MIÉRCOLES Ť 7 Ť MARZO Ť 2001
 

Ť Como el primer Madredeus, la cantante portuguesa comienza el vuelo

Brilla Bevinda en un barrio parisiense mientras Anne-Sophie Mutter hace crecer aún más la luz

Ť La Salle Pleyel, escenario para una leyenda de la vieja generación de grandes directores

de orquesta; Lorin Maazel se hace septuagenario Ť Gira europea de la intérprete alemana
 
 

PABLO ESPINOSAENVIADO
 

bevinda Paris. Tres noticias: la portuguesa Bevinda tiene nuevo disco, el francés Lorin Maazel celebra su aniversario 70 de forma consecuente, dirigiendo la Octava Sinfonía de Bruckner en la Salle Pleyel, y la alemana Anne-Sophie Mutter realiza gira por Europa con recitales acompañada al piano mientras su nueva grabación emociona al mundo entero y hace trastabillar al ancient regime: la dirección de orquesta no es más un territorio machín, y eso lo confirma su versión, al mismo tiempo como solista y directora, de Las cuatro estaciones del Cura Rojo Antonio Vivaldi, un acontecimiento formidable en el mundo cultural.

En uno de los barrios más intensos de París, la vida transcurre entre carnicerías, casas de asistencia, vida callejera y tráfago intenso de la diáspora africana. Un café de entre ese barrio se cuela a las carteleras culturales: en el Café Olympia se pueden vivir veladas de lo que aquí se anuncia como ''musique du monde" y que corresponde a las etiquetas de la industria discográfica, pero que en este barrio queda demostrado que es en realidad una de las vertientes más poderosas por medio de las cuales el arte de la música pervive muy por encima de aquella industria que puede convertirlo todo en mercancía, pero esta música ?lo prueba el fervor del público asistente? es una demostración en sí misma de cultura viva.

Dos horas de éxtasis

El local es tan pequeño como informal. Como este tipo de acontecimientos suelen ser ceremonias para iniciados, la voz se ha corrido tan pronto que el lugar resulta insuficiente. Tumulto, impaciencia, pero finalmente los organizadores ?chavos, por supuesto? logran acomodarnos a todos en un teatrito tan chiquito y tan cálido que el streap tease se generaliza ?afuera no hace ni frío ni calor: cero grados centígrados? y el sudor y la buena vibra aparecen entonces en la pequeña sala como elemento escenográfico e interactivo para el recital que estamos a punto de presenciar.

beviLa situación resulta tan íntima y desenfadada que todos, algunos pocos sentados, la mayoría de pie, fijamos la vista en el pequeño escenario en actitud de espera porque no terminan por aparecer los músicos en escena y nadie parece percatarse que los músicos mismos están confundidos entre el público.

Ya habrá tiempo en que la industria los convierta en megastars y se vuelvan solitarios en hoteles de lujo, temen algunos. Pero no, apretados cuerpo a cuerpo, los fervorosos callan. Pero ni así se asoman los músicos.

De repente, atrás de mí una mujer menuda y bella me oprime levemente el omóplato izquierdo mientras exclama, leve y sinuosa: pardon, tu permet?

La que pide permiso de pasar no es otra que la mismísima Bevinda. Pásale, estás en tu casa, le decimos a coro, lo mismo que a sus músicos que se abren paso entre las cabezas de las chavas y los chavos que se han acomodado sentados y apretujados en el piso de manera tal que los clásicos puedan exclamar: no cabe ya ni un alfiler. Lo que sigue son dos horas de éxtasis.

Bevinda es hoy lo que fue Teresa Salgueiro antes de que Madredeus fuera lo que es hoy, megastars que, sin embargo, no son hoy solitarios de hoteles de lujo, sino que siguen siendo personas porque la naturaleza de su música es tan humana que la mercadotecnia les hace lo que el viento a Juárez.

La referencia es cabal. Porque Bevinda también es portuguesa, canta ?al igual que Teresa Salgueiro? como los mismísimos ángeles y hace una música que tiene ?al igual que Madredeus? su punto de partida en el fado pero no es exactamente fado sino una puesta al día de esos sentimientos y emociones.

Al igual que sus paisanas Misia y Dulce Pontes, reconocidas y conocidas cada vez mejor en el planeta como autoras e intérpretes de una música portuguesa contemporánea profunda y entrañable, Bevinda enarbola la belleza como una divisa de nuestra contemporaneidad. Una definición fina de su música la aportaría, en retrospectiva, el maestro Astor Piazzolla, quien antes de morir pasó a la historia con una música clásica alrededor de la cual se debatían y preocupaban muchos por no saber si llamarle tango o cómo a lo que hacía, en lugar de simplemente disfrutarla. La mía es la música contemporánea de Buenos Aires, solía definir Piazzolla.

La música contemporánea de Portugal que hace Bevinda (al igual que Madredeus, Misia, Dulce Pontes, et al) puede degustarse en una discografía breve pero definitiva: Fatum, Terra e Ar, Pessoa em Pessoas y el más reciente, Chuva de anjos, que es sencillamente sublime.

Bomberazo de Maazel

mutterEn otro punto de París, la mítica Salle Pleyel, sucedió mientras tanto que una buena noche para los melómanos fue un mal día para Christoph Eschenbach, quien se indispuso y no pudo cumplir su tarea como director titular de L'Orchestre de París, de manera que otra de las leyendas de la batuta, el maestro Lorin Maazel, tuvo que hacerle el bomberazo a su colega y al mismo tiempo aprovechó para festejar su cumpleaños 70 como todo un director de orquesta: en el podio, empuñando la batuta y dirigiendo de memoria y como los dioses una partitura monumental y prodigiosa: la Octava Sinfonía de Bruckner. Para la historia.

Y en otro punto de la ciudad luz, el Théatre des Champs-Elysées, la vida cultural interminable adquiere aún mayor luminosidad porque en el proscenio está la más bella de todas las violinistas de la historia y hoy por hoy la mejor en el planeta: Anne-Sophie Mutter, monumental de cuerpo, hermosísima de alma, vestida para matar con un violín y obras de Mozart ?para una intérprete tan bella, una música a su altura, la de   Mozart?, Schubert y Fauré. Antes del concierto, en el intermedio y al terminar tan intenso recital, la tienda de discos de la Salle Pleyel parece fiesta: famas, cronopios y esperanzas literalmente se arrebatan el nuevo disco de la bella diva, Le quattro stagioni (Deutsche Gramophon), una versión impresionante de la música de Vivaldi interpretada por la hermosa Ana Sofía al violín y al mismo tiempo a la batuta recuperando palmo inmenso de territorio que durante siglos ha sido arrebatado por la cultura machista.

Pero el mundo ya empieza a despertar: si la música no es otra cosa que belleza, el espejo no puede hallarse sino en el alma femenina. Como directora de orquesta, Anne-Sophie Mutter es sencillamente formidable.

Mientras, París era una fiesta.