Jornada Semanal,  31 de diciembre del 2000 

(h)ojeadas

La diabólica lucidez de Haroldo

José Luis Molina

Haroldo de Campos,
De la razón antropofágica
y otros ensayos,
Siglo XXI Editores,
México, 2000.


Haroldo de Campos ha sido identificado internacionalmente como una figura clave dentro de las vanguardias de los años cincuenta y sesenta por su participación, con Augusto de Campos y Décio Pignatari, en la fundación y desarrollo del movimiento brasileño de la Poesía Concreta. La clausura del Movimiento a mediados de los sesenta permitió el desarrollo de la poética individual de cada uno de sus integrantes. El trabajo realizado por Haroldo de Campos ha sido galardonado en varios países. En México recibió el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 1999, con el cual se le reconoció su trayectoria en ambas ramas de la creación. A lo largo de toda una vida dedicada a la literatura, el escritor paulista ha elaborado una extraordinaria obra ensayística que complementa su trabajo como poeta y traductor. Si la obra poética de Haroldo de Campos ha tenido una difusión razonable en México, no ha sucedido lo mismo con su obra ensayística. Para cubrir esta laguna, la editorial Siglo xxi, en colaboración con el doctor Rodolfo Mata, investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam, ha preparado una selección y traducción representativa de los ensayos del crítico brasileño: De la razón antropofágica y otros ensayos. El prólogo corre a cargo del doctor Mata, y lleva un título ejemplar: “Haroldo de Campos y la poética del ensayo”. Aquí traza un mapa del territorio ensayístico del autor –con el que se explica la selección–, sus distintas vertientes, la concisión de su método y la sencillez de su estilo. Con una “lucidez diabólica”, como la definía Ezra Pound, Haroldo delimita el espacio dialógico del ensayo, definiendo con precisión sus fuentes. De esta manera, reconoce y reevalúa a los autores que lo han influenciado: Walter Benjamin, Max Bense, Octavio Paz, Roman Jakobson, Jacques Derrida, etcétera.

El primer ensayo, “De la razón antropofágica: diálogo y diferencia en la cultura brasileña” –del cual se desprende el título de la antología–, aborda la situación de la literatura brasileña a partir de sus orígenes. Según Haroldo, se trata de una literatura que, sin la infancia del canto juglaresco, nació con el alto grado de madurez que corresponde a su extracción barroca. Pasando progresivamente por una etapa receptora y reproductora en el romanticismo y el parnasianismo, llega al modernismo donde, con el Manifiesto antropófago de Oswald de Andrade, se inaugura una “razón antropofágica”, cuyo antecedente es el modelo barroco de asimilación. La Poesía Concreta retomará estas dos vertientes y las llevará hasta sus últimas consecuencias. De esta manera, Haroldo de Campos propone una identidad de la cultura brasileña basada en la devoración. Con ella se explica una transformación cultural en la que se absorben determinados valores, se digieren y se producen nuevos valores actuantes, desajustando el logocentrismo de la cultura occidental, buscando siempre la diferencia.

En “Poesía y modernidad: de la muerte del arte a la constelación. El poema postutópico”, se examina el proceso que enfrenta la poesía a partir del momento en que Baudelaire concibe la “belleza transitoria”, característica de la era moderna, golpe fulminante contra la estética clásica y la idea de belleza eterna. Posteriormente, Mallarmé crea el modelo del poema “posmoderno” que se basa en una estructura espacial y que abriga la esperanza de un lenguaje universal. Las vanguardias coinciden con el proyecto mallarmeano del lenguaje universal pero, a diferencia de éste, promueven el enrolamiento en programas estéticos (los ismos) orientados al intercambio de un lenguaje común, utópico. La superación de estos programas culmina con lo que Haroldo considera el poema “postutópico” que, ubicado en su “ahoridad”, no abraza esperanzas futuras. Una de las principales características de este tipo de poética será el uso de la traducción para integrar el pasado a un presente armónico, reelaborando así la tradición.

