Directora General: Carmen Lira Saade       Director Fundador: Carlos Payán Velver      Febrero 9 del 2001
 
De la patria criolla
a la historia de la nación

 

Enrique FLORESCANO
 

DURANTE LOS DOS PRIMEROS SIGLOS DEL GOBIERNO ESPAÑOL PROLIFE-RARON DIVERSAS INTERPRETACIONES DEL PASADO, CIRCUNSCRITAS POR UN ENFOQUE CORPORATIVO. LAS ORDENES RELIGIOSAS Y LAS CIUDADES CRIOLLAS APOYARON UN RELATO QUE NARRABA SUS ORIGENES Y ENCOMIABA A SUS PROTAGONISTAS. LOS GRUPOS ÉTNICOS, ENCERRADOS EN LOS LIMITES DE LA REPUBLICA DE INDIOS, RECREARON SUS TRADICIONES Y LAS MEZCLARON CON LOS LEGADOS EUROPEOS, DANDO LUGAR A UNA MEMORIA LOCAL QUE FUE EL ASIENTO DE SU NUEVA IDENTIDAD. ES DECIR, SE TRATA DE DISCURSOS ENSIMISMADOS, DE RELATOS QUE RECHAZAN LA MEMORIA DEL OTRO Y EXPRESAN LA PROFUNDA DIVISION QUE SEPARABA A LOS POBLADORES DE NUEVA ESPAÑA EN CLASES, ESTAMENTOS, GRUPOS Y ETNIAS ANTAGONICAS. EN ESTOS AÑOS NO SE DIERON LAS CONDICIONES PARA IMAGINAR UNA HISTORIA QUE COMPRENDIERA EL CONJUNTO DEL VIRREINATO. HUBO QUE ESPERAR HASTA LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII PARA QUE SE DESPEJARA EL HORIZONTE DE LA RECUPERACION HISTORICA.
 
 
 

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El patriotismo criollo
 
 

Los nombres de Francisco de la Maza, Edmundo O'Gorman, Luis Villoro, Luis González y David Brading encabezan el elenco de notables historiadores que iluminó los rasgos del movimiento propulsor de los primeros símbolos de identidad y emblemas de la patria criolla. De ese río que nace delgado en el siglo XVI con las primeras generaciones de gente criolla y se desborda en el XVIII se distinguen tres ramales: la formación de lazos de identidad con la tierra de origen, la construcción de un pasado antiguo que le brinda un piso firme a la patria que busca definirse, y la aparición de símbolos que encarnan los valores patrios.
 
 

Ser criollo se convirtió en un problema de identidad cuando los primeros descendientes de padres españoles y madres americanas tuvieron que presentar territorio_mexicano.jpg copiapruebas de que la tierra que reivindicaban como herencia era verdaderamente propia. Apropiarse física y culturalmente de la tierra extraña fue uno de los primeros desafíos de la gente criolla. A fines del siglo XVII los criollos encontraron en la exuberante naturaleza americana y en el exótico pasado indígena dos elementos que los separaban de los españoles y afirmaban su identidad con la tierra de nacimiento. Imperceptiblemente, la tarea de reconocer y describir el territorio, una función que antes había recaído en los exploradores europeos, se transformó en responsabilidad de los oriundos del país. Los criollos comenzaron a adentrarse en el conocimiento del territorio cuando se estrenaron de agrimensores en los innumerables pleitos de tierras que se suscitaron cuando se mandó concentrar a los campesinos en pueblos trazados a la española y se delinearon los primeros planos urbanos y cartas regionales.
 
