La Jornada Semanal, 3 de septiembre del 2000  
CONFIGURACIONES
 
Hugo Hiriart
Observaciones elementalessobre la discusión del aborto
 

El maestro Schopenhauer establece entre sus preceptos de bien vivir el siguiente: "No combatas la opinión de nadie; piensa que si se quiere disuadir a todas las personas de los absurdos en que creen no se habría acabado aun cuando se llegase a la edad de Matusalén. Abstengámonos también de cualquier observación crítica, aun cuando se haga con la mejor intención, porque herir a las personas es fácil, corregirlas, difícil, si no imposible. Cuando los absurdos de la conversación que estamos en el caso de escuchar comienzan a irritarnos, debemos imaginar que asistimos a una escena de comedia entre dos locos. Probatum est el hombre nacido para instruir al mundo sobre los asuntos más importantes y más serios, puede decirse afortunado cuando sale sano y salvo."

Creo y suelo seguir el sabio consejo del maestro, pero esta vez voy desoírlo para dirigirme a los fundamentalistas que combaten el aborto. No quiero convencerlos de nada, por supuesto, sólo articular unas observaciones lógicas para dar en qué pensar, en el caso, improbable, que quieran no sólo emocionarse y vociferar prohibiciones, sino pensar un poco en lo que sostienen.

1. Obligación de matizar. No sólo el aborto, sino muchas cosas "atentan contra la vida". Arrancar del suelo una lechuga orejona es también atentado, y no digamos comer, un pollo o una vaca. Pero de seguro expresiones como "pro vida" no se refieren a la vida en general, sino sólo a una parte de lo viviente. Es decir, a la vida humana.

Por lo tanto, decir "pro vida" a secas, sin matizar, recortando el adjetivo, es contradictorio y engañoso: atentados contra la vida (en general), comer ensaladas, huevos o carne roja, no sólo están permitidos, sino son necesarios a la propia.

¿Y por qué entonces no se dice "pro vida humana"? Bueno, porque no sólo no es lucidor ni emocionante, sino es obvio y atontado, dado que nadie, absolutamente nadie, está o puede estar en contra de "la vida humana". Ese rival no existe. Toda discusión empieza en qué ha de entenderse por "vida humana" y cómo ésta ha de defenderse.

Dado que esto es paladino y obvio, no queda sino estimar que la confusión implícita en el uso acortado de "pro vida", y todo el parloteo consecuente de "defender la vida", son deliberados y con fines de manipulación demagógica. Porque, claro, a la gente se le llena la boca hablando de "vida", más si es emotiva y de cortos alcances, aunque, como hemos visto, esta manera de parlar sea tan débil e inestable que se viene abajo al primer examen.

2. Personas. El punto no es entonces si el embrión recién concebido está vivo, dado que una lechuga orejona o un tumor maligno también están vivos y nadie los defiende, sino si ese embrión es persona humana o no. Los fundamentalistas creen que sí es, desde la concepción. Pero es obvio que están equivocados y no es persona. La prueba es muy sencilla y contundente y dice así: 1) del embrión recién concebido no se sabe si a) es una, dos o más personas, b) si es macho o hembra. 2) No puede haber una persona humana de la que se ignoren a) y b), esto es, si de algo se ignora el número y el género, ese algo no puede ser persona. 3) Luego entonces ese embrión no es persona humana. Tenemos que estar de acuerdo en esto.

3. Status de lo potencial. Se dirá que el embrión ese no es persona, pero que lo será, que es persona humana en potencia. Claro, pero eso cambia por completo la cuestión y la hace, y en extremo, discutible, metafísica. Examinemos un poco si tiene ese ser en potencia 1) la misma realidad, 2) el mismo valor, 3) los mismos derechos que lo que está en acto.

Es obvio que 1) no tienen la misma realidad: un huevo de gallina no cacarea, tampoco tiene 2) el mismo valor: un cuadro en potencia de Vicente Rojo, no pintado todavía, no puede extraviarse o alcanzar precio en el mercado, 3) es horrible echar una gallina viva en una olla de agua hirviendo, pero no cocer un huevo; Carlos, que es rey potencial de Inglaterra, no tiene ahora derechos de rey.