Como una reflexión sobre el conocido ensayo “The chinese written character as a medium for poetry”, del orientalista Ernst Fenollosa, editado y publicado por Ezra Pound en 1919, el tercer ensayo se titula “Ideograma, anagrama, diagrama: una lectura de Fenollosa”. Lejos de pretender la erudición sinológica, en este trabajo Haroldo traza una línea de análisis que destaca los elementos estéticos que fueron de gran interés para Fenollosa y recupera su importancia para la poesía y las artes occidentales. Además, enfatiza las posibilidades de composición que ofrece el ideograma chino y su relación inmediata con las poéticas de Mallarmé, Joyce, Pound y Cummings, autores que sintetizan las aportaciones más relevantes de la poesía en la primera mitad del siglo XX e integran el paideuma de la Poesía Concreta.

En “El secuestro del barroco en la formación de la literatura brasileña: el caso de Gregório de Mattos”, con un desarrollo policiaco que aparece desde el título, Haroldo pretende desentrañar dos crímenes: la aversión que, a lo largo de la historia, el estilo barroco ha despertado en los críticos y, por consiguiente, la desacreditación del poeta Gregório de Mattos dentro de las compilaciones de la historia de la literatura brasileña. A través de extensas citas se levantan los dictámenes críticos desde el siglo XVII, revelando el impacto de la obra de Mattos en la sociedad colonial, hasta su censura y posterior omisión por la crítica romántica. En contraparte se citan los destacados trabajos reivindicadores de la estética barroca y su filiación con las vanguardias artísticas del siglo XX. Como conclusión, Haroldo apunta hacia una reevaluación de la obra de Gregório de Mattos, contemporáneo de Sor Juana Inés de la Cruz que tuvo una importancia tan decisiva para las letras brasileñas similar a la de la monja en México.

Uno de los temas más importantes dentro de la poética de Haroldo de Campos es la traducción. “La traducción como creación y como crítica” es un trabajo de elevada provocación académica dentro de los círculos lingüísticos y literarios. Partiendo de las premisas del filósofo alemán Max Bense, Haroldo compara la intraducibilidad de la “información estética” con la finalidad de la poesía que, al igual que las artes en general, se propone una meta utópica: “decir lo que no se puede decir”. En el mismo nivel que el artista, el gran traductor se propondrá traducir aquello que no se puede traducir; por esta razón, se establece como un acto creativo. La primera fase de la traducción como crítica radica en la elección del material, la segunda consiste en la reelaboración de dicho material en otra lengua, lo que revelará el juicio del traductor al conservar los elementos que considera indispensables para la obra.

La selección concluye con una entrevista a Haroldo de Campos realizada por Rodolfo Mata, bajo el título “Hispanoamérica desde Brasil”, donde el poeta reflexiona acerca de la situación de la literatura en los países hispanohablantes y su precaria relación con la literatura brasileña, debida, principalmente, al poco contacto con la lengua portuguesa. Haroldo traza la evolución de la vanguardia hispanoamericana, destacando figuras como las de Vicente Huidobro, Oliverio Girondo, César Vallejo, Octavio Paz, Severo Sarduy, sus aportaciones y los puntos de coincidencia con su poética, hasta definir el terreno para la incursión de la estética neobarroca. La perspectiva de Haroldo de Campos resulta de una trascendencia fundamental para la poesía universal y el pensamiento contemporáneo. Más allá de subsanar un vacío, De la razón antropofágica y otros ensayos instala un panorama enérgico de actualización y activación de una poética comprometida con el presente histórico de la poesía •
 


R e p o r t a j e
 

Guía práctica del reportero cultural*
 

Carlos García-Tort

Gabriel Santander,
El ladrón de plumas,
Instituto Politécnico Nacional,
México, 2000.


Quiero entender que Gabriel Santander nos ha convocado a Leo Eduardo, a Ricardo y a mí en calidad de cómplices. Por razones de oficio, los tres sabemos bien las extrañas cualidades y hasta los defectos (que terminan por convertirse en virtudes) del reportaje cultural. Gabriel posee en exceso unas y otros. Paso a explicarme.

El reportero cultural, ejemplar híbrido y escaso que –Gabriel me perdonará la comparación–, como las mulas, superan en resistencia, fuerza e inteligencia a sus progenitores, pero debido a las características singulares de su existencia están condenados a no tener herederos. Cada buen reportero cultural es único: no hay escuela que pueda engendrarlos ni manual que los oriente. Un buen reportero cultural parece tener tres pies: uno metido en las mesas de redacción de los periódicos, otro explorando las bibliotecas públicas y saqueando las de sus amigos; y el tercero, caminando por la ciudad y sus laberintos, buscando personajes, observando sus conductas como si fueran etólogos o entomólogos, habitando vicariamente sus mentes y sus corazones.

