LETRA S
Enero 4 de 2001 
Las mujeres de la Nueva España
REBELDIA, AMOR Y MAGIA
 
 
 
 
 
 
ls-esposaNOEMI QUEZADA

 

En el terreno amoroso, las mujeres del México colonial vivieron en constante competencia con otras mujeres para conservar al hombre amado, atraerlo con fines matrimoniales, hacerlo volver a la residencia conyugal o retenerlo para poder sobrevivir junto con sus hijos. Tratando de conseguir sus deseos, se acercaron a la magia.

La mujer novohispana, vivía en la confusión por un ideal conyugal que no se correspondía con lo cotidiano, sufría el desengaño y la frustración de la infidelidad masculina, padecía el temor constante de perder la seguridad económica y el reconocimiento social del matrimonio, pero sobre todo, no podía expresar libremente su amor. Frente al deseo y la inseguridad, recurría a lo sobrenatural en busca del apoyo que le permitiera encontrar y mantener sus relaciones amorosas. Al usar la magia, rompía el equilibrio, interfiriendo en el mundo masculino, para buscar la posibilidad de decidir sobre su propia vida. Creía firmemente que las prácticas de magia amorosa le otorgaban poderes para manipular y someter a los hombres a sus deseos más íntimos, a pesar de que dichas prácticas eran sancionadas por el Santo Oficio de la Inquisición.

Por su lado, los hombres de la Nueva España practicaron la poligamia, que era socialmente reconocida y aceptada; de esta manera fue común que formaran una familia legítima y otra ilegítima. En el matrimonio, el hombre consideraba a la esposa como una propiedad. La sociedad otorgaba al marido el derecho a continuar la educación de la mujer iniciada por el padre, así como a supervisar su conducta, sus lecturas, amistades y visitas. Mientras la mujer, educada en el seno familiar para el matrimonio, se obsesionaba en lograrlo, pues representaba la única oportunidad de ser reconocida socialmente a través del nombre y protección del esposo. A la otra posibilidad aceptada, el convento, sólo podían ingresar las españolas y mestizas que contaban con una dote, en tanto que las españolas pobres y mujeres de las castas, desprestigiadas por la pérdida de su virginidad, tuvieron como alternativa para sobrevivir las relaciones de concubinato o de prostitución, en una sociedad en la que los hombres destruían lo que aparentemente defendían y valoraban. Es evidente la contradicción que se plantea, el hombre es el dueño legítimo de la mujer y guardián del prestigio de su propia familia; pero representa el enemigo potencial de la honra del resto de las familias.

 

Una tasa de su propio chocolate

Aquellas que no admitieron esta realidad y sin que Dios escuchara sus súplicas, trataron de revertir el orden por medio de la magia, buscando cambiar la conducta masculina. En estas circunstancias, las esposas recurrieron a diferentes prácticas mágicas para retener o hacer volver al esposo. La mulata Dorotea solía poner bajo la zalea en que dormía su marido la yerba "mano de león o doradilla" para evitar que se marchara.

A la herbolaria médica tradicional se le confirieron propiedades mágicas y fue un recurso de las mujeres que buscaban "las quisieran bien los hombres", ya se tratara de los maridos, amantes o pretendientes. Los polvos amatorios confeccionados con plantas y animales fueron de uso muy difundido. Juana López preparó una bebida con varios ingredientes: tomó gusanos negros "del muladar que llaman gallina ciega, y uñas de caballo, y lavando la sangre de la camisa cuando está con el menstruo, y unos pelos de debajo de los brazos y otras partes vergonzosas de su cuerpo", todo mezclado con vino tinto se lo dio a su marido para quitarle "la mala condición que tenía de celos por lo que la trataba mal". Melchora de los Reyes le dio a comer a Diego Pérez, casado con su nieta, el "moco que a los gallos de la tierra les cuelga sobre el pico", para que ya no la maltratara. Mariana de Bonilla fue acusada por el capellán y varios testigos, de quemar el cráneo de una muerta y haberlo administrado a su marido para amansarlo.

La mujer insatisfecha buscaba, en la relación fuera del matrimonio, mayor satisfacción erótica y no poca venganza por el comportamiento del marido. Así, una mezcla de amor despechado y de erotismo realizado marcan este tipo de relaciones. Era generalizada la creencia de que usar "tierra de muerto", recogida en el cementerio, colocada bajo la almohada del esposo, provocaba un sueño letárgico muy cercano a la muerte, lo que permitía a la esposa infiel salir, sin ser sentida, a sus entrevistas amorosas. Juan de Silva le dio a Mariana Vázquez un papel atado con tierra de sepultara adentro y sesos de asno para que los administrara al marido y, con ellos, atontarlo y poderse ver.

