La Jornada Semanal, 17 de septiembre del 2000   
 
  
Enrique López Aguilar
 
El cuerpo, nuestra casa 

Este compañero, nuestro cuerpo, fue visto por los griegos como la medida del mundo: no sólo el célebre dictamen de Protágoras, el sofista, así lo dejó establecido para la posteridad, sino que esa visión fue corroborada por el abandono de las formas hieráticas y monumentales de los egipcios para emprender la búsqueda de mesuras arquitectónicas y de representación más humanas: el del cuerpo como la casa del hombre, habitada por anima y animus. La representación realista y figurativa del cuerpo humano en la pintura y la escultórica griegas también fue muestra de fascinaciones y curiosidades que no sólo abarcó al arte sino a la medicina y la anatomía: lo común a ciencias y artes fue la concepción orgánica del cuerpo humano, complejo sistema de interrelaciones donde los cuatro elementos se balanceaban y oponían constantemente, dando lugar a los cuatro temperamentos, mismos que, a su vez, estaban relacionados con los cuatro momentos estacionales del año. Microcosmos y macrocosmos establecían, así, un complicado sistema de reflejos por el que las cosas del hombre y su cuerpo se reproducían en el cielo, de la misma manera que el cielo influía en el hombre a través de ese misterioso desfile de constelaciones zodiacales o de la impenetrable cadena de causas y efectos tejida en las alturas. 

 Así como el cuerpo ha sido recinto del raciocinio y el lenguaje, de las ideas y los sentimientos, del placer y el dolor, sus órganos y sentidos también han sido las herramientas que le permiten el conocimiento y la transmutación: sus peculiares manos, con un dúctil dedo pulgar, hicieron de la especie humana la única que ha podido usar los recursos corporales como herramienta para construir más herramientas con un innegable sentido de perfeccionamiento, y fueron condición para, además, darle el apellido de faber a su condición de sapiens; asimismo, las manos le han permitido desarrollar a la humanidad los juegos corporales e inteligentes en un nivel distinto al de las demás especies animales, otorgándole el apellido adicional de ludens. Sin embargo, las manos le son tan necesarias al cuerpo como los demás órganos y miembros. 

    Es fácil caer en la confusión y el atolondramiento cuando, medievalmente, se acepta la jerarquización corporal de acuerdo con planos utilitarios, escatológicos, espirituales o morales, porque, entonces, resulta fácil creer que hay partes elegantes e inelegantes del cuerpo, unas bellas y otras feas, unas visibles y otras velables, unas graciosas y otras obscenas, unas superiores y otras inferiores… de donde se deriva toda esa mitología por la que se puede llegar a hablar de un hemisferio diurno, superior y luminoso del cuerpo (de la cabeza al ombligo), para oponerlo a uno nocturno, inferior y oscuro (del ombligo a los pies). No obstante, la idea de una estructura corporal que reprodujera la misma escala descendente que va desde Dios hasta los ángeles caídos, y del hombre a los animales rastreros, resulta algo tan cotidiano para hombres y mujeres de finales del siglo xx, como para los teólogos y filósofos herméticos que reforzaron tales prejuicios en la Edad Media. 

    El cuerpo, casa humana, no ha dejado de ser un sitio polémico: si la fascinación que provoca ha motivado que se le represente en el desnudo como uno de los temas más antiguos y recurrentes de la historia del arte, las distintas morales se han encargado de contraatacarlo con el negro velamen de la censura (o con el de los cañonazos: ahí está el bombardeo que intentaron los atribulados ingleses en Khajuraho, al norte de la India, en el siglo xviii, para destruir la desnuda y petrificada danza sexual de los personajes allí representados); si las maravillas corporales han permeado grandes áreas de la vida de hombres y mujeres de todas las épocas y culturas, tampoco han faltado las corrientes religiosas, filosóficas o morales que han tratado de aniquilar al cuerpo bajo la idea de que el espíritu debe prevalecer sobre él, pues allí radican el pecado, la confusión y la mortalidad (el cuerpo fue destruido con fuego por la persecución inquisitorial desatada en la España del siglo xvi contra los alumbrados, quienes creían que el encuentro amoroso era una forma de oración a Dios). 