Acabo de decir que no hay manuales ni escuelas pero no puedo negar que existen rasgos comunes, generalidades, coincidencias que hacen que el jefe de redacción o el director de secciones culturales puedan reconocerlos. Mencionaré aquí, a riesgo de ser demasiado obvio, casi perogrullesco, o de ser acusado de copiar a mis compañeros de mesa, tres atributos del reportero cultural:

Uno. Información. La suficiente, nunca excesiva pero nunca escasa. He aquí una de las grandes cualidades del reportero cultural. Al contrario de un ensayista o un académico, su información no debe demostrar nada, sólo sirve para aclarar la situación central y volverla verosímil. Por eso sólo ellos saben, casi por intuición o experiencia, cuánta información debe filtrarse en la historia. Y sus lectores nunca diremos: “Oh, qué cultos, qué exhaustivos, qué inteligentes” son el o la reportera. A lo sumo pensaremos: “Carajo, qué buena historia.”

Dos. Voluntad de estilo. El tema o materia tratados brillarán por como están escritos, no por lo que se escribe de ellos. Las y los reporteros culturales deben tener la velocidad del narrador, la elegancia del poeta y la contundencia del cuentista. No hay buen reportaje sin al menos un par de frases deslumbrantes. Gabriel Santander lo sabe bien y se afana por colocarlas en lugares estratégicos. Para describir las esculturas de Giacometti nos deja caer esta sentencia desconcertante: “Nunca el bronce había tenido la tontería del chicle.” O en otro de los ensayos señala: “La escritora –se refiere aquí a Marguerite Yourcenar–, que en su prosa desde hacía más de cincuenta años había conquistado un estilo sabio y sereno, veía ahora la caligrafía de su destino perturbada, llena de perplejidades, salpicada aquí y allá de onomatopeyas.” Para explicarnos el estado de ánimo del poeta que logró escapar a los naturales ejercicios de la arbitrariedad a manos de quien debía combatirla, es decir la policía y la justicia de esta ciudad, recuerda un haikú de Basho que resume una perplejidad:
 

Admirable
aquel que ante el relámpago
no dice: la vida huye…


“Nadie es tan valiente”, terminamos pensando y solidarizándonos con quien ha logrado salvar el pellejo por un descuido o por buena suerte. El personaje no hizo nada, lo sabemos, pero eso es lo que menos importa ante la prepotencia del aparato de justicia. Se ha cometido un crimen, la víctima ha muerto y el criminal huido; y sólo queda el escritor con el cadáver a sus pies y las manos tintas en sangre. La historia, al parecer nimia, ilustra con claridad tanto la arbitrariedad del poder judicial como la intervención del golpe de dados, que, como nos dice Mallarmé, no puede abolir el azar.

Tres. La curiosidad. De ella depende el timing del reportaje. Éste no debe estar dictado por la moda o la oportunidad, sino adelantárseles. Imponerlas. La curiosidad, no la que mató al gato, sino la verdadera e infinita búsqueda per se, es de todas las cualidades, la única innata. Sin embargo, si no se alimenta debidamente, la curiosidad desaparece y deja paso a las pequeñas y tontas certezas que habitan el condominio del lugar común. La curiosidad es un don y también un hábito, una adicción, una droga. La curiosidad es lo que podemos ver en esa permanente expresión de ojos muy abiertos que domina el gesto de Gabriel Santander. Miren de reojo su rostro. ¿La pueden ver?

Pero si he hablado de cualidades debo hacer referencia también a los defectos (que terminan por convertirse en cualidades). Los reporteros culturales no son estilistas del lenguaje; al contrario, son más bien despeinados a la hora de redactar. No obstante, este desaliño –que desespera a los correctores y estremece a los puristas– forma parte del encanto. Gracias a él pensamos que no son perfectos y, así, caemos con mayor facilidad en las trampas literarias que nos van tendiendo. Así, aquel que odia o dice no entender la poesía, puede leer un poema sin tenerle miedo o un excesivo y solemne respeto. Así, una metáfora densa, que en otro escrito flotaría en el aire tan pesadamente que podría rebanarse con cuchillo, encuentra su forma bien recibida en el alma del lector o lectora desatentos o infrecuentes. Más que el estilo, lo que debe purificarse es la garra que nos atrapa hasta destrozar el muro de clichés tras el que se oculta el hipócrita lector, mi amigo, mi hermano.

