DE LA REVOLUCION COMO PROCESO ACELERADOR DE LA HISTORIA Y AGENTE REGENERADOR DE LA SOCIE DAD. FUE UNA IDEA TOMADA DE LOS LIBERALES DEL SIGLO XIX, QUIENES A SU VEZ LA RECIBIERON DE LA RE-VOLUCION FRANCESA, EL GRAN MOVIMIENTO QUE PRIVILEGIO LA DISRUPCION VIOLENTA SOBRE LOS LENTOS PROCESOS EVOLUTIVOS.

LA PALABRA REVOLUCION TENIA UN SENTIDO PEYORATIVO ANTES DEL VÉRTIGO TRANSFORMADOR QUE IRRUMPE EN 1910: EVOCABA EL CAOS POLITICO, LA ACCION DESENFRENADA DE LAS TURBAS POPULARES, LA AMBICION SIN LIMITES DE LOS CAUDILLOS, O LA TOMA DEL PODER POR MEDIOS VIOLENTOS. AUN CUANDO FALTA UN RELATO INFORMADO QUE EXPLIQUE COMO CAMBIA Y SE AFIRMA LA PALABRA RE-VOLUCION EN LA HISTORIA DE HISTORIAICO, ALGO SABE-MOS DE SU PRODIGIOSA TRANSFORMACION EN LOS SIGLOS XIX Y XX.

 
De la revuelta a la revolución

José María Luis Mora, el fundador del liberalismo mexicano, consideró la revolución de Independencia un acontecimiento necesario pero "pernicioso y destructivo para la nación". Decía que las rebeliones, antes que acarrear el bienestar habían derivado en males inmensos para la República. Veía en ellas movimientos que oscilaban entre el libertinaje y la tiranía. Por su parte, Lucas Alamán, la cabeza inteligente del partido conservador, dedicó su actividad política y su talento de historiador a probar que la anarquía interna y la debilidad externa que habían conducido a la debacle de 1847 eran consecuencia del movimiento independentista que abjuró de la herencia hispánica y adoptó principios extranjeros. Decía Alamán que la insurrección dirigida por Hidalgo no fue un "esfuerzo heroico de un pueblo que lucha por su libertad", sino un "levantamiento de la clase proletaria contra la propiedad y la civilización". Rechazó asimismo las ideas de Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante, quienes interpretaron la Independencia como la liberación de la antigua nación indígena sojuzgada por el yugo español.

La reiterada condena de los movimientos radicales en la primera mitad del siglo XIX llevó a Edmundo O'Gorman a decir que contrariamente a la "visión jacobina oficial", las ideas conservadoras tuvieron en esos años más apoyo popular que las liberales. Pero justamente cuando los liberales vencieron al partido conservador en la Revolución de Ayutla  (1854-1856), comenzó a cambiar el sentido de la palabra revolución. En 1855 Guillermo Prieto equiparó ese movimiento con el iniciado por Miguel Hidalgo. Argumentó que la revolución de Ayutla, como la de Hidalgo, era la misma lucha del pueblo contra la tiranía. Otros liberales, entre ellos Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano e Ignacio Vallarta, vieron en la revolución de 1810 el renacimiento de México y el comienzo de una tradición revolucionaria que se prolongaba al presente, cuando el partido conservador fue derrotado por el movimiento de Reforma.

En 1867 el triunfo de Juárez sobre el imperialismo francés y el conservadurismo nativo fortaleció la interpretación liberal de la historia basada en los procesos disruptivos. "Después de 1867, la visión liberal de la historia del siglo XIX fue resumida en forma concisa por Justo Sierra (...). En un libro que ha gozado de gran popularidad y continua influencia, declaró que 'México no ha tenido más que dos revoluciones'. La primera fue la revolución de independencia; la segunda fue la gran Reforma de 1854 a 1867. Ambas fueron para México parte del mismo proceso social". El modelo que afirmó la idea de la revolución como partera de una nueva época de la historia fue la Revolución francesa. Ignacio Manuel Altamirano lo expresó llanamente en las siguientes palabras:

Somos directamente los hijos de aquella gloriosa revolución de 1789 y nuestras ideas son las que se proclamaron en la Asamblea Constituyente y que alumbrando el mundo como antorcha inmensa atravesaron el Atlántico y vinieron a iluminar a nuestro pueblo, sumergido en las tinieblas de la servidumbre colonial.

