MARTES Ť 6 Ť FEBRERO Ť 2001
Ugo Pipitone
Indígenas, economía e historia
Otra vez un levantamiento de la población indígena en Ecuador. El libreto parecería ser el mismo de hace un año: el gobierno que autoriza importantes aumentos en el precio de bienes de primera necesidad, y el mundo indígena que responde con bloqueo de carreteras y manifestaciones masivas en la capital. Entonces el presidente Jamil Mahuad tuvo que renunciar. ƑY ahora qué?
A uno se le ocurre pensar que asistimos en Ecuador (y en otras partes) a dos lógicas contrapuestas que no parecerían tener puntos de encuentro posibles. De una parte, la racionalidad de las necesidades macroeconómicas, de la otra, las razones de una sobrevivencia que decir precaria sería un eufemismo. En El Corazón de las tinieblas, Joseph Conrad describe un barco francés que frente a la costa occidental de Africa dispara con incomprensible regularidad hacia un blanco inexistente, y comenta: "Había un aire de locura en aquello; su contemplación producía una impresión de broma lúgubre". Exactamente la misma es la impresión del observador externo frente a una fatalidad que produce en el presente ecuatoriano una sensación de historia bloqueada.
Podrá hablarse de intereses que no encuentran puntos de encuentro, de la lógica cruel de la macroeconomía y, probablemente, todo esto encarne un segmento de verdad. Pero, en esa clase de explicaciones, es inevitable percibir una excesiva atención al presente que se convierte en una especie de absolución general frente a una historia de exclusiones, de hambre crónica transferida de una generación a otra, de desinterés hacia un mundo que debía desaparecer en las luces de la modernización y que, sin embargo, inexplicablemente persiste.
Después de 170 años desde la independencia ecuatoriana, Ƒno debería ser esta razón suficiente para una reflexión política seria sobre las razones de un fracaso colectivo? En esta perspectiva no es sólo inmoral, es casi pornográfico que se use el presente como justificación de un eterno juego a suma cero en que el universo indígena es llamado a pagar siempre los costos para obtener pocos o nulos beneficios. Aquí no se trata de indigenismo o de ensoñaciones comunitarias, se trata de algo más sencillo y más complejo al mismo tiempo: de un fracaso histórico en la construcción nacional. Ruina de una clase dirigente para la cual la costa era (y es) todo y la sierra un territorio de latifundios, represión y corrupción política condimentada con demagogia.
En Ecuador, como en otros países de América Latina con importante presencia indígena, desde el siglo XIX la historia ha sido historia de oscilaciones entre paternos entusiasmos modernizadores y periódicos retornos culturales a una madre indígena sobre la cuales derramar ríos de lágrimas en nombre de un pasado que se sabe mitizar, pero no se sabe integrar a esquemas globales de desarrollo.
Y mejor no hablemos de esos intelectuales que cíclicamente pierden el contacto con el piso y desvarían alrededor de pasados comunitarios que deberían restaurarse en contra de una democracia representativa que constituye, no obstante todos sus límites, el mayor logro occidental desde la Revolución Francesa a la fecha. Es patético --como el barco francés que dispara a un blanco inexistente-- ese polemizar contra la democracia representativa en países en que la democracia ha sido a menudo apenas una caricatura de sí misma. Esa tentación recurrente de parte de muchos intelectuales de disolverse en el vientre comunitario se asemeja a una especie de vergüenza hacia sí mismos que requiere, de vez en cuando, actos cristianos de ecumenismo indigenista.
En Ecuador, como en otras partes, el Estado no tiene la obligación de producir desarrollo, pero sí la de crear las condiciones que lo hagan posible. Y esto supone, por lo menos, dos tareas esenciales. La primera es la dignificación del Estado a través de la consolidación de una administración pública decente y libre de relaciones de complicidad entre autoridades y cacicazgos locales. La segunda, profundas reformas agrarias que abran las puertas a universos indígenas proyectados hacia el futuro. Sin eso, seguiremos entrampados entre formas frívolas de modernización y actos de rebeldía cargados de razones e impotencia.