Por lo tanto, hay espacio para estimar que quien elimina un embrión, que no es persona, más que en potencia, dado que ésta no tiene realidad plena, valor o derechos, no comete ningún crimen. Obsérvese con cuánto cuidado y rendimiento formulé la declaración: "hay espacio para estimar…" Por que soy tolerante con quienes piensan diferente que yo en esta discutible cuestión metafísica. No quiero imponérsela a nadie. Podemos dialogar, y estar o no de acuerdo, pero me parece bárbaro que de argumentos metafísicos, disfrazados con vocerío emotivo, manipulador, se intenten extraer consecuencias penales, esto es, que se imponga una tesis metafísica en extremo discutible, falsa de plano, para mí y para muchos, a toda la sociedad.

Además, la tesis fundamentalista de la realidad de la potencia puede tener extrañas,
ingobernables y catastróficas consecuencias, como veremos la próxima semana porque aquí ya no cabe.
 



 
Verónica Murguía
 
Robespierre y la geisha
 

El cuerpo, ese “espíritu que va de incógnito”, ha sido desde siempre el depositario de los deseos, los miedos, los sueños y también del espíritu lúdico y creador de todas las sociedades, desde el neolítico hasta nuestros tiempos. Y por supuesto, no sólo el cuerpo de las mujeres, también el de los hombres. Los mayas y los beduinos del Sahara se deformaban el cráneo aplastándolo en la infancia con vendajes apretados. Los mayas también se provocaban estrabismo colgando una bolita de masa sobre el entrecejo de los niños. Los aztecas se limaban los dientes para darles una forma aguzada y les incrustaban piedras preciosas; nosotros, amantes de la dentadura blanca y regular, seguramente sentiríamos horror ante una orgullosa sonrisa de ésas. Los indígenas del Amazonas se fabrican aún hoy bigotes hiperbólicos de fibras vegetales, sostenidos por un agujero hecho en el tabique, además de los platos que se insertan en el labio inferior y los adornos de las orejas que les alargan los lóbulos hasta que les llegan a los hombros.

Los griegos de la época de Alejandro Magno se teñían el pelo de rubio para imitarlo. Los romanos, pasada la primera época, en la que la desnudez atlética y la sobriedad del vestido (que imitaban la ideología ateniense), atestiguaban la indiferencia patricia ante la pobre nobleza del oro, hicieron del atuendo y el maquillaje una expresión ceremonial del poder. Los bárbaros se tatuaban, se rapaban dejándose un solo mechón que se peinaban con arcilla, usaban barbas y bigotes que trenzaban y anudaban, y los hombres de algunas tribus entraban a la batalla completamente desnudos y pintados de azul.

En la temprana Edad Media, una época más bien austera, para los galo-romanos, los francos y los germanos el pelo masculino estaba asociado con la virilidad: la tonsura, que en una primera instancia era símbolo de esclavitud, fue por eso mismo adoptada por el clero; los monjes eran los esclavos de Cristo. La ley Sálica castigaba que se tonsurase a un niño o una niña con una multa de cuarenta y cinco soldi.

En la baja Edad Media no importaba qué tanto tronaran los predicadores desde el púlpito en contra de los zapatos de puntas largas del calzado masculino (a veces de más de un metro) o en contra de los altos tocados femeninos; los nobles se apartaban del resto, calzados y peinados con audacia. En el siglo XIV la artificialidad y el impulso estilístico de la moda llegó a un apogeo sólo superado en los siglos XVII y XVIII. La moda del rococó, tanto en el vestido como en el maquillaje, no tuvo jamás relación con lo natural, pero ni siquiera el puritano Robespierre se sustrajo al influjo de la moda. Las imágenes que de él han llegado hasta nosotros nos muestran un rostro severo enmarcado por una peluca blanca con rizos y moño.