 

En las Relaciones geográficas que Felipe II mandó colectar hacia 1580 numerosos criollos colaboraron con los indios viejos y las autoridades virreinales para componer las relaciones y mapas de las aldeas de Nueva España. En el siglo XVIII la elaboración de unas Relaciones topográficas incrementó el acervo de conocimientos sobre la geografía del país. El siglo de la Ilustración fue también el de la ampliación de las fronteras del virreinato. Para frenar la expansión de los rusos en la costa del Pacífico y de los ingleses y franceses en la del Atlántico, una avanzada defensiva y colonizadora sembró presidios militares, misiones de religiosos, haciendas de minas y nuevos poblados en esos territorios dilatados.
 
 

La ampliación de la frontera norte coincidió con la era de los viajes de exploración científica y con el furor de registrar el territorio y clasificar la flora y la fauna. Los nuevos asentamientos, las expediciones científicas y las estrategias defensivas provocaron un alud de conocimientos que se tradujo en una nueva imagen del país. El mapa, un medio de comunicación que cobró auge en esos años, dio a conocer esa imagen. En 1748 se publicó por primera vez en México el famoso mapa del territorio que desde el siglo pasado había elaborado don Carlos de Sigüenza y Góngora. Más tarde, José Antonio Alzate le agregó nuevos datos y en 1768 lo dedicó a la Real Academia de Ciencias de París (Fig. 1).
 
 

En 1779 el ingeniero Miguel Constanzó diseñó un plano para señalar las divisiones políticas del virreinato y las nuevas demarcaciones de la parte norte, llamadas Provincias Internas. Estos planos y cartas por primera vez mostraron a los novohispanos la extensión grandiosa que había alcanzado el territorio de su patria. No es un azar que los primeros creadores del mapa general de la nueva España fuera gente criolla, como Carlos de Sigüenza y Góngora y José Antonio Alzate. También fueron criollos quienes suministraron a Alejandro de Humboldt la información más actualizada para componer su Atlas de Nueva España. Según Manuel Orozco y Berra este mapa "vino a ser como el resumen de los adelantamientos geográficos de la colonia, la última expresión de lo que el gobierno y los habitantes de la Nueva España habían ejecutado para conocer la topografía del país"
 
 

Con una fuerza plástica inusitada, el mapa transmitió a los novohispanos la diversidad de un territorio dilatado, la cornucopia agrícola, minera, industrial y comercial contenida en sus fronteras, y la certidumbre de que la Providencia protegía el futuro de la patria criolla

El rescate del pasado indígena
 
 

En el siglo XVII Carlos de Sigüenza y Góngora, Juan de Torquemada y Agustín de Vetancurt formaron colecciones de antigüedades indígenas, rescataron tradiciones orales y elogiaron las cualidades de la naturaleza americana. En la Monarquía Indiana del franciscano Juan de Torquemada, publicada en 1615, f_5el pasado mesoamericano fue ascendido a la categoría de una antigüedad clásica. En esta obra Torquemada recogió el saber acumulado por sus antecesores (Andrés de Olmos, Motolinía, Diego Durán, Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta), y con esos conocimientos compuso una suma del pasado, las tradiciones y la religión de los nativos del país que gozó de fama en su tiempo y tuvo gran influencia más tarde. Sin embargo, Torquemada conservó la concepción denigratoria que hasta entonces había impedido la recuperación de ese pasado: la idea de que la religión y las obras que expresaban esa cultura eran producto del demonio.
 
 

Sorpresivamente esa imagen satánica comenzó a cambiar a mediados del siglo XVIII. Un signo revelador del aprecio que ahora merecía el pasado mesoamericano lo expresa la extraordinaria colección de antigüedades mexicanas reunidas por Lorenzo Boturini entre 1736 y 1743. Antes que colectar cacharros o piedras labradas, la obsesión de Boturini fue recoger las pictografías, códices y textos donde se había condensado el pasado de los pueblos aborígenes. Para Boturini estos documentos contenían "tanta excelencia de cosas sublimes, que me atrevo a decir, que no sólo puede competir esta historia con las más célebres del orbe, sino excederlas".
 