Esa fuerza narrativa surge del pozo de extraña gratuidad donde yace la literatura, ese ejercicio de soledad cósmica que imagina mundos y universos paralelos y reales a su manera. Como bien dice Gabriel en su presentación, los reportajes son escritos únicamente por placer e intuición.

(Un pero a la edición de este libro: las demasiadas erratas. Faltó un buen ojo corrector profesional, que le diera una barridita a la ortografía y una limpiadita a la puntuación. ¡La sintaxis no me la toquen! Este es el único defecto que se convierte en virtud.)

El reportaje cultural, en suma, es literatura que aspira a la imperfección. Nos impresiona porque a través de él podemos ver las entrañas del que escribe: por ello, podemos desentrañar la oscuridad de la filosofía, la levedad del poema, nuestra inasible suspicacia. Agradezcamos, pues, el entrañable oficio de Gabriel Santander, su desusada estirpe de unos pocos y pocas más. ¿Qué más hará Gabriel? No sé si él mismo lo sepa. Atengámonos a los hechos. El material reunido en este libro nos obliga a pedirle más. Pero ya se sabe que las y los lectores son egoístas: siempre andan a la búsqueda de su propia satisfacción •

* Texto leído en la presentación del libro.
 



 

FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCIÓN


artes plásticas

• G. Cantú, Arturo Cantú, Col. Tu ciudad, Gobierno de la Ciudad de México, México, 2000, 88 pp.

• Felguérez, Luis Ignacio Sáenz, Museo de la Solidaridad Salvador Allende/uam/ sre, México, 2000, 43 pp.

botánica

• Herbarium. Plantas mexicanas del alma, textos de Salvador Elizondo, Javier Lozoya, Alfredo López Austin y fotografía Patricia Lagarde, Col. Libros del Espiral, Fonca/Polaroid/ uam/Artes de México, México, 2000, 54 pp.

ensayo (político)

• Los recorridos de la tolerancia. Autores, creaciones y ciclos de una idea, Isidro H. Cisneros, Col. Para estar en el Mundo/El ojo infalible, Editorial Océano, México, 2000, 229 pp.

historia

• El sueco que se fue con Pancho Villa. Aventuras de un mercenario en la Revolución Mexicana, Adolfo Arrioja Vizcaíno, Col. Tiempo de México/Primero vivo, Editorial Océano, México, 2000, 415 pp.

memorias

• Confesiones a manera de testamento, Mario Ruiz Massieu, Col. Tiempo de México/En primera persona, Editorial Océano, México, 2000, 128 pp.

• La Quina. Cómo enfrenté al régimen priísta. Memorias, Joaquín Hernández Galicia, Col. Tiempo de México/En primera persona, Editorial Océano, México, 2000, 535 pp.

narrativa

• The gringo connection. Secretos del narcotráfico. Los amos de la droga al descubierto, Armando Ayala Anguiano, Col. El dedo en la llaga, Editorial Océano, México, 2000, 138 pp.

• Todos los hombres, Armando Ortiz, Plaza y Valdés Editores, México, 2000, 101 pp.

revistas

• Casa del tiempo, núm. 22, noviembre de 2000, vol. II, época II, textos de José Francisco Conde Ortega, Elena Poniatowska, Juan José de Giovannini, entre otros, uam, México, 78 pp.

• La Gaceta, núm. 359, noviembre de 2000, nueva época, textos de Nélida Piñón, Eliseo Diego, Sergio Pitol, entre otros, Fondo de Cultura Económica, México, 94 pp.

• Liberaddictus, núm. 44, noviembre de 2000, textos de Sandra Tovar Kuri, Carlos Ramón Morales, Aline Valdés, entre otros, ContrAdicciones, Salud y Sociedad, a.c., México, 32 pp.

• Origina, núm. 93, noviembre de 2000, año 8, textos de Alfredo Jalife-Ramhe, Bernardo Hernández, Ricardo Guzmán Wolffer, entre otros, Gilardi Editores, México, 88 pp.