La temporada agosto 2000 de danza contemporánea en el Palacio de Bellas Artes presentó a las tres compañías que reciben subsidio del Instituto Nacional de Bellas Artes.
El
Ballet Nacional de México (1948), fundado por Guillermina Bravo,
ha sido uno de los pilares en el desarrollo de la danza contemporánea.
Pasó por distintas etapas creativas: se inició en una tendencia
nacionalista; abordó temas indígenas de carácter mágico-religioso;
exploró el mundo interior del hombre y, finalmente, experimentó
con formas geométricas. Sus bailarines han sido formados rigurosamente
en diversas técnicas (Graham, Falco, Nikolais o Cunningham). En
esta temporada, el Ballet Nacional presenta un programa de estrenos mundiales:
Sensaciones lúdicas, coreografía de Federico Castro;
La realidad está en otra parte, coreografía de Jaime
Blanc; Carmina Burana (fragmentos), coreografía de Luis Arreguín,
y Moneda al aire (juego sagrado), coreografía de Lydia Romero.
Más de cincuenta años de trabajo dancístico hablan
de su persistencia y tenacidad, pero también de la dificultad de
abandonar ciertos arquetipos. Basado en la técnica de Martha Graham,
su trabajo tiene un sello que se vuelve repetitivo. Las fuerzas que una
vez fueron liberadoras parecen haberse convertido en un nuevo yugo. En
la coreografía La realidad está en otra parte, Jaime
Blanc se ve tan atrapado como sus propios personajes, no logra llevarnos
al horror de las drogas por más que sus bailarines se peguen en
las venas de los brazos o bailen con un esqueleto que no asusta a nadie.
Su danza se convierte en un mensaje moralino. El horror de las drogas lo
muestran Danny Boyle en Trainspotting, Kubrick en Naranja mecánica
o Gus Van Sant en Drugstore Cowboy; ninguno de ellos moraliza, simplemente
exponen magistralmente el mundo de las drogas y con eso basta. Carmina
Burana se enfrenta al tema recurrente del hombre tribal ante el mundo.
Aunque se desarrolla en un espacio bien utilizado y con una rigurosa ejecución,
el trabajo no aporta nuevas propuestas. Moneda al aire de Lydia
Romero, coreógrafa invitada, es una propuesta fresca en donde la
sorpresa de movimientos futbolísticos estilizados pronto llega a
su fin.
El
Ballet Independiente (1966) fue fundado por Raúl Flores Canelo,
quien dirigió la compañía hasta su muerte; desde entonces,
Magnolia Flores y Manuel Hiram son sus directores. Desde su inicio la compañía
se propuso como tarea primordial la creación experimental; en ella
se formaron talentosos coreógrafos como Valentina Castro, Graciela
Enríquez y Silvia Unzueta. Ahora, el Ballet Independiente nos presenta
obras de Ana Sokolow y de Raúl Flores Canelo. En De los diarios
de Kafka, el talento y la vigencia de la Sokolow es patente. Personajes
grises y mecánicos caminan sobre una hilera de sillas que restringe
su espacio y nos llevan al mundo oficinesco que sufrió Kafka; desencuentros
amorosos nos dejan en la boca el nombre de Milena; búsqueda de un
Yo indestructible. La soledad, perceptible a lo largo de la obra, desemboca
en la escena de Gregorio Samsa, personaje de La metamorfosis, donde
la paciencia es la única forma de sobrevivencia. La segunda obra
de Sokolow, Ride the Culture Loop, aborda la necesidad que tienen
las minorías culturales de toda gran ciudad, de vivir en un mismo
barrio para conservar sus lazos culturales. Soliloquio, obra de
Raúl Flores Canelo interpretada por Elisa Rodríguez, es un
conmovedor tratado de la soledad.
El
Ballet Teatro del Espacio (1979) se funda a raíz de la escisión
del Ballet Independiente, y es dirigido por Gladiola Orozco y Michel Descombey,
coreógrafo principal. Este último, autoexiliado en México
después de trabajar en la Ópera de París, decide trabajar
con bailarines mexicanos. Creador de un estilo personal, a Descombey le
interesa denunciar a las sociedades capitalistas como culpables del consumismo
a ultranza, la explotación y la soledad del hombre moderno. Este
año presenta Año cero al cumplirse veinticinco años
de su estreno. Esta obra fue montada originalmente para el Ballet Independiente
y fue una de las primeras obras de Descombey que contenía ya las
dimensiones de un gran espectáculo, como lo serían trabajos
posteriores (La ópera descuartizada o Conquistas). Su autor
fue tachado de pretender la denuncia de la sociedad capitalista a través
de una danza glamorosa, esteticista o efectista. Si bien es cierto que
Descombey no ha roto con muchas convenciones de la danza o no ha sido radical
en el sentido estricto, nunca ha descuidado la danza como elemento primordial
de sus obras, en las que prevalece el intento y la búsqueda de un
estilo propio de expresión, todo ello bajo un sello de excelencia.
Todo esto ha redundado en beneficio de la danza mexicana.