 

Una circunstancia externa renovó el interés por el pasado indígena y las identidades de la patria criolla. Entre 1749 y 1780 algunos de los autores más influyentes de la Ilustración europea (el conde de Buffon, el abate Raynal, Cornelius de Pauw y el historiador escocés William Robertson), escribieron páginas denigratorias sobre la naturaleza americana y advirtieron una incapacidad natural de los oriundos de América para crear obras de cultura y ciencia. Los primeros en responder a estos ataques fueron los religiosos y letrados criollos que se habían distinguido por desarrollar una nueva interpretación del f_7pasado mesoamericano y por afirmar las virtudes creativas de los nacidos en América. Así, Juan José Eguiara y Eguren respondió a esas invectivas con una Bibliotheca mexicana (1755), una obra monumental consagrada a mostrar los méritos de la producción científica y literaria de los mexicanos desde los tiempos más antiguos hasta las primeras décadas del siglo XVIII.
 
 

Más tarde un jesuita criollo, Francisco Javier Clavijero, exilado en Italia y nostálgico de la patria, desbarató con argumentos elegantes las críticas de los ilustrados europeos y tornó el extraño pasado indígena en fundamento prestigioso de la patria criolla. Clavijero echó mano de la dialéctica del pensamiento ilustrado para atacar las tesis prejuiciadas de los críticos europeos y construir la primera imagen integral y elogiosa del pasado indígena. Partió de la igualdad de la naturaleza humana como principio analítico y de los valores de la antigüedad clásica, y con estas armas destruyó la tesis sobre "la inferioridad natural" de los americanos que alegaban los críticos ilustrados, y descalificó las interpretaciones acerca de la intervención del demonio que habían servido a los frailes para condenar la civilización indígena.
 
 

Su Storia antica del Messico (1780) vino a ser la plasmación del borroso pasado mexicano en un libro coherente: la imagen luminosa de un pasado hasta entonces inaprensible. En esta obra Clavijero dio el paso más difícil en el complejo proceso que por más de dos siglos perturbó a los criollos para fundar su identidad: asumió ese pasado como propio, como raíz y parte sustantiva de su patria. Clavijero es el primer historiador que presenta una imagen armoniosa del pasado indígena y el primer escritor que rechaza el etnocentrismo europeo y afirma la independencia cultural de los criollos mexicanos. Otra aportación suya fue abrirle un dilatado horizonte histórico a la noción de patria: al rescatar la profundidad y originalidad del pasado mesoamericano, la patria criolla adquirió los prestigios del pasado remoto y se proyectó hacia el futuro con una dimensión política extraordinaria.
 
 

El interés por las antiguas civilizaciones americanas se extendió a una esfera entonces desconocida: la exploración de las ciudades y monumentos f4.jpgarqueológicos. En 1773 se organizó una expedición a Palenque y en 1784 se dio a conocer los primeros informes y dibujos sobre una zona de monumentos antiguos. Impresionado por los resultados, el rey de España, Carlos III, ordenó realizar nuevas exploraciones en esa región. Carlos IV continuó esta política y apoyó una expedición, dirigida por Guillermo Dupaix y el dibujante mexicano Luciano Castañeda, que entre 1805 y 1807 recorrió el centro y el sureste del virreinato, reunió una importante colección de piezas arqueológicas y redobló el interés científico por el conocimiento de las antigüedades.
 
 

Alejandro de Humboldt visitó esa transformada Nueva España en 1803. En ese año intenso el sabio alemán recorrió el norte minero, conoció las principales regiones y monumentos del centro del país, subió a los picos más altos y en todos lados realizó mediciones científicas con aparatos modernos, estudió la geografía, la flora y las antigüedades, y acopió una información pasmosa sobre el medio físico, la población, la riqueza minera, las actividades económicas y la organización administrativa y política del virreinato. En su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España o en sus Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América presentó una imagen de un país inmenso, hasta entonces falto de un cuadro elocuente que mostrara su verdadera dimensión. La imagen grandiosa que aparece en esas obras era en buena parte la imagen criolla que los ilustrados se habían hecho de su patria y habían transmitido al sabio alemán.
 