La Revolución francesa, con su afirmación poderosa de la soberanía popular, la declaración de los Derechos del Hombre, el repudio del poder despótico, la preminencia de los principios democráticos y su aura de acontecimiento fundador de la modernidad y la legitimidad republicana, fue el modelo político que inspiró a los liberales mexicanos. Bajo estas banderas los liberales revaloraron la historia de su patria.

David Brading ha destacado la nueva interpretación de los conceptos de patria y nación que hicieron los intelectuales de la Reforma. Al examinar las obras de Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano, observó que ambos consideraron a su patria "como una república federal, heredera no del Anáhuac o de la Nueva España, sino de la Revolución francesa y de la Insurgencia de 1810". Interpretaron el pasado prehispánico como una época gobernada por la barbarie y vieron en el virreinato tres siglos dominados por el oscurantismo religioso. Pensaban que la República liberal no podía fundarse en esas raíces y proclamaron otros orígenes: "nosotros -decían- venimos del pueblo de Dolores, descendemos de Hidalgo".

Al vincular el movimiento insurgente con la Revolución de Ayutla, los liberales alentaron el mito de un proceso revolucionario continuo, cuyos sacudimientos iban señalando etapas sucesivas del desenvolvimiento nacional. El régimen de Porfirio Díaz (Fig. 1) consagró esa interpretación del pasado en sus grandes obras históricas: México a través de los siglos y México: su evolución social, así como en el calendario cívico que se instauró entonces, en sus museos y en las suntuosas ceremonias que festejaron el centenario de la gesta insurgente. Independencia, Reforma y presente porfiriano formaron así una misma secuencia, un bloque histórico anclado en los grandes momentos que habían definido el derrotero de la nación.

 

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Fig. 1
 
 

EL MITO DE LA UNIDAD Y CONTINUIDAD DE LA NACION

La generación de la Reforma, acosada por las guerras civiles, las invasiones extranjeras y las crisis del erario que descoyuntaron el país, abrazó el mito de la unidad de la nación por encima de las querellas políticas y los antagonismos sociales. Una de las metas que Juárez se propuso en los años siguientes a la guerra de Reforma fue restañar las heridas creadas por los enfrentamientos políticos. Su ley de amnistía de 1870 fue el primer paso en esa cruzada. Más tarde, la inclusión de antiguos colaboracionistas del Imperio de Maximiliano en los gabinetes de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, ratificó la intención conciliadora.

Sin embargo, sólo hasta la victoria electoral de Porfirio Díaz en 1876 pudo éste invitar a sus antiguos enemigos, los partidarios de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias, a formar parte del gobierno. Así, en 1887, cuando se conmemoró otro aniversario de la muerte de Benito Juárez, el antiguo enemigo de Díaz fue elevado al rango de héroe nacional y recibió en efigie el homenaje de sus adversarios más recalcitrantes. La idea de unificar a la nación mediante el culto a los héroes cobró fuerza durante el régimen de Porfirio Díaz. Entonces se creó el panteón de héroes venerado en el calendario cívico: Cuauhtémoc, Hidalgo, Morelos, Melchor Ocampo, Benito Juárez, Ignacio Zaragoza, Porfirio Díaz... En ese panteón sobresalían los héroes que proclamaron la Independencia, refundaron la República y defendieron la integridad de la patria.

La presencia de estos patriotas en diferentes etapas de la formación del país expresaba la unidad y continuidad de la nación a pesar de las vicisitudes de la historia. Aun cuando al final del porfiriato la élite gobernante y los "científicos" trocaron su admiración hacia la Revolución por el evolucionismo gradual, mantuvieron su creencia en la continuidad histórica de la nación. En México a través de los siglos o en México: su evolución social, se ofrecía al lector el largo peregrinar de la patria como un discurso integrado y evolutivo, que unía el antiguo pasado indígena con el virreinato, la Independencia y la Reforma, hasta alumbrar con luz optimista el presente porfiriano.

 

LA REVOLUCION MADERISTA DE 1910

En La bola, la novela de Emilio Rabasa publicada en 1887, hay una exaltación de la revolución como acción regeneradora de la sociedad y una condena de las innumerables revueltas que agobiaron al país en el siglo XIX. Pero el acontecimiento que cambió el sentido de la voz revolución en la historia de México fue la rebelión encabezada por Francisco I. Madero contra Porfirio Díaz. Si bien al principio los maderistas emplearon los términos revolución, insurrección y movimiento revolucionario de manera indistinta, poco a poco la palabra revolución adquirió un sentido que no tenía antes.

