La Jornada Semanal,  19 de noviembre del 2000  
 Benigno Espinosa Calderón
 
El humor en el humanismo helénico
 
 
El humor entendido como lo antiepopéyico encontró su momento más alto y alegre en la Batracomiomaquia, fábula con batracios y ratones que jugaban los papeles de Aquiles, Odiseo, Ayax, Héctor, Paris y Tersites ("el hombre más feo que llegó a Ilión"). Benigno Espinosa entra en los mundos de Esopo, Aristófanes, Diógenes de Sínope. Analiza, además, la presencia de este último en la literatura novohispana y, de manera muy especial, en la obra de don Juan Ruiz de Alarcón, el iniciador del estudio de personajes en el Teatro Nacional de España, el maestro de Molière, el pequeño indiano ("corcovilla, corcovilla") que revolucionó la escena española.

 

 

El origen del vocablo humor tiene precedentes médicos. Según la teoría de Hipócrates, el temperamento de los individuos variaba según la profusión de los humores: la sangre, la bilis, la atrabilis y la linfa. Estos humores tenían su respectivo paralelo en los cuatro elementos de la naturaleza: el aire (seco), el fuego (caliente), la tierra (fría) y el agua (húmeda). En el siglo II, Galeno aseveró que la abundancia humoral provocaba perturbaciones en el carácter. ¿Pero cómo pasa y se traslada el humor como concepto puramente médico al concepto de humor literario? Este paso se produjo en los albores del tiempo, cuando el hombre trató de determinar la exteriorización de un lenguaje gestual y corporal con el que se comunicaba la crítica de sus costumbres. Dentro de esta intencionalidad, el individuo y las situaciones se erigen a sí mismos en valor de la burla puramente mimética. El hombre se embadurna de pigmentos, imita su entorno y lo asimila con el juego de la condición social hostil, cuyo espejo es la simbiosis de la naturaleza. Su racionalidad le permite moldear su retrato con la magia de la palabra, remitiéndola siempre bajo un mundo al revés, animalizado. Habrá ocasiones en que el recurso alegórico se humanice.

He aquí la importancia del humor en la fábula. Podemos decir que la presencia de animales en actitudes humanas, como emblemas de burla, apuntan ya a una perspectiva de deificación. Es el reflejo del dolor y del gusto por la existencia misma. El hombre como hacedor de fábulas se nutre de las expectativas de una naturaleza humanizada, convertida en signos de cifración alegórica, porque las causas y efectos que rigen al cosmos, a la naturaleza, a la sociedad misma, son espejos de las pasiones del hombre. De ahí que para cada fenómeno físico existiera una forma análoga que evoca ulteriormente su ministerio jerárquico correspondiente. "En la antigua Grecia, Zeus ­visión antropomorfizada del astro refulgente­ tenía un paralelo zoolátrico en el águila, que entre todas las aves, era la única capaz de mirar de frente al sol, y por la pujanza de su vuelo, la indicada para acercarse al astro."*

El humor helénico

Los grandes filósofos de la Antigüedad, a partir de Aristóteles, teorizaron acerca del humor. Diógenes de Sínope supo aplicarlo contra las arbitrariedades de los poderosos porque los cínicos estimaban el camino de la desvergüenza (Anaídea) y en el espejo alegórico animal se reflejaba la sociedad menos jerarquizada. Su aportación popular era significativa para los oprimidos. En el siglo III a.C., el cantar heroico aún se dirigía exclusivamente a los príncipes y a los nobles; sólo se interesaba en ellos, en sus costumbres, normas e ideales. Los primeros atisbos de un cuadro de humor, sarcástico e irónico, los presenta la Batracomiomaquia, fábula ampliada que pregona lo antiepopéyico. En el creciente cuadro de posibilidades escénicas, el episodio de Tersites es la mejor opción del sarcasmo homérico. Tersites, el único que se levanta contra los reyes, es el prototipo del hombre incivil, carente de toda urbanidad en sus maneras y en su trato. La personalidad de Tersites es repulsiva, pero nos da un punto de arranque para que sea observado por los aqueos y éstos no emprendan la retirada. Su talento de orador media en los momentos difíciles y secunda a Ulises en el mando. Su discurso es poco elocuente aunque, por lo demás, hace reír a todos por su aspecto repugnante:

Este largo y casi ininterrumpido paralelo entre el héroe y el antihéroe demuestra lo uniforme de la composición literaria. Parece como si todo el ejército hubiera tomado asiento en el ágora para ser espectador de este único actor, cuyo discurso, fuerza es decirlo, tocaba muy de cerca a los convencionalismos por sus provocativos denuestos contra los príncipes, hasta que el bastonazo de Ulises en la joroba de Tersites era un llamado a la prudencia.

Con respecto a la prosopografía de la figura grotesca como alusión humorística, existía desde época muy antigua toda una pléyade de personajes. En Vita Aesopi (vida de Esopo), de autor anónimo, siglo V a.C., la traza del fabulista acusa que era contrahecho y de condición esclavo. Sin embargo, es preciso distinguir entre el Tersites que adolecía del buen decir, glorificado por Homero, y el Esopo manumitido por su amo, gracias a su talento de narrador. La figura de Esopo, a través de los datos de esa auténtica novela que constituye Vita Aesopi, recoge características de los antiguos fármacos: fealdad, defectos físicos, etcétera; tiene, por tanto, enfrentamientos con tipos opuestos. Es, en buena parte, un protegido de los dioses, equiparado a las Musas.

Diógenes de viaje

"Diógenes el cínico estaba de viaje cuando llegó a un río muy caudaloso y se detuvo ante la imposibilidad de pasarlo. Uno que se dedicaba a vadearlo al verlo perplejo se acercó y lo pasó. Diógenes, complacido por su amabilidad, se reprochaba su pobreza, que le impedía corresponder con su bienhechor. Estaba todavía pensando en esto cuando vio a otro caminante que tampoco podía pasar; el hombre corrió hacia él y lo cruzó. Entonces, Diógenes se acercó y le dijo: ÔPues yo ya no te estoy agradecido por tu ayuda, porque veo que esto no lo haces por una decisión juiciosa, sino por manía."

"La fábula muestra que quienes favorecen a quienes nada se merecen junto con las personas serias, no obtienen el reconocimiento de su servicio, al contrario se les acusa más bien de insensatez." (Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio, traducción de Pedro Bádenas de la Peña y Javier López Facal, editado en España por Gredos.)

La filosofía cínica

En la comedia Las avispas, Aristófanes definió acertadamente la fábula esópica como "cosas que hacen reír y me quitan el enojo". Pero cuando uno revisa algo distinto a los temas conocidos ("El parto de los montes", "El zorro y el cuervo", "La rana que quiso ser como el buey") en torno a un aspecto particular de la condición humana, con rasgos tipológicos casi inamovibles del reino animal; cuando se revisa, por ejemplo, la forma de vivir la vida, en el afán de convencer no con profundos argumentos sino con charadas, fábulas y chistes, el genio de Diógenes de Sínope (400-323 a.C.) es de una fuerza sin igual. Su tono humorístico se manifiesta en los dimes y diretes contra propios y extraños; su alejamiento de toda comodidad para vivir en una tinaja (el famoso tonel de Diógenes), los profundos sondeos del alma humana adaptados por su homónimo Diógenes Laercio en Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.

Podría pensarse, siguiendo a Diógenes de Sínope y de acuerdo con un ejercicio de literatura comparada, que así como una especie de socialización de su figura produjo efectos en su tiempo, así también alcanzó su magisterio al pícaro que contaba fábulas en las comedias del Teatro Nacional Español. La doctrina filosófica de Diógenes de Sínope no se hallaba en su obra escrita; poco sabemos de ella, como no sea su mezcla magnífica de humor y seriedad. Diógenes Laercio nos ha legado un multicolor cuadro de los saberes del filósofo cínico. Se cuenta que cuando Jeníades de Corinto quiso saber cómo deseaba ser enterrado el filósofo (con la cara hacia abajo), Diógenes respondió, molón y desenfadado: "Pues pasado algún tiempo, quiero volverme cara arriba."