 

Los símbolos de la patria criolla
 
 

A mediados del siglo XVIII la imagen del país pujante se unió con la imagen de un país antiguo protegido por la divinidad. Después de los viajes de Colón se acostumbró distinguir los cuatro continentes con la figura de una mujer engalanada con los atributos propios de su región. Pero en contraste con las hermosas y pródigas figuras de Europa, Africa y Asia, América fue representada por una mujer desnuda con flechas o atuendos primitivos. Los criollos de las posesiones españolas en América rechazaron esa imagen salvaje y desde los siglos XVII y XVIII representaron a América y a sus naciones con la imagen de una indígena ricamente ataviada (Fig. 2). Los novohispanos le sumaron a la imagen de la mujer indígena el escudo de armas de la antigua Tenochtitlán, el águila parada en el nopal y combatiendo con una serpiente (Fig. 3).
 
 

En esta guerra de imágenes el escudo de armas del antiguo reino mexicano fue persistentemente combatido por las autoridades virreinales y sustituido por otros emblemas (Fig. 4). Sin embargo, en la lucha por encontrar símbolos representativos de las nuevas identidades que se estaban forjando en América, virgen-3los criollos y los mestizos adoptaron el emblema indígena y progresivamente lo fueron imponiendo en las representaciones que simbolizaban lo más entrañable de la patria. En los documentos oficiales el emblema indígena poco a poco usurpa el lugar del escudo hispano impuesto por Carlos V a la ciudad de México (Fig. 5).
 
 

Las crónicas que los criollos escribieron para celebrar a la ciudad y recordar su historia antigua se distinguen por llevar en su portada o en sus láminas las insignias del antiguo reino azteca. En el libro dedicado al primer santo mexicano (Vida de San Felipe de Jesús, 1802), aparece el emblema del águila como el símbolo que delata la mexicanidad del santo (Fig. 6). En la segunda mitad del siglo XVIII esta insignia invade los mapas y planos que representan a la ciudad o al reino, así como las instituciones y los monumentos que denotan lo propio del país. Ese avance irresistible llegó al mismo corazón de la iglesia, la institución que primero lo había expulsado como símbolo pagano.
 
 

Quizá lo que más sorprende del extraordinario proceso de formación y depuración de símbolos de identidad de esta época es la inusitada integración del antiguo emblema mexicano con la imagen de la virgen de Guadalupe. Este vínculo cobró una fuerza inesperada cuando en 1737 se declaró a la Guadalupana Patrona de la ciudad de México y más tarde fue elevada al rango de protectora de la Nueva España (1746). El papa Benedicto XIV consagró esta predilección por la virgen morena en 1754, cuando la confirmó como protectora del reino y dispuso que se le dedicara una fiesta litúrgica en el calendario cristiano. Como lo ha mostrado Jaime Cuadriello, cada uno de estos acontecimientos fue celebrado con pompa religiosa y júbilo popular, y con una prodigiosa serie de obras plásticas que muestran el íntimo vínculo que se estableció entre el emblema del águila y el nopal y la virgen de Guadalupe (Figs. 7 y 8).
 
 

Así, en una notable pintura de José Ribera y Argomanis (1737), se presenta la figura de Juan Diego a la izquierda, ofreciéndole a la virgen la tilma y unas grabado-San Felipeflores para que se produzca el milagro del estampamiento de la imagen. En el lado derecho un indígena, que representa al reino de la Nueva España, pronuncia las palabras canónicas que eran la divisa de la virgen en ese siglo. Non fecit taliter omni nationi (no hizo nada igual con ninguna otra nación). En la parte inferior el águila posada en el nopal sostiene a la virgen y los recuadros que describen el momento exultante de la aparición (Fig. 8).
 
