La Jornada Semanal, 10 de septiembre del 2000  
 
 
Aires de familia y horrores familiares
 

La palabra cultura tiene tantos significados como intelectuales, artistas o políticos ha habido y habrá. Por ello es objeto de toda clase de manipulaciones y sirve tanto para estudiar los procesos sociales como para definir las actividades de la élite o apuntalar la retórica que, sobre el tema, han elaborado los sectores medios de la sociedad. “Tan bonita que es la cultura”, decía una señora de Guadalajara en un recital de poesía que incluyó números musicales a cargo de un pianista jurásico y de un tenor gordito y sofocado que manoteó una “Granada” del Músico poeta quien, cuando compuso su sangrienta canción, aún no conocía la ciudad objeto de su lírico homenaje.

    Carlos Monsiváis nos entrega en su libro Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina, un conjunto de novísimas teorías y de urgentes revisiones de la noción de cultura latinoamericana. Siguiendo las ideas de Marcuse, su análisis abarca todos los aspectos de la vida social y parte de la descripción del disgusto de los intelectuales decimonónicos por la plebe ignara y por la torpeza de la gleba irredenta, para llegar a la vagarosa noción de pueblo con toda su carga demagógica y sus erráticos y manipulados ires y venires sobre la identidad, lo propio, lo ajeno, lo auténtico y lo que viene de otras culturas y, por lo mismo, desfigura nuestro ser nacional, ataca nuestra religión y llena de impurezas a nuestras costumbres y a la lengua comunitaria. Este discurso pertenece fundamentalmente a la derecha que, salvo contadas excepciones, se limita a repetir prejuicios y a defender intereses. Mientras la izquierda, que por lo general basa sus acciones y su análisis de la realidad socioeconómica en principios, frecuentemente cae en un esquematismo maniqueo. Por esta razón, los fundamentalismos son extremos que se tocan y en su siniestro abrazo aplastan a los liberales y a los demócratas que creen en la tolerancia como elemento realmente integrador de una sociedad, así como en los valores de la convivencia pacífica que sólo es posible en el clima de la justicia y la solidaridad.

    En su lúcido ensayo, Monsiváis, nuestro cronista mayor, “el documentador de la fecundísima fauna de nuestra imbecilidad nacional” (Pitol dixit), abarca todos los aspectos de la vida cultural latinoamericana y de sus desarrollos históricos. No desdeña ningún aspecto del todo sociocultural y pone en tela de juicio los discursos de los políticos sobre la unidad iberoamericana convertida en recurso retórico y en reuniones de Jefes de Estado con banderas, banquetes cuya digestión estropea la oratoria caudalosa y toda clase de bailes regionales.

    Alfonso Reyes, Henríquez Ureña, Mariátegui, Samuel Ramos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Manuel Puig, Luis Rafael Sánchez, Ricardo Garibay, Cabrera Infante, Edgardo Rodríguez Juliá... son algunos de los escritores que, en distintos niveles y con métodos diferentes, ayudan a Monsiváis en la difícil y gozosa tarea de encontrar aspectos comunes y apreciables similitudes en el mundo del subcontinente americano que, a últimas fechas y a su propia manera, ha ingresado en la modernidad y forma parte de la llamada globalización, ese fenómeno irreversible, pero, en muchos aspectos revisable.

    Los héroes posando para el escultor y lanzando su espada en prenda para evitar la escapatoria de su heroísmo; los cantantes populares, maestros en educaciones sentimentales; los ritmos antes folclóricos y ahora controlados por los estrategas del consumo; el cine donde se aprenden palabras y que siendo tan niños nos enseñó a besar (gracias al Músico poeta por la paráfrasis), la telenovela (que es un folletín del xix, pero en tonto), nuestros radio days; la prosa narrativa con escenarios selváticos (“los devoró la selva”), desérticos (“Vine a Comala” y los grandes sertones), revolucionarios (“La fiesta de las balas”, el cañón rumbo a Bachimba), las grandes montañas y los casi siempre invisibles indígenas (Huasipungo, Balún-Canán), entre otros muchos temas. La poesía que parte de Darío y Nervo, López Velarde, Tablada y Lugones, pasa por Vallejo, Huidobro, Neruda, Lezama Lima, Borges y Paz, para llegar a Sabines, Rosario Castellanos, Huerta y los nuevos; la hermosa poesía popular: José Alfredo Jiménez, Lara, Rafael Hernández, Pedro Flores, Boby Capó, Cantoral, Méndez, Portillo de la Luz, María Elena Valdelamar, Garrido, Curiel, Carrillo, Manzanero y el fecundo Anónimo; la presencia de Hollywood y de la cultura metropolitana (la noción de culturas metropolitana y periférica es, por muchos conceptos, revisable)... todos estos aspectos de las llamadas culturas académica, popular y comercial son vistos con una agudeza excepcional por Carlos Monsiváis, ahora cronista de la “continuidad irreconocible” de América Latina. Por todos los rumbos anda su mirada, pues sabe que fenómenos como el boxeo y el futbol soccer fueron, son y serán las formas más expeditas para las escapatorias individuales. Puede pensarse que vio algunos partidos de futbol para documentar sus teorías. Así lo demuestra cuando nos informa que el “rebaño sagrado” derrotó a los “cementeros” por dos carreras, un strike y un rotundo uppercut, con varios goles, algunos de ellos de campo y otros en forma de canastas o de medias verónicas y pares al tercio.

