MIÉRCOLES Ť 14 Ť MARZO Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

Hace 85 años

El balance de dos décadas de inserción subordinada a la globalización y de "ajuste" neoliberal en México y América Latina es dramático desde el punto de vista de las condiciones de vida de la mayoría de la población y la construcción de condiciones estructurales de desarrollo sostenido y sustentable.

Las crisis recurrentes, la apertura comercial incondicional, la trasnacionalización acelerada, la concentración monopólica del capital, la hegemonía del capital financiero especulativo, la reducción del ingreso de la mayoría y la contracción del mercado interno han destruido decenas de miles de empresas productivas locales, han roto sus encadenamientos y reducido aún más la insuficiente generación de empleo estable y bien remunerado, y han impulsado la informalización generalizada de las economías nacionales y urbanas.

Las formas campesinas de producción agraria han sido brutalmente descompuestas, pero el capital no reconstruye esta base productiva, lo que acentúa la dependencia alimentaria y de materias primas hacia las grandes potencias capitalistas. La destrucción irracional de la naturaleza por el gran capital avanza rápidamente, poniendo en riesgo la existencia del planeta mismo.

El efecto más grave ha sido la profundización de la brecha social, el empobrecimiento constante de la mayoría de la población frente al enriquecimiento de un puñado de grandes corporaciones y empresarios. La reducción continua del salario real, el desempleo masivo, la informalización, el desmantelamiento de la responsabilidad social del Estado, la contracción del gasto social y la privatización de los servicios públicos han sido los instrumentos de esta expropiación masiva de condiciones de vida a los
trabajadores.

Las grandes ciudades, como la de México, concentran a la vez la riqueza y la pobreza; núcleos y motores de la modernidad globalizada son también asiento del atraso social; hacia ellas convergen los desplazados por la miseria y la violencia con su carga de agravios y necesidades.

Esta cadena de contradicciones se está rompiendo por el eslabón más débil: los pueblos originarios del continente, los indígenas sometidos durante siglos a una oprobiosa explotación y opresión, que soportan la carga múltiple de ser los más pobres de los campesinos y obreros, la minoría étnica más oprimida, y los más excluidos política y culturalmente. Los indígenas de Ecuador, Bolivia, Brasil y México gritan hoy šbasta!; luchan por su derecho a la dignidad, la justicia y el respeto a su cultura y sus derechos.

En estos días, la marcha zapatista llenó el Zócalo y otras plazas de los pueblos de la ciudad de México, la segunda más grande del planeta y uno de los modelos de la inserción dependiente de América Latina en la globalización depredadora. Ha movilizado a muchos miles de simpatizantes, que ven en los chiapanecos la vanguardia del movimiento indígena, un símbolo de la resistencia al capitalismo neoliberal y su conservadurismo cultural y político, o un ejemplo para otros sectores sociales. Lo han hecho usando como armas la palabra y los símbolos.

La derecha y las cúpulas empresariales, irritadas y asustadas, han tenido que digerir sus propias amenazas; y sus instrumentos más preciados, los medios de comunicación, han sucumbido al hambre de espectáculo que garantiza rating y ganancia, dándoles cobertura, a pesar de la descalificación y rechazo que mostraron durante siete años.

Los zapatistas, al romper el cerco político y militar de la selva y llegar a la capital entre manifestaciones masivas de apoyo, han dado un empujón a la transición democrática en México, por encima de sus propias demandas.

Hoy tienen la palabra los políticos. Los de derecha (PRI, PAN y otros), que impusieron las políticas neoliberales, la forma más depredadora de capitalismo, están ante el dilema de responder a las demandas zapatistas e indígenas y cumplir las condiciones para el diálogo, que les arrancará sin duda pedazos de democracia real, lo que mermará sus intereses e ideologías; o usar sus métodos autoritarios, sordos y ciegos, que no acallarán la lucha, dispersa pero creciente, de quienes desde distintos ámbitos se enfrentan a un proyecto global del capital, cuyas promesas de bienestar perdieron credibilidad.

Los políticos de izquierda (PRD y otros), además de empujar el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés, enfrentan el desafío de recuperar la relación con la movilización social y acompañar sus luchas, construir propuestas integradas que recojan las demandas sociales y las articulen en su programa político, y ser los impulsores del cambio estructural sustantivo y coherente por el que claman los desheredados del campo, los pueblos, las ciudades y las metrópolis de México.

Todos esperamos las respuestas.