 

Esta rica serie de pinturas, grabados, retablos y esculturas que desafortunadamente no podemos reproducir aquí, muestra que a fines del siglo XVIII la imagen de Guadalupe se había convertido en un símbolo polisémico cuyas diversas representaciones afirmaban la identidad de los nacidos en Nueva España.

La imagen de la virgen de Guadalupe, acompañada con las insignias de la antigua Tenochtitlán, se convirtió así en la representación más genuina del reino de la Nueva España: era el símbolo de lo propiamente mexicano; unía el territorio antiguamente ocupado por los mexicas con el sitio milagrosamente señalado para la aparición de la madre de Dios. En una fórmula inédita, los conceptos de territorialidad, soberanía política, protección divina e identidad colectiva se fundieron en un símbolo religioso que a fines del siglo XVIII era el más venerado por los habitantes de Nueva España.

 La guerra de Independencia y los inicios de un nuevo proyecto nacional
 

Por la vía de la insurgencia armada Hidalgo y Morelos proclamaron la independencia de España, reconocieron en el pueblo la fuente original de la soberanía, repudiaron el gobierno del antiguo régimen y establecieron los principios para organizar política y constitucionalmente a la nación liberada.
 
 

El principio de las nacionalidades o de la libertad de los pueblos para autogobernarse fue el punto de partida de los insurrectos para reclamar la virgen-4 copiaindependencia. Este principio, invocado en condiciones semejantes por otras naciones, tuvo en México una connotación particular. México se proclamó una nación libre y soberana, pero se definió como una nación antigua, anterior a la conquista española que la había sojuzgado. Por ello decía el Acta de Independencia que la América Septentrional había "recobrado el ejercicio de su soberanía usurpada".
 
 

El principio de la soberanía popular fue el otro gran pilar sobre el que se hizo descansar el proyecto político de los insurgentes. Apoyado en el espíritu que animó a la insurrección popular, Morelos afirmó en los Sentimientos de la Nación que "La soberanía dimana inmediatamente del pueblo". A estos principios fundadores de la nación insurgente se unieron los provenientes de la gesta popular, el pensamiento ilustrado y los programas políticos del liberalismo. En conjunto estos principios afirmaron la igualdad de los mexicanos ante la ley, ratificaron la unidad de la población hacia la religión católica, declararon que el objetivo del Estado era la persecución del bien común y definieron la nueva organización política de la nación.
 
 

Miguel Hidalgo y José María Morelos fueron jefes que además de identificarse con las masas que integraban sus ejércitos, asumieron la responsabilidad aguilade actuar en nombre de ellas. Se erigen en ejecutantes de las aspiraciones y demandas populares. Si la revolución, en el momento en que se desencadena, traslada la soberanía a las masas armadas que a partir de ese momento actúan por sí y transforman la realidad, las decisiones que va tomando Hidalgo en la guerra son consecuentes con esa nueva realidad.
 
 

En el caso de Morelos (Fig. 9), la identificación con las aspiraciones del movimiento popular es aún más genuina "Morelos empieza su carrera militar como uno de tantos caudillos salidos de las filas del bajo clero. No es ningún 'letrado'; pertenece por el contrario a las clases más humildes [...] surgido del pueblo, conviviendo siempre con él, es el representante más auténtico de la conciencia popular.
 
 

Presionado por los licenciados y letrados criollos que le exigen definir el proyecto político del movimiento insurgente, Morelos enuncia, con palabras emocionadas y sencillas, un proyecto político centrado en la soberanía popular y la desaparición de las desigualdades que dividían a la población:
 
 

Quiero que tenga [la nación] un gobierno dimanado del pueblo [...] Quiero que hagamos la declaración que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales pues del mismo origen procedemos; que no haya privilegios ni abolengos; que no es racional, f9.jpgni humano [...] que haya esclavos, pues el color en la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del banetero como a los del más rico hacendado; que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, que lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario.
 
