Jornada Semanal, 25 de marzo del 2001 

Isidoro Blaisten

Mejor no sirve
 

Compartimos la ironía de Isidoro Blaisten cuando afirma que "el siglo XXI comienza a parecerse a un obituario [...] Se habla de la muerte de todo. Con respecto a la literatura, se habla de la muerte del libro, de la muerte de las librerías, de la muerte del lector, de la muerte del autor y, en fin, de la muerte de la literatura". Este ligero y a la vez profundo ensayo es un alegato muy eficaz para demostrar "que no va a ser así". Como explica el propio Blaisten, la frase "mejor no sirve" alude a las cosas que no cambian porque nacieron buenas. Y nuevamente en coincidencia con el autor, pensamos que la literatura es una de ellas.


En agosto de 2000 se celebró en Resistencia (Chaco argentino) el Quinto Foro para el Fomento del Libro y la Lectura que organizan todos los años la Universidad del Nordeste y la Fundación Mempo Giardinelli. El encuentro, que reúne a escritores, educadores y comunicadores de España, Portugal, Estados Unidos y América Latina, fue creciendo año con año y en esta ocasión reunió, en un estadio deportivo, a un público de tres mil personas que escuchó con entusiasmo ponencias y lecturas de cuentos y poemas durante tres largas jornadas. Los escritores visitaron además escuelas y bibliotecas y dialogaron con niños y adolescentes que con anterioridad habían leído sus obras.

La experiencia –llevada a cabo gracias al esfuerzo del escritor Mempo Giardinelli y un equipo tan cálido como eficaz– muestra que aun en una provincia sin muchos recursos económicos como el Chaco, estas cosas son posibles cuando se tienen imaginación y creatividad. En esta página se transcribe la ponencia de Isidoro Blaisten, uno de los mejores cuentistas argentinos contemporáneos.
 
 

El siglo XXI ya comienza a parecerse a un obituario, una sección de avisos fúnebres. Se habla de la muerte de todo. Con respecto a la literatura, se habla de la muerte del libro, de la muerte de las librerías, de la muerte del lector, de la muerte del autor y, en fin, de la muerte de la literatura.

Se dice que, por culpa de internet, van a morir las librerías y, también, por culpa de la narrativa hipertextual va a morir el autor. Intuyo que no va a ser así. Si bien muchas cosas se van a hacer por internet, otras no. Si un hombre es un imbécil, no dejará de serlo porque maneje una computadora. A lo sumo, será un imbécil con una computadora. Podrán perfeccionar hasta límites insospechados a las muñecas inflables, pero una mujer es una mujer.

Mi madre tenía un dicho: "Mejor no sirve." Aludía, por supuesto, a las cosas que no cambian. Fueron bien hechas. Nacieron bien, fueron buenas y lo siguen siendo.

Entre esas cosas están la copa, el plato, las tijeras, el paraguas, la rueda, la cámara fotográfica. Puede haber agregados, modificaciones, pero la esencia, el valor que las hace buenas, no cambia.

Pero volvamos a la tan anunciada muerte del lector. Ante todo, habría que definir de qué lector hablamos. Si nos referimos al lector de ficción, entonces deberíamos dejar de lado los libros técnicos, los libros de arte, los libros de texto, los libros informativos en general, y centrarnos en los libros de ficción. Y entonces la pregunta se plantea con más fuerza; mejor dicho, yo la replantearía así: ¿ha muerto el lector de literatura?

Planteada así, hoy, aquí y ahora, la pregunta tiene sentido, es atinente, es pertinente y es preocupante. Dejemos de lado al lector disfrazado. Yo me pongo muy contento cuando encuentro un lector, pero después, cuando el lector me dice: "¿Usted sabe, Isidoro? Yo también escribo", me pongo triste. Todos escriben, me digo para mi coleto.

En 1983, dieciocho años atrás, yo había escrito en mi libro Anticonferencias: "En este país nadie lee. Todo el mundo escribe." Si a esto le sumamos la característica propia de nosotros, los escritores, puro narcisismo que nos impide leer lo que otro escribe (salvo para presentar libros y esto muy de vez en cuando), llegamos a la conclusión de que:

a) Nadie lee.

b) Todo el mundo escribe.

c) Nadie lee lo que otros escriben y, algunas veces, no leen lo que ellos mismos escriben.

Pensé en mis hermanitas. Tengo, mejor dicho, tenía, cinco hermanitas mucho mayores que yo. Ahora quedan dos. Pero en esa época, cuando yo tenía diez años, mis cinco hermanitas leían El hombrecillo de los gansos. Cuando yo tenía quince, las nuevas amigas de mis hermanitas y los nuevos novios de mis hermanitas leían El hombrecillo de los gansos. Pero no sólo leían a Jacob Wasserman. Leían también Amok, de Stefan Zweig.

