JUEVES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Los restos mortales del maestro fueron incinerados 

Rumbo al mar, Juan Ibáñez camina por las calles de su natal Cuévano

Ť Propició el parteaguas para que la ópera mexicana adquiriera su brillo actual

Ť Es un hombre de teatro integral, un artífice de la escena y la imagen, señala Sergio Vela

Pablo Espinosa Ť Los restos mortales del maestro Juan Ibáñez fueron cremados ayer. Sus cenizas serán lanzadas al mar.

Falleció a las 8 de la mañana del martes (La Jornada, 13 de septiembre). Convalecía de un tratamiento de quimioterapia. Vivió con intensidad una vida ejemplar.

Con Carlos Fuentes escribió el guión de una impronta, el filme Los caifanes. Fuentes había descrito la cuna donde nació Ibáñez, hace 62 años, como un lugar ''de noble piedra y cerco campirano".

Otro espíritu lúdico, Jorge Ibargüengoitia, bautizó a su vez así a la ciudad de Guanajuato: Cuévano. Juan, ahora, va caminando por las calles de Cuévano, recorre los subibajas cubistas de ese tráfago. Camino al mar.

Pero la buena fama de Juan Ibáñez no se limita a Los caifanes o a esa otra puesta en escena consagratoria: Divinas palabras. El cine, el teatro, las artes plásticas, el arte taurino, el baile, el buen gusto, la inteligencia extrema, el ser maestro de quien tuviera la humildad suficiente como para aprender de uno de los hombres más importantes de la cultura mexicana de la segunda mitad de este siglo.

Entre sus contribuciones póstumas destaca la articulación, el parteaguas clarísimo que propició para que la ópera mexicana lograra el brillo de hoy en día. Con un par suyo, el director de Orquesta Eduardo Mata, creó una puesta en escena definitiva de la ópera Don Giovanni, de Mozart, en 1984. Además de otras puestas en escena operísticas de gran calibre, formó tanto a otros artistas como a un buen público, amante del teatro, melómano, crítico sobre todo.

El arte, todo, es un juego

En una de las varias entrevistas que concedió a La Jornada en esta última etapa de su trayectoria, cuando dirigió la ópera La Cenicienta, de Rossini, explicó, de lleno (La Jornada, 5 de julio de 1992): ''Para mí el arte, todo, es un juego. Y la ópera es el juego que junta todos los juegos. Yo estoy sumamente enamorado de esta actividad y debo reconocer que estoy en ella gracias a que me invitó en un buen momento ?en una especie de virginidad, de iniciación? Eduardo Mata, cuando era director artístico de la Compañía Nacional de Opera. Juego mágico intentó, entonces, ser una obra de teatro, que yo escribí, pero al mismo tiempo un taller de ópera. Y funcionó: permitió a los cantantes jóvenes estar en activo de manera constante. Muchos de ellos son ahora primeras figuras en el mundo: Ramón Vargas, Fernando de la Mora, Armando Mora, María Luisa Tamez, entre otros".

Fue ese día cuando acuñó el término operópatas: ''Son los enfermos de ópera porque ven con las orejas". Dejó entonces en el escenario de Bellas Artes arqueología y su lugar lo tomó el teatro, el juego de todos los juegos. El esplendor del arte de la escenificación operística.

''El sueño. El misterio del cerebro. Creo que en este siglo gracias a los surrealistas se pudo entender algo que buscaban muchos artistas en el pasado: la belleza de lo no explicable por la razón, que constituiría el más grande acto de magia. Porque el inconsciente, lo desconocido, el misterio de lo que no es expresado por la conciencia puede ser expresado por el arte", decía Juan.

Respecto de Rossini: ''Fue un genio que amalgamó esa complejísima abstracción de la música en función de un complicadísimo concepto dramático. Toma las cosas en un aparente infantilismo, igual que Miró, igual que Mozart. Para mí, Rossini es el Moliére de la ópera. Y Moliére nace de la Commedia dell'Arte, que es básicamente italiana. Lo que evito es la arqueología, por eso se irritan ciertos aficionados a la ópera que esperan que yo recapture lo que ya han visto en otras puestas en escena de Rossini, o de otro autor. Creo que lo peor del siglo XX es heredar un mal siglo XIX, y hay mucho de eso en la ópera: ya se hizo de tal manera y así debe ser siempre, y sólo hay que repetirla, por lo que el director se vuelve un arqueólogo. Y yo no puedo ser arqueólogo, si me convierto en tal no juego, y si no juego entonces para qué me dedico a esto. La razón por la que estoy en esto es porque me divierto mucho".Artífice de la escena y de la imagen

El duelo es hondo. Sergio Vela, director del Festival Internacional Cervantino y director de escena que ha logrado éxitos similares a los de su maestro, concentró el sentimiento y el pensamiento de muchos quienes nos honramos con la amistad entrañable y las enseñanzas impagables de Juan Ibáñez:

''Juan es (lo digo en presente) un hombre de teatro integral, un artífice de la escena y de la imagen, de las artes visuales y de la dramaturgia. Pocos artistas comprenden la amplitud de las artes y el conocimiento como Juan Ibáñez: teatro, cabaret, teatro de variedad, carpa, ópera. Toda su vida se nutrió de la filosofía y de la literatura clásica para elaborar a su vez nuevas propuestas artísticas. Pierdo a uno de mis mejores amigos y si bien no fui su alumno, sí soy su discípulo. Lo que de él aprendí de escena es impagable".

Juan Ibáñez bajó al mar.