Jornada Semanal, 17 de diciembre del 2000
 


 

Marcela Sánchez


Teatro del Espacio

Una de las compañías más sólidas de la danza contemporánea es el Ballet Teatro del Espacio, dirigido por Gladiola Orozco y Michel Descombey desde 1979. Aparece en el escenario tras la escisión de Ballet Independiente; desde entonces ha recibido el subsidio del inba y más tarde el de Conaculta.

Michel Descombey fue primer bailarín del Ballet de la Ópera de París en 1959, maître de ballet y coreógrafo principal en 1962 y director de danza en 1965. Fundó el Ballet Studio de la Ópera en 1967 y poco después empezó a montar coreografías para otras compañías, tanto en Francia como en Alemania, Suiza, Japón, Israel y Portugal. Fue director del Ballet de la Ópera de Zurich de 1971 a 1973. En 1972 vino a México como coreógrafo invitado por el Ballet Independiente; volvió en 1975 para montar Año cero y dos años más tarde fue nombrado director asociado y coreógrafo de la compañía. Descombey surgió y trabajó dentro de la academia clásica francesa durante veinte años, más tarde rompió con ella y se negó a seguir una técnica específica para desarrollar un estilo, pues considera que la técnica es sólo un medio para alcanzar un lenguaje propio. Descombey se quedó en México porque encontró en los bailarines de nuestro país la curiosidad y la fuerza expresiva que contribuían a la búsqueda de su trabajo creativo, sobre todo en duetos y solos, donde las propuestas de los bailarines podían surgir de sus capacidades y de su conformación corporal. Pero a pesar de su ruptura con la tradición europea, Descombey es francés y, como tal, ha procurado conservar la lógica interna de su trabajo y la búsqueda precisa del gesto que exprese su sentir. Es probable que esta postura ante el trabajo creativo lo haya llevado al rompimiento en 1978 con Raúl Flores Canelo, quien se había planteado la necesidad de crear a partir de la experimentación tanto en los aspectos técnicos como conceptuales. De esa manera, en 1979 se funda el Ballet Teatro del Espacio, compañía que Michel Descombey dirige desde entonces junto con Gladiola Orozco. A final de cuentas, esa ruptura enriqueció a la danza contemporánea mexicana y trajo consigo la consolidación de dos visiones, dos acercamientos al proceso creativo, dos formas que han contribuido a la diversidad artística.

La trayectoria de Gladiola Orozco se inició en 1950 en las filas del Ballet Nacional de México. En 1966, junto con Raúl Flores Canelo, fundó el Ballet Independiente, cuyo nombre indicaba la necesidad de deslindarse de otras corrientes de la danza o del arte. Desde la escisión del Ballet Independiente, Gladiola permaneció con el grupo de Descombey.

La compañía tiene la fortuna de contar con un lugar que funciona como foro cultural, escuela de danza y espacio adaptado como teatro para presentar sus obras. Los logros que ha obtenido esta compañía no han sido fáciles. A pesar de contar con subsidio estatal, sus directores no semana se presentaron en su sede tres coreografías.

Red de Sueños, coreografía de Bernardo Benítez, con música de Antonio Vivaldi, abre el programa. Es una pieza ligera que puede definirse como divertimento. Una vez más, Benítez nos demuestra el dominio de su oficio en una pieza bien trazada y con un desarrollo impecable del movimiento. Autor de numerosas coreografías, colaborador del Ballet Independiente y del Ballet Teatro del Espacio hasta ahora, Benítez fundó su propia compañía, Danza Estudio, en 1983.

Memorias es una obra de Gladiola Orozco, con música de Salgán, Ginastera y Piazzola. Como el título lo indica, es un ejercicio de recuerdos. La primera parte, "Primavera", es un dueto de mujeres que representa a dos personajes púberes, un juego lúdico donde el coqueteo de Jéssica Sandoval y Yolanda Barón son cautivantes; la segunda parte, "Caída", se convierte en el drama vivencial de un hombre y, por último, "Rebeldía" representa el grito dramático de una mujer que se rebela ante la pérdida de su hombre. En ésta, Jéssica Sandoval logra transformarse en un personaje dramático, con una brutal fuerza emotiva y corporal, y una enorme presencia escénica.

Pavana para un amor muerto (1985), coreografía de Michel Descombey, con música de Maurice Ravel (Vals, Bolero, Pavana para una infanta difunta), cierra el programa. A ritmo de vals, con un vestuario de época, seis parejas de rostro maquillado con la palidez de los muertos, inundan el escenario entre telas vaporosas. Poco a poco, estos personajes se irán transformando en seres decadentes, envueltos en un frenesí descontrolado que los precipita a su fin. Otro grupo de bailarines danza a su alrededor, actuando como las sombras que atestiguan su inevitable deterioro. "El deseo y el amor", dueto ejecutado por la excepcional bailarina Solange Lebourges y por César Reyes, no deja de impresionar. A pesar de los años transcurridos desde su estreno, es patente la eficacia lograda por Michel Descombey para aprovechar al máximo los recursos físicos de Solange, intérprete y compañera de sus creaciones durante años. El vínculo Descombey-Lebourges parece indisoluble hasta ahora; quienes hemos presenciado, a lo largo del tiempo, la compenetración profunda entre coreógrafo y bailarina, asistimos ante un hecho que parece irrepetible y, por lo mismo, desearíamos que el tiempo se detuviera. Una obra total que no merece un final que peca de melodramático, enmarcado por un círculo de lluvia artificial que resulta un anticuado y poco eficaz recurso.