Guillermo Palacios, el primer escrutador minucioso de los significados de la palabra revolución en el siglo XX, observa que Madero le dio una connotación a este vocablo esencialmente política. En abril de 1911 José María Pino Suárez, quien más tarde sería vicepresidente, declaró: "La Revolución es progreso". Luego, cuando el movimiento maderista derrocó a Porfirio Díaz, el gobierno de éste pasó a ser "el Antiguo Régimen" y el triunfo de Madero fue proclamado como la alborada de la democracia. En el mismo año de 1911 Luis Cabrera pronunció su célebre sentencia: "la revolución es la revolución", con la cual quiso decir que la revolución no era un mero cambio de gobierno, sino una verdadera y profunda remoción social. En los años siguientes la palabra Revolución adquirió el sentido de un proceso autónomo, independiente de la acción humana, y la fuerza de un torbellino ineluctable que nacía del fondo mismo de la historia.

Entre 1911 y 1913 los voceros del movimiento maderista vincularon esa rebelión con las dos fechas revolucionarias anteriores: 1810 y la guerra de Reforma (1855-1867). Según esta interpretación, la revolución de 1910 era parte del mismo proceso histórico que había impulsado la formación de la nación. Los partidarios de Madero igualaron a su héroe con las figuras de Hidalgo y Juárez. En esos años de efervescencia política se inició también el proceso de "reificación" de la revolución, la tendencia a hacer de este movimiento un proceso independiente de los actores humanos, constituido por fuerzas mecánicas y fines autónomos, más allá de la voluntad de los hombres. La Revolución, decía un maderista, "no es un hombre o un grupo de hombres, ¡es el espíritu nacional en acción!"

Madero insistió en sus discursos en hacer explícito el vínculo entre la revolución de 1910 y sus dos prestigiosas antecesoras. Afirmó que la primera revolución, la iniciada por Hidalgo, rompió el yugo español. La segunda, la "gloriosa revolución de Ayutla", reivindicó los derechos del pueblo e inscribió los derechos del hombre en la Constitución de 1857. Y la tercera, arguía, grabó indeleblemente en la conciencia nacional los principios de Sufragio Efectivo y No Reelección. Era ésta una revolución irresistible, más imperiosa que la acción de sus propios líderes. Como decía uno de sus voceros, "La Revolución tuvo un origen, desarrolló más tarde su curso transformador y continua viva en el presente gracias al espíritu unido de las innumerables masas populares que la respaldan".

 

LA REVOLUCION DIVIDIDA: CARRANCISTAS, VILLISTAS, ZAPATISTAS...

El asesinato de Francisco I. Madero en 1913 desencadenó otra vez la guerra civil y nuevas interpretaciones de la palabra revolución. En 1915 Huerta fue derrotado, las fuerzas revolucionarias triunfantes promulgaron una nueva Constitución en 1917 y Venustiano Carranza fue electo presidente.

La trágica muerte de Madero lo convirtió en el primer mártir del naciente proyecto revolucionario. La legitimidad que no tuvo en vida le fue dada después de su muerte. En los años que siguieron a la caída de Huerta la tumba de Madero fue lugar de peregrinación obligado para Venustiano Carranza, Alvaro Obregón, Francisco Villa y muchos otros jefes revolucionarios. El 20 de noviembre, la fecha que Madero había fijado para iniciar la Revolución, se convirtió en fiesta cívica conmemorada cada aniversario.

Con el ascenso al poder de Carranza comenzó a cambiar el sentido que le había dado Madero al movimiento revolucionario. Uno de los voceros de Carranza declaró que los fines de este movimiento no eran la simple continuación de la rebelión iniciada en 1910. Los carrancistas comenzaron a referirse al movimiento de Madero como puramente político y arguyeron que lo que se necesitaba era una revolución social. Adoptaron la idea de que la Revolución de 1910 era una continuación de las luchas populares iniciadas en 1810 y 1855. Sostenían que el movimiento constitucionalista encabezado por el Primer Jefe le había impreso a la revolución inicial un sentido económico y social que la convertía en una reforma trascendente. En su momento de mayor poder, Carranza definió la revolución como la "reconstrucción de México" y la dividió en tres periodos. El primero fue la lucha contra Huerta; el segundo se concentró en la contienda contra Zapata y Villa; y el tercero tuvo como meta el restablecimiento del orden constitucional y la reconstrucción del país. Pero a pesar de su hábil manejo de la propaganda y los medios de comunicación, Carranza nunca alcanzó las alturas heroicas de Villa o Zapata, ni fue considerado en vida un verdadero revolucionario.

