JUEVES Ť 29 Ť MARZO Ť 2001

Ť Función final y gratuita, mañana, en el Zócalo de la ciudad de México

Destreza técnica y ligereza coreográfica en el Espartaco visto en el Palacio de Bellas Artes

Ť Humor involuntario sobre el escenario y relumbrón en las butacas, constante del estreno

PABLO ESPINOSA

GladiadorCon el estreno, la noche del martes en México, de Espartaco, coreografía de Laslo Seregi puesta en escena por el Ballet Nacional de Hungría, la versión 17 del Festival del Centro Histórico entra en su recta final.

Otro par de funciones en el Teatro de Bellas Artes -anoche ocurrió la segunda y hoy se escenificará la última- se añaden a esa première, para que este viernes a las 20:00 horas pueda ser disfrutada por quien quiera en el Zócalo capitalino, sin costo para los asistentes y en contraste con los mil pesos que desembolsaron los que aplaudieron en los lugares preferentes y que son totalmente palacio... de marmomerengue.

Eso, merengue, melcocha, una estética artística orientada, o bien decaída, hacia lo light, lo epidérmico, lo kitsch en escena y harto relumbrón en el lobby y las butacas, hubo la noche de estreno en el Palacio de las Bellas Poses.

Grandilocuencia y ampulosidad

Las altas expectativas que generó la visita de una compañía de tal envergadura, prestigio y prosapia como el Ballet Nacional de Hungría y con un tema tal como el de un líder rebelde, Espartaco, quedó en una puesta en escena rebasada por el tiempo y reducida a su condición de buen espectáculo, abierto al libre juego de los géneros y estilos, pero pleno de carencias coreográficas, insolvente en muchos aspectos de planteamiento, tono y desarrollo y llena también de un elemento que resume sus resultados: un generoso, disfrutable, jacarandoso y hasta ingenuo humor involuntario. Lástima.

Creada en 1968, la coreografía de Laslo Seregi ofrece una estructura esférica y su tridimensionalidad es un periplo: inicia donde termina. También, aspira a la grandiosidad que el tono épico de la partitura de Aram Khachaturian propondría, pero fracasa y en su lugar aparece el elemento favorito de los públicos del teatro leve -la ''escuela Manolo Fábregas'', por ejemplo- y la degustación superficialona: la grandilocuencia, la ampulosidad, y sus riesgos: lo bonito pero en su sentido peyorativo. Aaaay, quée bonito.

Mientras una parte del público disfrutamos a carcajada batiente los guiños de ternura del humor involuntario, otra fracción del respetable aplaudía a cascadas, se quitaba el sombrero (es un decir), agitaba sus joyas, comparaba al bailarín principal y le daba a compartir el Oscar con Russel Crowe por Gladiador.

Solistas y dúos, acertados

Pero ni Laslo Seregi es Ridley Scott ni sus concesiones, facilismos y gratuidades surten ya los efectos que pudieron haber causado en tiempos idos. Entre sus aciertos, ciertamente supremos, habrá que apuntar las intervenciones solistas, los dúos, los momentos coreográficos de excelencia ejecutados por los primeros bailarines. De primerísimo nivel técnico. Pero esto es que empiezan las escenas de batallas, entrenamiento de guerreros, las acciones épicas para que la risa brote en borbotones. Gemidos de ''guerreros'' lastimados, pugiditos de gladiadores enlazados, el entrechocar casi ridículo de hachas de utilería, espadas de temible cartonpiedra contra escudos de horrísonos efectos de filme ''de guerritas'' entre infantes.

No obstante el amargor de un aguafiestas, Espartaco es sumamente disfrutable: o bien una delicia del entertainment globalizador, o bien un suculento platillo de humor involuntario.

Un acierto final: presentar Espartaco en el Zócalo, a entrada libre, este viernes por la noche.