Jornada Semanal, 18 de febrero del 2001


ANTESALA



Regreso de la laguna. Despierta sobre la mesa de un lugar que no conoce. Aunque aún no sabe quién es, cómo llegó allí, dónde están los demás, ¿qué es lo primero que se pregunta? “Dónde están mis lentes.” Esto es lo que pregunta un miope: ni siquiera puede afocar sus manos puestas sobre el mantel amarillento, luido, con lamparones de comida y bebida derramadas, mapas inciertos de un itinerario sin huella que apenas alcanza a presentir. Arruga la cara, aprieta la mandíbula, entrecierra los ojos –el gesto mecánico de los miopes–; le duelen los globos oculares a causa de la luz vagarosa que se levanta apenas del suelo e ilumina la caspa del tiempo, partículas de polvo dorado lentamente absorbidas por el vacilante resplandor que nace al pie de una escalera, recorre un espacio indefinible y termina junto a su mesa. ¿La plataforma de un salón? Siluetas de ciudades, contornos de rascacielos dentados, urbes en perpetuo ocaso: las sombras de las mesas con sillas volcadas patas arriba. Otra sombra moviéndose parsimoniosamente cerca de la pista: quizás un hombre que barre. // Siente la punzada en la cabeza. Allí está. Otra vez. ¿Cuántos? ¿Seis años? ¿Ocho y medio, Fellini? Ha perdido la cuenta: todos los días, así. Se sorprende y no, cada mañana busca lo mismo. Sus lentes. Ahora busca sobre, debajo, a los lados y afuera. Empieza a hablar solo. Sigue reptando bajo mesas y sillas, arrastra las manos, regresa una y otra vez a la mesa donde despertó. Un siglo después, otra sombra habla –¿a él?–, no puede ver sus facciones, dice algo. Y se queda inmóvil ¿mirándolo? // Siente las manos ásperas, terrosas: ya ha hecho la mitad del trabajo de esa sombra. Algo gruñe en la boca su estómago. ¿Sus bolsillos? Vacíos, excepto por las llaves. ¿Dónde está su casa? Demasiadas llaves para una sola casa. ¿Dónde está la salida? // Ve otro resplandor más allá de las escaleras. Luego, un pasillo de mamparas pintadas de blanco, voces al otro lado, estruendo de miles de botellas vacías, crece otro rumor mientras se aproxima al fondo del pasillo. El resplandor también va creciendo, expandiéndose, golpeándole las retinas, resecándole los labios. El bullicio de la calle, los olores; camina sobre un inmenso cenicero dentro de un enorme excusado, remueve una nata formada desde el principio de los bares. Da vueltas a derecha e izquierda: como si: un laberinto: el mundo: allá / afuera: succionándolo más rápida / más ansiosa / mente.

