LETRA S
Febrero 1 de 2001
Editorial

En sus doce años y medio de existencia, Conasida ha transitado por diversas etapas de desarrollo, que han dependido de la voluntad y sensibilidad del titular de la Secretaría de Salud (Ssa) en turno. Su creación en 1988, no cabe duda, fue un acierto. Para enfrentar a una epidemia emergente, de cuyo agente mortífero se sabía muy poco, había que crear un organismo ágil, capaz de responder de inmediato a las contingencias. Por ello se le creó como órgano desconcentrado de la Ssa, con autonomía operativa y la facultad de ejercer su propio presupuesto. Y como Consejo Nacional, es decir como cuerpo colegiado presidido por el titular de la Ssa, debía tener la capacidad de convocar a los representantes de las dependencias del gobierno federal que lo integran: la SEP, IMSS, ISSSTE, INN, Defensa Nacional, etcétera, para coordinar esfuerzos y dar una respuesta integral a un padecimiento de consecuencias que rebasan el ámbito de la salud.

La actuación del Conasida a esos dos niveles ha sido irregular, ha tenido aciertos indudables, pero también deficiencias. Como órgano desconcentrado extravió sus funciones coordinadoras y directrices al abocarse a dar servicios propios de un centro de salud. Y como cuerpo colegiado integrado por diversas dependencias gubernamentales tuvo una existencia virtual (Patricia Uribe dixit).

A ello responden las reformas introducidas desde 1997 para restituirle sus funciones originales y también el cambio de nombre, de Consejo a Centro, que tantas suspicacias despertó. Faltaba un pronunciamiento firme y claro sobre el fortalecimiento del organismo, como lo hizo el secretario de Salud, Julio Frenk, para no dejar lugar a las dudas. Porque una cosa ha quedado muy clara: el Conasida es ya un patrimonio de la sociedad.