Ť El Centro Georges Pompidou ofrece magna exposición del creador suizo
Comenzó en París el año Giacometti, el artista que esculpió la eternidad
Ť Conmemoración mundial por el centenario del inventor de los andamios invisibles del aire
Ť Más de 150 dibujos estallan desde sus grafitos y se transforman en esculturas
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Paris. El año Giacometti comenzó el día de su muerte en Suiza, 37 años después, en Francia.
Aglomeraciones, tumultos, epidemia de gripa cunde en la ciudad luz donde las masas estornudan, tosen y drenan ruidosamente fosas nasales frente a dibujos, documentos, esculturas, testimonios, filmes documentales, el mundo prodigioso de Alberto Giacometti.
Inaugurada en el Centre Georges Pompidou justo el día
en que se cumplieron 37 años del fallecimiento (en su tierra natal,
Stampa, Suiza) de este clásico del siglo
XX, es decir el 25 de enero, la magna exposición Alberto Giacometti
le dessin a l'oeuvre (Alberto Giacometti, el dibujo en la obra)
se ofrece como la celebración central del año en que se conmemora
en todo el mundo el centenario del nacimiento del inventor de los andamios
invisibles del aire.
Más de 150 dibujos, que comprenden todos los periodos, desde los años de aprendizaje hasta los de peregrinaje, desde las primeras búsquedas constructivas de la década de los veinte hasta las líneas nerviosas y aéreas de los año sesenta, permiten analizar la naturaleza, clásica y contemporánea a la vez, y la función específica que cumple el dibujo en la obra de Giacometti.
Todo se reduce al dibujo
Además de las invenciones giacomettianas, las paredes ostentan sus palabras: ''tout n'est-ce que dessin" (todo se reduce al dibujo), se lee junto a textos de Balthus, Simone Signoret, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Jean Genet, entre otros amigos del artista.
Montada merced al mecenazgo de Credit Suisse y con materiales provenientes de la Kunsthaus de Zurich (albergue permanente de la mayoría de la obra ?y la más importante? del maestro suizo), la muestra concita los entusiasmos mayores en esta capital cultural. Sólo la exposición de dibujos eróticos de Pablo Picasso en la Galería Jeu de Paume, inaugurada el pasado 20 de febrero, equipara en éxito la exposición de Giacometti, que seguirá abierta hasta el 16 de abril.
La muestra inicia con los primeros bosquejos, cuadernos de viaje, revistas etnográficas y la pasión del artista suizo por las culturas africana y polinesia. Ferviente convencido de que la construcción de un estilo propio comienza con la imitación, las obras con las que principia su recorrido el espectador, entre estornudos y virus gripal del público son, en consecuencia, ejercicios de estilo: un autorretrato de Durero (el célebre en que ironiza el artista con una imitación de Cristo sin Kempis, je) pero en versión del copista estudioso, por igual que máscaras, deidades, formas de un mundo antiguo que fungirán, piedra de toque, como la parte inicial del puente que habrá de construir Giacometti en su trabajo escultórico definitivo. Los hombres en marcha, las mujeres permanecen.
Quehacer arduo, amoroso
Perros flacos, esculturas lúdicas, la actitud de
marcha de los personajes masculinos en contraste museográfico con
las mujeres esculpidas, en actitud de eterna permanencia.
Una sensación de eternidad invade los sentidos. El anhelo cumplido
del artista en función de un trabajo constante, arduo, amoroso.
Un par de filmes documentales lo ubican por igual vertiendo conceptos en entrevista que, sobre todo, trabajando en un estudio sumamente modesto, en un barrio sencillo de París, cuya puerta traspasó a diario durante décadas con la misma humildad que un hombre sale al mundo y retorna a su universo.
Giacometti ojos hacia dentro, en un entorno a lo Satie, que gozaba los lujos de la vida en la pobreza de una buhardilla parisiense. Giacometti bajo la lluvia, caminando entre la puerta de su estudio y la mesa de un café de barrio, llenando las calles de sentido.
Desde los ventanales del Centro Georges Pompidou, curtidos por serpientes de agua que se le untan con melancolía, se ve la lluvia sobre París. Ojos adentro, los dibujos de Giacometti estallan desde sus grafitos y se vuelven esculturas. Eternidades. ''Sus esculturas ?leemos en una pared el testimonio de Jean Genet? parecen pertenecer a un tiempo ido y que han sido descubiertas luego de la noche del tiempo, que las ha corroído hasta otorgarles esta sensación, al mismo tiempo suave y dura, de una eternidad que marcha".
Luego de copiar, Giacometti dibuja, pinta y esculpe de memoria. En primera persona: ''pero descubro horrorizado que cuando intento recordar lo que he visto, mis esculturas se hacen más y más pequeñas, como niños, y aunque lo intento siempre regreso al mismo punto. Así, una figura alargada me causaba el mismo efecto que una pequeña; devinieron entonces tan pequeñas, tan delgadas, que un simple corte de cuchillo las haría desaparecer, regresarlas a su condición de polvo".
El cambio sobrevino en 1945 como producto de su arduo trabajo con el dibujo, revela el artista en documentos exhibidos en la muestra:
''El dibujo me permitió hacer figuras cada vez más alargadas que, para mi sorpresa, adquirían mayor singularidad mientras más largas y delgadas eran."
El unto de un sudor frío
Uno de los momentos más impresionantes del recorrido por la exposición Alberto Giacometti le dessin a l'ouvre es el siguiente testimonio del artista, justo junto a las esculturas y dibujos que demuestran el aserto:
''De repente empecé a ver las cabezas en el vacío, dentro del espacio que las rodea. La primera vez que una de ellas se fijó, se inmovilizó en el instante frente a mis ojos, sentí sobre mi espalda un sudor frío. Ya no era una cabeza viva sino un objeto que observaba como cualquier objeto, pero no, en realidad no era cualquier objeto. Era algo al mismo tiempo vivo y muerto."
Frente a las obras de Alberto Giacometti ?un hombre que marcha, una mujer en actitud estática, en gesto de eternidad? el espectador es observado por las esculturas. Un sudor frío se unta entonces a su espalda de la misma manera como la lluvia, que toma la forma al mismo tiempo viva y muerta de serpientes de agua, se pega melancólica, a unos metros, a los gigantescos ventanales del Centro Pompidou.
Suenan en ese instante, en la memoria, los versos de Valéry:
Il pleure dans mon coeur
Comme il pleut sur la ville
(Llora en mi corazón/ como llueve en la ciudad).
Ha comenzado el año Giacometti, el artista que esculpió la eternidad.