    Reducida la polémica a formatos duales, el cuerpo (inmanente) ha tenido que padecer una incomprensible guerra de negaciones por parte del espíritu (trascendente), semejante a la que las mujeres han tenido que soportar por parte de los hombres, la liviandad por parte de la pesadez, la minoría por las mayorías, la diferencia por la unanimidad y la innovación por la intolerancia fundamentalista… Y, sin embargo, por más espirituales e incorpóreos que pretendamos ser, para bien o para mal, el cuerpo siempre está ahí, junto a nosotros y en nosotros, amigo y enemigo con quien estamos destinados a convivir, titubeante legado que la cultura de este milenio podría heredarle a la del siguiente. 

    El cuerpo, casa del conocimiento, del placer y el dolor, casa de uno, casa para el otro, de la salud y la enfermedad, casa del fruto y de la ruina, de la belleza y la fealdad, casa del asombro y de sutiles maravillas, donde viven el pensamiento y las emociones, casa del tiempo y el espacio, compañero mortal e inevitable, recinto del beso y la caricia, habitación de la renuncia y la clausura, espejo de lo que ves y lo que miro, casa mortal para asuntos inmortales… ese cuerpo único y numeroso, orgánico y visible, biológico y cultural, verdadero y simbólico, también es el cuerpo de todos los hombres y mujeres que han hecho posible ese vivo organismo que es nuestra sociedad humana. 
 
 
 


  
 
 Peregrinos 
Para Antonio Bolívar, 
que va por el Camino de Santiago 
    En 1896 Aubrey Stewart tradujo la primera parte de los viajes del padre Félix Fabri, una obra monumental –doce volúmenes– que narra la peregrinación del fraile por las tierras de Palestina para visitar el Santo Sepulcro. Era el siglo xv. Jerusalén estaba entonces en manos de los infieles, quienes sabían tratar a los peregrinos cristianos que hacían dicho viaje con la diplomacia y la firmeza que deben abundar en quienes se enfrentan a turistas bárbaros como parte de su oficio. 

 Un documento interesante, tres siglos más viejo, son las memorias de Usamah ibn-Murshid, en las que el caballero árabe dejó testimonio de su perplejidad ante “la curiosa mentalidad” de los francos y su “falta de sensatez”. A lo que se refiere Usamah, entre otras cosas, es a la literalidad con la que muchos cristianos entendían la Escritura. Incluso algunos europeos como Teodorico, peregrino de Paderborn, del mismo siglo –llegó a Jerusalén en 1172–, criticaron a sus compañeros de viaje por su insistencia en “apartar lugar” o comprar reliquias fraudulentas –pelo de María Magdalena, sangre del Bautista, leche que manó de las heridas de Catalina de Alejandría– en lugar de rezar. Imagine el lector el estupor de los habitantes de la ciudad al ver alrededor de las murallas a los peregrinos discutiendo y peleando por la ubicación de los montoncitos de piedra con los que aseguraban sus lugares para tener un buen asiento el día del Juicio Final. 

    Los europeos, por su parte, llevaban guías instruidos en las particularidades de los infieles, que debían ser obedecidos al pie de la letra y que llevaban con ellos una enumeración de las prohibiciones y recomendaciones que se hacían a los visitantes. 

    Algunas de estas recomendaciones, con algunos cambios, podrían ser usadas por el inah en los sitios arqueológicos de todo México; por ejemplo, los artículos quinto y sexto dicen: “El peregrino debe estar advertido de que arrancar pedacitos y por lo tanto echar a perder las piedras con las que está hecho el Santo Sepulcro está prohibido so pena de excomunión. Asimismo, los peregrinos de noble cuna no deben afear los lugares santos dibujando sus escudos de armas sobre ellos, o escribiendo allí sus nombres, o rayando los bloques de mármol o haciendo agujeros en ellos con herramientas de hierro para probar a los demás y dejar evidencia de que estuvieron en Jerusalén.” 