Más tarde, el rompimiento de los villistas y zapatistas con Carranza dividió las fuerzas revolucionarias e hizo más difícil discernir el sentido de cada uno de los grupos que se llamaron a sí mismos revolucionarios. Los villistas se consideraron legítimos seguidores de los ideales maderistas y acusaron a Carranza de traidor. Arguyeron que éste había traicionado los ideales del gobierno democrático y las reformas económicas y sociales que demandaban las clases populares. Para esa corriente Villa era el hombre predestinado para liberar a las masas y el campeón de la verdadera democracia. Durante su vida activa y después de su asesinato, Pancho Villa mantuvo la imagen del héroe en el corazón de los pobres, el aura del revolucionario valiente y el carisma del jefe de hombres.

Los zapatistas argumentaron razones semejantes contra Carranza. Nunca compartieron el fervor de los villistas a Madero y consideraron a Carranza un traidor de los principios sociales enarbolados por la revolución. Junto con los magonistas, los zapatistas constituyeron el ala radical de la revolución: sus demandas reflejaron las aspiraciones sociales y políticas de los grupos más desposeídos, los indígenas y campesinos.

 

1920-1928: LA REVOLUCION HECHA GOBIERNO

La rebelión de Agua Prieta de 1920 llevó a la tumba a Venustiano Carranza y elevó al po-der al gru-po so-norense, encabezado por Alvaro Obregón, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles. Según Thomas Benjamin, los sonorenses introdujeron dos cambios semánticos en el concepto de revolución. Por una parte transformaron la acción revolucionaria en gobierno, y por otro lado se esforzaron por encubrir las hondas diferencias de los grupos revolucionarios bajo un paraguas protector: la "familia revolucionaria" (Fig. 2).

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Fig. 2

Para los sonorenses esta familia tenía muchos vástagos pero estaba unida por principios comunes. Así, la rebelión de Agua Prieta se presentó como una continuación del movimiento popular iniciado por Madero. Los presidentes Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles desarrollaron una política de conciliación persistente respecto a sus antiguos rivales y enemigos. El zapatismo, por ejemplo, dejó de ser un movimiento de hordas salvajes dirigido por el "Atila del Sur" y fue incorporado a la memoria oficial de la revolución en la década de 1920. En 1922 el congreso le rindió homenaje a la memoria del anarquista Ricardo Flores Magón, dispuso el retorno de sus restos mortales y lo elevó al rango de precursor de la Revolución mexicana. Como sus antecesores,  Obregón afirmó que su gobierno era una continuación del proceso iniciado en 1810 y conmemoró con gran brillo el primer centenario de la revolución de Independencia.

Con Obregón, y sobre todo con Calles, la conmemoración del movimiento revolucionario dejó de ser actividad de los voceros y líderes de las facciones que se disputaban el poder para convertirse en tarea prioritaria del Estado. Durante la presidencia de Calles (1924-1928), el gobierno asumió la responsabilidad de conmemorar y presidir los aniversarios que celebraban los grandes acontecimientos revolucionarios. Las escisiones provocadas por el asesinato de Obregón, la rebelión de los cristeros (1926-1929), y las disputas por el poder en el interior de la "familia revolucionaria", dieron paso a un movimiento de "unidad revolucionaria" dirigido desde las instituciones del Estado. Esta campaña por la unidad del grupo revolucionario se trasladó también hacia el pasado, para curar las heridas abiertas durante la lucha armada.

Así, la Revolución "hecha gobierno" se transformó en una sucesión de recordaciones, ritos, monumentos y celebraciones que invadieron las distintas esferas de la vida pública (Fig. 3). La Revolución, declaró Calles en su último informe en septiembre de 1928, debe dejar de ser un movimiento de caudillos para transformarse en un régimen de instituciones y de leyes. La familia revolucionaria, afirmó, tiene que unirse para salvarse a sí misma y salvar el país. El año siguiente los diferentes grupos y facciones convinieron agruparse en lo que se llamó Partido Nacional Revolucionario, PNR. Desde 1927, como expresó uno de sus críticos, la Revolución comenzó a ejercer una influencia excesiva no sólo sobre la política, sino sobre todos los aspectos de la vida, incluyendo la economía, las ciencias y las artes.

