Jornada Semanal, 1o. de abril del 2001
 

Noé Morales Muñoz

Feliz Nuevo Siglo, Doktor Freud




Pocos dramaturgos en nuestro país pueden presumir de tener una trayectoria reciente tan exitosa como la de Sabina Berman (México, df, 1953). Rara avis dentro de un panorama escénico cuya demanda de propuestas novedosas es muchas veces aliviada con textos de autores extranjeros, Berman ha concatenado a lo largo de la última década una retahíla de éxitos indiscutibles (Muerte súbita, Entre Pancho Villa y una mujer desnuda, Moliére) tanto a nivel comercial como artístico, en los que ha demostrado gran habilidad para pisar los más distintos géneros y estilos con resultados francamente plausibles.

En su más reciente obra, Feliz nuevo siglo, Doktor Freud, Berman recurre nuevamente a un hecho histórico: el famoso Caso Dora, suceso verídico al que en 1899 hubo de enfrentarse el médico vienés y que a la postre fue uno de los puntos de partida de varias de sus teorías psicoanalíticas, algunas tan trascendentes como discutibles. La idea de la mujer como macho incompleto, sempiternamente envidiosa del órgano reproductivo de su contraparte genérico,
es aún en nuestros días motivo de polémica entre simpatizantes y detractores del afable neurólogo vienés.

Este invaluable aporte no pasa inadvertido para Berman, quien ya ha hecho del equilibrio en el dibujo de sus personajes una sana costumbre dentro de su producción. A pesar de ser una de las más aguerridas defensoras de los derechos de la mujer en nuestro país, no deja que un barniz sexista permee su obra, al presentarnos a un Freud de carne y hueso, conmovible (un humanista, después de todo); al psicoanalista brillante y revolucionario pero incapaz de rebasar su contexto histórico y transgredir los vicios de una sociedad profundamente machista, dentro de la cual la mera idea de atribuirle a la mujer un rol distinto al de ornato preponderante o de máquina perpetuadora de la especie era simplemente impensable. Así pues, coincidiendo con la opinión de Ricardo Blume, quien se encarga de personificarlo, Sabina Berman aborda la figura de Freud con un profundo respeto.

Ese mismo respeto puede respirarse al acudir a la escenificación que de este texto presenta Sandra Félix en el Teatro Orientación, tradicionalmente conocido como el patito feo de la Unidad Artística y Cultural del Bosque.

A priori, la candidata natural para dirigir la escenificación de esta obra era Sandra Félix. El resultado final prueba lo acertado de la elección. Félix, además de su notable capacidad para el montaje, es bien conocida por manifestar en su quehacer profesional un elegante pero contundente rechazo al machismo que aún persiste en el medio teatral mexicano, ponderando en sus montajes la importancia de la figura femenina, tanto en su discurso narrativo en sí como a la hora de delegar responsabilidades creativas en sus producciones. Baste recordar el entrañable resultado de una magnífica adaptación a una novela de Virginia Woolf: Polvo de mariposas, en donde sobresalían su acertado manejo del espacio, su capacidad en la dirección de actores y la sutileza con la que resolvió visualmente situaciones dramáticas desgarradoras, lo que arrojó un montaje de gran factura en el que las voces femeninas se imponían brillantemente a las masculinas.

En Feliz nuevo siglo... continúa con esta misma línea de trabajo. Haciendo mancuerna de nuevo con Phillipe Amand en el diseño de escenografía, Félix hace uso de puertas y elementos corredizos que resuelven favorablemente los distintos ámbitos que propone Berman en su dramaturgia. Con estos cambios escenográficos, vistosos pero discretos, Félix centra su atención en el trabajo actoral. El elenco, balanceado y capaz, asume uno de los retos más difíciles de resolver para cualquier actor: la caracterización de personajes múltiples y, en muchos casos, hondamente contrastados. Ricardo Blume logra pulcramente el papel de Freud: un trabajo en el que se notan claramente las intenciones tanto de la directora como de la dramaturga de abordarlo con ese respeto ya mencionado anteriormente. Lisa Owen, bien en sus dos personajes principales: la adúltera Frau K y la escritora alemana Lou Andreas Salomé. Aunque la mayor y más agradable sorpresa la brinda Marina de Tavira como Dora, la chica que se negó a cumplir con el mandado de vida que le imponía la sociedad de su tiempo. Un personaje difícil, de una complejidad psicológica considerable, y que sin embargo es encarnado con verosimilitud. Mención aparte merece la escena final, en la que Blume y De Tavira conmueven y demuestran que para hacerlo no es necesario recurrir a gritos y gesticulaciones exageradas. Aunque sería injusto no darle el mérito que se merece a Sabina Berman, cuyos diálogos en esta última escena en particular son una muestra más de la maestría de la cual ya teníamos conocimiento en anteriores trabajos.

Quizás la falla más grave en esta escenificación se encuentre en el trabajo de Enrique Singer y Juan Carlos Beyer, como Freud 2 y Freud 3, dos curiosas formas de doppelgänger que significan una ingeniosa alusión de la autora hacia las patologías de la personalidad descritas por el médico austriaco en sus obras más importantes. Chatos, deslucidos, sin llegar a compenetrarse con sus personajes al mismo nivel que sus otros compañeros, Singer y Beyer lucen desconcertados en sus escenas con el Freud “original” (¿cuál de ellos es el verdadero?) y, sobre todo, desmerecen al momento de caracterizar a los otros personajes dentro de este juego múltiple requerido por el texto (Herr. F, Herr. K, Jung, antes del rompimiento con su mentor).

Lo anterior no obsta para que en términos generales esta producción sea una de las más recomendables de las que hay en cartelera. Despójese de prejuicios sexistas y presencie una puesta en escena equilibrada, elegante y, sobre todo, inteligente. Así, tal vez tendrá mas elementos para no malinterpretar los postulados de una de las figuras más malinterpretadas de la historia contemporánea.