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Al hablar de la guerrilla y la represión en los 70:
Pendientes la autocrítica y el análisis pero también el castigo a autoridades culpables de genocidios,
torturas y asesinatos

Rosalba Robles Vessi*

Cuando recibí la llamada de una compañera invitándome a escribir acerca de la experiencia propia de la militancia política y la represión en los años 70s, para publicarme en "Triple Jornada" lo primero que me pregunté fue qué decir, cómo transmitir lo que significó esa experiencia y de qué periodo hablar, si de antes de la cárcel, de la estancia de cuatro años en ella o del periodo inmediato posterior; qué significó para mi familia, para mi hijo, para mi relación de pareja. O bien, acerca de lo que ha sido la revisión personal de esa experiencia a más de 30 años de distancia.
Cuando estuve en la cárcel absolutamente convencida de que no era delincuente y que el "delito" fue querer cambiar el mundo, la estancia se volvió soportable, sobreviví gracias al ideal y mantuve los pies sobre la tierra y el alma completa estudiando, leyendo, trabajando y recibiendo la amorosa solidaridad de los de "afuera" y de los de "adentro". Y sobre todo resistiendo las normas y la disciplina carcelaria, hechas para vencerte, para incorporarte a sus horrores y demencia. La cárcel y los manicomios están pensados con el objetivo de doblegarte, vencerte para que finalmente caigas en sus redes. Si el sistema carcelario lo logra, entonces sí puedes decir que te vencieron. Porque el objetivo es destruirte, aniquilarte en cuanto dejes de resistir, doblegándote y aceptándola. O bien, se podría escribir de lo que a la distancia significa el reconocimiento crítico de en dónde estaban fincados mis ideales.

Para mí, maoista convencida en esos momentos de que la experiencia directa vivida en la Revolución Cultural China era sin duda la opción para construir un hombre y una sociedad nueva, a la distancia no puedo dejar de sentir responsabilidad ante lo que fueron más que excesos en la construcción del socialismo, sumada a la actual incapacidad teórica y práctica de construir como izquierda una nueva opción.

Cuando se hable de la represión de los años 70, habremos de cuidarnos de la búsqueda de la compasión o de la denuncia acrítica, sólo así considero que el testimonio tendrá un valor. Tendrá un valor sin dejo de idealismo frustrado o bien de tarea ya cumplida.

Importa en mi opinión la denuncia, el testimonio, para recordarnos, para aprehender, no para mirar atrás. Está aun pendiente, por un lado, la autocrítica y el análisis de lo sucedido y por el otro, la denuncia y castigo de las autoridades culpables, vivas o muertas, de genocidios, torturas y asesinatos.

Los testimonios personales a la distancia, y no puede ser de otra forma, están más que matizados por nuestra propia historia familiar y por nuestros éxitos y fracaso individuales después de ese triste periodo. Está pendiente de conocerse plenamente la huella colectiva y lo aportado para entender el país en el que ahora vivimos. La historia de la Humanidad es larga, pero nuestra vida es corta y miles o millones han quedado en el camino sin la posibilidad de replantearse la tarea.

No hay arrepentimiento, hay dolor por sobrevivir a otros, hay dolor por la incapacidad para la crítica como movimiento y también hay confianza de que el hombre antes de destruirse a sí mismo continuará en la búsqueda de mejores opciones. Me digo que la ética y la política no tienen que estar separadas y que el cinismo imperante actualmente disfrazado de eficiencia estará presente por poco tiempo, o al menos así lo deseo.

* Militó en el Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano y estuvo cuatro años en la cárcel.

 
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