SECRETOS DE CONFESIÓN
Terry Dunn, el sacerdote, siguió mirando hacia el patio que llegaba al camino, el barro oscurecido por la lluvia.
"Y matamos otros cuantos cuando teníamos bloqueada la carretera y parábamos los carros y revisábamos las identificaciones. A los que queríamos, los metíamos al monte y los matábamos."
El hombre hizo una pausa y Terry esperó. El tipo no confesaba sus pecados, estaba alardeando de lo que hizo.
"¿Me oyó, padre?"
Terry dijo "prosigue", preguntándose a qué iba el tipo.
"Puedo decirle que pronto se van a morir más. ¿Cómo lo sé? Soy un visionario. La Virgen María me habla en unas visiones que tengo, dice que lo haga, que mate las cucarachas. Yo le digo a usted y usted no dice nada, ¿verdad?"
Terry no respondió. La voz del hombre, por momentos chillona, le sonaba conocida.
"Usted no puede" dijo la voz. "Eh, puede decirme que no lo haga, pero no me puede acusar con nadie, ni con el rpa (Ejército Patriótico de Ruanda), ni con el Consejero, con nadie, porque le estoy hablando en confesión y usted tiene la obligación de no decir lo que oye. ¿Me está oyendo padre? Les vamos cortar los pies antes de matarlos. ¿Sabe por qué? Usted estaba en ese tiempo, así que entiende. Pero no tiene poder, no puede detenernos. Pero no tiene poder, no puede pararnos. Mire, si lo vemos llegar entonces, a uno alto así como usted, también le cortamos los pies."
Terry, sentado en la silla de mimbre miraba la lluvia, el cielo pálido, la niebla cubriendo las colinas lejanas. La cosa era, estos tipos podían hacerlo. Ya lo habían hecho antes, así que no eran puras habladas, éste se estaba yendo de la lengua.
Dijo, "¿me va a dar penitencia, digo?"
Terry no contestó.
"Bueno, ya terminé."
El hombre se levantó del reclinatorio y en unos instantes lo vio alejarse de espaldas, descalzo, sus flacas piernas desnudas, como una figura de palo que lleva una camiseta verde a cuadros y ahora en la lluvia bajo un deshilachado sombrero de palma con el borde para abajo. Terry no necesitó verle la cara. Lo reconoció del modo qué él conoce a la gente del pueblo por la ropa que traen. Las mismas que se ponen cada mañana, si no es que durmieron con ellas. Hacía poco había visto esa camiseta verde.
(Traducción: HB)