En la pástica de las mujeres

El desnudo femenino. Una visión de lo propio

· La exploración sobre sexualidad y erotismo reafirma su relación con sus posibilidades de placer
· BŖsqueda de nuevas metáforas que reinterpreten sus significados

Lorena Zamora Betancourt

¿Qué observamos en la imagen de un desnudo femenino? ¿Cómo suele ser descrita? ¿Cómo es recreada? Me atrevería a afirmar que no es fácil mirar un desnudo femenino sin los condicionamientos culturales adquiridos, es decir, contemplarlo sin ese "mirar masculino" que ha regulado nuestros mecanismos de percepción.
Tal afirmación no resulta arbitraria si pensamos en cómo hemos recibido el legado de esas representaciones corporales a través de la historia tradicional del arte: son imágenes creadas por artistas hombres y, en términos generales, descritas por historiadores y críticos también del sexo masculino. Se pueden hacer disertaciones al respecto al revisar dos textos: uno de ellos es El desnudo de Kenneth Clark, y otro El desnudo femenino de la autora feminista Lynda Nead.2 El libro de Clark es una brillante crónica sobre el desnudo masculino y femenino, una revisión de la tradición clásica e idealizadora que abarca desde la antigüedad griega hasta el modernismo europeo; la obra de Nead se apoya en algunas de las tesis de Clark para analizar, entre otros aspectos, la estructura simbólica del pensamiento masculino tanto del autor del libro como de las obras que se estudian en el mismo. El planteamiento de Lynda Nead es aleccionador porque en lo que al desnudo femenino se refiere, nos hace reflexionar sobre la parcialidad existente en el juicio intelectual de un hombre que hace interpretaciones de significados sobre obras realizadas por hombres. Sin lugar a dudas, este es un "mirar masculino" condicionante que, en forma de discurso sea este creativo (obras) o interpretativo (historia o crítica), nos muestra imágenes imbricadas con el imaginario-fantasmático del creador, una suerte de imágenes pulsionales que han tomado "cuerpo" en la figura femenina.
La historiadora feminista Bea Porqueres nos dice al respecto: "en la tradición artística occidental los desnudos femeninos suelen ser representados de forma idealizada, no suelen ser retratos sino estereotipos de la belleza, la pasividad y la disponibilidad sexuales (...) El asunto general del cuadro, ya sea este mitológico o histórico, suele ser una excusa para representar desnudos y para hacerlo de forma estimulante para el comprador".3 Al parecer esta ha sido una constante en la historia del arte y hace suponer que el cuerpo femenino ha transitado por esa crónica como un objeto mítico que no es en sí "él mismo", sino como una idea que del objeto original concibió su creador. Tal conjetura lleva a pensar que se está frente a alegorías, a representaciones voluntarias o involuntarias arrojadas desde un espejo que se interpone entre la mano del creador y su modelo, para recoger de un motivo que se observa lo que le refleja de sí mismo. Y si los anales artísticos no contemplan suficientes registros de desnudos femeninos realizados por mujeres, debemos admitir que carecemos de una historia de construcciones simbólicas femeninas al respecto.
Sin embargo, y a pesar de que el desnudo femenino pareciera haber sido un "objeto inspirador" tan sólo para los artistas, en la producción de las mujeres también pueden encontrarse estas representaciones. ¿Cómo y por qué tienen lugar en sus obras? Buscar respuestas a esta pregunta ha resultado una aventura interesante.
Entre algunas imágenes de desnudo femenino trabajado por mujeres encontré ciertos conceptos sobre los cuales valía la pena reflexionar; entre ellos, la virginidad y la desnudez que, como aspectos que afectan exclusivamente al cuerpo femenino, tienen un discurso especial por ejemplo en algunos trabajos de Liliana Mercenario Pomeroy. Entre sus obras tempranas de los años setenta realizó el dibujo de una mujer semidesnuda cosiendo los labios de su vagina, tal vez cerrándose a los placeres, y lo impactante de su labor no deja lugar para deleitarse con la apreciación de su desnudez.
Otros aspectos que pueden considerarse son los usos habituales del cuerpo de la mujer para reproducir dos arquetipos primordiales: la maternidad (en sus vínculos con la religión o con su inseparable facultad natural), y la forma de un objeto erótico (desde la sublimación proyectiva de la imaginación masculina). Estas adjudicaciones tienen que ver con la imagen social que le atribuye dos funciones: la materialidad de la vida y las fuentes del disfrute, dos formas extremas que la limitan, por un lado, a la reproducción que hace inútil la noción de su placer sexual y, por otro, a la prostitución que deprava y anula ese placer.