Para los beduinos, pobres de solemnidad y flacos como huesos, la gordura es belleza. “Unas caderas que no caben por la puerta”, dice el poeta Kultum al-Taglibí en su poema sobre la mujer codiciada: ancha y gruesa. En África el cuerpo se tatúa, se escarifica, se pinta. En algunas tribus, el hombre se maquilla y se adorna para ser escogido por las mujeres. En cambio, el paroxismo puritano del régimen talibán impone a las mujeres el gurkha, un vestido que cubre todo de pies a cabeza. El gurkha cuenta con una ventanilla de gasa que permite a la que lo viste ver y respirar, y es tan caro que las pobres mujeres afganas tienen que compartir uno entre varias.

La idea de la belleza se hace más exótica mientras más se aleja en el mapa: ¿qué nos dicen las geishas japonesas, con los labios rojos y diminutos pintados sobre la palidez imposible de la cara, negros los dientes y el pelo, blancas líneas que decoran la nuca y se pierden entre los omóplatos, el rígido vestido y el peinado? ¿Qué nos sugieren los adornos de oro de hasta las más pobres mujeres de la India o los atroces “pies de loto” chinos? El cuerpo transformado, lleno de un significado ajeno y desconocido, es como una palabra en un idioma ignorado.

Detestado y adorado, amo o esclavo. En él vivimos, y somos él. Tal vez por eso el cuerpo es el escenario de todas nuestras batallas.
 



 
cinexcusas
Luis Tovar
 
Va de nuez
 

Si usted tuvo ganas de ir al cine el domingo pasado y se puso a escoger en la cartelera, una de sus opciones fue Rito terminal (México, 1999), el primer largometraje de Óscar Urrutia. Como suele suceder cuando no se tiene previamente decidida la película, su elección pudo depender del estado de ánimo en el que se encontraba, del tipo de cinta que en ese momento le apeteció, y de muchas otras cosas.

Imaginemos que le dieron ganas de ver Rito terminal pero que, a última hora, frente a la taquilla se decidió por X-Men. Tal vez haya sido porque mucha gente está hablando de ella y usted quiere saber por sí mismo si de verdad es tan buena como dicen, o porque de tanto ver los “cortos” en otras funciones ya le dieron ganas de verla completa, o bien por los anuncios en televisión y porque un X-Men aparece este mes en las portadas de al menos tres revistas especializadas en cine. El caso es que muy bien pudo haber sucedido que usted fuera el domingo pasado a ver X-Men, y quizá no haya salido decepcionado de esta nueva adaptación de un cómic a la pantalla grande.

Siete días después ?es decir hoy? usted se propone, ahora sí, ver Rito terminal. En este punto el problema va a ser que todavía encuentre la ópera prima de Urrutia en cartelera, pues lo más probable es que ya la hayan quitado de las cinco salas en las que se ofrecía la semana pasada.

Como dijo Led Zeppelin...

Efectivamente, como reza el título de aquel viejo filme del grupo metalero, La canción sigue siendo la misma: la peliculota gringa frente a la peliculita mexicana o, como dice Rafael Aviña, el western contra el cine de caballitos. Y mientras a X-Men le ha ido y de seguro le seguirá yendo bien en taquilla todavía un buen rato, es muy probable que a Rito terminal, dos semanas después de su estreno, ya no pueda verla nadie. ¿Quiere usted culpables? No los busque del lado del blockbuster hollywoodense, pues sus distribuidores en México sólo están haciendo su trabajo, y no es ningún delito que una de sus apuestas más fuertes de la temporada esté tan bien promovida.

Lo que sí tiene visos de acto culpable es la “estrategia de lanzamiento” llevada a la práctica para que el público se sintiera atraído a ver Rito terminal, a la que han convertido en el crimen perfecto, por aquello de que nadie la vio, nadie sabe, nadie supo... Pero, como dijo Jack el Destripador, vamos por partes.