    A través de personajes emblemáticos como el Periquillo Sarniento, Lamparilla, Relumbrón, el doctor Luzardo, el Cholo Parima, Demetrio Macías, Fulgor Sedano, Pimpinela de Ovando, el Macho Camacho, el Púas Olivares, Martín Fierro, Antonio el Consejero, Arturo Cova, Oliveira, Carlos Gardel, Albertico Limonta, el 777, Tintansón Crusoe, María Candelaria, Don Calibán, Funes, mi general Fierro, Doña Bárbara, Doña Flor, Axcaná González, la Falsa Tortuga, la pobre Pelusa, Molina, todas las boquitas pintadas, Borola Tacuche de Burrón, Gastón Billetes, don Fulgencio, el doctor Merengue, Mafalda... Monsiváis encuentra los aires de familia y la serie de errores, contradicciones, autoritarismos y latrocinios que forman parte de la pavorosa “identidad común”.

    En este ensayo se registra el paso de la cultura campesina a la de las grandes urbes, la entronización de la sociedad de consumo en una zona con escasa capacidad para ello y los avances tecnológicos que han colocado a las minorías del privilegio en la cúspide del mundo moderno. Para abarcar este contrastado universo, Monsiváis recorre todos los imaginarios y analiza con claridad y audacia las realidades cotidianas de los sectores sociales del hervidero latinoamericano.

    Aires de familia viene, en mi modesta opinión (mi abuela me recomendó ser siempre educado y humilde), a actualizar muchos aspectos de los estudios culturales de Henríquez Ureña, Vasconcelos, Reyes, Ramos y Paz. Por esta razón es imprescindible para el análisis de los nuevos desarrollos subcontinentales y de su relación con la metrópoli y con “otras voces y otros ámbitos”. Se trata de un primer volumen, pues los rostros de América Latina son cambiantes (véase la dictadura de Fujimori, y el sorprendente inicio de la transición democrática en México). Monsiváis no debe bajar la guardia (como en el ciclismo) y debe seguir cumpliendo su estrecha vigilancia.

    La esperanza no ha sido derrotada del todo. Ahí esta Verónica Castro conquistando Rusia y casi evitando la masacre de Bosnia; ahí están los herederos del “Tigre” y los Salinas de Azteca mejorando nuestra cultura; ahí están los nuevos dictadores esgrimiendo nuevas trampas y crueldades; ya no está el pri, la derecha inicia su nueva singladura en México, los indígenas son cada día más visibles, las minorías aprenden a defenderse y “el rito de identidad comunitaria” sigue vivo en los labios de Neruda, Vallejo, Pellicer y de los hombres y mujeres dispuestos a ser los arquitectos de su propio destino.
 

Hugo Gutiérrez Vega
[email protected]