    Acerca de cómo deben efectuarse las visitas el artículo séptimo ordena: “Los peregrinos deben hacer las visitas de forma ordenada y no tratar de aventajarse unos a otros, porque entonces la devoción de muchos se verá obstaculizada por pocos”, además de que “no se deben pisar los sepulcros de los sarracenos porque eso los enfada muchísimo, pues ellos creen que esto atormenta a sus muertos”. 

    También hay que dejar una buena impresión, como dicen los mexicanos: “Poner el nombre de México (en este caso de Europa) en alto.” De este delicado asunto el artículo quinceavo dice: “Cuando los peregrinos hagan tratos con sarracenos, no deben disputar con ellos, o blasfemar en contra de ellos o enojarse, porque los sarracenos saben que estas cosas son contrarias a la religión cristiana y en seguida gritarán ‘¡Oh! ¡Vos sois un mal cristiano!’, y dicha frase la saben decir en italiano y en alemán”, además de que “si algún peregrino es golpeado por algún sarraceno lo debe soportar con paciencia para mayor gloria de Dios, y debe reportarlo inmediatamente con el intérprete, para que éste lo resuelva” (artículo cuarto). 

    Jerusalén, “infestada con muchas formas de cismáticos e infieles” era un lugar santo, pero también peligroso. El artículo doceavo prohibía a los cristianos invitar a beber a los sarracenos porque “después del primer trago [el sarraceno] se volverá loco de inmediato y el primero que sufra un ataque será el peregrino que le dio de beber”.  

    Al final de esta ingenua y tosca lista de prohibiciones, hay una muestra inesperada de tolerancia y delicadeza que contrasta con el tono del resto. Dice: “Que no haya peregrino alguno que se burle de los infieles cuando rezan en las posturas de su fe, ya que ellos se refrenan y no se burlan de nosotros cuando somos nosotros los que rezan.” Caray.  
 
 

Luis Tovar
 
    En el aire 

    No, con este título no nos referimos al primer largometraje dirigido por el mexicano Juan Carlos de Llaca. Más bien queremos aludir a la situación que nuestra compañera Mónica Mateos pormenorizó el domingo pasado en La Jornada, a partir de la propuesta que la comunidad cinematográfica hizo al presidente electo Vicente Fox. 

        En el aire se encuentra el futuro de nuestro cine en conjunto, que lleva viviendo ya un año y ocho meses de indefinición, desde que debió expedirse el Reglamento correspondiente a la Ley Federal de Cinematografía aprobada por la Legislatura saliente. En el aire está la fecha probable para que dicho Reglamento por fin vea la luz y, con él, tengan efecto estrategias como el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine, las aportaciones económicas provenientes de los sectores público, social y privado, así como un esquema de estímulos fiscales que vuelva más atractivo el hecho de invertir en el cine. 

        También en el aire está el cumplimiento del espacio en pantalla que los exhibidores cinematográficos deben destinar a la producción nacional, lo mismo que el espinoso asunto del doblaje, en el cual ya se perdieron batallas legales importantes, como consecuencia de lo cual hemos visto en cartelera películas estadunidenses dobladas al español aunque no estén clasificadas para público infantil. En el aire sigue, mientras el dichoso Reglamento no sea aprobado, la discrecionalidad de las majors para seguir tratándonos como a un público de cuarta cada vez que se les dé la gana, bajo argumentos tan endebles como el de que doblan las películas para que puedan verlas quienes no saben leer. 

        En el aire está ya no digamos el perfil del imcine (quién lo encabezará en la nueva administración, qué cantidad de recursos le serán asignados, etcétera), sino su existencia misma, desde que fue puesto a votación en la “encuesta cultural” que el equipo foxiano de transición diseñó, sin que se sepa a ciencia cierta si el propósito es hacerse de respaldo popular para sacar la guillotina y cortarle la cabeza a todas las entidades culturales que, con aciertos y errores, son prácticamente las únicas que han evitado nuestra caída masiva en las fauces del total entertainment (aguas, porque los trancazos ya son un hecho. ¿Un ejemplo? La librería Educal, dependiente del Conaculta, que estaba junto a la Sala 2 de la Cineteca Nacional, ha sido desmantelada. A cambio hay un modulito misérrimo en el estacionamiento, y nada asegura que vaya a seguir ahí mucho tiempo. Esa librería era una de las mejor surtidas, no sólo de libros sobre cine, y su ubicación era inmejorable.) 

