Lunes en la Ciencia, 11 de septiembre del 2000



Sobre la incertidumbre

Juan Soto Ramírez

La incertidumbre es una falta como un agujero en cualquier parte. Es la ausencia de seguridad y claridad al mismo tiempo. Aquello que le da de vueltas a los amnésicos cuando recuperan el conocimiento. La falta de certeza es la pérdida de un trozo de sociedad medida con el tiempo, una suspensión espacial y temporal en la que cae el espíritu. La incertidumbre pasea por las sociedades como lo hace el aire que respiramos. Estar en incertidumbre es como entrar en estado de coma, es decir, en un estado en donde se pierde la motricidad y la conciencia conservando las funciones vegetativas. La incertidumbre, por tanto, es una probadita de muerte en vida.

Quien no sabe qué pasó, qué pasa o qué pasará, está en incertidumbre. De una u otra forma todos la hemos experimentado y es bastante incómoda, es como los invitados que se cuelan a las fiestas y que nadie quiere que estén ahí. Acostumbrados a confiar en el mundo en que vivimos, la incertidumbre se convierte en el dominio predilecto de la inseguridad. Cuando uno sale de su casa no duda en encontrarla al regreso, mucho menos espera que le caiga una bomba o se incendie porque es más cómodo así. En los dominios de la incertidumbre las certezas no existen y como no contamos con estrategias que permitan manejarla ni reducirla, termina por asustar a cualquiera. La precaución se ha convertido en la mejor arma para ahuyentarla y en un mundo repleto de incertidumbre todos tratan de ser precavidos en el momento de realizar cualquier actividad cotidiana (ir al banco, al trabajo, manejar por el periférico e incluso salir a divertirse, deben hacerse con precaución). No es gratuito que hoy en día las personas se despidan diciendo: cuídate, sin importar que uno esté de vacaciones. El riesgo se ha metido en todas partes.

incertidumbre Al irse esfumando la confianza y la familiaridad con las cosas, la incertidumbre ha ganado terreno a la seguridad. La dimensión política más visible de la incertidumbre es la inseguridad. Tanto en lo público como en lo privado, la incertidumbre se ha convertido en un enemigo a vencer. Así como las viejas solidaridades se están cayendo a pedazos, la excesiva atomización ha obligado a la reconversión de la intimidad.

El desencanto ha obligado a que la atomización se convierta en una forma de protección, es decir, cuando la gente ya no tiene que proteger, protege su intimidad. Lo que obliga a pensar que ni siquiera en la intimidad se puede estar seguro. La gente termina por asegurar todo, sus autos, su vivienda, su educación, su cuerpo, sus negocios y hasta su vida. Donde reina la incertidumbre reinan las promesas.

La pérdida de confianza, que es la pérdida del ánimo, el aliento y el vigor, todo al mismo tiempo, implica la aniquilación simbólica del sí mismo y del otro conjugados, lo complicado del asunto es que la solidaridad no se puede imponer y por ello se inventan formas inservibles que alienten la confianza. Los compromisos sirven para eso, para jugar a que se puede confiar en uno mismo y en el otro. Son una manera de encarar la incertidumbre y ganarle terreno con la certeza simulada, puesta en contratos con reglas, apartados y artículos por todos lados. Los contratos, que son siempre colectivos, sirven de intermediarios a quienes pretenden materializar las promesas entre ellos, pero hacen evidente que se les necesita donde la incertidumbre merodea, donde vuela como ave de rapiña en espera de comer carroña, es decir, sociedad en estado de descomposición. La incertidumbre generalizada, que se divierte como niño en los columpios de lo político, lo económico y lo social, más que ser un problema es un desafío, pero también una herida profunda que sangra y nadie sabe qué hacer al respecto.

El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

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