Inscripción en la piedra
Es este sonido de la nieve que cae
en la lentitud del atardecer; húmeda y pesada nieve
como barro blanco que se amolda al filo de las huellas de venado.
En camisón y descalza dejo mi cama, sigo una hilera de pasos,
corazones traspasados que salen del bosque más allá del establo
con su olor a paja, gatos y telarañas;
paso de largo junto al remolque de lámina
donde solía echarme a dormir, desprevenida, suspendida en sueños
muy lejos de esta oscuridad; rebaso el carro rojo de mi padre,
que dormita en la calzada, entre abolladuras llenas de nieve, herramientas
cubiertas en el lecho blanco y limpio, sin señas de esfuerzo, su sudor,
las raspaduras en la maltecha madera; voy
calzada abajo, en dirección a los pinos mudos y los maples desnudos
hacia la desembocadura del camino. Me detengo y respiro
hecha un remolino, los pies dolorosamente fríos y
el corazón batiente. Es lo más lejos que llego. La nieve acoge la media luna
de mi rastro, un mapa del camino a la sobrevivencia.
El don de la cierva
La cuelgan cabeza abajo en el establo, la lengua salida,
roja y gruesa de sangre. Me dejaron a solas con ella un momento
y me atrevo a tocar su piel negra, dura a causa del frío;
esto sucede antes de que la destacen,
cuando todavía está entera.
No recuerdo si la cazaron
o la atropelló el camión, pero sí que bajó de la montaña
fuera de temporada, así que la oscuridad es lo que importa,
no cómo murió. Todo el invierno nos alimentaremos de ella a escondidas:
filetes, guisos, los huesos para el caldo
y los perros. Trago saliva, anticipando el gusto
de algo mejor que frijoles, pasta y sopas de lata. Pero
lo que siempre recordaré son las manos de los hombres
--sucias de grasa y sangre--,
la rudeza con que le voltean el pellejo
y de un tirón se lo arrancan del cuerpo. La desmembran
parte por parte. Aquella piel terminaría regalada, enterrada o en la basura.
Por años, yo seguiré yendo al establo para frotar el pie
en las manchas del suelo bajo la viga,
sin decir a nadie nunca que así fui transportada, sin gratitud, sin plegarias,
por manos que no me tocaron como un don debería ser tocado, cuchillos
que besaron bajo mi piel fuera de temporada y sólo encontraron carne, sólo sangre.
Deborah Miranda, escritora chumash ohlone, es autora de la notable colección de poemas Indian Cartography (Cartografia india, 1997). Actualmente estudia un posgrado de literatura inglesa en la Universidad Washington de Seattle. Estos poemas provienen de Through the Eye of the Deer (Por el ojo del venado), antología de escritoras indígenas de Norteamérica editada por Carolyn Dunn y Carol Comfort, Aunt Lute Books, San Francisco, 2000.Traducción: Hermann Bellinghausen