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Fig. 3

LA HISTORIA PLASMADA  EN LOS MUROS PINTADOS
 

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All life in Mexico is political
 
José Vasconcelos, el Secretario de Educación de Alvaro Obregón de 1921 a 1924, fue el hombre que cambió el rostro violento de la Revolución por un proyecto regenerador de la sociedad. Al asumir el cargo dijo: "Organicemos entonces el ejército de los educadores que sustituya al ejército de los destructores". Era un programa sustentado en la educación y los valores morales y uno de sus medios para alcanzar ese objetivo fue servirse de los muros pintados de los edificios públicos para transmitir su mensaje. Entre 1921 y 1940 una nueva generación de artistas expresó en imágenes coloridas los momentos decisivos de la historia de México y retrató a sus héroes y villanos (Fig. 4). Fue un movimiento pictórico concentrado en el paisaje, los rostros y los acontecimientos históricos. Su nota distintiva consistió en popularizar la interpretación oficial del pasado y en exaltar los episodios de la Revolución de 1910.
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FIg. 4
 
Las primeras obras de pintura mural se ejecutaron en las paredes del antiguo Colegio de San Pedro y San Pablo y de la Escuela Nacional Preparatoria (San Ildefonso). Sus autores fueron Roberto Montenegro, Jean Charlot, Adolfo Best Maugard, Xavier Guerrero, el Doctor Atl, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera (Fig. 5). José Vasconcelos cuenta que la única limitación que se le ocurrió imponerles a estos pintores noveles fue pedirles que pintaran temas mexicanos y que sus pinturas fueran de calidad. A principios de la década de 1920, ante los ojos azorados de alumnos y profesores, las paredes de estos edificios comenzaron a poblarse de escenarios, episodios históricos y rostros de mujeres y hombres mexicanos (Figs. 6 y 7). En esos años la obsesión de los muralistas fue trasladar a las paredes los grandes acontecimientos históricos del pasado y lo que entonces se consideró un rasgo identitario del alma mexicana: las tradiciones populares (Fig. 8). Como señaló Octavio Paz, "México, su historia y su paisaje, sus héroes y su pueblo, su pasado y su futuro constituyen el tema central de nuestros pintores".
 
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Fig .5
 
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Fig. 6
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Fig. 7
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Fig. 8

Entre 1920 y 1940 los artífices del muralismo presentaron su propia versión del pasado: pintaron en las paredes el rostro de los héroes que transformaron el curso de la historia o los cambios inducidos por las catarsis colectivas. Pero ninguno de ellos, ni Diego Rivera ni José Clemente Orozco, los más radicales en la interpretación del pasado, modificaron el canon historiográfico establecido por México a través de los siglos y las obras de Justo Sierra. En general, aceptaron y reprodujeron las etapas históricas consagradas: época prehispánica, periodo colonial, Independencia y Reforma, que remataron con el episodio inédito de la Revolución de 1910.

Diego Rivera fue el pintor con mayor sensibilidad para la narración histórica expresada en imágenes. Consideró los murales de Palacio Nacional, especialmente los del cubo de la escalera, su obra innovadora. Esta pintura, dijo orgullosamente, "es el único intento, en toda la historia del arte, para representar en un solo lienzo continuo de pared la historia de todo un pueblo desde su pasado remoto hasta su futuro predecible". Con su desbordado apetito pantagruélico recogió ese inmenso pasado en tres frescos atiborrados de personajes y acontecimientos históricos: El México antiguo (pintado en 1929), De la conquista a 1930 (pintado en 1929-1931), y México de hoy y mañana (pintado en 1934-35) (Figs. 9, 10 y 11). Llenó ese espacio de cientos de figuras y acontecimientos históricos, "de modo que el muro, cualesquiera que sean sus dimensiones, parece que va a estallar por la presión de los seres que hormiguean en su interior."

TEMAS Y PERSONAJES DE LOS MURALES DE PALACIO NACIONAL

Diego Rivera no alteró el proceso histórico imaginado por Justo Sierra en La evolución política del pueblo mexicano. Pero le dio un giro diferente a los temas y los personajes de su historia y utilizó otras herramientas para explicar el curso de su desarrollo. El tríptico donde resumió la historia de México expresa su concepción del desarrollo histórico.