En el alejamiento de los bienes materiales había encontrado Sócrates la felicidad. Según la anécdota que recogió Laercio, Sócrates, ataviado con un limpio quitón, se quedaba atónito ante los escaparates atenienses llenos de mercancías, y a la vista de lo variado y copioso, exclamaba: "¡De cuántas cosas no tengo yo necesidad!"

La razón está clara: el cínico pregona la autarquía o dependencia de sí mismo. Según la fábula narrada por Laercio, Diógenes descansaba junto a su tonel cuando fue a verle Alejandro Magno y le propuso una regia oferta: "Puedes pedirme lo que quieras." Diógenes le respondió: "Apártate, que me quitas la luz" Alejandro comentó: "Si no fuera Alejandro querría ser Diógenes."

Diógenes en la
literatura novohispana

El arribo temprano de las fábulas contaba con el beneplácito de las autoridades y era otra de las alternativas de material de lectura adecuado para la educación en la Nueva España. La fábula fue expresamente aprobada dentro de un mar de prohibiciones dirigidas contra las obras profanas y las novelas de caballería. A pesar de su mal gusto, el conservadurismo y la obsesión por la literatura apologista llegan a su esplendor durante la colonia, que por cierto es de escaso valor literario. El permanente intercambio de formas e ideas literarias en el tránsito del siglo XVI al XVII, entre escritores mexicanos que viajaban a la Península y escritores españoles que arribaban a nuestro suelo, enriqueció la actividad literaria con las posturas del gongorismo y el conceptismo. La adaptación de fábulas esópicas como elementos ilativos en las comedias de Juan Ruiz de Alarcón sirven para culminar las aspiraciones de emancipación político-social. La presencia de la fábula en el Teatro Nacional Español estuvo entrelazada con cuestiones humorísticas. La figura del gracioso o pícaro confirma el accionar protagónico del lacayo o cínico grecolatino que advierte sobre las debilidades humanas y hace menos dramático el desenlace de las obras representadas. Un ejemplo es la fábula "Después de yo muerto", contenida en Hazañas del Marqués de Cañete, Acto II:

Diógenes cuando veía su fin cercano,
mandó no enterrarse. Replicó un su amigo
que sería pasto su cuerpo de fieras. Él
dijo:
­Un palo tendré con que me defenderé.
­Pues dime, no consideras ­su amigo le
replicó­:
¡Que muerto no sentirás
ni defenderte podrás!
­¡Luego son tus miedos
vanos, que si he de estar sin sentido,
qué importa ser más
comido de fieras que de gusanos!
Tenemos fundamentos para creer que las lecturas que hizo Juan Ruiz de Alarcón de la fabulística medieval ejercieron un poderoso influjo en su obra. El interés es claro, se nota su pasión para moldear las fábulas de Esopo, sin otro objeto que el placer de divertir. En la fábula "La corneja con plumas ajenas", de su comedia No hay mal que por bien no venga, Acto 2, escena VIII, se advierte la influencia de la fabulística esópica: Bien lo pudieron entender
quien la fabulilla vieja
supiera de la corneja,
que ha mucho ya que por ser
tan común nadie contó,
y de puro no contada
es de muchos ignorada,
y así he de contarla yo,
porque al caso se acomoda;
y tú, para disculpar
a Leonor, la has de escuchar.
Asistir quiso a la boda
Del águila, mas se halló
La corneja tan sin galas,
Que adornó el cuerpo y las alas
De varias plumas que hurtó...
* Salomón Reinach ha sostenido la hipótesis de que en Grecia la leyenda de la invención del fuego se remonta a orígenes zoolátricos. Citado por L. Séchan en El mito de Prometeo, traducción de Ezequiel de Olaso, 2ª ed., Editorial Universitaria de Buenos Aires, Argentina, 1960.