 

Morelos es también un jefe creador de nuevos héroes y símbolos. Es el primero que eleva a los dirigentes indígenas que defendieron sus pueblos ante las tropas de Hernán Cortés al sitial de héroes de la patria. También fue el primero que intentó fundir el culto a los héroes de la antigüedad indígena con el culto a los héroes del movimiento insurgente.
 
 

Los datos disponibles indican que fue José María Morelos quien por primera vez colocó el antiguo emblema del águila y el nopal en el medio de una bandera insurgente (Fig. 10). El centro de esta bandera tenía como motivo un águila de frente, con las alas extendidas, mirando hacia su derecha, parada sobre un nopal.
 
 

Como se advierte, el movimiento insurgente inaugura un nuevo proyecto histórico y crea simultáneamente sus propios fundamentos políticos, sus héroes, sus símbolos y los cantores de esa gesta. En el movimiento popular que encabezaron Hidalgo y Morelos se expresó con fuerza la tradición mítica y religiosa de los movimientos indígenas, las demandas sociales de los grupos más desamparados y los ideales de autonomía, patriotismo y fervor guadalupano de los criollos. Este movimiento plural y poderoso que por primera vez fundió las pulsiones de las masas indígenas con las aspiraciones políticas del grupo criollo, encontró en Hidalgo, y sobre todo en Morelos, su máxima expresión y su máxima capacidad de realización.
 
 

Consumación y celebración de la Independencia
 
 

El 27 de septiembre de 1821, fecha de la entrada triunfal del Ejército Trigarante en la capital del país, y el 28 de septiembre del mismo año, fecha de la f10.jpginstalación de la Soberana Junta Provisional Gubernativa y de la Regencia del Imperio, celebraron el arribo en la capital del país del héroe libertador, la instalación de los órganos de gobierno de la nación independiente y la consumación de la Independencia.
 
 

Después de diez años de guerra, la entrada de Iturbide y del Ejército Trigarante en la ciudad de México vino a ser la primera celebración colectiva de la nación independiente y una fiesta popular, (Fig. 11). Estos actos y la proclamación formal de la independencia establecieron un modelo al que se ajustaron los posteriores festejos conmemorativos. Nació entonces una forma de recordación histórica y un calendario cívico popular que se habría de consolidar en los años siguientes.
 
 

El 28 de septiembre el Ejército Trigarante recorrió las principales calles de la ciudad, encabezado por el general Agustín de Iturbide. En la vanguardia iban "las parcialidades de indios, los principales títulos de castilla, y crecidísimo número de vecinos de México".
 
 

"En toda la inmensa distancia que media entre el palacio y la garita de Belén ?dice la Gaceta Imperial?, no se oyeron otras expresiones que las de viva el padre de la patria, el libertador de Nueva España (...), el genio tutelar que nos atrajo el mayor de los bienes. Las gentes corrían de uno a otro lugar para repetir la satisfacción de volverlo a ver (...) El segundo objeto de la admiración de las gentes fue el Ejército Trigarante compuesto por ocho mil hombres de infantería y diez mil caballos..." (Fig. 12).
 
 

Carlos María de Bustamante, el cronista que narró entonces la gesta independiente, relata el traslado a la catedral de los principales jefes del ejército, los f11.jpgmiembros del ayuntamiento, los representantes indígenas de las parcialidades y los Títulos de Castilla, "donde se entonó el himno Te-Deum por el señor arzobispo, y duró hasta cerca de las tres de la tarde, sin que cesaran en todo el día las salvas de artillería ni los repiques de las campanas". Al concluir este acto la comitiva volvió a palacio, donde el ayuntamiento ofreció "mesa y refresco, a que asistieron las principales personas de México, y lo mismo al paseo de por la tarde".
 