Su gran lienzo comienza en el lado derecho del cubo de la escalera y se despliega horizontalmente hacia el lado opuesto. Esta narración se entrelaza a veces con otro relato que va de abajo hacia arriba, de manera que al cruzarse esos dos planos narrativos crean perspectivas diferentes para leer los acontecimientos y enlazar los personajes que integran el conjunto.

La escena pintada en la pared derecha se refiere a la época prehispánica y es una de las más sencillas en su composición. El eje horizontal de la parte superior está dominado por los volcanes que forman al anfiteatro montañoso del Valle de México, la cuna de la cultura mexica. El eje vertical central lo ocupa la figura de Quetzalcóatl en su versión de sacerdote supremo, patrono de las artes y fundador de la civilización. A su derecha diversas escenas representan el florecimiento de la agricultura, las artes y las ciencias. Las figuras de la izquierda, por el contrario, expresan el tributo, la opresión de los maceuales y las guerras de dominación. Arriba, una imagen del mito de Quetzalcóatl atraviesa el cielo, huyendo en su canoa de serpientes hacia su inmolación final, de la que renacerá como estrella de la mañana. Se trata de una visión simplificada del mundo indígena, reducida al altiplano central y al mito del héroe cultural, Quetzalcóatl (Fig. 9).

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Fig. 9
La pared central alberga el período más extenso (de la conquista a los gobiernos de Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles), y el mayor número de acontecimientos y personajes históricos. El plano horizontal inferior narra la secuencia de la conquista, dramatizada por la presencia de los caballos, las armaduras, los escudos, las lanzas y las espadas de hierro, y por el fuego de los cañones y arcabuces de los invasores españoles. Del otro lado están los defensores indígenas, con sus vistosos trajes guerreros y sus armas frágiles, impotentes para contener la debacle que se cierne sobre ellos.

Arriba, en un segundo plano horizontal que corre también de derecha a izquierda, se aglomera una sucesión de imágenes que narran el asentamiento del dominio europeo: la esclavitud de los indígenas, el enfrentamiento de fray Bartolomé de las Casas con Cortés y los encomenderos, el bautizo de los nativos, la noble figura de fray Bernardino de Sahagún recolectando la historia de la antigua civilización, la Inquisición, las figuras de Malinche y Cortés alumbrando el primer mestizo, y la construcción de la nueva sociedad que nace sustentada en la esclavitud de los indígenas. En la parte central sobresale el emblema de la fundación de México-Tenochtitlan, el águila real hincando sus garras en el nopal.

Los cinco arcos de la parte superior encierran los episodios capitales de la historia moderna de México. Los de los extremos relatan las trágicas intervenciones extranjeras. El de la derecha narra la invasión norteamericana y el de la izquierda la invasión francesa y la imposición del imperio de Maximiliano. El segundo describe las guerras civiles y de Reforma y se divide en dos partes: la derecha la ocupan Antonio López de Santa Anna y los conservadores, y la izquierda los liberales, entre los que sobresalen Benito Juárez, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez y Melchor Ocampo. El tercer arco, que define el eje central, presenta a los héroes de la Independencia: Hidalgo, Morelos, Vicente Guerrero, Leona Vicario, y arriba a Emiliano Zapata y los forjadores del Estado posrevolucionario: Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.

El cuarto arco congrega personajes de fines del  siglo XIX (Guillermo Prieto, Gabino Barreda, Justo Sierra, Porfirio Díaz, José Yves Limantour), con los iniciadores de la Revolución de 1910: Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Luis Cabrera, Venustiano Carranza, José Vasconcelos y el grabador José Guadalupe Posada. En esta parte, como ocurre en todo el fresco, la dinámica de las imágenes se basa en la oposición entre los buenos y los villanos de la historia, entre el argumento de la fuerza (las espadas desenvainadas de los militares) y las leyendas que resumen los planes y principios revolucionarios: "Plan de Ayala", "Plan de San Luis", "Tierra y Libertad", "Revolución social", "Constitución de 1917"... De un lado se perfilan los personajes que representan el movimiento revolucionario y del otro los partidarios del retroceso (Fig. 10).