Martini con aceituna. Alzó la mano y le cedieron la palabra. Sólo se levantó y se quedó allí, su pequeña figura de pie en el mismo lugar. No pasó al frente. No dijo: Me llamo L. y soy alcohólica. Empezó a hablar lenta y suavemente, como si estuviera en trance. Recordó la última borrachera con su marido, T., en la cual los dos estaban tan ebrios que intentaron golpearse el uno al otro y solamente lograron rodar abrazados por las escaleras. En el hospital alguien les pasó el mensaje. De vuelta en casa, por primera vez en quince años decidieron hablar sobre el asunto. Él había estado tan borracho los últimos años que no se dio cuenta de que ella también tomaba hasta desmayarse. Empezaron a buscar las botellas que T. había escondido en la casa. Aparecieron ocho vacías y dos a medio llenar. Cuando terminaron de juntar las que ella recordaba, había cincuenta y cuatro regadas por todas partes, casi todas con un dedo de licor sobrante, un culito de aguardiente como dirían los españoles. Durante los siguientes meses siguieron apareciendo botellas en los lugares más extraños. // Después habló del tiempo que T. y ella llevaban sin beber, ocho meses en los cuales no parecía ser tan difícil “tapar la botella”, como se decía en aa… Hasta el día anterior. Había ido de visita a casa de una amiga. Se les fue el tiempo platicando y mientras lo hacían, su amiga sacó una gran caja de chocolates. Ella, descuidadamente, empezó a comerlos mientras charlaba. De pronto, sintió el sabor violento del alcohol barato y la carnosa redondez de la cereza dentro de la burbuja de chocolate. Se quedó paralizada por un tiempo indefinible, mientras el licor le quemaba el paladar. No sabía qué hacer: tragarse el mordisco o botarlo. Por fin, decidió sacar su pañuelo y escupirlo discretamente en él. No comió más dulces y tampoco le dijo nada a su amiga. Pero se le terminaron la alegría y la charla. Se despidió apresuradamente de Zutana y se fue casi corriendo a su casa. T. había tenido que salir en viaje de negocios. Iba a estar fuera durante dos semanas. No pudo dormir. Sola, en la cama, todo su cuerpo había entrado en una especie de erupción. Sentía un cosquilleo continuo y de pronto algún músculo se rebelaba y saltaba incontroladamente. La boca, en cambio, parecía estar dormida, como si hubiera hecho gárgaras con algún anestésico. Todo ese día había estado inquieta y nerviosa. Y precisamente en ese instante estaba saboreando, no el trago de alcohol de caña que contienen esos chocolates rellenos, sino una buena bebida: un martini perfectamente preparado, exactamente como lo prepara R., el cantinero del Bar X., adonde ella solía ir para contemplar el atardecer mientras bebía lentamente, uno tras otro, su coctel favorito. Podía recordar las cantidades exactas de ginebra, la temperatura del hielo que se agita en la coctelera, el contraste del temple seco y frío en el paladar con la carnosidad verdosa de la aceituna rellena de rojo pimiento sobre la lengua… // Los y las presentes, petrificados, enfermos de alcoholismo, que estaban allí para apoyarse mutuamente en su esfuerzo por no beber “sólo por hoy”, guardaron un profundo silencio. Estaban haciendo un esfuerzo mayúsculo para no salir corriendo al bar más cercano y pedir su bebida favorita, y saborearla largamente, y luego pedir otra y otra hasta perderse de nuevo en la entraña del monstruo. La vieron sentarse lentamente. Todos sabían que al día siguiente no volvería. // Al menos durante un tiempo.
 
 
 
 
 
 
 

CarlosGarcía-Tort

 
 
 
 
 

 


 

     
     

    EL SEMANARIO DE SAN GORDIANO
     

    El Sr. Alcalde de San Gordiano, Felipe Zermeño Ledón, conocido entre sus amistades y malquerientes (las primeras son las peores) como Felipito Cojón, siguiendo el ejemplo de los alcaldes de su partido que gobiernan en poblaciones mayores (en número de habitantes, no en importancia, valía intelectual y lista de próceres), se ha propuesto fundar un semanario para recoger todos los productos del pensamiento sano, las mejores flores literarias y las críticas de las desviaciones, anomalías e ideas exóticas que envenenan a la juventud y atentan contra un modo de ser que ha probado ser un modo de ser desde que nuestros tatatatarabuelos eran.

    Zermeño tiene en su mesa varios ejemplos periodísticos que estudia infatigablemente para encontrar lo más adecuado para los habitantes de San Gordiano. Se extasía ante el Diario de Yucatán, campeón de la fe verdadera y de las costumbres decentes, defensor del orden familiar que descansa en el macho fuerte y virtuoso, la mujer escopeta (cargada y detrás de la puerta) y los hijos dóciles y respetuosos de sus padres a quienes deben honrar e imitar en todo para que así se mantengan vivos los principios fundamentales de la cultura occidental cristiana (un editorial del diario peninsular le proporcionó estas palabras capaces de construir toda una retórica). Tiene, además, un ejemplar de un semanario de Chihuahua dirigido por don Hildebrando Granado y Uranga. El Padre Mendieta y Lelo 
    de Larrea (su origen aristocrático es tan claro que da su número de teléfono de la siguiente manera: “es el 14 de 32 y 81”) pone como ejemplo de periodismo cristiano audaz y moderno el encabezado aparecido en el semanario chihuahuense un Viernes Santo de los años sesenta. Su formato, que oscilaba entre el tamaño oficio y el tabloide, no fue óbice para que la noticia apareciera con todo su impactante sentido: “Mataron a J. Cristo.” Ese es periodismo del bueno, eso es dar testimonio y poner en ridículo a los cristianos pusilánimes y a los masonazos y liberales pululantes por aquí y por allá.

