El
domingo pasado, mientras disfrutaba el Times, atraqué en
la página 10 de la sección A, seducida por un artículo
promisoriamente largo sobre la importancia de las reinas de la belleza
en Venezuela ("El terruño del narcisismo podría haber anidado
aquí", rezaba el discreto encabezado), y debajo de éste me
engatusó el informe sesgado, irresistible para esta veterana fanática
de la música cubana, de un concierto ejecutado en La Habana el viernes
11 de agosto por la noche ("El Buena Vista Social Club, poco
conocido en Cuba, encantado de regresar a casa"). Cuando imaginé
a Rubén González y a Compay Segundo en concierto en ¿dónde
más podría haber sido? el Teatro Karl Marx de La Habana,
me puse de tan buen humor que me animé a regresar a las muy poco
divertidas páginas que referían las insensateces del Partido
Demócrata en su convención. Pero, ¡ay!, a la derecha
de la noticia sobre música cubana, en la parte inferior de la página,
había algo más: un pequeño artículo, de un
total de apenas cinco líneas, que me desgarró el corazón
con la noticia de que, justo ese mismo viernes por la tarde, habían
arrestado en Beijing a mi amigo Bei Ling, el eminente poeta y editor chino.
Esta época ha sido difícil para los escritores, artistas y creadores cinematográficos de talento en China. La persecución avanza, a medida que el gobierno chino se va sintiendo seguro de que un asunto tan insignificante como la libertad de expresión es incapaz de detener el abrazo inexorable con que los intereses de los negocios globales (léase "los gobiernos de Occidente") están encordando a ese país. Pero, bueno, Bei Ling parecía una figura demasiado fútil para encender la cólera del estado policiaco chino. Y, bueno, pues este poeta vive en realidad en Estados Unidos, donde reside...
Excepto que sí, es cierto que escribe. Y, sí, dirige una revista de intelectuales. Después de que, en 1988, llegó a Estados Unidos en un programa de intercambio literario y que decidió quedarse cuando, al año siguiente, el gobierno acabó violentamente con el movimiento democratizador y de libre expresión en China, en el que empezaban a germinar sus primeros retoños, fundó en 1993, junto con un grupo de amigos escritores que al igual que él eran todos exiliados entre los treinta y los cuarenta años, una revista llamada Tendency. Nominalmente una publicación trimestral (hasta ahora han aparecido trece 33números), la revista se edita en Cambridge, donde viven Bei Ling y su coeditor Meng Fang, y se imprime unas veces en Hong Kong y otras en Taiwán. La mayor parte del tiraje, que fluctúa entre los dos mil y los tres mil ejemplares, se vende por suscripción a sinólogos e intelectuales chinos residentes en el extranjero, y los aproximadamente mil ejemplares restantes se llevan a China, donde se venden casi regalados.
Eso es lo que hacía Bei Ling cuando lo arrestaron. Meangustio cada vez que vuelve a China con sus ejemplares para distribuirlos en círculos estudiantiles y literarios de Shanghai y Beijing. Pero, igual que otras veces como cuando conversamos por última vez aquí en Nueva York, me aseguró que las autoridades chinas toleraban la existencia de la revista y que no estaría en peligro alguno.
Llegó a Beijing desde Shanghai el viernes, y uno de sus planes aquella tarde era sostener un foro de discusión y analizar el último número de Tendency.
Y ahora resulta que está "formalmente detenido", según la fórmula china, lo cual permite al gobierno retenerlo en la cárcel por treinta días, mientras se decide qué cargos se dictarán en su contra. Y, por supuesto, ya se han confiscado todos los ejemplares del nuevo número.
En
agosto ocurren desdichas, especialmente a mediados del mes. No hay momento
en todo el año en que no se haga más difícil atraer
el interés del público, como yo misma puedo atestiguar, puesto
que ha sido poco lo que he conseguido desde el domingo pasado, a excepción
de algunos telefonemas y el envío de algunos correos electrónicos
a la gente que podría unírseme para llamar la atención
sobre el espinoso trance de Bei Ling. Ahí está la convención
demócrata, el horror trepanante del submarino ruso. Y, como dijo
un erudito amigo sinólogo, "te estás enzarzando en el Desgaste
de la Disidencia China Reprimida".
Lo mejor que uno puede esperar que le suceda a Bei Ling es que, después de fustigarlo, lo expulsen del país. Sin embargo, es más probable que lo procesen. De acuerdo con un grupo de derechos civiles cuya sede está en Hong Kong, el departamento de policía a cargo del asunto de Bei Ling sólo se ocupa de los casos de subversión...