Antesala
 
No son robacoches ni genocidas, sólo editorialistas y articulistas. La Casa Lamm y nuestro periódico han organizado un curso realmente interesante al cual está usted invitado(a), lector(a) que siente una creciente inquietud ante las palabras transición, democracia y oposición. No sé si usted se habrá dado cuenta, inefable lector(a), pero La Jornada es el equivalente, dentro del periodismo, a los Pumas de la unam en el futbol: la mayoría de los nuevos e incluso los middle age y aun los rucones periodistas, articulistas y editorialistas se formaron en o fundaron este diario, para después salir hacia otros rumbos por causas que ya son materia de otra columna. El caso es que, para bien y/o para mal, La Jornada ha sido –desde hace casi 16 años– la cantera más importante del periodismo nacional. Revise usted los otros periódicos y no verá nuevos nombres, o los que encuentre ya pasaron por aquí mero. El único problema es que aquí no cobramos por las transferencias y que, a diferencia de la Escuela de Periodismo Carlos Septién, o de la carrera de Comunicación en la Ibero, ninguno de los egresados de esta academia de periodismo real la recuerda con cariño. Pero es que crecer duele. Los ejemplos abundan y mejor no damos nombres (nomás les digo que el periódico con nombre de calle juarista –¡hágame usted favor!– no ha formado un solo reportero aquí en la capital en sus ¿cuántos, ocho? años de vida). Bueno, para seguir con la tradicional labor pedagógica, que los miembros del diario parecen asumir muy naturalmente, esas deliciosas anfitrionas que son las hermanas Gómez Haro (nótese que en “Sociales” también la haríamos) decidieron explotar (en el sentido de sacar buen provecho, claro) las capacidades y buenos empeños de nuestros colegas para armar un curso que lleva por título El periodismo de opinión y la época actual. Tendrá una duración de cuatro meses, se llevará a cabo todos los jueves de 18 a 20 hrs., y acaba de iniciar. Su costo mensual es de 1,200 blindados, más 300 deslizantes como inscripción. El curso está dirigido a analistas políticos y financieros, ejecutivos, diplomáticos y picudos por el estilo, pero si usted está simplemente interesado en el tema, bienvenido. No voy a enumerar a todos nuestros colaboradores, pero estarán desde Luis Hernández Navarro, coordinador de editorialistas, y Pedro Miguel, nuestro especialista en internet, pasando por los maestrazos Julio Boltvinik y Guillermo Almeyra, hasta los tocayos Montemayor y Monsiváis. Arrrrooz. Para mayores informes, en Casa Lamm, Álvaro Obregón 99, esq. Orizaba, Col. Roma; a los tels.: 5514-4899/5525-3938, fax 5525-3918, o al emilio [email protected]

Canal Once en el mes de la Patria. Nuestro amigote y asiduo colaborador Leo Eduardo Mendoza nos hizo el favor de dejarnos el videocaset de uno de los seis programas de la nueva serie producida por Canal Once, que lleva el nombre de México, tierra de migrantes. Ante el bestial brote racista (qué raro, ¿no?) entre nuestros pinches vecinos del norte, de cazar a nuestros compatriotas desarmados, hambrientos y exhaustos (¿serían tan machitos si los nuestros fueran armados también?), el Canal Once decidió hacer un extenso e intenso documental sobre el fenómeno de la migración. Baste recordar que los ingresos que los migrantes mexicanos envían a su terruño (a punta de esfuerzo y sudor) equivale al tercer lugar de ingresos totales del país, después del petróleo y los coches, y por encima del turismo. Documento, testimonio, proclama, argumento y razón, todo eso se encuentra recogido en seis programas, de una hora cada uno, que serán transmitidos a partir de este domingo 10 a las 10 p.m. Pasará uno diario a la misma hora hasta llegar a la noche del 15, cuando habrá que dar el Grito pero de indignación por los pisoteados derechos humanos de nuestros compatriotas en el reino de la democracia y la libertad que quieren exportarnos. No se pierda esta serie, aunque le duela.

El “poder creador” de Saúl Ibargoyen. El Conaculta, a través del inba, y el Grupo Editorial Eón le invitan a usted, lector(a) underground que anda a la noble caza (la única válida) de autores de culto, a la presentación de la novela Toda la tierra del escritor uruguayo Saúl Ibargoyen. Viene leída y recomendada ni más ni menos que por José Saramago, quien nos dice que: “Toda la tierra es una demostración del notable talento de Saúl Ibargoyen y de su poder creador.” Participarán en el estrado Martha Alvarado, Jaime Labastida, Guillermo Samperio y el autor; moderará Edgar Paz. El evento tendrá lugar este jueves 14 a las 20 hrs., en la Sala Adamo Boari del Palacio de Merengue, que está en donde usted ya sabe, nomás que un poco más hundido. Vaya y aproveche para comprar el libro a precio de rebaja, con todo y firma del autor.

Se me acabó el espacio. Y no puedo decir todo lo que quería acerca de la famosa encuesta disfrazada de “consulta” sobre las instituciones culturales. Este antesalista no va a contestarla por la misma razón que no contestó la del ezln: me parece tan tramposa, obvia y amañada que no vale la pena agregar interminables asteriscos a opciones de respuestas como “tengo una opinión más bien favorable” o “ni sabía que existía”. Bien saben Dior y los lectores asiduos a esta columna que quien escribe ha emitido críticas y desacuerdos con la mayoría de las dependencias gubernamentales de cultura. Sin embargo, esto no quiere decir que desee que desaparezcan. Que me digan los que ahora cantan las bondades empresariales cuántos y cuáles espectáculos –que no sean óperas cursis, obras de teatro calcadas de Broadway y ballets de puntitas y con Nureyev dando brinquitos– ha subvencionado la iniciativa privada. Si por la ip fuera (y no existiera el inah), Teotihuacan ya estaría convertido en un Six Flags con todo y momias, y Chichén-Itzá en un Disney World maya. (Continuará.)

CarlosGarcía-Tort
[email protected]