jueves Ť 29 Ť marzo Ť2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

La hora de los indios

El hueco en la sala del Congreso tiene la medida de la incomprensión que se refugia en el vacío inútil de las formalidades simbólicas, pero el tiempo tiene la calidad de lo histórico. Aunque es difícil evitar el lugar común, la presencia de los zapatistas en la "más alta tribuna" de la nación marca un hito, un cambio cuyos hilos más finos aún no logramos descubrir bajo el peso del instante. Decir que ésta es la hora de los indios, como expresó Esther, la comandanta que llevó la primera voz zapatista, no es una frase, sino apenas el reconocimiento obligado de una realidad que resulta imposible de negar.

A lo largo de sus intervenciones, los cuatro representantes del EZLN dejan constancia de sus argumentos, reiteran reivindicaciones y afirman su estilo con plena conciencia de quiénes son y dónde están. Nada más pero nada menos. Vinieron a defender la iniciativa de ley de la Cocopa que el Congreso aún debe discutir y en su caso aprobar; a sostener en la tribuna el alegato por la diferencia como signo de igualdad, la causa cristalizada en los acuerdos de San Andrés y a perfilar la ruta del diálogo que hoy está más cerca que ayer. Y, sobre todo, se expresaron como ciudadanos que son mexicanos e indios a la vez. No venimos a vencer, a humillar, "no venimos a legislar, venimos a dialogar", dijo Esther. De las palabras dichas y escuchadas en el Congreso, una lectura de buena fe tiene que subrayar como hechos positivos los mensajes de paz, el tono general de respetuosa moderación empleado para dirigirse a la nación, la puntualidad de los planteamientos referidos a la situación social prevaleciente en sus comunidades, la voluntad de construir un futuro digno con plena conciencia de causa. "No tenemos interés en provocar resentimiento", señaló Esther al referirse a quienes vieron en su paso por la tribuna una afrenta a las instituciones. Perdieron, sin duda, los que "se negaron a escuchar lo que una mujer indígena venía a decirles". Valieron la pena las palabras de Esther cuando dijo: "soy indígena y mujer y eso es lo único que importa ahora... es un símbolo que sea yo mujer pobre, indígena y zapatista".

Si algo merece destacarse es, justamente, ese discurso y el afán insistente en probar que el respeto a los derechos y culturas de los pueblos indios no debe considerarse como un riesgo para la integridad de la nación, a menos, claro está, que el pluralismo siga siendo una ficción constitucional que esconde bajo la alfombra del atraso el mantenimiento de la discriminación y la explotación.

Las intervenciones zapatistas, sobre todo la de Esther y David, son un llamado a que el México plural representado en el Congreso reconozca que el respeto a las diferencias fortalece la unidad de la nación, lejos de fragmentarla o pulverizarla. Por eso la definición de "pueblo" es tan crucial para la reforma. Los pueblos indios no se definen sólo por la pureza de sus culturas respecto del pasado sino, como señala Aguirre, por el "grado de identidad que son capaces de proporcionar para normar el comportamiento, las relaciones sociales en el seno de la estructura comunitaria", que se da en una relación de interdependencia con la sociedad nacional.

A diferencia de lo que dice el senador Diego Fernández de Cevallos, que juzga al indio como individuo aislado, no se trata de medir cuánta sangre india corre por las venas de cada ciudadano, sino de reconocer la diversidad que nutre a la nación mexicana bajo el manto del mismo Estado. Ninguna reforma puede ser positiva si niega la universalidad de los derechos humanos, vinieron a decir los zapatistas ante las críticas hechas a los usos y costumbres. Y reafirmaron su decisión de atacar las causas de la desigualdad que favorece la explotación, la pobreza y sus consecuencias.

Ahora se dice con la mano en la cintura que el problema no es jurídico sino social, que los indios no desean autonomía sino inversiones y mercado que los salven de la pobreza, pero esta nueva hipocresía de los nuevos defensores de la igualdad jurídica es tanto más lamentable por el silencio que muchos guardan ante la desigualdad, consagrada por el abuso de ministerios públicos, la acción de intermediarios ladinos, guardias blancas y otras presencias en las comunidades.

ƑEstá todo resuelto? Desde luego que no. Falta que los legisladores hagan su trabajo. Los argumentos están en la mesa, ahora falta que el Congreso asuma en serio sus responsabilidades tomando en cuenta la voluntad de los pueblos indios y el futuro de la nación. No será sencillo crear la mayoría que hace falta, pero la democracia es diálogo y búsqueda de acuerdos. Veremos.