La subversión, ¿habrá que decirlo?, lleva aparejada una condena al presidio por largos años.
No voy a pretender que Bei Ling carece de una posición política. Por supuesto que la tiene: está a favor de la libertad de pensamiento en China. Se interesa con ardor en la cultura independiente (o, si se quiere, underground) que florece en su país. Ni tampoco voy a sostener que Tendency es un proyecto apolítico y meramente "literario" cualquier cosa que esto pudiera ser. La gente que Bei Ling y colaboradores publican en su revista está lejos de ser neutral en los temas en torno a la democracia o la libertad de palabra. No. Publican a escritores chinos independientes o censurados. Han traducido y entrevistado a varios escritores extranjeros, entre ellos a Seamus Heaney, Nadine Gordimer, Czeslaw Milosz, Octavio Paz y a mí misma por lo demás, Gordimer y yo estamos en el consejo editorial. Los diálogos entre escritores chinos y "occidentales" constituyen una de las partes fundamentales de la publicación. Cuando Bei Ling y yo nos reunimos, él quiere hablar por lo general de Roland Barthes y Walter Benjamin y del tiempo que pasé en Sarajevo, mientras que yo quiero hablar de literatura y cine y de las posibilidades que tiene la libertad de pensamiento en la China actual.
Para
dar una idea de la trascendencia de Tendency, el número del
verano de 1966 (el 7-8) contenía la traducción de tres ensayos
y varios poemas de Joseph Brodsky, así como un artículo crítico
sobre este autor y un ensayo sobre los problemas de su traducción
al chino; una sección especial dedicada a la religión (tanto
al confucianismo como al cristianismo) en la China contemporánea;
un conjunto de ensayos sobre poesía china de los años noventa;
una obra de teatro, y diversos artículos sobre "el intelectual del
tercer mundo", las escritoras chinas de ultramar, la reacción de
los intelectuales alemanes a la caída del muro de Berlín
y los problemas de los "intelectuales en una sociedad cerrada".
En la atmósfera globalizadora de la posguerra fría, en donde la necesidad de hacer negocios priva cada vez más sobre el resto de los asuntos (o bien los engloba), al parecer los gobiernos exhiben una renuencia que crece día con día a intervenir en casos semejantes. En Estados Unidos los negocios son negocios. Y, por sobre todas las cosas, los negocios con China: es inminente el tránsito a la legislación que normalizará las relaciones comerciales con este último país. Nadie quiere impedir que los norteamericanos se vuelvan más ricos. ¿Será mucho pedir que el destino de una figura literaria prominente, de un residente legal en Estados Unidos que en este momento se consume en la cárcel de Beijing, llegue a ser del interés de nuestro gobierno? ¿Y será mucho pedir que pueda movilizarse a cada uno de los ciudadanos en particular para que se manifiesten a favor de este señero poeta y erudito? El clamor público es sin duda sólo una parte de la cuestión. En la mayoría de los casos en que los gobiernos despóticos han liberado a sus disidentes, la influencia decisiva residió en la presión ejercida tras bambalinas por funcionarios gubernamentales de alto nivel.
Pero
el clamor público es un comienzo importante. Si impera el silencio
en torno a Bei Ling, únicamente podremos esperar lo peor para él
y para otros que viven en China. Es, sencillamente, dar al gobierno chino
luz verde para que pueda actuar con impunidad en casos como éste,
y para que ensanche su radio de acción persecutoria y amenazadora
contra el pensamiento independiente. Si nadie reacciona, el mensaje al
gobierno chino difícilmente podría ser más diáfano.
No hay duda alguna de que los negocios en Estados Unidos son o deben ser, también, la democracia y la libertad.
P.D. Propongo que se publique, en paquete junto con mi escrito, un poema de Bei Ling cuyo título es "Destierro". Hace un par de años me remitió la traducción manuscrita y firmada por Wang Rong y Anastasios Kozaitis.
Perseverante cielo cielo vasto
cielo vigoroso firme, clavado
cumples execrables mandatos
que cicateros te devoran
y la memoria ulula
en la soledad del invierno
Conjuré la ignominia y
vi que la deshonra que intentaba olvidar
hospeda una misión
se me desperdiga la vista
dejo de leer y clavo la mirada
El recuerdo no está urgido de tiempo
una experiencia aborrece la siguiente
Sollozante, el reloj
me inculpa, se reprocha
Los rodeznos de la noche quebrantan
el pasado
hasta hacerlo grano de arena, piedra
con su raíz inmortal se enrosca
debajo nuestro, obstinado
el fervor sofocado largamente
despierta, traicionado, al final del exilio
como agüero infinito
sobre la heredad de este pueblo