LETRA S
Abril 5 de 2001
Crónica Sero
JOAQUIN HURTADO

 

Vienes de despedirlo. Vienes de padecer el silencio impotente, de callar la rabia fresca y poderosa frente a los escasos y ruines familiares que acompañaron a tu amado, que lo siguieron hasta su tumba sólo para asegurarse de que no retornará.

Por el polvoriento camino del panteón encuentras un árbol lleno de blancos pájaros. Qué pensar, qué decir de su exquisita elegancia. Qué mensaje oculto tratará de hacerse evidente desde el páramo donde sólo habitan los huesos. El mezquite invernal, seco, lleno de blancas y delgadas aves, se mece con el viento helado. Qué expresar que no sea arriesgado, ridículo, excesivo, mucho menos poético. El te hubiera dicho no seas mamona y mejor nos vamos a La Carreta, cantina donde reposaban cual diosas romanas y sobraban el chupe y los vatos.

Porque así solían despedir a las otras, las adelantadas, las fugaces estrellitas enloquecidas. Con danzas, miasmas y alcohol hasta el amanecer. Hoy te rodean sólo los recuerdos y las garzas que revolotean riñendo en el esqueleto del árbol. Las pobrecillas buscan un sitio, una espinuda rama donde pasar la noche.

Un estímulo desconocido, un temor invisible, las inquieta. Intempestivamente levantan el vuelo al mismo tiempo. El árbol queda por unos instantes completamente desolado, desnudo, balanceándose en el vacío y la orfandad. Desde donde esperas el bus puedes ver cómo éste se vuelve a poblar con los desconfiados y silenciosos inquilinos.

Pasa un coche conocido de donde salen gritos furiosamente familiares: "¡Te jodimos, maricón!" Y unas risotadas de mujer. Es ella, su hermana. Tu garganta apenas musita una respuesta, completamente inaudible, incapaz de alcanzarla. Qué extraño que ni siquiera trates de levantar una piedra y lanzársela. Cobrarte a la mala lo que a la mala te arrebataron. Las lágrimas brotan incontrolables, ácidas, colmadas de rencor.

La fatiga ante la humillante enfermedad del amante hizo mella en tu dura coraza de alegre guerrera. Quizá por eso su familia llegó, vio y venció con rapiña sólo vista en las telenovelas. Se quedó con todo, aunque todo le había negado: la casa, los ahorros, los muebles, los perros, las fotos, la ropa, la dignidad. "Agradece que no te denuncio por haberle pegado el mal", te amenazó la hermana. Llega el bus, trepas y pagas. El árbol de las garzas ha quedado atrás. Volteas y miras. Te quedas con la blancura radiante del árbol abrasado por todos tus muertos.