 

Al otro día se constituyó la Junta Provisional Gubernativa y se declaró la Independencia, en el salón de acuerdos del palacio nacional. Luego los miembros de la Junta se dirigieron a la iglesia catedral, donde cada uno, poniendo la mano sobre los Evangelios, juró cumplir fielmente el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. A continuación se celebró un Te Deum y por la noche la Junta dio a conocer el Acta de Independencia.

Estos cuatro actos consecutivos: la entrada del Ejército Trigarante en la capital, la instalación de la Junta Gubernativa, el pronunciamiento del Acta de Independencia y el nombramiento de la Regencia del Imperio, fueron los actos que oficialmente legalizaron el estatuto de la nación independiente. Mediante el festejo jubiloso se hizo pública la separación política de España y su celebración en los pueblos y rincones más alejados dio a conocer la buena nueva a los diferentes sectores sociales.
 
 

Quizá el rasgo más significativo de esta celebración es que en el mismo año en que fue festejada en la capital del país se expandió al resto del territorio. En f12.jpgsu estudio sobre los actos que saludaron la independencia, Javier Ocampo mostró que su celebración abarcó el conjunto del país y asumió el mismo carácter colectivo, festivo y optimista que en la capital.
 
 

Los nuevos ritos y calendarios de la nación
 
 

El antecedente de la celebración colectiva en México era la conmemoración religiosa. La primera celebración de la nación independiente recoge las formas y los símbolos de la celebración religiosa, pero les otorga un nuevo sentido y busca definir nuevos actores, espacios, tiempos y símbolos.
 
 

Los principales actores de la nueva ceremonia cívica son el héroe libertador, el Ejército Trigarante y la nación independiente (Fig. 13). Iturbide y su ejército ocupan los principales espacios de las ceremonias, son el centro de la aclamación en las calles y plazas públicas, y los más representados en los carros virgen-11alegóricos, arcos triunfales, pinturas y escenas que muestran en forma realista o simbólica la liberación de la nación. En casi todos los escenarios se representa a la nación independiente bajo la figura de una joven indígena que es liberada de sus cadenas por Iturbide, o es conducida por el héroe a ocupar el sitial más alto.

La plaza mayor, la calle, los edificios de gobierno, el teatro y las alamedas, son invadidos por las ceremonias que invitan a la celebración pública y la participación colectiva. Los antiguos recintos, planeados para celebrar otras ceremonias y héroes, se transforman para darle cabida al nuevo culto nacional.

La mayoría de estos actos muestran el entrelazamiento de tradiciones antiguas con prácticas y concepciones políticas modernas. En la capital, las ciudades del interior y aun en las aldeas se multiplican los proyectos para erigir estatuas, columnas, altares de la patria, pirámides, obeliscos y otros monumentos dedicados a honrar la independencia y sus héroes.
 
 

Como ocurre con otros movimientos políticos, en el caso de la insurgencia mexicana el manejo del tiempo y la fijación del calendario revolucionario son actos imperativos y excluyentes: no admiten más fechas y conmemoraciones que las que dicta el movimiento triunfador. Por esa razón la fecha de la f14.jpgconsumación de la independencia por Iturbide es asumida como la única y definitoria del proceso insurgente, y como el momento fundador de la nación.
 
 

Los independentistas de 1821 proclamaron el 27 de septiembre de 1821 el día del nacimiento de la nación y borraron el 16 de septiembre de 1810, la fecha en que Miguel Hidalgo inició la insurgencia y las efemérides que los primeros insurgentes habían destacado como momentos gloriosos de la gesta revolucionaria. Estas últimas fechas fueron caracterizadas como fases negativas: momentos en que impera la guerra cruel, la violencia, la anarquía, el saqueo, la destrucción y la contienda civil.

