JUEVES Ť 29 Ť MARZO Ť 2001

Ť Primer largometraje de Rodrigo García, hijo del Nobel colombiano

Cosas que puedes decir con solo mirarla ofrece historias cortas con túneles casuales

Ť Plantea un afortunado encuentro entre el director y el compositor Ed Shearmur

Ť Elpidia Carrillo y Holly Hunter figuran en el reparto; fotografía de Lubezki

RENATO RAVELO

rodrigoEn las primeras escenas de Cosas que puedes decir con solo mirarla, primer largometraje del director mexicano Rodrigo García, un salto de cámara predispone negativamente, por lo que cuando casi dos horas después se concluye que se ha visto una película con un sello de autor, con esa gracia que graba en la retina algunas escenas, algunos diálogos, el mérito es doble.

En realidad no solamente es ese salto, apenas notorio. También está la escena alargada en que Glenn Close guarda silencios prolongados, con angustia en aumento, mientras baña el cuerpo marchito de su madre, desnudo y surcado, como una cordillera. De hecho ella, que actúa como la doctora Keener, espera a alguien, que en cuanto llega da comienzo a la película.

Son viñetas, historias cortas, con túneles casuales, surgidos del planteamiento de Rodrigo García, quien también es el guionista, si bien fue hasta su llegada al instituto Sundance de Utha, que aterrizó la historia y tuvo oportunidad de compartir experiencias de dirección con Kathy Baker y Jon Avnet, que encabeza la lista de productores.

Pese a lo que se plantea al principio: una detective (Amy Brenneman) descubre el cuerpo de una ex compañera de escuela (Elpidia Carrillo), aparentemente víctima de suicidio, y luego se ofrece la secuencia de Close con su mamá, que por el impacto de su figura pareciera que tendrá algún otro peso en la trama, la cinta despega, lejos del thriller y de la cinta de cargados discursos visuales, y empieza a contar historias.

Collage y fábula

Espléndida Holly Hunter (Oscar por El piano) interpreta a una gerente de banco que tiene el control de su vida, así como un amante, que es un hombre casado, mujer que no rehúye de una vaga, de esas de carrito de supermercado, que la confronta en su apuesta vital. Y Rebecca, el personaje de Hunter, es esa arista fuerte que permite entender porqué el guionista modificó su idea original, de tocar historias de hombres y mujeres.

El propio Rodrigo García se autoescarnia cuando hace decir a uno de sus personajes algo parecido a ''debe uno estar pero bien tonto para tratar de contar lo que le pasa a una mujer''.

Con fotografía de Emmanuel Lubezki, la cinta demuestra un afortunado encuentro entre García y el compositor Ed Shearmur, quien le imprime ese aire a veces divertido, otras trágico, de la trama múltiple desconcertante, como hilos de distintos colores que en la lógica de la narración se unirán por la vía de la explicación de una muerte.

Si con la historia de la ejecutiva el collage adquiere explicación de género, con la historia del enano que llega de vecino de una señora que quiere escribir cuentos para niños, y que es al mismo tiempo madre de un cáustico adolescente, que le sugiere a la progenitora las múltiples maravillas sexuales que se cuentan sobre la gente de menor estatura, el collage adquiere ese aire voluptuoso de la fábula.

Trozo de vida para el mirón

La cinta se ofrece como un trozo de vida rebanado para el mirón, para que vea que no es lo mismo dar consejos que recibirlos, que la delicadeza esconde fuerzas, que en la relación de pareja la parte dominante no siempre conduce a puerto seguro, que el crimen a veces no paga y que la vida casi siempre cobra.

En Cosas que puedes decir con solo mirarla, una mujer, Cameron Diaz, juega las veces de visionaria, de detonante lo mismo de la risa que del drama. La paradoja de su condición, sobre la que se suceden las resoluciones, tanto las visuales como las de la trama, emite ese sentido poético de los mejores cuentos, que en el último momento sorprenden y nos dejan con una sonrisa que se dibuja y regresa a la mirada.

A ese mérito, quizá, sólo se debería agregarle que Rodrigo García es hijo de Gabriel García Márquez, y la loza de influencia que uno esperaría, es solamente un par de coqueteos visuales y un tenue eco del buen oficio de contar.