Rito terminal fue exhibida por primera vez en la XV Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, en donde ganó el premio a la Mejor Película. Tal vez porque no deja de ser costumbre que de una película producida por el imcine lo menos seguro es su estreno comercial, o tal vez porque era realmente imposible determinarlo entonces, el caso es que la cinta sólo volvió a aparecer varios meses después en un miniciclo en la Cineteca Nacional, que buscó sin mayores consecuencias “calentar el ambiente” en vistas de la más reciente entrega de los premios Ariel. Como dijimos en esta columna, Rito terminal llegó a la ceremonia fílmica con catorce esperanzas y salió con catorce decepciones. Eso sucedió hace poco más de un mes, o lo que es igual, la película dejó pasar dos semanas enteras para exhibirse al público en general.

No me ayudes, compadre

Hay dos puntos clave para toda estrategia publicitaria: el espacio y la reiteración, en los que a Rito terminal le tocó bailar con una de las más feas. Sus inserciones en prensa ?por lo demás, único medio en el que se le promovió? son de las que requieren una buena lupa. Sé bien que los recursos del imcine, de Difusión Cultural de la unam y del cuec son todo menos abundantes, por lo que no era posible hacer mucho más. Pero lo que sí pudo hacerse no se hizo, como dejar de lado la mención al triunfo en la Muestra de Guadalajara, que con todo y ser el principal escaparate para nuestro cine, a la mayor parte del público no le dice gran cosa. Lo que no puedo comprender es por qué incluyeron también la leyenda: “Nominada a catorce Arieles, entre ellos Mejor Película, Mejor Ópera Prima, Mejor Director y Mejor Guión Original.” ¡Si no obtuvo ninguno! Es como decir: “Ya mero nos premiaban, y aunque no nos premiaron, ¡qué cerca estuvimos!” No sé, pero siempre que leo esas leyendas publicitarias que quieren avalar la calidad de una película hablándonos de lo que pudo ser y no fue, pienso en cosas como la segunda gimnasta olímpica en sacar un diez de calificación (¿alguna vez supo quién lo hizo después de Nadia Comaneci?).

Va de nuez (segunda parte)

En muchos sentidos, Rito terminal es una película primeriza, más allá de ser la ópera prima de su realizador. Personalmente hallé inexplicables las catorce nominaciones al Ariel, e incluso el premio a la Mejor Película en Guadalajara, por varias razones. Veamos sólo una: el tema, tan socorrido en la cinematografía hispanoamericana, de la magia y el realismo, el realismo mágico o la realidad de la magia, como usted quiera llamarlo. Una vez más se recurre a la visión que el hombre occidental tiene del mundo indígena o, mejor dicho, a la insondabilidad y la capacidad que ese mundo indígena tiene para ejercer una fascinación irresistible en un ladino. Aquí, un joven fotógrafo (Guillermo Larrea) va a un pueblo en la sierra como parte de un equipo de documentalistas. Cuando revela sus fotografías, descubre imágenes explicables sólo a través de la magia. Vuelve entonces al pueblo para averiguar qué ha pasado, y entra en contacto con brujos y brujas de toda laya: unos quieren destruirlo y otras hacen el amor con él, pues, por alguna razón que no queda clara, este azorado, anodino y poco expresivo artista de la lente “ha perdido su sombra”. Su lucha por recuperar lo que le pertenece y por comprender rituales que le son ajenos se traduce en una poco convincente metáfora de las fuerzas opuestas de Eros y Thánatos, filtradas a través de un suceso de sangre que no parece mágico ni ritual, sino de la nota roja.

Desde luego, no está a discusión la libertad de un realizador para elegir el tema de su preferencia, pero después de ver Rito terminal queda la sensación de que el protagonista
no es el único que se quedó fuera del universo mágico y ritual plasmado en sus fotos. Lo mismo parece haber sucedido con otros aspectos como el diseño de producción y los diálogos, pues mientras el primero recuerda los infelices tiempos del peor cine mexicano de los setenta, los segundos parecen telegramas de tan solemnes y carentes de coloquialidad.

Es triste decirlo pero, así las cosas, usted que quiso verla y no pudo, sólo perdió la oportunidad de no estar de acuerdo con este tecleador.
 

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