A esas fases destructivas se opone la bondad del movimiento de Iturbide, dirigido por los principios de conciliación y unidad, que culminaron en una revolución sin efusión de sangre.

f15.jpgLa revolución triunfante olvida sus orígenes violentos y memorializa el momento de la revolución incruenta, unificadora y optimista. Al mismo tiempo, utiliza la celebración del momento fundador para propagar su versión del acontecimiento revolucionario y difundirlo en los distintos sectores de la población. El nuevo calendario proclama el fin de la revolución y el comienzo de una era armoniosa, fraterna y optimista.
 
 

Los símbolos de la identidad nacional
 
 

El acontecimiento y la fiesta revolucionaria son también productores de nuevos símbolos e imágenes visuales. Hidalgo y Morelos eran curas y le dieron a sus ejércitos populares símbolos religiosos como estandartes. Iturbide, en cambio, formado en el ejército realista que combatió a los primeros insurgentes, se vale de símbolos militares para difundir sus programas libertarios. Como se ha visto, convierte la parada militar en objeto de admiración pública y en celebración colectiva. Promueve también, como primer jefe del ejército y cabeza del imperio, la parafernalia de las insignias, los uniformes, las galas, el ceremonial, el boato y la ostentación que en adelante caracterizarán a la persona y a la corte del caudillo militar.
 
 

A Iturbide se debe también la institucionalización de uno de los primeros símbolos nacionales: la bandera. En el Plan de Iguala que Iturbide proclamó en 1821 la independencia se hacía descansar en tres principios: "la conservación de la religión católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra alguna; la independencia bajo la forma de gobierno monárquico moderado, y la unión entre americanos y europeos. Estas eran las tres garantías, de donde tomó el nombre el ejército que sostenía aquel plan, y a esto aluden los tres colores de la bandera que se adoptó" (Fig. 14) El color blanco aludía a la pureza de la religión, el encarnado a la unión de americanos y españoles, y el verde a la independencia.
 
 

Cuando se derrumbó el Imperio de Iturbide el Congreso Constituyente adoptó la república federal como forma de gobierno y recogió en sus símbolos los alegoria_mexicoantiguos emblemas de la patria. En la Constitución Federal de 1824 se ve el águila, combatiendo con la serpiente, sin corona, parada sobre el nopal heráldico que brota del montículo que emerge de la laguna (Fig. 15). Esta bandera tricolor se convirtió en el símbolo representativo de la nación independiente, y en la imagen visual que en los actos públicos identificaba a la patria liberada y expresaba los sentimientos de unidad e identidad nacionales. Fue el primer emblema cívico, no religioso, que unió a la antigua insignia indígena de los mexicas con los principios y las banderas surgidas de la guerra de liberación nacional.
 
 

Por primera vez en la historia de México los sentimientos patrióticos tradicionales (la idea de compartir un mismo territorio, lengua, religión y pasado), se integraron al proyecto político moderno de constituir una nación autónoma y dedicada a la persecución del bien común de sus pobladores. Así, apoyada en la movilización armada de la población y en un pensamiento político moderno, la nación se asumió libre y creó un porvenir para realizar en él un proyecto histórico propio, centrado en el Estado independiente y en la nación soberana. A su vez, la transformación radical del presente y la creación de un horizonte abierto hacia el futuro modificaron la concepción que se tenía del rescate del pasado y de la memoria de la nación.

La independencia política de España y la decisión de realizar un proyecto político nacional crearon un sujeto nuevo de la narración histórica: el Estado nacional. Por primera vez, en lugar de un territorio fragmentado y gobernado por poderes extraños, los mexicanos consideraron su país, las diferentes partes que lo integraban, su población y su pasado como una entidad unitaria. A partir de entonces, independientemente de las divisiones y contradicciones internas, la nación se contempló como una entidad territorial, social y política que tenía un origen, un desarrollo en el tiempo y un futuro comunes. El surgimiento de una entidad política que integraba en sí misma las diferentes partes de la nación fue el nuevo sujeto de la historia que unificó la diversidad social y cultural de la población en una búsqueda conjunta de identidad nacional (Fig. 16).