        Flotando en un aire enrarecido se encuentra también la posibilidad de nuevos embates censuradores, cortesía de los grupos fundamentalistas de derecha, ahora envalentonados y prontos a elevar sus individuales posturas morales a la categoría de normas comunitarias. Si ya antes hubo algunos (por fortuna torpes) intentos por meter en el Reglamento formas de censura, uno tiembla ante la posibilidad de que los nuevos responsables del Departamento de Supervisión de rtc se guíen bajo criterios obispales, lo que no sería nada raro en vista de la insensibilidad, la soberbia y el desconocimiento de causa con los que, al menos en asuntos culturales, a últimas fechas se conducen los miembros y simpatizantes del partido de la “victoria cultural” (Castillo Peraza dixit). 

        En el aire, en fin, está la propuesta que la comunidad cinematográfica le hizo llegar a Vicente Fox, donde se incluyen desde la sencilla pero importantísima petición de que el multicitado Reglamento sea expedido lo antes posible, hasta modificaciones en el Tratado de Libre Comercio para que nuestro cine no siga en el estado de indefensión en el que ahora se encuentra. 

        Estoy seguro de que ni Vicente Fox ni la gente que lo rodea leen esta columna (para eso tendrían que leer este suplemento, y para eso tendrían que leer este periódico), pero pienso, con insensato optimismo, que a lo mejor un amigo de un amigo de algún colaborador foxiano leyó La Jornada el domingo pasado, que quizá se encuentre leyendo estas líneas y entonces se le ocurra pensar que vale la pena comentarle a su amigo, para que éste le diga al hipotético foxiano, y éste, a su vez, le diga Al de las Botas que en la comunidad cinematográfica esperamos algo bueno de esta transición –por lo menos poder llamarla así, y no involución. 

    Permanencia voluntaria 

    En días pasados se estrenó En un claroscuro de la luna, coproducción México-Rusia. La dirige Sergio Olhovich, es protagonizada por Arcelia Ramírez, Jorge Sanz y Piotr Vielaminov, ganó dos premios en el Festival Vyborg de Rusia y es distribuida por Warner-Videocine. Se trata de un melodrama con-todas-las-de-la-ley: Ana (Ramírez) y Andrés (Sanz) se conocen, se enamoran y se casan, pero él muere y ella cae en estado de muerte inminente, una enfermedad de la que pocos salen como no sea rumbo al panteón. El argumento, lineal y sin sorpresas como suele suceder en cintas de este género, se apoya mayoritariamente en la eficacia actoral y en la fuerza de ciertas escenas clímax, por lo cual no cabe esperar sorpresas narrativas ni experimentos formales. 

        Fernando Capetillo y Gustavo Moheno codirigirán el cortometraje El camino de las ceibas en Yucatán, para lo que han fundado, junto con otros entusiastas, la productora La Ceiba Films. Fernando lleva hechos dos cortos (Hope y The Interview, ambos en Estados Unidos), y Gustavo –que también le da a la tecla criticona– filmó los cortos Clapton a medianoche y Lágrimas solitarias cuando estuvo en el ccc. Con Damián Delgado (La otra conquista) y Soledad Ruiz (Rito terminal) al frente del reparto, adaptarán libremente la leyenda maya de Xtabay. Y para apoyar la descentralización de la cultura, quieren estrenar el corto primero en Yucatán. 

     

    El arca de Verduga

    Mi amigo César Verduga publicó el libro Gobernar la globalización, la historia que comienza, y me invitó a hablar sobre él. Y yo dije lo que sigue. 