    Una plaga a perseguir por el periódico es la del laicismo y se enfrentará con valor a las supercherías de los católicos modernos que ponen en tela de juicio la infalibilidad de la Iglesia en materia de costumbres. Éstos, en el fondo peores que los simples liberales, hablan de conciencias individuales y en mucho se parecen a los protestantes defensores del libre examen de las Sagradas Escrituras. Nada de tonterías blandengues. La Biblia leerla en las historias sagradas de preferencia y, si no hay más remedio, acudir a las traducciones de Nácar-Colunga o de Bover y Cantera. Cuidado con la escrita por los “aleluyas” Cipriano de Valera y Casiodoro de Reyna. La Santa Inquisición se hizo cargo de ellos y de sus desfiguros traductores. No hace falta decirlo: los editorialistas fustigarán a los llamados teólogos de la liberación que sólo son terroristas disfrazados. Ya Nuevo Criterio y otras revistas piadosas de la capital se han encargado de desenmascarar sus estalinistas intenciones.

    Ya tiene la Iglesia un índice de obras prohibidas, pero, a raíz del concilio de Juan XXIII, se volvió debilucho y perdió en parte su tradicional actitud vigilante. Un ejemplo de estos descuidos es haber olvidado el apoyo a los comunistas españoles dado por escritores ambiguos como Bernanos y Mauriac y el abierto coqueteo con las utopías franciscanas o jesuitas que relajaron las costumbres y abrieron las puertas a una heterodoxia peligrosísima, pues atenta contra la integridad del dogma. De estos aspectos se encargará el padre Mendieta y Lelo de Larrea, ex miembro de la “Legión o Base” y director de los católicos carismáticos de la ciudad.

    El padre Mendieta no defiende a la Inquisición y al índice, pero sí piensa que deben establecerse controles para evitar la proliferación de la herejía y de la inmoralidad. Además, todos lo sabemos: el error no tiene los mismos derechos que la verdad.

    El Semanario tendrá unas páginas de Sociales, pues es muy necesario defender los valores familiares y alabar los buenos ejemplos que apoyan la tradición (hace poco, unos diputados comunistas andaban proponiendo el matrimonio entre desviados o desviadas. Si son eso, desviados, debemos regresarlos a la vía correcta. Si no se disciplinan será necesario tomar medidas perentorias. Ya lo decía Don Nicomedes Pompa: “o cabrestean o se ahorcan”). Además esas páginas fomentan el conocimiento entre los jóvenes de buenas familias y evitan las inconvenientes revolturas. Vivimos tiempos confusos e igualdades mal entendidas. Con razón, Doña Gertruditas De la Macorra comentó en el último baile de las fiestas patronales, durante la coronación de Etelvina I (hija de un panadero riquísimo, pero “medio meco”. La niña salió también “mequita”): “Menos mal que aquí no hay revoltura. Son puros pelados.”

    El Semanario vigilará las acciones de las autoridades que han regresado al poder y no permitirá el olvido de los temas principales de la decencia y de la fe verdadera. Algunos hablarán de cosas más importantes, ocultando así su indolencia o su deseo de no meterse en problemas. Los regresaremos al buen camino y les diremos cuáles son los aspectos de la vida social que deben atenderse de manera prioritaria. Uno de ellos, el combate al laicismo, se ha visto reforzado por la sana actitud del presidente de la República llamado por el abad de la Basílica “el primer presidente guadalupano”. Que mujan los herejes, los agnósticos, los aleluyas y los judíos. Les guste o no les guste, “este país es católico y no admite propaganda protestante”. Además, los cruzados de la causa no van a ocultar sus convicciones en nombre de la mal entendida tolerancia o de la seriedad republicana. Deben dar testimonio y combatir sin tregua el error.

    Nos acusarán de censores. Esa será una falacia. Nosotros nos limitaremos a acatar la voluntad de las mayorías ciudadanas. Son ellas las opuestas a la inmoralidad de los mal llamados desnudos artísticos, a las obras de teatro sobre temas escabrosos, a las abominaciones que salen en las películas y a las defensas del aborto, el condón, la homosexualidad, la inmodestia en el vestir y los bailes procaces. Son ellas las que quieren acabar con los excesos pecaminosos de los pseudoartistas y regresar al verdadero arte.

    Estas y otras muchas cosas buenas tendrá nuestro Semanario. Nos acusarán de integristas, tanto los criptocomunistas como los malos católicos, pero no flaquearemos en la defensa de la moral y de la fe de nuestros mayores.
     
     

    Hugo Gutiérrez Vega