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Fig. 10
La parte final ocupa el muro sur de la escalera y está dividida en tres ejes que corren diagonalmente. En la franja inferior hay escenas de campesinos y obreros explotados y absortos en su devoción a la virgen de Guadalupe. En contraposición, un profesor y unas maestras enseñan a los estudiantes la doctrina del socialismo. En el segundo nivel horizontal están retratados los causantes de los males sociales. Una enorme tubería drena la riqueza del pueblo y la vierte hacia los políticos y la burguesía. Por último, en el tercer plano se presenta la lucha de los proletarios contra sus opresores capitalistas. Un obrero arenga a sus compañeros enarbolando la bandera soviética y en la parte superior sobresale la figura imponente de Carlos Marx con el Manifiesto comunista en sus manos. El mensaje de esta pintura anuncia el triunfo del proletariado y el establecimiento de la utopía comunista, el México de mañana (Fig. 11).

 

LA INTERPRETACION DE LA HISTORIA  CONSAGRADA EN LOS MUROS DE PALACIO NACIONAL

 

Para relatar una historia que abarcaba más de cinco siglos en un espacio relativamente reducido, Diego Rivera optó por recurrir a la antigua tradición indígena de narrar el pasado mediante imágenes. Así como los mexicas y mixtecos se sirvieron de imágenes que representaban seres, acciones, cosas y acontecimientos, así también Rivera utilizó personajes y sucesos para narrar una historia larga en el tiempo y densa en contenido. En lugar de detenerse a contar con detalle el origen, desenvolvimiento y significado de cada hecho, decidió, como sus antepasados indígenas, representarlo mediante la imagen que encarnaba ese acontecimiento o retratando al personaje que lo había realizado.

Los murales de Diego Rivera son una sucesión prodigiosa de imágenes organizadas en planos verticales y horizontales que narran, como los antiguos códices, la historia de un pueblo. En contraste con las pictografías mexicas o mixtecas, las imágenes de Rivera carecen de fechas y textos que ubiquen con precisión a cada personaje o acontecimiento (salvo los pocos textos de leyes y lemas que aparecen fechados). Para paliar estas limitaciones Rivera se vio obligado a seleccionar personajes y acontecimientos cuya identidad y significación histórica no admitían la más mínima duda. Es decir, acudió a figuras consagradas por la tradición y la historia oficial de su tiempo. En otras palabras, inauguró en gran escala lo que los historiadores llaman despectivamente "historia de bronce", una historia centrada en los grandes hombres y en acontecimientos canonizados por la prédica oficial.

Rivera proclamó públicamente su adhesión a la doctrina de Marx y dijo ser comunista. Y ciertamente, en las pinturas de Palacio Nacional se advierte la intención de contar algunos pasajes mediante la dialéctica de la lucha de clases, como un enfrentamiento entre el pueblo trabajador y sus explotadores: conquistadores, encomenderos, Iglesia, latifundistas, capitalistas, etcétera. Pero en la mayoría de los casos este propósito se disolvió en retórica y propaganda, pues el relato nunca logra convencer al observador de que la historia la construyeron verdaderamente los trabajadores o el pueblo (Figs. 11 y 12). En varias escenas el pueblo aparece como simple espectador o como cortejo pasivo, no como el agente dinamizador de la historia.

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Fig. 11

El observador de las pinturas de Rivera advierte que quienes dominan el escenario y aparecen como ejes de la historia son los grandes personajes, convertidos en dínamos del proceso social. También percibe la obsesión del pintor por dividir a los protagonistas de su relato en dos grupos antagónicos: de un lado los campesinos y los trabajadores buenos, y del otro la caterva de políticos, intelectuales, latifundistas y capitalistas explotadores. Al acentuar este enfoque en los acontecimientos que desencadenaron la Revolución de 1910, Rivera fue uno de los primeros difusores de esta concepción maniquea de la historia y uno de los más importantes constructores de la mitología de la Revolución que difundió el Estado posrevolucionario.

Octavio Paz advirtió que los gobiernos de esos años se consideraron "los herederos y continuadores de la Revolución mexicana. Por esto, desde el principio, se propusieron utilizar, hasta donde fuese posible, la pintura de los muralistas, cerrando los ojos ?o, más bien, entrecerrándolos? ante ciertas violencias dogmáticas y doctrinarias. Veían la pintura mural como un arte público que, más allá de ésta o aquélla inclinación ideológica, expresaba el genio de nuestro pueblo y su revolución".

 
 
 
 
 
 
 
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