En las relaciones de mancebía o concubinato existió mayor expresión erótica y amorosa, tanto de parte del hombre como de la mujer. La ilegalidad y el pecado, la falta de responsabilidad obligatoria y la facilidad en la ruptura, hacía que esta relación fuera más apasionada e insegura, orillando a las mujeres a recurrir a la magia. Juana Palacios dio en el chocolate diez o doce veces "el agua en que se había lavado sus partes" a un hombre con quien tenía ilícita amistad, para que la quisiese y no se le fuese. Francisca Dionisia, mulata libre de 20 años, invocando al Demonio echó a Juan Francisco, mulato con el que mantuvo relación por dos años, unos polvos en la cabeza y el cuerpo para que aborreciera a su futura esposa. Josepha de Acevedo, mulata amancebada con José de Vitoria, español, llevaba en la cintura un envoltorio con cabellos de José, raspaba las uñas de los hijos que con él había procreado para administrárselos en el chocolate y evitar así que los
abandonara. Era común que las mujeres recurrieran, para este propósito, al uso del menstruo, administrado la mayoría de las veces en el chocolate. A las secreciones corporales se les confirieron propiedades mágicas, pues se consideró guardaban parte de la personalidad del individuo. De este modo, el hombre que ingería menstruo introducía mágicamente en su cuerpo a la mujer, por tanto formaba parte de él y no podía apartarla de su pensamiento y de su corazón. Una india llamada María denunció a Catalina Ponce, pues "a todos los hombres que andan con ella les da a beber en el chocolate sus bajaduras, que se entiende, la sangre que le baja de su mes", poniéndolo asimismo en el pan que ella amasaba; y sin hacer distinciones lo administraba también a "frailes y clérigos" quienes le hacían todo tipo de regalos y le daban dinero.

La relación amorosa con religiosos imposibilitaba el matrimonio, no obstante, las mujeres aceptaban de buen grado este tipo de unión, pues además de solucionar su problema económico, sentían que pecaban menos por tratarse de un representante de Dios. Algunos de estos religiosos justificaban su comportamiento como resultado de un hechizo que los obligaba a tener esa conducta equivocada.

 

Yerbas para amansar a los hombres

Dentro de la magia amorosa se encuentra una serie de padecimientos que afectaron a los hombres y cuya causa fue atribuida a las mujeres, por hechiceras. Así, atribuir al hechizo una serie de dolencias masculinas fue lo más común, aceptándolo como la mejor explicación. La culpable: una mujer despechada, abandonada, celosa o desairada. El maleficio que, decía Juan de Dios Córdova, le había provocado Casimira por no cumplir su palabra de matrimonio, lo había dejado sin poder hablar y con intensos dolores en el miembro, que "estaba como loco", su familia buscó especialistas para curarlo, incluso fue exorcizado por un sacerdote.

El daño que más temían los hombres fue la "ligadura". Ligar a un hombre era rendirlo impotente. La venganza femenina atacaba el origen de su desventura. Como respuesta a los maltratos del marido o del amante, las mujeres más decididas recurrieron a prácticas mágicas para actuar directa y agresivamente en contra del atributo que el hombre esgrimía como bandera en esa sociedad masculina: su virilidad. Era constante que esas mujeres pretendieran ligar, es decir, provocar impotencia en los hombres. Damiana López recibió de una tal María una yerba para "hacer impotente a su marido", desesperada porque ya le había dado corazón de cuervo para "amansar su braveza", además de administrarle el agua con que se había lavado "las partes bajas", sin obtener ningún resultado. Luisa de la Raga, por su parte, administró a su marido, mezclados en el chocolate, sesos de gato y gusanos para amansarlo.

A su vez, la mujer enamorada que sostenía relaciones con un hombre ligado, también recurría a la magia para curarlo. La esposa de Francisco de Covarrubias, español, desesperada porque su marido sufría "el impedimento de ligadura, sin poder llegar a ella", aceptó el remedio de un mulato: "lavarse la planta de los pies, debajo de los brazos y sus partes ocultas". El mulato se llevó el agua clara a su casa y, al día siguiente, la devolvió colorada, señalándole que la administrara en el chocolate a su marido.

De los expedientes inquisitoriales aquí mencionados, se desprenden las causas sociales y esencialmente económicas que orillaron a las mujeres a recurrir a la magia.

Las mujeres que recurrieron a esas prácticas tuvieron los mismos fines: obtener el amor de un hombre y de ser posible el matrimonio. Aunque una vez logrado, vivieran la intranquilidad y angustia constantes por la falta de amor, que se traduce en maltratos, golpes, humillaciones y explotación, aunado al miedo perpetuo del abandono que las dejaría desprotegidas social, pero sobre todo, económicamente. Su vida giraba en torno a la relación de pareja, cuyas normas determinaba el hombre.

Las transgresoras fueron consideradas verdaderas delincuentes. Mujeres rebeldes que no aceptaron la sumisión, la inferioridad y mucho menos la represión de sus sentimientos; abandonadas o viudas debieron enfrentar a una sociedad agresiva y hostil. Esas mujeres sufrieron el encierro en las casas de honra, recogimientos, cárceles y conventos; otras, que vivieron fuera, padecieron igualmente el repudio social.

 

Versión editada de "Sexualidad y magia en la mujer novohispana: siglo XVII y siglo XVIII". Anales de Antropología. Instituto de Investigaciones Antropológicas. UNAM, Vols. XXV y XXVI , 1988 y 1989.