Quiero decir con esto que los bestsellers de la época podían durar años. Hoy nadie lee La novena ola, La piel o La ciudadela. Ehrenburg, Curzio Malaparte o el doctor Cronin eran bestsellers perdurables.

Hoy la literatura se ha convertido en un certamen de publicaciones. Yo recuerdo que la revista Selecciones sacaba una sección que se llama "El libro del mes". Hoy todos son "el libro del mes".

Una vez por mes, los editores renuevan sus títulos. Promocionan los de este mes y dejan morir los del mes pasado. Tanto es así, que si uno quiere conseguir un libro que salió hace dos años le cuesta encontrarlo. Antes, uno siempre tenía al alcance de la mano El enano de Pär Lagerkvist, o Los caminos de la libertad de Sartre.

Borges decía que la literatura se está pareciendo peligrosamente al periodismo. Se leen libros que apuestan a la coyuntura y muchas veces donde nace la coyuntura termina la literatura. Narrar sucesos que los diarios cuentan mejor se ha convertido en moda y obsesión.

El lector es el aliado olvidado. Si uno quiere reflexionar sobre el lenguaje, experimentar nuevas técnicas literarias que ya experimentó Joyce en 1922, allá uno. Pero el lector no tiene la culpa.

En 1929, Roberto Arlt hablaba de escritores tan aburridos que ni los parientes los leen. Por eso es fundamental contar algo. A Borges, a Bioy Casares, a García Márquez, el argumento les ha importado mucho. Creo que en literatura el qué y el cómo van juntos.

Yo no sé si ha muerto el lector. Confío en que nunca muera. Pero sé que hay que respetarlo. No aburrirlo ni abrumarlo. Si no, corremos el riesgo de que nuestros libros permanezcan con el señalador eternamente puesto en la página 11, al lado de la mesita del televisor.

Yo creo que el lector no ha muerto, creo que está enfermo de marketing nomás. Por suerte hay lectores sanos, lectores para quienes la verdadera literatura es importante, tan importante que no conciben la vida sin ella.

Intuyo que la literatura del tercer milenio no se va a diferenciar, salvo en los soportes, de la literatura que la precede. Es una cuestión de necesidad. ¿Qué busca el hombre en la literatura? Primero y principal, que le cuenten una historia. Un historia que le guste. No busca la verdad, busca la belleza. De ahí que la literatura sea la más bella de todas las mentiras.

Después, tiene que decirle algo. Decir algo es decir algo que lo conmueva. Y conmover significa cambiar.

Por último, algo que pueda recordar. La literatura siempre es algo para recordar. No digo todo, digo algo. Borges, cuando quería destrozar a algún escritor, preguntaba: "¿Usted recuerda alguna línea de ese señor?"

Por estas tres vertientes: belleza, emoción y recuerdo, transitan los ríos de la literatura. Todo río que transita va marcando su propio cauce. Eso es el estilo del escritor. La marca que en el fondo durando se destruye. Se destruye porque entra a formar parte de algo que ya no es individual. La obra de ese escritor es individual, pero la literatura es de la gente.

No importan las fechas, no importan los milenios, hay algo que no va a cambiar: el alma de los hombres. Las historias de Ray Bradbury pueden transcurrir en Marte en el milenio que viene, pero también podrían transcurrir en Praga o en Buenos Aires en la belle époque.

Borges sostenía que todas las historias tendrían que transcurrir en el siglo pasado, cuando ya se ha perdido el recuerdo de los hechos cotidianos y, entonces, los que ejercen la policía de la palabra, afirmaba Borges, no puedan decir: "se vestía de tal manera" o "ese almacén nunca estuvo ahí".

Los que recuerdan "Marionetas, S.A." el cuento de Ray Bradbury, recordarán también esa duplicación inventada que ahora podríamos llamar clon. Pues ese ser artificial termina enamorándose de la mujer. De lo que se puede inferir que el amor seguirá su camino, independientemente de todo artificio humano. El amor es una pasión y es una preocupación. Las otras preocupaciones son la muerte y sus asechanzas, los celos, la envidia, el dolor, la creación, el valor, la cobardía, el triunfo o el fracaso. Sobre esto han escrito todos aquellos que en el mundo han sido escritores. Y sobre esto seguirán escribiendo.

Porque lo más importante es que los buenos escritores nunca mueren. Por lo menos, no mueren del todo. Hace dos mil años, el poeta latino Horacio creía que mientras existiera Roma su fama no se extinguiría. La verdad es que se equivocó. Terminó el Imperio y hoy seguimos emocionándonos con estos seis versos:
 

He concluido una obra más durable que
el bronce,
y más alta que el túmulo real de las
pirámides;
no podrán destruirla la ávida tormenta
ni el Aquilón furioso, ni la incontable serie
de los años, el tiempo que se fuga, veloz.
No moriré del todo pues gran parte de mí
evitará la Muerte...


Tomado de El País Cultural, Uruguay