        César Verduga quiere entender el presente histórico. La sencilla pregunta es: ¿se puede?, ¿puede entenderse el presente desde el presente? Hay quien dice que no y hay quien dice que sí. 

        Antes de examinar el dilema, pongámonos de acuerdo en dos cosas: primera, el pasado puede entenderse desde el presente. Ahí están todos los libros de historia, y más simple, los recuerdos personales, intentándolo, así que démoslo por hecho. Pero, segunda, el futuro no puede predecirse. Hasta el gran Hegel, tan voluntarioso y genial, lo admitió: la filosofía no puede hacer profecías, “el ave de Minerva emprende el vuelo al atardecer”, esto es, empezamos a pensar las cosas cuando ya sucedieron. 

        Pero ¿por qué no puede predecirse el futuro? Pensemos un poco, ¿por qué? ¿por qué no puede adivinarse el futuro? Tiene que haber una razón. Leibniz da a esta pregunta una respuesta de admirable claridad: el futuro no puede predecirse porque “una pequeña bagatela puede cambiar todo el curso de los acontecimientos generales”, una bala de plomo alcanza la cabeza de un general y cambia el destino de una batalla, “un melón comido inoportunamente hará que muera un rey”. Nosotros podemos captar y apreciar acontecimientos generales. El libro de Verduga sobre globalización examina, diagnostica y pronostica tendencias en extremo generales, pero ni Verduga ni nadie puede descender a la minucia de las pequeñas e impredecibles bagatelas que, acumuladas junto a las tendencias generales, producen lo futuro. 

        Volvamos ahora al dilema: ¿puede entenderse el presente desde el presente? 1) Los que dicen que no estiman que el presente está traspasado, constituido por estas pequeñas e inmanejables bagatelas. 2) Los que dicen que sí, entre los que figura, inquieto y perspicaz, el ministro Verduga, sostienen que el presente está traspasado, constituido, en gran medida, por el pasado. Y se apoyan en la idea de “proceso”. En un proceso el pasado se incrusta en el presente y sigue al futuro. Entender un proceso es entender su principio, su medio y su fin (esto es, su dirección). Esto le permite a Verduga alzarse a la altura de los tiempos, leer su signo y hacer profecías. 

        ¿Y para qué?, ¿qué quiere Verduga? Está bien, caractericemos el libro. Verduga, nuevo Noé, quiere construir otra arca, no de madera, sino de papel, porque hay un suceso real, un nuevo Diluvio Universal, no de agua, sino de información veloz e interconexión salvaje, llamado globalización. Este nuevo Diluvio, se pregunta Verduga, ¿es castigo por nuestra desmesura y arrogancia tecnológica? Tal vez, pero lo importante es salvar, no parejas de animales, sino ideas o principios tales como “estado de bienestar”, “justicia distributiva”, “equidad”, “racionalidad política”, viejas, cálidas ideas, ¿o hemos de llamarlos ya ideales?, que es imperioso rescatar de la tempestad del todos contra todos del avariento mercado globalizador. 

      Como se ve, es el libro de un político, es decir, de un luchador. Hay meditación en él, sin duda, y amplias lecturas, no se niega, pero la pregunta ¿qué se puede hacer?, pregunta política por excelencia, aparece una y otra vez. Porque, digámoslo en plata: en el presente la derecha está con el mercado globalizado sin restricciones y las izquierdas están con el mercado, pero matizado con restricciones. Estas restricciones tratan de imponer racionalidad, y calor humano, al Diluvio impersonal, codicioso y arrollador. ¿Se podrá?, ¿se podrá encausar, matizar, la crecida globalizadora, ya que frenarla o contenerla parece a todas luces imposible? Noé Verduga, el profeta desarmado, pero político sutil, cree que sí se puede, lo primero es claridad, un arca de papel, con ideas, con sugerencias, un arca de posibilidades reales de reflexión y acción. Y nosotros le agradecemos hoy aquí en primer lugar la clarividencia, esto es, la lectura del signo de los tiempos, la generosidad, en segundo, y la inteligencia y destreza con que desarrolló el tema en apretado tercer lugar.