Encontré que la maternidad puede ser conceptualizada más que figurada a través del cuerpo, en donde a veces se plasman transgresiones a las románticas y eróticas imágenes masculinas de la maternidad. Entre las artistas se han manifestado ideas del sentir de las mujeres frente a la proximidad de fracturarse o realizarse al dar vida a otro ser; la experiencia de verse dividida en dos seres, la madre y el hijo y, también, en la mujer y la madre, pueden ser fuentes de incertidumbre, tal vez hasta de miedos, frente al acoso de ocultos enigmas que transformarán su cuerpo, una experiencia reflexiva que adquiere particulares modos expresivos en la mujer como artista.
En torno a la exploración de la sexualidad, las imágenes me llevaban a reflexionar sobre un terreno complejo. Partir del planteamiento de que la sexualidad es un cuerpo construido biológica y culturalmente, en donde cada individuo atribuye significados y valores a la experiencia de su sexo, permeados por la dimensión del género como lógica cultural de la diferencia sexual, lleva a considerar que estos procesos de significación contribuyen ideológicamente a la esencialización de la feminidad y de la masculinidad. Así, el cuerpo es moldeado por la cultura y repercute en la forma de pensarnos, de autoconcebirnos y de construir nuestra propia imagen. Referirse a la sexualidad entonces implicaba el uso de las categorías de lo femenino y la feminidad, términos que adjetivan, objetivan y subjetivan a las mujeres y, en el discurso plástico, bien puede apreciarse el reto de mantener arquetipos o afirmar nuevas identidades.
El erotismo se despliega también con ricas peculiaridades. Erika Bornay nos dice que "el cuerpo de la mujer es un espacio visual, nunca es un signo inocente, y si este cuerpo aparece desnudo, la connotación erótica es incuestionable".4 En ello vemos los efectos de la mirada masculina, al adjudicarse el goce privilegiado del mirar, al permitirse jugar con la fetichización del cuerpo femenino. El erotismo, en algunos desnudos femeninos realizados por mujeres, parece querer reafirmar la relación de la mujer con su cuerpo, con sus posibilidades de placer; la aceptación y reconocimiento de sí misma en tanto imagen sexuada y los parámetros que se establecen para evocar, precisamente, las experiencias de la delectación, las incertidumbres o las coerciones, las propias violencias e interdicciones: el cuerpo, el lugar de los deseos de la mujer, de sus fantasías, acciones y comportamientos, territorio en que ahonda raíces su erotismo. La exploración de la sexualidad y el erotismo desde la perspectiva de las mujeres podría ser vista como un medio de autoconocimiento, de deconstrucción de conceptos hegemónicos, y una puerta para que esas representaciones se traduzcan en nuevas metáforas que reinterpreten sus significados.
Por el momento, puedo decir que la imagen del desnudo femenino en la expresividad plástica de las mujeres es un resquicio que nos permite acceder a las reflexiones que hacen algunas artistas sobre sus mundos interiores, conceptualizando la maternidad, la sexualidad y el erotismo desde un lugar que parece querer definir identidades y formas de ser femeninas, subvirtiendo --consciente o inconscientemente-- el revestimiento cultural que las había alejado de sus propias ideas. En fin, es un situar al "objeto" y al "sujeto" desde la impronta de la visión femenina acudiendo a sus funciones internas, a sus emociones, a su complejidad sensual, un retomar aquel "objeto de placer" del otro y, al adjudicárselo, utilizarlo como vehículo de representaciones de experiencias íntimas, de sensaciones y emociones, de conceptos reelaborados, como un referente de realidades y de imaginarios que sólo les compete a las artistas como mujeres. Creo que todo esto está funcionando de acuerdo con uno de los postulados feministas: el partir de sí, de experiencias propias. Y en el arte, ese partir de sí es un universo femenino que se extiende más allá de la figuración del desnudo, con una rica capacidad de metaforizarse, y que también se encuentra de muchas otras formas en la diversidad de experimentaciones técnicas, estilísticas y conceptuales promovida desde la incidencia cada vez mayor que tienen las mujeres en el campo artístico.


Notas

1 Extracto tomado del libro Lorena Zamora Betancourt. El desnudo femenino. Una visión de lo propio, México, CONACULTA-INBA-CENIDIAP, 2000.
2 Kenneth Clark. El desnudo, Madrid, Alianza Forma - Alianza Editorial, 1993.
Lynda Nead. El desnudo femenino. Arte, obscenidad y sexualidad, Madrid, Editorial Tecnos, 1998.
3 Bea Porqueres. Reconstruir una tradición. Las artistas en el mundo occidental, Cuadernos inacabados, 13 número especial, Madrid, horas y Horas la editorial, 1994, pág. 43.
4 Erika Bornay. "Mujer y mito. El desnudo yacente" en Mercedes Vilanova (comp.). Pensar las diferencias, Barcelona, Universitat de Barcelona - Institut Catalá de la Dona, Promociones y Publicaciones Universitarias, 1994, pág. 126.