SABADO Ť 10 Ť FEBRERO Ť 2001
SPUTNIK
Beber como un cosaco
Juan Pablo Duch
Moscu, 9 de febrero. Todo el mundo sabe que los rusos toman mucho, pero nadie sabe por qué. Una de las explicaciones más difundidas es tan obvia como parcialmente equivocada: en invierno hace un frío endemoniado y el vodka, la bebida local por excelencia, sirve de peculiar calefactor natural.
La hipótesis parece obtener cotidiana confirmación, sobre todo de diciembre a febrero, los meses con temperaturas más bajas, cuando apenas se sale a la calle. La primera caricia del viento helado en el rostro, la única parte del cuerpo descubierta, es incitadora de un buen trago, los inevitables sto gramm (cien gramos y no mililitros), como suelen llamar los rusos a la dosis mínima recomendada.
Pero la explicación se viene abajo conforme suben los grados en el termómetro, pues en verano se toma igual o más que en invierno, y el vodka, hasta donde ha podido comprobarse, no contribuye a saciar la sed; por el contrario, rebasado el límite de lo razonable, produce un inclemente síndrome de deshidratación posetílica, el nombre más perverso inventado por algún abstemio para definir la cruda.
Descartada la coartada climatológica, hay quien dice que la afición del ruso por el trago obedece a una razón socioeconómica y, por tanto, es una socorrida forma de evadirse de la realidad.
Allá por los años 30, Anastas Mikoyan, entonces viceprimer ministro de la Unión Soviética, ofreció una interpretación de esa pretendida causa, sólo explicable por la diligencia con que cumplía las instrucciones de su temido jefe, José Stalin. "An-tes nuestro pueblo bebía mucho vodka porque arrastraba una penosa existencia en la Rusia de los zares; ahora, ciertamente también toma mucho, pero es porque la situación ha cambiado de modo radical y hay motivos para estar felices", escribió en el prólogo del Libro de la comida sabrosa y sana, toda una enciclopedia del buen comer en el papel, a falta de las exquisiteces prometidas en las recetas.
Muy en boga durante el periodo de la guerra fría y aun hasta la fecha, la hipótesis del alcoholismo como terapia social
tampoco se sostiene al confrontarla con la realidad de países vecinos o cercanos co-mo Finlandia o Suecia, para algunos mo-delos de desarrollo capitalista y sociedades de abundancia, donde se consume incluso más alcohol que en Rusia.
Se podría seguir aventurando hipótesis, sin llegar a ningún lado.
Lo que sí se sabe es que, según diversos testimonios de la época, el vodka apareció en Rusia en los años 40 del siglo XV, cuando unos monjes descubrieron el misterio del aqua vitae, un milagroso líquido que se creía medicamento para rejuvenecer y prolongar la vida.
Desde 1429, los gobernantes del gran condado de Moscovia, que no pasaban del disfrute de la medovuja, un aguardiente a base miel con cierta similitud a la cerveza, que aún se puede probar en la ciudad de Suzdal, estaban obsesionados con el aqua vitae. El agua de la vida, probable derivación de aqua vitis (agua de vino), había sido traída por primera vez por la legación de Génova, al atravesar tierras locales ca-mino a Lituania.
Armados de un alambique, destilando todo lo que se podía destilar, los monjes dieron finalmente con algo todavía mejor para el gaznate local: el vino de pan, aguardiente a base de trigo.
Así surgió el vodka, cuya denominación actual al parecer proviene de la palabra rusa agüita, VODichKA, que acabaría perdiendo tres letras y, al cabo de los años, gracias a la aportación del sabio Dimitri Mendeleiev, se quedaría en los 40 grados que tiene ahora. El autor de la Tabla periódica de los elementos, con su propia alquitara, concluyó que el vodka no debe tener ni más grados ni menos.
Hay tantas variedades de vodka como letras tiene el alfabeto cirílico, de la "a" de anís a la "ya" de yabloko (manzana) y, en la rica literatura rusa, sobran los ejemplos de que los hacendados consideraban poco menos que grosería no ofrecer a sus invitados el correspondiente caldo de letras completo, que por lo común convertía una ilustrada sobremesa en apoteósica borrachera. En aquellos tiempos, el trabajo de los peones era premiado con un cubo de vodka, pacientemente vaciado con un cu-charón de madera que hacía las veces de copa. A falta de botellas por una industria del vidrio poco desarrollada, hasta 1885 el cubo fue la medida para distribuir el vod-ka, pero incluso después se siguió poniendo en las etiquetas la cantidad equivalente a porciones de cubo. Todavía hoy una marca local prefiere poner orgullosamente que la botella de 500 mililitros contiene 1/20 parte de cubo.
Así se llegó a la medida ideal de medio litro, mínimo a consumir por piocha en cualquier reunión que se digne de querer ser recordada por los asistentes y no como un rotundo fracaso.
Se ha ido perdiendo la costumbre de to-mar na troij (para tres), cuando se improvisaban en las colas de las tiendas ternas de gente dispuestas a prorratear el precio de un medio litro y a compartir en la calle la efímera plática mientras, a pico de botella, cada uno se echaba su parte, sin abusar de la confianza de los expectantes compañeros de viaje etílico, ni un mililitro más de lo debido. Beber como cosaco, expresión que curiosamente no tiene equivalente en ruso y que refleja la difusa frontera entre afición y adicción al trago, es un ras-go consustancial al ruso y carece de sentido buscar explicaciones.